sábado, 26 de abril de 2025

La Misericordia cambia el mundo (Papa Francisco, Juan 20,19-31). II Domingo de Pascua, de la Divina Misericordia.

El lunes pasado nos conmovió la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Tal vez intuyendo que su final estaba próximo, el Papa gastó sus últimas fuerzas saludando a la multitud reunida en la plaza de San Pedro y pronunciando su última bendición urbi et orbi, es decir, a la ciudad y al mundo, que tradicionalmente hace el Papa el domingo de Pascua, el día de Navidad y también en su primera salida al público cuando acaba de ser elegido. 

Este 27 es nuestro primer domingo sin Francisco. Se preparó su sepelio para el sábado 26 y los cardenales, que tienen la enorme responsabilidad de elegir a su sucesor, van encontrándose en Roma en forma espontánea hasta que comiencen las congregaciones generales, que son reuniones todavía abiertas, que desembocarán en el Cónclave, es decir, la reunión “bajo llave”, sin contacto con el exterior, desde la que saldrá en su momento el humo blanco y el consecuente anuncio habemus papam. Mientras dure este tiempo de “sede vacante”, es decir, mientras esté vacío el sillón de Pedro, en las Misas no rezaremos por el Papa, ya que aún no lo tenemos y en el recuerdo por los difuntos nombraremos con cariños a quien acaba de regresar a la Casa del Padre.

Desde el comienzo, el pontificado de Francisco puso un fuerte acento en la misericordia, algo que marcó profundamente su vida y su vocación. Recordemos su lema, el mismo que tuvo como obispo: Miserando atque eligendo, “con misericordia lo eligió”, en alusión a la vocación de Mateo que, al llamado de Jesús, se levantó de su mesa de publicano y lo siguió. 

Los mensajes de Francisco sobre la Misericordia comenzaron muy temprano. En el primer domingo después de su elección, al rezar el Ángelus, habló sobre la misericordia, a propósito de la actitud de Jesús frente a la mujer sorprendida en adulterio, evangelio que comentamos hace tres semanas:

Conmueve la actitud de Jesús: no oímos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solamente palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». 
(…) El rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. 
(…) «Grande es la misericordia del Señor». (17 de marzo de 2013)

Más adelante aparece su expresión “la misericordia cambia el mundo” que he elegido como título de este programa. La frase es muy fuerte y puede ser recibida con cierto escepticismo… Cambia el mundo, pero… ¿en qué sentido?

Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia... (17 de marzo de 2013)

La misericordia está asociada con la paciencia de Dios. Cambia el mundo, pero no de una vez, de golpe, sino en la medida en que va entrando en nuestra vida, en que recibiendo la misericordia del Padre, nos vamos haciendo misericordiosos.

Habiéndola experimentado en su vida, Jorge Bergoglio se sintió llamado a ser testigo de la misericordia. Así lo hizo en su tiempo de arzobispo de Buenos Aires, con una gran cercanía con los pobres, los “descartados”, como solía decir. Y como Papa, dio un signo en su primera salida de Roma, con su visita, el 8 de julio de 2013, a los inmigrantes africanos que, huyendo de la miseria, llegaban a la isla de Lampedusa.

En el domingo de la misericordia de 2015, Francisco comenta el evangelio que escuchamos hoy:

Jesús vuelve a presentarse en medio de los suyos y se dirige inmediatamente a Tomás, invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado. Va al encuentro de su incredulidad, para que, a través de los signos de la pasión, pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual, es decir la fe en la resurrección de Jesús. (12 de abril de 2015)

Francisco hace ver que las llagas de Jesús son la manifestación de la misericordia de Dios. No podemos entender la pasión de Cristo si no es bajo el signo del amor y de la misericordia de Dios. Jesús lleva a su pleno cumplimiento el anuncio del profeta Isaías acerca de un misterioso “servidor sufriente”:

Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. (Isaías 53,5)

Contemplando las llagas de Jesús, Tomás y, después de él, también nosotros, contemplamos nuestras propias heridas, nuestras llagas, nuestras humillaciones. En la marca de los clavos, en la herida del costado de Jesús, encontramos la prueba decisiva de ser amados, esperados, entendidos… así se manifiesta Jesús misericordioso, lleno de compasión, de ternura, de dulzura. En medio de estas consideraciones, exclama Francisco:

¡Cuántos de nosotros buscamos en lo profundo del corazón encontrar a Jesús, así como es: dulce, misericordioso, tierno! Porque nosotros sabemos, en lo más hondo, que Él es así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente transformado, declara su fe plena y total en Él exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!» (12 de abril de 2015)

Francisco convocó para 2016 el Jubileo de la Misericordia, con la bula Misericordiae Vultus, “el rostro de la misericordia”. La bula comienza con estas dos afirmaciones que no podemos olvidar:

Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. (Misericordiae Vultus, 1)

¿Cómo nombramos a Dios? Muchas de nuestras oraciones hablan del “todopoderoso” y nosotros, débiles y pecadores, nos sentimos empequeñecidos ante la grandeza de Dios… Sin embargo, como recuerda Francisco, Santo Tomás de Aquino decía

«Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia» (Misericordiae Vultus,6)

La omnipotencia de Dios, su realidad de todopoderoso, se manifiesta especialmente en su misericordia. De eso es testigo Jesucristo, rostro de la Misericordia.

Si recibimos la misericordia de Dios, no es para quedarnos con ella como una especie de adorno que guardamos en una vitrina. Encontrar y recibir de veras la misericordia de Dios nos hace misericordiosos. La misericordia no es un mero sentimiento, sino que nos lleva a ponernos en obra. La tradición de la Iglesia nos habla de siete obras de misericordia corporales y otras tantas espirituales que estamos llamados a realizar, a poner en práctica, si de veras creemos en la misericordia del Padre. Estas obras de misericordia serán tales, no solo si llevamos a cabo cada una de esas buenas obras, sino si también las realizamos… con misericordia, es decir, manteniendo en nuestro corazón el sentimiento que nos lleva a hacerlas, sin dejarnos ganar por la rutina o el desencanto. A eso apuntaba el lema de 2016, recordándonos a todos los cristianos que estamos llamados a ser “Misericordiosos como el Padre”.

María, primera discípula y misionera, madre de la Misericordia, es testigo de que la misericordia del hijo de Dios alcanza a todos sin excluir a ninguno. A ella le pedimos, como dice la antigua oración:

“… vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” (Salve)

Gracias, amigas y amigos por su atención. Feliz Pascua y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Palabra de Vida: Con la Esperanza, llevar el Evangelio a todos. Marcos 16,9-15.


 

26 de abril de 2025. Sábado de la Octava de Pascua.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 25 de abril de 2025

Viernes de la Octava de Pascua. Juan 21,1-14.

 Palabra de Vida: Reconocer al Señor. Juan 21,1-14.

25 de abril de 2025. Viernes de la Octava de Pascua.

Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

jueves, 24 de abril de 2025

Palabra de Vida: “La paz esté con ustedes” (Lucas 24,35-48)


  
24 de abril de 2025. Jueves de la Octava de Pascua. 
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

miércoles, 23 de abril de 2025

Palabra de Vida: Reconocer los signos de la resurrección. Lucas 24,13-35.

23 de abril de 2025. Miércoles de la Octava de Pascua.

Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.


 

martes, 22 de abril de 2025

Proclamar la resurrección. Juan 20,11-18. Martes de la Octava de Pascua.

 



22 de abril de 2025. Martes de la Octava de Pascua.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

lunes, 21 de abril de 2025

Comunicado de los Obispos del Uruguay ante el fallecimiento del Papa Francisco.

Última imagen pública del Papa Francisco,
Domingo de Pascua, 20 de abril, bendición Urbi et Orbi.

La partida del Papa Francisco a la Casa del Padre conmueve en este día a toda la Iglesia.

Los Obispos del Uruguay oramos e invitamos a orar por su eterno descanso en las Misas que se celebren a partir de hoy; correspondientes, en esta semana, a la Octava de Pascua.

También hemos acordado unirnos para concelebrar, el próximo 23 de abril, Miércoles de la Octava de Pascua, la Misa en la que rezaremos por su descanso eterno. Esta celebración tendrá lugar en la Catedral de Montevideo, a las 17 horas.

Invitamos además a que ese mismo día, en todas las parroquias del Uruguay, se ore por el Santo Padre, en el horario que facilite la mayor participación de fieles.

