Amigas y amigos: ¡feliz día de los trabajadores y feliz fiesta de San José Obrero!
Un saludo especial a las comunidades parroquiales de Paso Carrasco y Montes, con las que nos encontraremos este domingo, para celebrar su fiesta patronal y también a la capilla de San José de los Troncos, en la ciudad de Canelones, San José de los Obreros en Parque del Plata Norte y San José Obrero en Cassarino, comunidades que también celebran a su patrono.
En el evangelio de hoy continuamos contemplando las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. A diferencia del que leímos el domingo pasado, el encuentro de hoy se da en un lugar abierto, un espacio muy conocido por los primeros que siguieron a Jesús. Nos cuenta san Juan:
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.Los discípulos parecen haber regresado a su vida anterior. Habían sido llamados a ser “pescadores de hombres”, pero han vuelto a navegar y a echar las redes al mar. Sin embargo, no han sacado nada de su esfuerzo. Ahora, Jesús aparece en la escena.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros.»
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.En realidad, el regreso a las barcas y a las redes, que los discípulos habían dejado para seguir a Jesús, los transporta al momento en el que fueron llamados, al despertar de su vocación. Volvieron a ese punto de inicio y allí reencontraron a Jesús y volvieron a seguir detrás de él.
Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No.»
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Una etapa del discipulado había concluido: aquella en la que el maestro estaba corporalmente presente. Pero el discipulado no ha terminado: continúa bajo la guía del Maestro interior, el Espíritu Santo, que Jesús les ha entregado.
Este pasaje se cierra con un diálogo de Jesús y Pedro. Éste había negado a Jesús tres veces. Ahora escuchará tres preguntas: “¿me amas más que estos? ¿me amas? ¿me quieres?”
A cada respuesta afirmativa de Pedro, Jesús le confía la misión del Buen Pastor: “apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. La confianza de Jesús en Pedro, la responsabilidad que le da en la comunidad cristiana, está basada en la respuesta a la pregunta “¿me amas?”. El amor de Pedro al Señor lo prepara para ser curado de sus negaciones y para vivir su misión. Jesús resucitado ha aparecido, pidiendo amor y dando amor. Un amor que perdona, sana y salva.
San José Obrero
A propósito del Año de San José que celebramos en 2021, el Papa Francisco escribió su carta “Patris Corde”, es decir: “Con corazón de Padre” y ofreció una serie de catequesis. La del 12 de enero de este año estuvo dedicada a “San José, el Carpintero” y de ella les resumo algunos pasajes:
“Carpintero” u “obrero de la madera” era una calificación genérica, que indicaba tanto a los artesanos de la madera como a los trabajadores de la construcción. Un oficio bastante duro, trabajando con materiales pesados, como madera, piedra y hierro. Desde el punto de vista económico no aseguraba grandes ganancias, como se deduce del hecho de que María y José, cuando presentaron a Jesús en el Templo, ofrecieron solo un par de tórtolas o pichones (cf. Lc 2,24), como prescribía la Ley para los pobres (cf. Lv 12,8).
Jesús adolescente aprendió del padre este oficio. Por eso, cuando de adulto empezó a predicar, sus paisanos asombrados se preguntaban: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?» (Mt 13,54), y se escandalizaban a causa de él (cf. v. 57), porque era el hijo del carpintero, pero hablaba como un doctor de la ley, y se escandalizaban por eso.
Mirando al mundo del trabajo de hoy, continúa diciendo Francisco:
Este dato biográfico de José y de Jesús me hace pensar en todos los trabajadores del mundo, de forma particular en aquellos que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas; en aquellos que son explotados con el trabajo en negro; en las víctimas de los accidentes de trabajo; en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar... Todos estos son hermanos y hermanas nuestros, que se ganan la vida así, con trabajos que no reconocen su dignidad. ¡Y esto sucede hoy!
Pienso también en quienes están sin trabajo… y por eso se sienten heridos en su dignidad. Lo que te da dignidad es ganarte el pan. Si nosotros no damos a nuestra gente la capacidad de ganarse el pan, esto es una injusticia social en ese lugar, en esa nación, en ese continente. Los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganarse el pan, porque el trabajo es una unción de dignidad. Muchos jóvenes, padres y madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente. Viven al día. Y muchas veces la búsqueda de empleo se vuelve tan dramática que los lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vivir.
Es hermoso pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte propio de san José. Hoy debemos preguntarnos qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo; y qué podemos aportar, como Iglesia, para que sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e incrementa su dignidad.
Concluye Francisco invitándonos a rezar esta oración del papa san Pablo VI.
Gracias, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.Oh, san José,
patrono de la Iglesia,
tú que junto con el Verbo encarnado
trabajaste cada día para ganarte el pan,
encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar;
tú que has sentido la inquietud del mañana,
la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo;
tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura,
humilde delante de los hombres,
pero grandísima delante de Dios,
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria,
defiéndelos del desaliento,
de la revuelta negadora,
como de la tentación del hedonismo;
y custodia la paz del mundo,
esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén(San Pablo VI, 1 de mayo de 1969)
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