jueves, 22 de junio de 2023

“No teman” (Mateo 10, 26-33). XII Domingo durante el año.

El 16 de octubre de 1978, una multitud reunida en la plaza de San Pedro, esperaba conocer el nombre del nuevo Papa, que ya había sido electo. Se trataba de Karol Wojtyla, a quien hoy veneramos como san Juan Pablo II. Al saludar al Pueblo de Dios convocado en la plaza, hizo esta confesión: 

“He sentido miedo al recibir esta designación… pero la he aceptado con espíritu de obediencia a nuestro Señor Jesucristo y con confianza plena en su Madre, María Santísima”.

Días más tarde, al asumir su servicio pastoral para toda la Iglesia, decía en su homilía:

“No tengan miedo de recibir a Cristo y de aceptar su señorío… ¡No teman! Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo”

El miedo es una sensación desagradable, pero es, a la vez, útil y necesaria. Es normal tener miedo. Es una alerta interior que se dispara ante el peligro. Ayuda a evitar gestos imprudentes, arriesgados… o tontos. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino el que sabe controlarlo. Si el miedo escapa a nuestro control y nos domina, detiene la acción, nos paraliza y no permite que se mantengan las decisiones, a veces muy importantes, que hemos tomado.

En el evangelio de este domingo, tres veces Jesús nos dice “no teman”, “no tengan miedo” y cada vez agrega una razón que justifica su recomendación. Jesús está hablando a sus discípulos. Ellos tienen por delante anunciar la Palabra de Jesús, dirigiéndose, en primer lugar a su propio pueblo, el pueblo de Israel. Llegará un momento en que Jesús los enviará a anunciar el Evangelio por toda la Tierra; pero todavía no ha llegado esa hora. Esta es la primera advertencia que les hace:

No teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. (Mateo 10, 26-33)

“No teman a los hombres”. Se trata de quienes pueden oponerse a su mensaje, incluso con la violencia; pero también, como sucede hoy en día, buscando desacreditarlos, desprestigiarlos, aduciendo que no saben de lo que hablan o que no tienen autoridad para decir esas palabras. La justificación que da Jesús es un poco misteriosa. Utiliza contrastes: lo oculto será revelado, lo secreto será conocido, lo que se dijo en la oscuridad será repetido en el día, la palabra susurrada al oído será proclamada desde las azoteas… 

Jesús formaba a sus discípulos como lo hacían otros rabinos de su tiempo. Los discípulos estudiaban pero no hablaban en público hasta que estuvieran preparados. Entonces, todos reconocerían su autoridad.

Tal vez así se preparó el mismo Jesús, que durante años meditó calladamente la Palabra de Dios y dialogó en la intimidad con su Padre y un día provocó el asombro de sus vecinos de Nazaret:

Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. «¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? … ¿De dónde le vendrá todo esto?». (Mateo 13,54.56)

Así como su Maestro se manifestó un día, así harán los discípulos. Despertarán asombro, pero también rechazo, como lo experimentó Jesús, pero Él les dice “no teman”. 

Aunque los discípulos puedan sentir una sensación de fracaso y no lleguen a ver por sí mismos el fruto de lo que sembraron, ese fruto llegará. Nada puede detener la realización del plan de Dios. 

La amenaza de la violencia física es real. Los discípulos pueden ser maltratados y pueden recibir la muerte. Efectivamente, eso sucederá con casi todos ellos. Por eso, agrega Jesús:

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno. (Mateo 10, 26-33)

Es verdad: el discípulo de Jesús podrá ser insultado, acusado falsamente, golpeado, despojado de sus bienes, llevado a la muerte… pero ninguna violencia podrá quitarle el bien verdadero: la Vida que ha recibido de Dios. San Pablo lo expresa de una forma tan hermosa como convencida:

¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Tengo la certeza de que … nada podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Romanos 8, 35.38.39)

A lo único que debe temer el discípulo es a sus propias tendencias negativas interiores, aquellas que pueden llevarlo a apartarse del camino de Jesús, empezando por el propio miedo que, como hemos dicho, paraliza y hace caer las decisiones que quisieron ser tomadas con firmeza, para toda la vida.

Para el tercer “no teman”, Jesús pone primero algunas consideraciones:

¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre de ustedes que está en el cielo. También ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. (Mateo 10, 26-33)

Los pájaros eran los animales de menor valor. Dos pichones de paloma eran la ofrenda de los pobres en los sacrificios del templo. La ofrenda que presentaron José y María para rescatar a su primogénito.

Los pájaros no eran considerados valiosos porque eran muy poco como alimento y los sembradores los veían como enemigos, que podían arrebatar la semilla, como cuenta la parábola del sembrador.

Sin embargo, hace ver Jesús, el Padre cuida de ellos. Si eso hace por seres de tan poca importancia ¿cómo no cuidará de ustedes?

Pero, atención: Jesús no les promete a sus discípulos que “no les pasará nada”, ni que van a ser rescatados del peligro en forma milagrosa. Si han sido fieles, Dios realizará su obra en sus discípulos, les dará la plenitud de la vida, la Vida verdadera.

El discípulo vence sus miedos poniendo su confianza y construyendo su vida sobre la Palabra de Jesús.

Este pasaje del evangelio concluye con una promesa y una advertencia:

Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres. (Mateo 10, 26-33)

“Al que me reconozca”. El verbo griego que traducimos como “reconocer” es ὁμολογεῖν  (homologēin) que significa, literalmente, “decir la misma cosa”. Tomándolo así, podemos entender de esta forma las palabras de Jesús: si ante los hombres ustedes dicen y hacen lo mismo que yo he dicho y hecho, en el día del Juicio, yo reconoceré ante mi Padre que ustedes han actuado así.

Pero si esa no es nuestra manera de obrar, si traicionamos a Jesús, él no podrá reconocer, no podrá “homologar” nuestra conducta ante el Padre.

En fin, hermanas y hermanos, si queremos seguir a Jesús de corazón, no temamos más que a aquello que pueda apartarnos de Él. Al igual que san Juan Pablo II, al hacer nuestro compromiso con el Señor, confiémonos a Él y a su Madre Santísima.

En esta semana

La parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Barros Blancos, adelanta su fiesta patronal, que sería el día 27, celebrándola hoy, domingo, con la Eucaristía a la hora 11.

El jueves 29, en la parroquia San Miguel de Los Cerrillos, celebraremos la Eucaristía agradeciendo los años de presencia y servicio de las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel, que dejan nuestra Diócesis, para ir hacia otros campos de misión.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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