miércoles, 27 de septiembre de 2023

Aniversarios sacerdotal y episcopal de Mons. Heriberto. 27 de septiembre 1986/2003. Homilía.

Young, 27.sep.1986

El sábado 27 de septiembre de 1986, hace 37 años, en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Young, donde recibí la iniciación cristiana, Mons. Carlos Nicolini, obispo coadjutor de Salto, me impuso las manos y rezó la plegaria de ordenación sacerdotal. La Misa fue presidida por el Obispo de Salto, Mons. Marcelo Mendiharat. Estuvieron también Mons. Raúl Scarrone y varios sacerdotes; entre ellos el P. Lucio, así como fieles de las comunidades de Paso Carrasco y Aires Puros, las dos parroquias donde hice práctica pastoral en el tiempo de seminario y de Fray Bentos, la parroquia donde fui ordenado diácono y donde yo ya estaba en servicio.

Salto, 27.sep.2003

El sábado 27 de septiembre de 2003, hace 20 años, en la catedral de Salto, numerosos obispos y sacerdotes se hicieron presentes junto a fieles de toda la diócesis del noroeste para mi ordenación episcopal. Mons. Daniel Gil Zorrilla, Obispo de Salto presidió la celebración. Junto a él fueron obispos consagrantes principales Mons. Mendiharat, Obispo emérito de Salto y Mons. Carlos Collazzi, obispo de Mercedes -que anteayer pasó a ser obispo emérito- quien era entonces presidente de la Conferencia Episcopal del Uruguay.

San Vicente de Paúl se convirtió así en patrono de esas dos ordenaciones. Cuando tuve la oportunidad, fui a visitar su tumba, en París, muy cerca del santuario de la Virgen de la Medalla Milagrosa. Hoy, gracias a un detalle que ha tenido conmigo Mons. Sanguinetti, tenemos con nosotros una reliquia de este gran santo que luego vamos a venerar.

Las lecturas que hemos escuchado son las que corresponden al día de hoy, miércoles de la vigésimo quinta semana durante el año.

La primera lectura, del libro de Esdras (Esdras 9,5-9) y, en el evangelio, el relato del envío de los Doce (Lucas 9,1-6) me parecieron muy sugestivas para esta celebración.

El pasaje de Esdras se inicia con una fuerte y angustiosa súplica en que el sacerdote pide perdón a Dios por los pecados de su Pueblo y por sus propias faltas, reconociendo que ese alejamiento del Señor los ha llevado a la situación de grave crisis que han atravesado. Una crisis que pareció terminal, que podría haber llevado al pueblo de Dios a su extinción: fueron invadidos, el templo fue destruido y todos los jóvenes fueron llevados en exilio a Babilonia.

Pero aquel imperio que los conquistó, ahora ha caído y un nuevo rey los trata con benevolencia, les ha permitido el regreso a su tierra y les está facilitando la reconstrucción del templo.

En su sufrimiento, Esdras no se pone en la actitud de “víctima” que tantas veces vemos hoy. No le reclama nada a Dios ni a nadie y, en cambio, asume la responsabilidad de su pueblo: esto sucedió “a causa de nuestras iniquidades”, reconoce el sacerdote.

Pero por sobre todo eso, Esdras resalta la fidelidad de Dios. 

Dios está detrás de esa nueva situación. Esa decisión benévola del rey viene de Dios.

La actitud de Esdras puede invitar a cada uno de nosotros -y me invita a mí, personalmente- a pedir perdón por mis faltas y a mantener la conciencia de mi propia fragilidad; a no dejarme envolver por las urgencias de la agenda y a reconocer cada día lo que Dios me está dando y, a través de ese don, lo que me está pidiendo, lo que espera de mí. Al final de cada día necesito preguntarme, más allá de que si lo que he hecho ha sido el bien, preguntarme si realmente he hecho el bien que debía hacer hoy.

Como les recordaba en la carta que escribí hace poco, al suspender la fiesta diocesana e invitar al jubileo de Santa Teresita, este ha sido un año muy intenso, en el que tenemos mucho que agradecer al Señor. Y el año no ha terminado y vamos a vivir otros acontecimientos que nos alegran y nos dan esperanza, como las cuatro ordenaciones diaconales que se anuncian.

