sábado, 16 de septiembre de 2023

“¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?” (Mateo 18,21-35). Domingo 24o. durante el año.

“Me dijo de todo, delante de todo el mundo”… Cuando alguien nos dice eso, o cuando lo dice uno de nosotros, hay un sobreentendido: ese “de todo” es “de todo” menos “lindo”.

Dice el diccionario que ofender es humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos. Tal cual.

Hace muchos años, yo estaba en una capilla, en una reunión de catequistas, cuando, de pronto, apareció una señora en la puerta del salón y sin saludo ni aviso previo, se dirigió a una de las presentes “diciéndole de todo, delante de todo el mundo”. Eran dos hermanas y el reproche de la recién llegada tenía que ver con que ella estaba sola para cuidar a la madre, que tenía demencia senil y la otra hermana, al parecer, no la ayudaba para nada pero tenía tiempo para pasarse metida en la Iglesia. La catequista se quedó muda y su hermana se fue tan repentinamente como había llegado.

Días después, la catequista fue a verme y me dijo que sí, que su hermana tenía razón, pero que, después de todo lo que le había dicho, ella tenía miedo de ir por su casa. Yo la animé a que fuera. Lo hizo y lograron entenderse.

“¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?” es la pregunta que le hizo Pedro a Jesús.

Pensando en situaciones como la que acabo de contar, creo que tendríamos que preguntarnos cuántas veces tenemos que perdonarnos entre hermanos, porque las ofensas se cruzan.

Es fácil presentarnos como víctimas, contando las cosas terribles que otros nos hicieron… pero en nuestro relato muchas veces nos olvidamos de las que hicimos nosotros.

La pregunta de Pedro no es nada teórica. No es sobre el perdón en general: es el perdón “al hermano”, que puede ser el hermano de sangre o de comunidad, o una persona muy cercana: amigo, compañero de trabajo, vecino… pero escuchemos la pregunta completa:

«Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?» (Mateo 18,21-35)

Pedro propone un límite contabilizable: siete veces. Aunque no parezca, es un límite generoso. El número siete, en la Biblia, expresa una perfección. Los maestros del tiempo de Jesús consideraban que tres veces era suficiente. Seguramente eso se refería a ofensas graves, no a pequeños problemas cotidianos… pero recordemos que la relación cercana y el afecto entre las personas agrava cosas a las que no se daría la misma importancia si vinieran de un desconocido.

La respuesta de Jesús, a pesar de que es numérica, se escapa de lo contable:

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mateo 18,21-35)

Esto puede responder también a algo que aparece en el libro del Génesis. Allí encontramos un personaje muy ofendido y muy vengativo. Se trata de Lamec, hijo de un tataranieto de Caín,  que dice así:

«Yo maté a un hombre por una herida, y a un muchacho por una contusión.
Porque Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete».
(Génesis 4,23-24)

Jesús toma esos números de desproporcionada venganza y los transforma en números de desbordante perdón. En esa dinámica, ya no es posible llevar la cuenta. Eso es lo que nos dice san Pablo, en su himno de la Caridad:

El amor no lleva cuentas del mal. (1 Corintios 13,5)

Sin embargo, las cuentas aparecen cuando seguimos leyendo el evangelio de este domingo.

El Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. (Mateo 18,21-35)

Arreglo de cuentas, que puede llegar hasta los macabros “ajustes de cuentas” que nos estremecen hoy…

Ante el rey llega el primer deudor:

Le presentaron a uno que debía diez mil talentos. (Mateo 18,21-35)

Un talento es ya una cantidad enorme de dinero. Diez mil talentos serían hoy muchos millones de dólares. Una deuda impagable.

Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. (Mateo 18,21-35)

Nos fuimos de 70 veces 7 a diez mil talentos. Jesús quiere mostrar la inmensidad del perdón de Dios. Pero ese perdón ha de ser correspondido, lo que, tristemente, no ocurrió en ese caso:

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. (Mateo 18,21-35)

Cien denarios equivalen a cien jornales. No es una cantidad menor para quien vive al día, como, posiblemente, era el caso de este segundo deudor. Pero el primero, que fue perdonado por una suma incomparablemente mayor, no tuvo compasión del compañero que le imploró con las mismas palabras que él había dicho ante el rey.

Esa actitud tan chocante, no escapó a la mirada de sus compañeros, que lo contaron al rey.

Éste lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos. (Mateo 18,21-35)

Todo esto lo resume la petición que encontramos en el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. O como dice en en el evangelio de Mateo:

“perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (6,12).

El perdón es un gesto de amor, que puede no ser correspondido. El domingo pasado el evangelio nos mostraba el procedimiento de la corrección fraterna que busca, ante todo, recuperar al hermano que ha tenido una conducta ofensiva.

La parábola que Jesús relata quiere hacernos ver que, a causa de nuestras faltas, nuestra deuda con Dios es enorme; al mismo tiempo nos muestra la grandeza del amor de Dios y su perdón que se desborda para cubrir todas nuestras deudas… Es muy difícil perdonar para quien no se descubre “deudor” ante Dios y se cree únicamente “acreedor” ante los demás… e incluso ante el mismo Dios. No vivamos alimentando rencores y deseos de venganza. No dejemos que nuestro corazón se oscurezca. Que nos ilumine el perdón de Dios, para que podamos también nosotros perdonar de corazón.

Noticias

Del 4 al 8 de septiembre tuvimos los Ejercicios Espirituales del clero de Canelones, que fueron orientados por el P. Leonardo Risso, párroco de José Batlle y Ordóñez, Lavalleja.

El sábado 9 de septiembre la parroquia San Miguel de Los Cerrillos se vistió de fiesta para celebrar las Bodas de Oro sacerdotales del P. Lucio Escolar, que recibió el sacramento del Orden en esa Iglesia.

El 13 de septiembre celebraron sus Bodas de Plata sacerdotales los PP. Renzo Siri y Humberto Marichal. Por la mañana, el P. Renzo visitó a su compañero, que reside en el Hogar Sacerdotal y en la tarde presidió la Misa en la Catedral. 

En esta semana

  • Martes 19: Beatas Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz nacidas en Montevideo, mártires durante la persecución religiosa en España.
  • Miércoles 20: San Andrés Kim y compañeros mártires de Corea.
  • Jueves 21: San Mateo, apóstol y evangelista
  • Sábado 23: San Pío de Pietrelcina

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

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