Por otra parte, la Nunciatura Apostólica ha comunicado que se ha abierto un libro de condolencias que estará disponible en esa sede los días 22 y 23 de abril de 10:00 a 12:00 y de 15:00 a 17:00 ambos días.

«Alégrense» (Mateo 28,8-15). Lunes de la Octava de Pascua.

 


 
21 de abril de 2025.

sábado, 19 de abril de 2025

“Vio y creyó” (Juan 20,1-9). Domingo de Pascua de Resurrección.

Un accidente ocurre en la esquina. Ni fallecidos ni heridos, pero sí daños en los vehículos. Ha habido una clara infracción de uno de los conductores, pero éste se niega a reconocerla. El otro, claramente perjudicado, trata de convencerlo. Una tercera persona aparece en escena, habla con el que tiene razón y le dice: “Quédese tranquilo. Yo vi todo. Yo le salgo de testigo”.

El diccionario define “testigo” no solo como la “persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo”, segunda acepción, sino, en primer lugar, como la “Persona que da testimonio de algo, o lo atestigua”. Así se subraya una actitud: esto que he visto, esto que conozco, tengo que comunicarlo, tengo que hacerlo saber.

Cuando, después de la resurrección de Jesús, el Sanedrín llamó a los discípulos y según refiere Hechos de los Apóstoles 

“Les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús.” (Hechos 4,18)

La respuesta de los apóstoles fue:

“Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hechos 4,20)

Ése es el testigo: no solo el que conoce y presencia algo, sino quien lo comunica, quien da testimonio.

El evangelio de este domingo de Pascua, nos pone ante tres personas que vieron algo desconcertante y, de ello, fueron sacando sus conclusiones.

La primera de esas personas es María Magdalena.

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» (Juan 20,1-2)

En su momento, más tarde, María Magdalena vivirá su encuentro con Jesús resucitado. Aún no es ese momento: todavía estaba oscuro; es decir, todavía el corazón de María y de los discípulos estaba envuelto en la oscuridad, en el misterio doloroso de la muerte de Jesús. Pasado el sábado, en el que no se podía hacer muchas cosas, María fue hasta el sepulcro para llorar, para embalsamar el cuerpo de Jesús… pero encontró la tumba abierta, porque la piedra que cerraba la entrada había sido sacada. Eso es lo que ella vio y de lo cual sacó una conclusión: se habían llevado el cuerpo de Jesús.

Es ella misma quien pone en escena a los otros dos personajes: Simón Pedro y el otro discípulo. De ese discípulo sin nombre se dice que era “el que Jesús amaba”. La tradición lo fue identificando con Juan, hijo de Zebedeo; pero la forma en que el evangelista lo menciona, sin dar su nombre, es una invitación para que encontremos en esa figura nuestro lugar como discípulos que quieren encontrar al Señor. La noticia que trae María cambia el ritmo del relato:

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. (Juan 20,3-4)

Todo se acelera ante la desconcertante noticia. El discípulo que llegó primero,

Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. (Juan 20,5)

A través de los ojos de nuestros personajes, vamos viendo también nosotros. Primero, con María, la piedra quitada; con el otro discípulo, las vendas en el suelo. Y a continuación:

Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. (Juan 20,6-7)

A lo que ya hemos visto, se agrega el sudario enrollado. Parece poco probable que si alguien se hubiera llevado el cuerpo, se hubiera tomado el trabajo de quitar allí mismo las vendas y mucho menos, de enrollar el sudario. Pedro ve, pero no avanza. Finalmente:

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. (Juan 20,8)

El otro discípulo ve lo mismo que habían visto María y Pedro. Pero él da un paso más: “creyó”. Su mirada ya no es solo la visión de lo que aparece, sino que va más allá. Es la mirada de la fe, que atraviesa la oscuridad del corazón, para comprender lo que hasta ese momento parecía imposible:

Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos. (Juan 20,9)

La fe a la que accede el otro discípulo, el discípulo amado, la fe a la que accede sin haber visto todavía al resucitado, es la fe que cambia la vida. Los discípulos, no solo los doce, sino todos los discípulos y las discípulas, como María Magdalena y otras mujeres que seguían a Jesús, tuvieron la gracia y el privilegio de conocerlo en su vida terrena. Ese encuentro cambió su vida. La muerte de Jesús fue un acontecimiento frustrante, que les hizo preguntarse sobre el sentido de lo que habían vivido con Él. Abrirse a la fe en la resurrección de Jesús dio una raíz más honda, llevó mucho más lejos el cambio que habían experimentado. En adelante, quienes seguirán a Jesús, quienes hoy buscamos seguirlo solo podremos hacerlo desde esa fe en el resucitado, en el salvador que hizo en la cruz su ofrenda de amor y venció así a la muerte. Para nosotros pronunciará Jesús esta bienaventuranza, que escucharemos el próximo domingo:

“Felices los que creen sin haber visto” (Juan 20,29)

Ser testigo de Cristo, dar testimonio, no es solo dar un buen ejemplo, comportarse correctamente en la vida (que no es poco). El testimonio cristiano es aún más. Lo puede dar quien ha pasado de la muerte a la vida, quien pueda afirmar que su vida ha cambiado, que su vida ha encontrado sentido a la luz de la Pascua. No es solamente un cambio de vida, aunque sea muy bueno; es un cambio de vida que se ha producido a partir del encuentro con el Resucitado, luz en medio de la oscuridad, paz y alegría que se abre camino en el dolor, esperanza que germina entre el silencio de muerte… en esos y otros momentos similares, sentimos que estamos participando de la Pascua de Cristo, sumergiéndonos en su muerte para nacer de nuevo en su Resurrección.

Jóvenes que quieren seguir a Jesús

20 jóvenes de nuestra diócesis, varones y mujeres, participaron al comienzo de esta Semana Santa en el retiro organizado por la Pastoral vocacional. El retiro se realizó desde la tarde del Domingo de Ramos, hasta la tarde del Martes Santo, en el Campus del Colegio Nuestra Señora del Huerto, en la ciudad de Pando.

Misioneros de Fazenda de la Esperanza

La semana próxima estarán en Canelones misioneros de la Fazenda de la Esperanza, comunidad terapéutica para la recuperación de adicciones. Presentarán su testimonio a otros jóvenes y harán algunas acciones de servicio.

Gracias amigas y amigos por su atención. Muy feliz Pascua de Resurrección. Que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

viernes, 18 de abril de 2025

Sábado Santo: Vivir la gran Esperanza

Lectura: extracto de "una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado", seguida de una breve reflexión.

Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

(El texto completo de la "antigua homilía" se encuentra en el Oficio de Lecturas correspondiente al Sábado Santo).

Ilustración: ícono del descenso de Cristo a los infiernos. Cristo aparece en el centro, levantando de su tumba a Adán, frente a quien está Eva. Alrededor están patriarcas, reyes y profetas del Antiguo Testamento.

No hay que confundir "los infiernos", morada de los muertos, con "el infierno" lugar de condenación. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 633.

jueves, 17 de abril de 2025

Viernes Santo: “Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias” (Isaías 52,13-53,12)

Reflexión tomada del Vía Crucis con el Papa Francisco, Roma, 25 de marzo de 2016.

Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

Jueves Santo - Palabra de Vida: “Los amó hasta el fin” (Juan 13,1-15)

A todos mis hermanos en el sacerdocio: ¡muy feliz día!

Que el Señor nos ayude a crecer en fidelidad a Él y en el servicio a los demás.

Amigas y amigos todos, que llegue a cada uno de Uds. el amor de Jesús que nos amó hasta el fin.

Bendiciones.

+ Heriberto, Obispo de Canelones, Uruguay. 

Misa Crismal en la Catedral de Canelones (Miércoles Santo, 16 de abril)


Homilía de Mons. Heriberto

Queridos hermanos y hermanas:

Qué lindo ver, ya al entrar, los rostros de ustedes, llegados desde los distintos rincones de la Diócesis: fieles laicos, personas consagradas, diáconos, presbíteros diocesanos y religiosos, obispos eméritos, haciendo así presente ante el Señor, que nos reúne, al Pueblo de Dios que peregrina en Canelones.
“Me envió… a proclamar un año de gracia del Señor” 
dice, entre otras cosas, el texto de Isaías que hemos escuchado en la primer lectura y que Jesús retoma y proclama en la sinagoga de Nazaret, como hemos escuchado en el Evangelio. Terminada la lectura y ya sentado para dar su enseñanza, Jesús anuncia: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.»