Al mismo tiempo, no dejamos de ver problemas para sostener la vida de la Iglesia, no solo aquí, sino en el Uruguay y en el mundo, empezando por el número, la edad y la salud de los sacerdotes, pero también las dificultades de subsistencia de algunas comunidades religiosas. 

Los años de pandemia tuvieron efectos que continúan pesando sobre todo en las comunidades parroquiales más envejecidas, a las que muchos fieles mayores ya no volvieron.

Frente a todo eso, recordemos siempre que Dios es fiel y mantengamos los ojos fijos en Jesús, iniciador y consumador de nuestra fe (cf. Hebreos 12,2).

A Él va nuestra súplica, en medio de cualquier tempestad: “¡Señor, sálvanos!” (cf. Mateo 8,25).

En mi ordenación sacerdotal se leyó un pasaje de la segunda carta de san Pablo a los Corintios, ése que comienza diciendo “llevamos este tesoro en vasos de barro” (II Corintios 4,7). Releyéndolo, años después, encuentro estas palabras, con las que a veces me he sentido muy identificado y que recuerdo a menudo, porque me dan ánimo:

“Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; 
perplejos, pero no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados; 
derribados, pero no aniquilados” (4,8-9)

Eso dice Pablo, que sabe bien que no será abatido ni aniquilado, no porque él confíe en sus propias fuerzas sino en “este poder extraordinario [que] no procede de nosotros, sino de Dios” (4,7).

Pero como si eso no bastara, junto al Señor, tenemos a su Madre, aquí bajo la advocación de nuestra Señora de Guadalupe, que nos recuerda “¿no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Todo dicho.

Finalmente, volvamos a escuchar las palabras de Jesús en el envío de los Doce. “Los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos”. La misión esta en el corazón de la Iglesia. El próximo domingo, con la fiesta de Santa Teresita, comienza el mes misionero. El envío de Jesús nos recuerda que el anuncio más eficaz es el que se hace presencialmente, dando testimonio de palabra y de obra, presencialmente. Todos los otros medios son una ayuda importante, pero para compartir nuestra fe con el prójimo no necesitamos “ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas”, como dice Jesús.

Muchos añoran, y yo también, a veces, tiempos en que eran muy numerosos los niños de catequesis, los adolescentes, los jóvenes y los fieles presentes en la Eucaristía. Notemos esto que dice Esdras: “el Señor, nuestro Dios, nos ha concedido la gracia de dejarnos un resto de sobrevivientes”. 

Esdras no se lamenta de que los fieles sean poquitos, “un resto de sobrevivientes”; ante todo, ve ese resto como una gracia que el Señor les ha concedido.

Así, la Palabra de Dios nos llama a reconocer el valor único de cada persona que se acerca a la comunidad: de cada niño, de cada adolescente, de cada joven, de cada persona mayor… de quien sea. Cada persona que participa en la comunidad, o que se acerca a ella, o que nos recibe cuando vamos a su encuentro… cada una de esas personas es un don de Dios. Y cuando se trata de los pobres, cada uno de ellos es presencia de Jesús mismo, que nos dice “tengo sed”.

 Vale la pena tomarnos el tiempo para recibir, escuchar y dar lugar. El documento de trabajo para la asamblea del sínodo de los Obispos que comienza en octubre nos dice, citando a Isaías “ensancha el espacio de tu tienda” (Isaías 54,2). La verdad es que, normalmente, espacio -espacio físico- tenemos de sobra: hay muchos lugares en nuestras iglesias, donde en otras épocas alguna gente participaba en la Misa parada en la puerta, porque no había más lugar. 

Sin embargo, el espacio que siempre tenemos que ensanchar es el de nuestro corazón, para que cada persona que busca en Dios y en la Iglesia consuelo y sanación encuentre abrigo y cobijo bajo el manto de la Madre.

Concluyamos junto con el cántico de Tobit alabando al Señor y renovando en Él nuestra confianza. 

Exaltemos al Señor ante todos los vivientes: 
“porque él es nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Padre, él es Dios por todos los siglos” 
(Tobías 13,4) 
Amén.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fui a la Ordenación de Mons Bodean, una gran Bendición.Y Monseñor Nicolini, fue para toda la Diócesis de Salto realmente un Santo y Sabio Pastor, que Monseñor Nicolini interceda por el aumento y santificación de las personas consagrafas