viernes, 29 de abril de 2022

“Apacienta mis ovejas” (Juan 21,1-19). III Domingo de Pascua. San José Obrero. Día de los Trabajadores.

Amigas y amigos: ¡feliz día de los trabajadores y feliz fiesta de San José Obrero!
Un saludo especial a las comunidades parroquiales de Paso Carrasco y Montes, con las que nos encontraremos este domingo, para celebrar su fiesta patronal y también a la capilla de San José de los Troncos, en la ciudad de Canelones, San José de los Obreros en Parque del Plata Norte y San José Obrero en Cassarino, comunidades que también celebran a su patrono.

En el evangelio de hoy continuamos contemplando las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. A diferencia del que leímos el domingo pasado, el encuentro de hoy se da en un lugar abierto, un espacio muy conocido por los primeros que siguieron a Jesús. Nos cuenta san Juan:

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros.»
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Los discípulos parecen haber regresado a su vida anterior. Habían sido llamados a ser “pescadores de hombres”, pero han vuelto a navegar y a echar las redes al mar. Sin embargo, no han sacado nada de su esfuerzo. Ahora, Jesús aparece en la escena.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No.»
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
En realidad, el regreso a las barcas y a las redes, que los discípulos habían dejado para seguir a Jesús, los transporta al momento en el que fueron llamados, al despertar de su vocación. Volvieron a ese punto de inicio y allí reencontraron a Jesús y volvieron a seguir detrás de él.
Una etapa del discipulado había concluido: aquella en la que el maestro estaba corporalmente presente. Pero el discipulado no ha terminado: continúa bajo la guía del Maestro interior, el Espíritu Santo, que Jesús les ha entregado.

Este pasaje se cierra con un diálogo de Jesús y Pedro. Éste había negado a Jesús tres veces. Ahora escuchará tres preguntas: “¿me amas más que estos? ¿me amas? ¿me quieres?”

A cada respuesta afirmativa de Pedro, Jesús le confía la misión del Buen Pastor: “apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. La confianza de Jesús en Pedro, la responsabilidad que le da en la comunidad cristiana, está basada en la respuesta a la pregunta “¿me amas?”. El amor de Pedro al Señor lo prepara para ser curado de sus negaciones y para vivir su misión. Jesús resucitado ha aparecido, pidiendo amor y dando amor. Un amor que perdona, sana y salva.

San José Obrero

A propósito del Año de San José que celebramos en 2021, el Papa Francisco escribió su carta “Patris Corde”, es decir: “Con corazón de Padre” y ofreció una serie de catequesis. La del 12 de enero de este año estuvo dedicada a “San José, el Carpintero” y de ella les resumo algunos pasajes:

“Carpintero” u “obrero de la madera” era una calificación genérica, que indicaba tanto a los artesanos de la madera como a los trabajadores de la construcción. Un oficio bastante duro, trabajando con materiales pesados, como madera, piedra y hierro. Desde el punto de vista económico no aseguraba grandes ganancias, como se deduce del hecho de que María y José, cuando presentaron a Jesús en el Templo, ofrecieron solo un par de tórtolas o pichones (cf. Lc 2,24), como prescribía la Ley para los pobres (cf. Lv 12,8).

Jesús adolescente aprendió del padre este oficio. Por eso, cuando de adulto empezó a predicar, sus paisanos asombrados se preguntaban: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?» (Mt 13,54), y se escandalizaban a causa de él (cf. v. 57), porque era el hijo del carpintero, pero hablaba como un doctor de la ley, y se escandalizaban por eso.

Mirando al mundo del trabajo de hoy, continúa diciendo Francisco:

Este dato biográfico de José y de Jesús me hace pensar en todos los trabajadores del mundo, de forma particular en aquellos que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas; en aquellos que son explotados con el trabajo en negro; en las víctimas de los accidentes de trabajo; en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar... Todos estos son hermanos y hermanas nuestros, que se ganan la vida así, con trabajos que no reconocen su dignidad. ¡Y esto sucede hoy!

Pienso también en quienes están sin trabajo… y por eso se sienten heridos en su dignidad. Lo que te da dignidad es ganarte el pan. Si nosotros no damos a nuestra gente la capacidad de ganarse el pan, esto es una injusticia social en ese lugar, en esa nación, en ese continente. Los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganarse el pan, porque el trabajo es una unción de dignidad. Muchos jóvenes, padres y madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente. Viven al día. Y muchas veces la búsqueda de empleo se vuelve tan dramática que los lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vivir.

Es hermoso pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte propio de san José. Hoy debemos preguntarnos qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo; y qué podemos aportar, como Iglesia, para que sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e incrementa su dignidad.

Concluye Francisco invitándonos a rezar esta oración del papa san Pablo VI.

Oh, san José,
patrono de la Iglesia,
tú que junto con el Verbo encarnado
trabajaste cada día para ganarte el pan,
encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar;
tú que has sentido la inquietud del mañana,
la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo;
tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura,
humilde delante de los hombres,
pero grandísima delante de Dios,
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria,
defiéndelos del desaliento,
de la revuelta negadora,
como de la tentación del hedonismo;
y custodia la paz del mundo,
esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén

(San Pablo VI, 1 de mayo de 1969)
Gracias, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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