Más que un año de gracia, un año jubilar como los que celebraba periódicamente el Pueblo de Israel y que la Iglesia ha seguido celebrando, Jesús vino a inaugurar un tiempo de gracia del Señor. Un tiempo de manifestación de la misericordia de Dios, que llama a la conversión y al encuentro con Él.

Pero es también un tiempo de gracia el año jubilar 2025 que estamos transitando como “peregrinos de esperanza”. Este año santo es también el año en que celebramos los ciento cincuenta años de la consagración del Uruguay al Sagrado Corazón de Jesús, en el marco de los 350 años de las apariciones de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque. La consagración que celebró nuestro beato Jacinto Vera, padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay, la renovaremos en cada diócesis y en cada comunidad parroquial.
Asimismo, en 2025 recordamos el bicentenario de acontecimientos de nuestra historia patria, particularmente los que se dieron en la Florida, entre los cuales estuvo el comienzo de la devoción a María como “Virgen de los Treinta y Tres”.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha consagrado con la unción”.
La unción con aceite es un signo por medio del cual Dios consagra a su servicio a quienes unge.
En la Primera Alianza, eran consagrados por la unción reyes y sacerdotes; los profetas, como Isaías, eran considerados “ungidos” aunque no hubieran pasado por ese rito, porque el Espíritu del Señor se manifestaba en ellos. El Señor mismo los ungía y consagraba.

Esta Misa, llamada “crismal”, recibe su nombre del Santo Crisma, el aceite que es consagrado por la oración del obispo juntamente con los presbíteros. 
  • Con el Santo Crisma se ungen los recién bautizados, como signo de su unión con Cristo, el Ungido, sacerdote, profeta y rey. 
  • Esa primera unción anuncia una segunda unción con el Santo Crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, “confirma” y da plenitud a la unción bautismal.
  • También, en el sacramento del Orden, se unge con el Santo Crisma las manos de los presbíteros y, en la ordenación episcopal, la cabeza de los Obispos, expresando su participación del Sumo Sacerdocio de Cristo.
  • En la dedicación de una iglesia, se ungen los muros para expresar que ella está dedicada toda entera y para siempre al culto cristiano.
  • Se unge también el altar con el Santo Crisma, tanto dentro del rito de la dedicación de una iglesia como en la dedicación de un nuevo altar en una iglesia ya dedicada. El altar se convierte así en símbolo de Cristo, el Ungido, que en el altar de su cuerpo ofreció el sacrificio de su vida para la salvación de todos.
En esta misa se bendicen también el óleo de los catecúmenos y el óleo para el sacramento de la Unción de los enfermos.
  • Por la unción pre bautismal, los catecúmenos son fortalecidos en su preparación al bautismo, de modo que puedan renunciar a Satanás y al pecado antes de que se acerquen y renazcan en la fuente de la vida.
  • La Unción con el óleo de los enfermos, como atestiguan el evangelio según san Marcos (6,13) y la carta de Santiago (5,14-15) da alivio a las dolencias del alma y del cuerpo, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados.
Así, pues, esta Misa, tan particular, única, que se celebra una vez al año en un solo lugar de cada Diócesis, presidida por el obispo, con la presencia de presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos, nos congrega en torno a los sacramentos, signos de salvación, que hacen de nosotros un pueblo de profetas, sacerdotes y reyes, Pueblo de Dios.

El relato de la pasión que escucharemos pasado mañana, en la celebración del Viernes Santo, nos recuerda que los sacramentos nacen del corazón de Cristo. Dice el evangelista Juan:
“uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.  El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean”. (Juan 19,34-35)
Del corazón de Cristo nace la Iglesia. Así, para que el Pueblo de Dios pueda participar del banquete pascual instituido por Cristo, para ser alimentado por la Palabra del Señor y fortalecido con los sacramentos, el Padre Dios eligió a algunos hombres para hacerlos participar de su ministerio mediante la imposición de las manos.

Esos hombres son los presbíteros, tanto los diocesanos como los que pertenecen a distintas congregaciones. Esta Misa expresa de forma muy especial la unión de los sacerdotes y el obispo, para mejor servir al Señor y al Pueblo de Dios que se nos ha confiado. Aún aquellos que por su edad o salud ya no pueden ejercer las distintas funciones del ministerio, desde el Hogar Sacerdotal siguen participando de esa comunión y ayudan a sostenernos con su oración.
 En ese espíritu, los sacerdotes van a renovar ahora las promesas de su ordenación. Lo mismo harán los diáconos, que en el tercer grado del sacramento del orden, son configurados con Cristo que se hizo servidor de todos.

Queridos hermanos y hermanas, oren por todos nuestros ministros ordenados y también por quien hoy, como Obispo, tiene la misión de santificar, enseñar y conducir al Pueblo de Dios que peregrina en Canelones. Oren también por quienes están sintiendo el llamado de Dios al camino del sacerdocio y por quienes en el Seminario están haciendo su preparación para recibir un día el sacramento del Orden.

Sigamos recorriendo este Año Santo, escuchando 
“al Señor que nos salva hablando a nuestro corazón desde su Corazón sagrado” (Dilexit Nos, 26). 
Que nuestros corazones estén cada día más abiertos para recibir al Señor en este tiempo de Gracia que Él nos regala. Así sea.

sábado, 12 de abril de 2025

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Lucas 22, 7.14 – 23,56). Domingo de Ramos en la pasión del Señor.


 Todos los años, en este día, nuestras iglesias reciben más gente que habitualmente. Creo que para muchos es importante llevar su “ramo”, es decir, algunas ramitas de olivo u hojas de palma que son bendecidas al tiempo que recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén y comienza la Semana Santa.

También, y no es nada menor, en el domingo de Ramos leemos el relato de la Pasión del Señor. En un ciclo de tres años se leen los evangelios conocidos como “sinópticos”: Mateo, Marcos y Lucas. En cambio, en el Viernes Santo, siempre se lee el relato del evangelio según san Juan.

De esta forma, a lo largo de los años vamos conociendo estas diferentes narraciones. Los cuatro evangelios cuentan básicamente lo mismo: en la noche del Jueves, después de la última cena, Jesús se retira al Huerto de los Olivos a orar. Allí es detenido por un grupo guiado por Judas, el discípulo que traicionó al maestro. Los otros discípulos huyen. Jesús es interrogado por los sacerdotes. Pedro, que lo ha seguido, lo niega al verse en apuros. El viernes, Jesús es llevado ante Pilato, quien cede ante los gritos de la multitud y lo condena a morir en la cruz. Jesús es cargado con el madero, llega al Gólgota, es crucificado entre dos ladrones, muere y es sepultado. 

Hasta aquí, lo esencial… pero los evangelios están muy lejos de ser tan solo una crónica sucesos. Cada evangelista tiene su propia perspectiva, su propio ángulo, desde el cual ver a Jesús y así, a través de diferentes énfasis o aún de diferentes elementos que cada uno introduce en el relato, van formando un retrato del Hijo de Dios. Los cuatro evangelios se complementan, podríamos decir, se completan, con sus diferentes perspectivas. Por eso interesa lo que es propio de cada uno… y eso es lo que vamos a intentar ver ahora.

Este año leemos el relato de la pasión en el evangelio según san Lucas. Si nos preguntamos cuál es la especial característica que Lucas quiere resaltar en Jesús, podríamos decir que es la misericordia, tanto del Padre como de Jesús. No es que Jesús no aparezca misericordioso en los demás evangelios; pero en Lucas ese aspecto aparece especialmente subrayado… pensemos en parábolas como la del buen samaritano o la del hijo pródigo, que encontramos solamente en este evangelio.

Pero entonces ¿en qué detalles del relato de la pasión se subraya la misericordia? Algunos son pequeños detalles, que aparecen en la narración. Otros aparecen en las palabras de Jesús.

Durante la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús pide al Padre “si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” solamente Lucas nos habla del ángel que consuela a Jesús:
Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, Él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. (Lucas 22,43-44)
Jesús está en agonía; palabra que no significa en su origen el paso hacia la muerte, sino que significa “lucha”. Es su combate espiritual y en ello Dios lo reconforta.

Jesús había pedido a sus discípulos que oraran para no caer en la tentación.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. (Lucas 22,45)
Los otros evangelistas nos dicen simplemente que los discípulos dormían. Lucas anota una causa de ese sueño: la tristeza, mostrándose comprensivo con la fragilidad humana.

