El capítulo 18 del Evangelio de Mateo es un texto riquísimo en el cual Jesús da instrucciones a sus discípulos sobre cómo vivir las relaciones dentro de la comunidad recién nacida. La pregunta de Pedro retoma las palabras que Jesús acababa de pronunciar:
«Si tu hermano peca contra ti…» (Mt 18, 15)[1].
Jesús está hablando y, al poco, Pedro lo interrumpe, como si se diese cuenta de que no ha entendido bien lo que su Maestro acababa de decir. Y le hace una de las preguntas más relevantes respecto al camino que debe recorrer un discípulo de Él. ¿Cuántas veces hay que perdonar?
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
Preguntarse forma parte del camino de fe. Un creyente no tiene todas las respuestas, pero sigue siendo fiel aun haciéndose preguntas. El interrogante de Pedro no se refiere al pecado contra Dios, sino más bien a qué hacer cuando un hermano comete una culpa contra otro hermano. Pedro cree que es un buen discípulo que puede llegar a perdonar hasta siete veces[2]. No se espera la respuesta inmediata de Jesús, que desbarata sus seguridades:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22).
Los discípulos conocían bien las palabras de Lamec, el sanguinario hijo de Caín que canta la repetición de la venganza hasta setenta veces siete[3]. Aludiendo a esta afirmación, Jesús contrapone a la venganza ilimitada el perdón infinito.
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
No se trata de perdonar a una persona que ofende continuamente, sino más bien de perdonar repetidamente con el corazón. El perdón verdadero, el que nos haces sentirnos libres, suele llegar gradualmente. No es un sentimiento, no es olvidar: es la opción que los creyentes deberíamos hacer no solo cuando la ofensa es repetida, sino incluso cada vez que la recordamos. Por eso hay que perdonar setenta veces siete.
Escribe Chiara Lubich:
«Así pues, […] Jesús tenía en mente sobre todo las relaciones entre cristianos, entre miembros de la misma comunidad. Por tanto, debes comportarte así ante todo con tus hermanos en la fe: en la familia, en el trabajo, en clase y en tu comunidad, si formas parte de alguna. Sabes que es normal querer compensar la ofensa recibida con una acción o una palabra proporcionada. Y sabes que, por disparidad de caracteres, por nerviosismo o por otras causas, es frecuente faltar al amor entre personas que viven juntas. Pues bien, recuerda que solo una actitud de perdón renovada continuamente puede mantener la paz y la unidad entre hermanos. Siempre tendrás tendencia a pensar en los defectos de tus hermanos, a recordar su pasado, a querer que sean distintos de como son… Es necesario adquirir el hábito de verlos con ojos nuevos y verlos nuevos en sí mismos, aceptarlos siempre, inmediatamente y hasta el fondo, aunque no se arrepientan»[4].
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
Todos nosotros formamos parte de una comunidad de «perdonados», porque el perdón es un don de Dios que siempre necesitamos. Deberíamos estar siempre asombrados de la inmensidad de la misericordia que recibimos del Padre, que nos perdona si también nosotros perdonamos a los hermanos[5].
Hay situaciones en las que no es fácil perdonar, vicisitudes que derivan de condiciones políticas, sociales o económicas en las que el perdón puede adquirir una dimensión comunitaria. Hay muchos ejemplos de mujeres y hombres que han conseguido perdonar aun en las situaciones más duras, ayudados por una comunidad que los ha sostenido.
Osvaldo es colombiano. Fue amenazado de muerte y vio cómo mataban a su hermano. Hoy es el líder de una asociación ciudadana que se dedica a rehabilitar a personas que estuvieron directamente implicadas en el conflicto armado de su país.
«Habría sido fácil responder a la venganza con más violencia, pero dije no–explica Osvaldo–: aprender el arte del perdón es muy, muy difícil, pero las armas o la guerra no son nunca una opción para transformar la vida. El camino de la transformación es otro, es poder llegar hasta el alma humana del otro, y para ello no necesitas la soberbia ni ningún poder: hace falta humildad, que es la virtud más difícil de alcanzar»[6].
Letizia Magri
[1] En este versículo seguimos la Biblia de la CEE, más próxima al original que la de Jerusalén [NdT].
[2] El número siete indica la totalidad, la completez: Dios crea el mundo en siete días (cf. Gn 1, 1-2.4). En Egipto hay siete años de abundancia y siete de carestía (cf. Gn 41, 29-30).
[3] «Caín será vengado siete veces, mas Lamec lo será setenta y siete» (Gn 4, 24).
[4] C. LUBICH, Palabra de vida, octubre 1981, en EAD., Palabras de vida/1, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 228-229
[5] Cf. Oración del Padrenuestro, Mt 6, 9-13.
[6] MADDALENA MALTESE (ed.), Unità è il nome della pace: La strategia di Chiara Lubich, Città Nuova, Roma 2020, p. 37.
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