Cuando llega a apresar a Jesús la multitud encabezada por Judas, los discípulos reaccionan violentamente:
Uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: «Dejen, ya está». Y tocándole la oreja, lo sanó. (Lucas 22,50-51)
Nuevamente, es solo Lucas quien nos cuenta ese detalle: Jesús interviene, no solo frenando la violencia, sino compadeciéndose del herido y curándolo.

Y llegamos al momento de la negación de Pedro. Los otros relatos nos muestran dos escenarios cercanos, pero sin comunicación entre sí. Jesús, dentro de la casa del Sumo Sacerdote. Pedro, afuera, en el patio, junto al fuego y a las personas que comienzan a inquirirle si acaso no era él también uno de los que estaba con Jesús. Aquí vemos otro detalle que solo anota Lucas, poniendo en conexión los dos escenarios. Después de que Pedro niega a Jesús por tercera vez…
Cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente. (Lucas 22,60-61)
Dicen los estudiosos que el verbo que utiliza Lucas y que nosotros traducimos como “mirar”, tiene otra profundidad. Expresa un mirar penetrante. Jesús ve el corazón del discípulo: comprende su debilidad, sabe que Pedro lo ama y desea seguir siéndole fiel. Su mirada toca profundamente el corazón de Pedro y lo lleva a llorar arrepentido.

Cada uno de estos detalles son como pequeñas flores que podemos ir recogiendo para formar un ramillete de signos de misericordia. Pero nos faltan todavía los dos momentos en que la misericordia de Jesús alcanza su punto más alto.
Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Lucas 23,33-34)
Estas palabras son las que todo discípulo debe tener presente cuando le toque soportar injusticias, persecuciones. Jesús predicó el amor a los enemigos, que no es actuar como si no pasara nada, fingir que no hemos sido heridos por ellos, sino que es el deseo de que se arrepientan y se conviertan, que lleguen a participar de la salvación de Dios. Aquí Jesús, en el momento más dramático, pone en práctica lo que ha predicado. 
San Esteban, primer mártir, hará lo mismo, rogando por quienes lo apedrean:
Poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y al decir esto, expiró. (Hechos 7,60)

Ya en la cruz, por tres veces a Jesús le van a decir: “sálvate a ti mismo”. Lo hacen los jefes del pueblo, los soldados y uno de los ladrones. Frente a esas voces, a través de las cuales habla el Tentador, se levanta la del tercer crucificado:
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».
Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lucas 23,40-43)

Jesús no vino a salvarse a sí mismo. Ha venido a salvar a todos. En esa dirección va su amor y su oración por los enemigos. Pero aquí hay alguien que ha creído en él, que pronuncia su nombre… para él es la más maravillosa promesa del amor de Dios: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Desde la cruz, Jesús mira nuestro corazón. Tras escuchar el relato de su entrega de amor, de la manifestación de su misericordia, estamos invitados a imitar a aquéllos que se retiran de la escena después de la muerte de Jesús:
La multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. (Lucas 23,43)
Con ese sentimiento, recojamos las palabras que aparecen en el diario de Santa Faustina Kowalska, a partir de su visión de Jesús misericordioso:
A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi desamparo en momento de agonía. Esta es la hora de gran misericordia para el mundo entero.
Amigas y amigos, gracias por su atención. Que en esta Semana Santa puedan vivir profundamente el encuentro con la Misericordia del Señor. Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 4 de abril de 2025

AFRONTAR CON AMOR EL FINAL DE LA VIDA. Aporte al debate y reflexión pública sobre la eutanasia.


El fundamento que sostiene nuestras opciones

1. La dignidad de la persona se fundamenta en el mismo hecho de pertenecer a la especie humana. Decir que es “digna” es el mejor modo de expresar su valor absoluto, único e insustituible, que no se pierde en ninguna circunstancia y es independiente de cualquier condición. Este principio de la igual dignidad de todo ser humano es plenamente reconocible por la sola razón, y constituye el fundamento de los derechos humanos.  Para nosotros, los creyentes, Dios “ama infinitamente a cada ser humano” y “con ello le confiere una dignidad infinita” (1).

El valor de la vida de cada persona es un don que trasciende la mera existencia física. La vida humana es el fundamento, la condición necesaria para adquirir todos los bienes, la fuente que posibilita toda actividad humana y toda convivencia social. La vida es bella e irrepetible pero, al mismo tiempo, es limitada y la acompañan diversos sufrimientos así como la muerte. Necesitamos fortalecer una conciencia social que acoja, proteja, promueva y acompañe a cada persona en toda su existencia, incluida la etapa final de su vida terrena, a través de la fundamental ayuda de la familia, la medicina paliativa y la genuina experiencia espiritual.

Nuestro esperanzador SÍ

2. Valoramos enormemente la forma de accionar de la medicina paliativa. Lo propio de ella es cuidar, aliviar y consolar, humanizando el proceso de la muerte de forma profesional, afectuosa y cercana, con el paciente y su familia. Ella es la mejor expresión de lo que en lo profundo del corazón desean la mayoría de las personas que no quieren ver sufrir a un ser querido y tampoco quitarle la vida. 

3. La sedación paliativa es una indicación médica científica y éticamente correcta, que se plantea cuando los pacientes padecen síntomas no controlables (refractarios) que les provocan un sufrimiento intenso. La misma consiste en la disminución deliberada del nivel de conciencia del enfermo mediante la administración de fármacos apropiados, por vía y en dosis adecuadas. Exige un control clínico permanente del efecto buscado y requiere para su inicio el consentimiento explícito o implícito del paciente o, en caso de incapacidad, delegado en un familiar directo. Los cuidados básicos (alimentación, hidratación, aseo, cambios posturales) pueden continuarse y ser periódicamente evaluados.

4. Destacamos la autonomía responsable como un elemento fundamental en referencia a la dignidad de la persona. El ser humano -por naturaleza- es libre y se perfecciona en su ejercicio.  Basar la dignidad de la persona únicamente sobre su autonomía constituye una visión antropológica reducida. La misma enfermedad, la medicación y otras circunstancias limitan necesariamente la capacidad de decisión de la persona. Además la eutanasia implica actos que no se circunscriben solo al paciente, siempre involucra a otros, con posibles daños.

Nuestro firme NO

5. No es éticamente aceptable la obstinación terapéutica que consiste en la instauración de medidas de tratamiento no indicadas, ineficientes, desproporcionadas o extraordinarias con el fin de querer prolongar la vida del paciente a toda costa, sabiendo que no se proporciona un real beneficio (2). Ya está estipulada por el Derecho la posibilidad de que una persona decida no recibir tratamiento médico ante una enfermedad terminal (Ley 18.473, que regula la voluntad anticipada, del 2009).

6. Tampoco es éticamente aceptable causar la muerte de un enfermo. Tal como lo establece la Asociación Médica Mundial y el Código de Ética Médica (Ley Uruguaya 19.286 de 2014), en su artículo 46 (que actualmente se quiere derogar, cf. proyecto de ley art 9), la eutanasia activa, entendida como “la acción u omisión que acelera o causa la muerte de un paciente, es contraria a la ética de la profesión”. El médico nunca debería ser partícipe de una conducta que cause activamente la muerte a otro ser humano. Matar al enfermo no es ético ni siquiera para evitarle el dolor y el sufrimiento, aunque él lo pida expresamente, en cambio, sí lo es la “sedación paliativa” como se mencionó previamente. Ni el paciente, ni el personal sanitario, ni los familiares tienen el derecho de decidir o provocar la muerte de una persona. En última instancia, esa acción constituye un homicidio llevado a cabo en contexto clínico.

La ley y sus consecuencias negativas

7. Nuestra sociedad necesita apoyar las leyes que prevengan y desestimulen cualquier género de eutanasia. Valoramos las leyes que han permitido el acceso universal a programas de salud mental, a la medicina paliativa y al sistema nacional de cuidados, pero aún es preciso desarrollar programas que faciliten su cumplimiento y la accesibilidad real a toda la población.

8. Jurídicamente, un proyecto en favor de la eutanasia implica cambiar el valor fundamental de la vida humana y su carácter de ser un derecho humano básico que no se puede disponer, ni renunciar (indisponible e irrenunciable). Esto es contrario a la Constitución y a los instrumentos internacionales de Derechos Humanos. 

9. Se induce a error y se abre la puerta a una cadena de violaciones de la dignidad de la persona humana cuando se pretende legalizar la eutanasia, manipulando el lenguaje para pretender “naturalizar” la eutanasia. 

El proyecto de ley habla de muerte “digna”, muerte “natural” (cf. art 1.2.10.11), aunque en la realidad sea la acción opuesta a la primera exigencia de la dignidad moral, que es valorar la vida. Modifica en su artículo 10 la ley 18.335 (art.17) (3), eliminando “anticipar la muerte por cualquier medio” (y abriendo así el camino a la eutanasia), pero dejando el de “morir en forma natural”. Y, para que no se considere que la eutanasia viola el derecho a morir con dignidad, en el artículo 11 se establece: “A todos los efectos, la muerte por eutanasia será considerada como muerte natural”.  

La experiencia en otros países demuestra que, una vez establecida la discriminación legal entre vidas con valor social (irrenunciables) y otras sin calidad de vida suficiente (“con grave y progresivo deterioro de su calidad de vida”, art. 2° del proyecto) a las que se les ofrece matarlas, esto conduce a formas indirectas de presión hacia el paciente. Además refuerzan el miedo y el estigma hacia la muerte natural, dejan entrever que el sistema de salud no está preparado y entran en contradicción con las políticas de prevención del suicidio, tema sumamente preocupante en el Uruguay de hoy. Cada vez son más las vidas que se consideran sin valor, “eutanasiables”, en un efecto de pendiente resbaladiza (4).

Una dimensión esencial

10. En las enfermedades graves y más aún cuando se acerca la muerte, las personas se encuentran, por lo general, especialmente necesitadas y deseosas de múltiples apoyos, así como de asistencia religiosa. Se trata de un hecho coherente con la naturaleza espiritual del ser humano constatado a nivel sociológico. La Iglesia, servidora de la humanidad, quiere ofrecer la luz de la vida eterna que emana de Cristo muerto y resucitado, capaz de llenar de fe, esperanza y amor las situaciones más complejas y, en muchas ocasiones, dolorosas de la existencia humana. Solo así podremos llegar con paz y dignidad a expresar en el momento final sentimientos confiados y palabras similares a aquellas de Jesucristo en su agonía: “Padre, en tus manos, encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

Como obispos del Uruguay hemos querido sintetizar nuestro aporte en esta importante problemática moral. Invocamos la protección de Dios para que ilumine a los representantes del Pueblo a fin de que legislen a la luz de la dignidad de la persona y los Derechos Humanos. Del mismo modo le pedimos que oriente y fortalezca a todas las personas de buena voluntad, al personal de la salud, a las comunidades cristianas y a las familias, para que cuiden y respeten el valor incondicional de las personas que se acercan al final de la vida (5).

Florida, 4 de abril de 2025.
Los Obispos del Uruguay.

(1) Declaración Dignitas infinita, sobre la dignidad humana. Dicasterio para la Doctrina de la Fe, 2 de abril de 2024.
(2) Catecismo de la Iglesia Católica 2278.
(3) Que define el derecho de los pacientes a “morir con dignidad” entendiéndolo como “morir en forma natural…evitando en todos los casos anticipar la muerte por cualquier medio utilizado con ese fin”.
(4) En el proyecto de ley ya se percibe esta pendiente resbaladiza: en el artículo 2º incluye enfermedades crónicas, degenerativas e incluso condiciones de salud incurables. Da un plazo de discernimiento de pocos días. No hay una comisión de profesionales especializados que den garantías previas. La comisión evalúa después de la muerte si la eutanasia fue conforme a la ley. No habla de otro alivio que no sea la muerte.
(5) Para una mayor profundización cf. Documento de la CEU, “Afrontar el final de la vida”, junio 2020.

Sinodalidad y defensa de la Vida. Culminó asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay.


Desde el lunes 31 de marzo al viernes 4 de abril estuvieron reunidos en Florida los obispos miembros de la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU).

En esta asamblea ordinaria asumieron las nuevas autoridades, elegidas en noviembre del año pasado: Mons. Milton Tróccoli, obispo de Maldonado-Punta del Este-Minas es el nuevo presidente. El Cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo y Mons. Heriberto Bodeant, obispo de Canelones, continúan en sus respectivos cargos de vicepresidente y secretario general, ya que fueron reelectos.

También asumen, a partir de esta asamblea, los obispos presidentes de los diferentes Departamentos y Comisiones de la CEU, así como los respectivos secretarios ejecutivos de cada uno de esos organismos.

La asamblea comenzó con un retiro orientado por Mons. Bodeant, en referencia al Sagrado Corazón de Jesús, considerando la celebración del sesquicentenario de la consagración de Uruguay al Sagrado Corazón celebrada en 1875 por el beato Jacinto Vera.

Los obispos prepararon un mensaje como aporte al debate y reflexión pública sobre la Eutanasia, titulado “Afrontar con amor el final de la vida”, que se está distribuyendo a la prensa y a nuestras comunidades.

La CEU cuenta con Orientaciones Pastorales aprobadas para el trienio 2021-2023. Habían sido prorrogadas hasta 2024. Para este año, se consideró dar especial atención a las actividades locales, diocesanas y nacionales con motivo del Año Jubilar y prolongar la vigencia de las actuales Orientaciones, poniendo énfasis en la segunda de ellas:

“Fortalecer la vida y los procesos comunitarios, generando y promoviendo en nuestras comunidades la cultura del encuentro, buscando crecer en sinodalidad.” 

Como sinodalidad debe entenderse nuestro caminar juntos como Pueblo de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo, que nos abre caminos nuevos en la comunión, la participación y la misión. “Crecer en sinodalidad” es especialmente pertinente en este año, en que, concluido el Sínodo sobre la sinodalidad (2023-2024), corresponde asumir la recepción de su documento final y acompañar el camino hacia la Asamblea Eclesial universal, programada para el año 2028.

Dos son las convocatorias nacionales con motivo del Año Santo: el jueves 12 de junio, renovación de la consagración del Uruguay al Sagrado Corazón de Jesús y Jubileo de los Sacerdotes; el 9 de noviembre, peregrinación nacional a la Virgen de los Treinta y Tres, en el bicentenario de la devoción a la patrona del Uruguay. Los obispos reiteran la invitación a todos los fieles, ya difundida en noviembre del año pasado. Es bueno recordar, también, que las nueve diócesis del Uruguay han designado numerosos lugares sagrados que los fieles pueden visitar en cualquier momento del año jubilar.

El Nuncio Apostólico en el Uruguay, Mons. Gianfranco Gallone, visitó la asamblea el martes 1, acompañado por el nuevo Secretario de la Nunciatura, Mons. John Kallarackal. El representante pontificio y los obispos tuvieron un diálogo sobre la vida de la Iglesia en el Uruguay.

El Lic. Hernán Bonilla, de CED, presentó a los obispos un panorama de la situación socio-económica del mundo y el Uruguay.

Durante estos días los obispos recibieron a los responsables de diversos departamentos y comisiones de la Conferencia Episcopal:

  • Catequesis, destacándose el inicio del curso de formación de catequistas del Instituto Catequístico del Uruguay (ICU), que ya se está realizando, con una muy buena respuesta.
  • Animación Bíblica de la Pastoral, anunciando la publicación de subsidios bíblicos para este año.
  • Sector Palabra de Dios, que ofrecerá este año un curso sobre la Esperanza en el mes de septiembre, en el marco del Año Jubilar.
  • Misiones, con el informe del sexto Congreso Americano Misionero, que tuvo lugar en noviembre del año pasado en Puerto Rico.
  • Comisión Nacional de Prevención de abusos, que está preparando un encuentro de referentes diocesanos y de los organismos eclesiales, a realizarse en mayo de este año.
  • Informe de la reunión zonal de Cono Sur convocada por el CELAM, en preparación a la Asamblea que tendrá lugar este año en Río de Janeiro. Participó la secretaría de la CEU, así como representantes de Pastoral Social-Cáritas y Pastoral Juvenil.
  • También fue presentado el balance anual de la Conferencia Episcopal, por el ecónomo de la CEU, Juan Pablo Cibils, quien se jubila este año y a quien los obispos expresaron su agradecimiento por sus catorce años de buen servicio.

jueves, 3 de abril de 2025

No te condeno (Juan 8,1-11). V Domingo de Cuaresma.

 El lunes 17 de marzo, en la Catedral de Montevideo, se celebró una velada de oración organizada por la Confraternidad Judeo-Cristiana, con la presencia del presidente de la república y de otras autoridades, para orar por el nuevo gobierno. Hubo una lectura bíblica, tomada del primer libro de los Reyes, donde se encuentra la oración en la que el joven rey Salomón pide a Dios el don de la sabiduría para poder gobernar a su pueblo (1Re 3,5-15). ¿Gobernar? Escuchemos que es lo que pide Salomón:

Concede a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?». (1 Reyes 3,9)

Es interesante notar que Salomón pide la sabiduría para juzgar. No habla de legislar o de ejecutar trabajos. Es que la Ley ya estaba dada, recibida de Dios por Moisés y cada uno de los miembros del pueblo debía ponerla en práctica. Sin embargo, no siempre era claro cómo correspondía aplicar la ley, tanto cuando era trasgredida como cuando se presentaban conflictos entre los miembros del pueblo de Dios. Allí era necesario juzgar y para eso Salomón no solo pide discernir entre el bien y el mal sino, antes que nada, tener un corazón comprensivo.

El evangelio de hoy nos presenta una situación en la que se quiere colocar a Jesús en la posición de juez, que debe indicar cómo se debe aplicar la ley de Moisés:

Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?» (Juan 8,3-5)

¿A qué ley se refieren los escribas y fariseos? Leemos en el libro del Levítico:

Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos serán castigados con la muerte. (Levítico 20,10 cf. Deuteronomio 22,22-24)

No puede dejar de llamarnos la atención el hecho de que el hombre adúltero, mencionado en primer lugar por la ley, no esté aquí. Pero no sabemos la causa. Por otra parte, dicen los estudiosos, que la pena de muerte no solía aplicarse. De todos modos, no faltaba una exposición pública que equivalía a una especie de “muerte civil” de la persona. De hecho, esa exposición es la que se está dando allí, ante Jesús.

Pero aquí no se trata en primer lugar de la mujer. Se trata de Jesús y de su prédica: “Y tú, ¿qué dices?”, le inquieren, “para ponerlo a prueba”.

La respuesta de Jesús es un gesto silencioso:

Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. (Juan 8,6)

El silencio invita a la calma, a la reflexión… pensemos en Salomón pidiendo “un corazón comprensivo para juzgar a tu pueblo”. Pero el gesto no produce ese efecto, de modo que Jesús se pone de pie y rompe el silencio:

Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.» (Juan 8,7)

Esta palabra de Jesús pone a cada uno en confrontación consigo mismo. El corazón se hace comprensivo del pecado del otro cuando se encuentra con sus propias faltas, con su propia fragilidad. Cuando se encuentra con su propia miseria. Los primeros en retirarse fueron los ancianos, dando muestra de reencontrarse con la sabiduría que se espera ver en quienes tienen ya muchos años.

Quedan ahora en la escena solamente Jesús y la mujer. Hay un breve diálogo entre ellos. Jesús pregunta dónde están los acusadores y si alguien la ha condenado. “Nadie, Señor” es la respuesta de ella. A continuación, Jesús le dice:

«Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante» (Juan 8,11)

“Yo tampoco te condeno”. Se ha interpretado esto como un perdón y un perdón sin más, ya que no hay de parte de la mujer ninguna expresión de arrepentimiento, como la que escuchamos el domingo pasado en boca del hijo pródigo: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo…” Tampoco es esta mujer la pecadora arrepentida que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas, los secó con sus cabellos y se los ungió con perfume.

Esta mujer no ha tenido un momento de reflexión. Ha sido sorprendida in fraganti, apresada y llevada hasta Jesús, envuelta en la vergüenza y el miedo. No estaba en las mejores condiciones de hacer un perfecto “acto de contrición” ni otra expresión de arrepentimiento.

“¿Dónde están tus acusadores?” pregunta Jesús. “Yo tampoco te condeno”. ¿Con eso está diciendo Jesús que todo está bien, que “no pasa nada”, que da lo mismo actuar de una manera o de otra? No. El pecado, en cualquiera de sus formas es un mal porque destruye la vida de la persona que lo comete. Destruye sus relaciones con Dios, con los demás y consigo misma. El mal que hago a los otros me afecta también a mí. Destruye mi vida. Por eso importa mucho la palabra final de Jesús: “no peques más”. No vuelvas a caer. No repitas el error de arruinarte la vida.

Recordemos estas palabras del profeta Ezequiel, que Jesús está poniendo en práctica y que tanto bien nos hace recordar en cada Cuaresma:

«Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! (Ezequiel 33,11)

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Jesús no acepta ser puesto como juez de una justicia humana vindicativa, es decir, una justicia que establece una forma de venganza de la sociedad sobre el miembro que ha hecho daño. 

Podríamos decir, en cambio, que Jesús se hace juez de una justicia divina restaurativa, que busca llevar a cada persona humana a la plenitud de la vida, restaurando su relación en armonía con Dios, con los demás, con la Casa Común y consigo misma.

Esta página del evangelio, una vez más, nos invita a encontrarnos en los personajes que se nos presentan: en la mujer pecadora, en sus acusadores, en los ancianos que fueron los primeros en retirarse… o en el corazón de Jesús, para ser testigos de su misericordia.

Semana Santa. Misa Crismal.

El 13 de abril es Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, en la que celebramos aquello que está en el centro de nuestra fe: la muerte y resurrección de Cristo.

Cada parroquia ha preparado ya su programa de celebraciones; pero quiero destacar la Misa Crismal que, en nuestra diócesis, se celebrará el miércoles santo, a las 9:30 de la mañana, en la Catedral de Canelones. Esa Misa será uno de los momentos de encuentro diocesano en el Año Jubilar. Participar en ella, habiéndose confesado o haciéndolo poco después, comulgando y rezando por las intenciones del Santo Padre, permite recibir la indulgencia plenaria para sí mismo o para una persona fallecida.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 31 de marzo de 2025

José Ceriani, nuevo diácono permanente para la Diócesis de Canelones.


Queridos hermanos y hermanas:

En este cuarto domingo de cuaresma, nos convoca el Señor para seguirlo en nuestro camino hacia la Pascua, en este Año Santo y hoy, de manera especial, para participar en la ordenación diaconal de José Miguel Ceriani Peregalli, miembro de esta comunidad parroquial del Santísimo Salvador.

El evangelio que acabamos de escuchar nos pone ante el Padre Misericordioso. Las parábolas de Jesús son siempre una invitación a que nos ubiquemos dentro de ellas, identificándonos con alguno de sus personajes.

El hijo menor, que se aleja, en todo sentido -tanto en la distancia física como en la distancia espiritual- que se aleja de la casa del Padre, es la primera figura que nos llama la atención.

La forma en que se da cuenta de su pecado, su arrepentimiento, la manera en que piensa reconocer ante su padre esa falta: “padre, pequé contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus servidores”, la podemos hacer nuestra con la oración que nos propone el papa Francisco en el comienzo de Evangelii Gaudium, “La alegría del Evangelio”. El papa nos dice: 

“Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!” (EG 1)

El hijo menor nos muestra el camino de regreso hacia la Casa del Padre. Todos somos como el hijo menor. No es necesario que nos hayamos alejado tanto, que tanto nos hayamos separado de Dios: toda falta, todo pecado, nos aleja del Padre. La Cuaresma es una permanente invitación a volver a Dios.

Figura más compleja es el hijo mayor. Él nunca se fue. Al contrario, se quedó, trabajando para su padre, como dice él: “sin desobedecer jamás ni una sola de tus órdenes”. Sin embargo, cuando regresa su hermano, nos muestra un corazón endurecido. Si el hijo menor, al pedir su parte de la herencia y marcharse de la casa, mató al padre en su corazón, el hermano mayor mató en su corazón al hermano que se fue de casa.

Jesús dirige esa parábola a los escribas y fariseos, aquellos personajes religiosos que se sentían seguros ante Dios por su estricta observancia de la Ley, pero que miraban con desprecio a los pecadores, a la masa de los condenados.

Tal vez tengamos que mirarnos también nosotros en el espejo del hermano mayor y ver que nuestro propio corazón muchas veces se cierra también al hermano. Todos somos, también, el hermano mayor.

Finalmente, el Padre. El padre misericordioso. Misericordioso con sus dos hijos. El padre pudo ver desde lejos la llegada del hijo menor, porque, seguramente, todos los días salía a mirar el camino, con la esperanza de ver regresar a su hijo. Un día, esa esperanza se vio colmada y celebró con alegría ese regreso.

Pero cuando el hermano mayor no quiso entrar a participar de la fiesta, el padre salió de nuevo, ahora a buscar a su otro hijo, llamándolo a entrar, a alegrarse con él y a reconciliarse con su hermano.

La comunión, la fiesta de la Eucaristía, no es un encuentro individual con Dios: Él y yo, yo y Él y no importa más nada. Es un encuentro personal y comunitario. La comunión es unión con Cristo y unión en Él con los hermanos. No es posible una plena reconciliación con Cristo sin reconciliación con los hermanos.

Por eso, también podemos sentirnos llamados a identificarnos con el Padre misericordioso: a ponernos en su corazón, a llenarnos de su deseo de llegar a una humanidad reconciliada en el amor. Todos podemos pedir ese corazón de padre y de madre que quiere reunir a sus hijos en el amor.

Y la palabra de Dios, en este domingo, ¿qué nos dice sobre la ordenación diaconal de José? Sabemos que el diácono no tiene el ministerio del sacramento de la reconciliación, que es propio del sacerdote. En la segunda lectura, san Pablo habla de ese ministerio, pero también de la “palabra de la reconciliación”. Esa palabra, nos dice san Juan Pablo II, le ha sido confiada a toda la comunidad de los creyentes, a todo el conjunto de la Iglesia de manera de “hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo” (RP, 8). Reconciliación con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con todo lo creado. Reconciliación que pasa por la conversión del corazón y la victoria sobre el pecado, a través de estos medios que nos recuerda el papa Juan Pablo:  

“el escuchar fiel y amorosamente la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria y, sobre todo, los sacramentos, verdaderos signos e instrumentos de reconciliación entre los que destaca —precisamente bajo este aspecto— el que con toda razón llamamos Sacramento de reconciliación o de la Penitencia” (RP, 8)

Junto a toda la Iglesia, el diácono participa también en este ministerio de la reconciliación, como testigo de la misericordia de Dios y al invitar a la escucha de la Palabra, a la oración y a la práctica de los sacramentos.

Diácono significa “servidor” y eso marca una particular configuración con Cristo, que se hizo servidor de todos: lavó los pies de sus discípulos y llevó su servicio hasta el extremo de su entrega, al dar su vida en la cruz por nosotros y por nuestra salvación.

Y esa palabra “servidor” nos trae de nuevo al evangelio de hoy. El hijo que regresa piensa en pedir al padre ser tratado como uno de sus servidores; no como un hijo, sino como un servidor. 

El hijo mayor le reclama al padre que siempre lo ha servido obedientemente… el también se ve a sí mismo como servidor. Pero no es así como los quiere el padre. El padre no quiere servidores, sino hijos, herederos de una herencia eterna, inagotable.

Los hijos se ven como servidores porque no han conocido el amor del Padre, el amor inmenso, gratuito, misericordioso. No se sirve al Padre ni se sirve a Cristo desde la esclavitud, sino desde la libertad que Él mismo nos ha dado, la libertad de los hijos e hijas de Dios, que nos lleva a darnos a Él en el amor.

José eligió como lema para su ordenación las palabras de María: “hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2,5). Ella, que se define a sí misma como la servidora, más aún, la esclava del Señor, lo hace como hija amada del Padre. Lo hace desde su libertad, desde su sí. 

Damos gracias por el sí que José ha dado al llamado del Señor. Que nuestra Madre interceda por él para que viva plenamente su diaconado, escuchando y poniendo en práctica la Palabra del Señor y acompañando en ese camino a la comunidad que desde hoy comenzará a servir en este ministerio que nuestra Iglesia diocesana, por la imposición de manos y la oración del Obispo, le va a confiar. Así sea.

miércoles, 26 de marzo de 2025

“Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lucas 15,1-3.11-32). IV Domingo de Cuaresma.

El Evangelio de este domingo es sumamente conocido. Es la parábola comúnmente llamada “del hijo pródigo”, un nombre que ha recorrido mucho camino. Creo que, además, muchos no conocemos ni usamos ese adjetivo, “pródigo”, si no es en referencia a este pasaje del evangelio de Lucas:

Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. (Lucas 15,11-13)

Es que “pródigo”, según el diccionario de la Real Academia Española, significa exactamente eso: “Dicho de una persona: Que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón.”

Se ha propuesto también el nombre de “Parábola de los dos hijos”, ya que ambos tienen su papel en el relato. Sin embargo, tanto “el hijo pródigo” como “los dos hijos” dejan en la sombra al verdadero personaje central, que es el padre. El nombre más justo y adecuado de esta parábola es “el padre misericordioso”. Pero no nos adelantemos.

¿Cómo se nos presenta la relación de estos dos hijos con su padre? El comienzo de la parábola, que ya hemos escuchado, nos muestra una acción terrible de parte del hijo menor: pedir la parte de su herencia mientras su padre vive y alejarse de la casa paterna. En nuestras historias familiares, algunas de otros tiempos, no falta algún padre que haya dejado de hablar con alguno de sus hijos o hijas porque hizo algo que para él ha estado muy mal. Incluso, algunos mantuvieron esa actitud hasta su muerte. Son historias estremecedoras. Pero aquí tenemos un hijo que está tratando a su padre como si ya hubiera muerto y se va de su presencia, como para no verlo nunca más.

La parábola continúa contándonos que ese hijo menor perdió toda su fortuna y entonces recordó cómo se vivía en la casa de su padre. Pero, notémoslo, en su añoranza no aparece su condición de hijo, sino que recuerda cómo vivían los trabajadores de su padre y decide volver y pedir ese lugar, el de siervo:

Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." (Lucas 15,17-19)

Así, aquel joven caído en la miseria emprende el regreso. Su padre lo recibe -volveremos sobre eso- y organiza una fiesta para celebrar que ha vuelto. El hermano mayor, que se ha quedado junto al padre, regresa de trabajar en el campo y oye la música. Cuando pregunta qué pasa, le explican:

"Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." (Lucas 15,27)

El hijo mayor encara al padre con reproches. Pero ¿qué le reprocha?

"Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!" (Lucas 15,29-30)

“Hace tantos años que te sirvo”… el hijo mayor no se presenta como hijo: se presenta como servidor, servidor fiel que ha obedecido siempre a su patrón y no se siente adecuadamente recompensado: “nunca me diste un cabrito…”

Veamos ahora la actitud del padre ante sus hijos.

Notemos lo que sucede en el momento en que el hijo menor va llegando a la casa:

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. (Lucas 15,20)

“Cuando todavía estaba lejos…” El padre no estaba dentro de la casa, sino mirando hacia el camino. No era algo casual: cada día esperaba; cada día sostenía la esperanza del regreso de su hijo. Cuando lo ve no espera a que llegue: corre a su encuentro; lo abraza y lo besa. El padre ama con amor de madre: no importa lo que el hijo ha hecho; antes que nada, es su hijo y lo ama.

Al abrazo y el beso, se suman otros gestos:

"Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." (Lucas 15,22-24)

Podríamos pensar que esas distintas atenciones: vestido, anillo, sandalias y comida especial son una simple expresión de cariño y alegría. Lo son, pero más aún, los distintos detalles tienen su significado.

La mejor ropa es el traje de fiesta, la vestimenta larga, que usa el invitado de honor, a diferencia del servidor, que lleva vestimenta corta. Al hijo que ha regresado no se le preguntará “¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?” (Mateo 22,12) ya que es el padre mismo quien hace que le pongan el traje.

El anillo no es un adorno. El anillo sirve como sello y es signo de autoridad. Con el anillo, el padre vuelve a darle al hijo lo que había perdido, la parte de los bienes de su padre. Aquí comenzamos a ver que la herencia aquí representada no es material y por eso es inagotable.

Las sandalias son la señal del hombre libre. Los esclavos iban descalzos.

El padre no quiere de sus hijos que sean siervos ni esclavos, sino personas libres… ¡hijos e hijas! que responden a su amor con amor, desde su libertad.

Pero no nos olvidemos del hermano mayor. Al enterarse de que se daba una fiesta por el regreso de su hermano,

Él se enojó y no quiso entrar. (Lucas 15,28a)

¿Qué hace el padre entonces? Así como salía a esperar el regreso del hijo menor…

Su padre salió para rogarle que entrara (Lucas 15,28b)

El padre sale a buscar a sus hijos. Los quiere a los dos. Quiere el reencuentro entre ellos. Quiere que el hermano mayor reconozca al menor como “mi hermano” y no como “ese hijo tuyo”…

¿Cuál es el significado definitivo de esta parábola? Pues, decirnos: “así es Dios”. Con ese amor nos ama, con ese amor misericordioso, que se compadece de todos nuestros pecados y extravíos, de todo el mal con que dañamos a los demás y nos dañamos a nosotros mismos. Con ese amor con que nos espera siempre y anhela nuestro reencuentro con Él.

Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. (Lucas 15,32)

Las parábolas de Jesús nos invitan a reconocernos en sus personajes. Habrá quien se halle bien como el hijo menor que vuelve y experimente el consuelo de encontrar al Padre Misericordioso. Habrá quien sienta que ha actuado como hermano mayor, y rogará para convertirse y cambiar su corazón endurecido. Y no está mal que alguien se sienta como el Padre, que espera y sale, que busca construir un puente para el reencuentro de quienes necesitan reconciliarse con él y entre sí.

En esta semana

Desde el lunes 31 estará reunida en Florida la asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay. Les pido su oración por este encuentro en que los Obispos compartimos nuestros desvelos pastorales por el Pueblo de Dios que peregrina en las nueve diócesis de Uruguay.

Miércoles 2: un santo tal vez poco conocido entre nosotros, San Francisco de Paula, patrono de Calabria, en Italia. Un hombre de penitencia, que basó su espiritualidad en la práctica cuaresmal. Un buen compañero para nuestro itinerario en este tiempo.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 24 de marzo de 2025

viernes, 21 de marzo de 2025

«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» (Éxodo 3,1-8a.13-15). III Domingo de Cuaresma.

En todas las religiones, montes y montañas han sugerido al hombre un camino hacia Dios. Al subir físicamente, es posible vivir también una elevación espiritual. Aquí mismo, en Uruguay ¿cuántos hemos subido más de una vez al cerro del Verdún, coronado por la imagen de María Inmaculada y cómo nos ha ayudado en nuestra vida de fe?

En el primer domingo acompañamos a Jesús en sus tentaciones, donde no faltó la subida a un monte; en el segundo domingo, fuimos con Él y tres de sus discípulos al Tabor, para contemplarlo transfigurado. En este domingo, acompañamos a Moisés, a quien Dios ha llamado para conducir a su Pueblo a la liberación, en su subida al Horeb, la montaña santa.

En la lectura encontramos a Moisés llevando una vida que podríamos calificar de “bien encaminada”. Moisés, siendo hebreo, fue, sin embargo, educado en Egipto como un príncipe. Después de matar a un egipcio que maltrataba a su pueblo, Moisés dejó aquella vida y se instaló en el desierto, donde se casó y trabajó para su suegro. Todo parecía llevarlo a dejar atrás su vida en Egipto y el sufrimiento de su pueblo, esclavizado y maltratado.

Sin embargo, como muchas veces sucede, no podemos borrar de nuestro corazón aquello que ha marcado profundamente nuestra vida. Tal vez por eso…

Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb. (Éxodo 3,1)

“Más allá del desierto”… Moisés salió de su rutina. Salió de los caminos habituales. Tampoco fue a cualquier lugar, a cualquier cerro: fue al Horeb, “la montaña de Dios”. 

Lo esperaba algo sorprendente:

Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse, Moisés pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?» (Éxodo 3,2-3)

No tardaremos en saber que esa zarza ardiendo es una manifestación de Dios. Pero ¿por qué Dios eligió esa manera de manifestarse a Moisés? Tal vez ese fuego que no se apaga está reflejando lo que arde en el corazón de Moisés. El recuerdo del sufrimiento de su pueblo sigue siendo para él algo ardiente, algo que quema dentro.

Y llega la manifestación de Dios, que se va dando paso a paso. El primer paso es llamar a Moisés por su nombre:

Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió él. (Éxodo 3,4)

El segundo paso de la revelación de Dios es hacerle saber a Moisés en dónde está entrando y con qué actitud debe hacerlo:

«No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa.» (Éxodo 3,5)

Y en un tercer momento, llega la revelación explícita:

«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» (Éxodo 3,6a)

Ante esto, así como se había descalzado ante la indicación de Dios, Moisés hace por sí mismo otro gesto de respeto:

Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios. (Éxodo 3,6b)

Y aquí llega el motivo por el que Dios lo ha llamado:

El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel.» (Éxodo 3,7-8)

Esta lectura se ubica en este tiempo porque, no lo olvidemos, la Cuaresma es camino hacia la Pascua. En el pasaje que acabamos de escuchar, Dios está anunciando la Pascua de Israel, el Pésaj, que consistirá en la intervención de Dios para la liberación del poder de los egipcios y la entrada en la Tierra Prometida. La Pascua, dentro de la cual se sella la primera alianza, será el gran acontecimiento del Pueblo de Israel, celebrado hasta hoy como una gran fiesta por la comunidad israelita.

Dios se ha identificado ya como “el Dios de los padres”, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El Dios que hizo alianza con Abraham y lo bendijo, y mantuvo esa bendición para su hijo Isaac y su nieto Jacob. Dios se define a través de esa relación que él mismo estableció con esos tres hombres y sus familias, los tres grandes ancestros del pueblo de Israel.

Pero Moisés pregunta cuál es el nombre de Dios. Como respuesta, recibe estas palabras:

«Yo soy el que soy.» Luego añadió: «Tú hablarás así a los israelitas: "Yo soy" me envió a ustedes.» (…) Este es mi nombre para siempre, y así será invocado en todos los tiempos futuros.» (Éxodo 3,14-15)

La cuestión del nombre de Dios así revelado, ha producido… no digamos algunos libros, sino enormes bibliotecas. Se han propuesto otras traducciones -no olvidemos que partimos de un texto en hebreo- pero en nuestra lectura actual se ha preferido la tradición literal: “yo soy el que soy”, que corresponde a “yo soy el que es”, “yo soy el existente”. Eso significa que Dios es el único verdadero existente, en el sentido de que existe por sí mismo, que su existencia no le ha sido dada por nadie. Aquí es donde los niños suelen preguntar “y a Dios ¿quién lo creó?” y la respuesta es que él “es el que es”, el creador de todo.

Esa manera en la que Dios se presenta cuando Moisés quiere saber su nombre nos suena un poco abstracta, hasta filosófica… pero Dios repite permanentemente que Él es “el Dios de tus padres”. Para Moisés y los israelitas, eso tiene sentido, un sentido profundo. Es el Dios que los ha acompañado en su historia, en la historia de esa familia que dio origen al pueblo de Israel.

¿Y para nosotros? ¿Tiene también sentido? Recuerdo una frase que me marcó mucho, en un libro que proponía una guía de lectura bíblica. Decía su autor: “la historia de la salvación es la historia de un alma: la tuya”. Encontrarme con la historia de la salvación, con los relatos en los que voy conociendo la relación de Dios con su pueblo: con Abraham, con Isaac, con Jacob, ahora con Moisés, me ayuda a reconocer la presencia y la acción de Dios en mi vida, a recordar o a tomar conciencia de mi propia historia de salvación, de mi propio lugar en ella. Como a Moisés, Dios me ha llamado por mi nombre… Que recordar todo esto mantenga o encienda en cada uno de nuestros corazones el ardor de la fe para participar de la misión de la Iglesia en el mundo.

En esta semana

Desde el lunes estarán reunidos en Buenos Aires delegados de las Conferencias Episcopales del Cono Sur, preparando la próxima asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, que se realizará en mayo de este año. Oremos para que esos trabajos sean fructuosos para nuestro caminar como Iglesia.

Martes 25: Solemnidad de la Anunciación de María. Oramos por los Niños por nacer, para que su gestación llegue felizmente a término y sean recibidos con amor de familia. Saludamos a las Hermanitas de la Anunciación en su día de fiesta.

Domingo 30: José Ceriani, un nuevo diácono permanente para nuestra diócesis será ordenado por Mons. Heriberto en la parroquia de Tala. Oremos por este hermano que se pone al servicio de la comunidad en este ministerio.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

miércoles, 19 de marzo de 2025

martes, 18 de marzo de 2025

Celebración interreligiosa para orar por los nuevos gobernantes. Palabras de Mons. Heriberto.





El lunes 17 de marzo se realizó en la Catedral de Montevideo una velada de oración interreligiosa por el nuevo gobierno, organizada por la Confraternidad Judeo-Cristiana.

La celebración fue presidida por los co-presidentes de la Confraternidad: Rabino Daniel Dolinsky (Nueva Congregación Israelita), Pastor Dr. Jerónimo Granados (Iglesia Evangélica del Río de la Plata) y el Cardenal Daniel Sturla, SDB, acompañados por el Reverendo Gonzalo Soria (Iglesia Anglicana) y Mons. Heriberto Bodeant. Estuvieron también presentes otros obispos uruguayos: Mons. Jourdan, Mons. Antúnez, Mons. Wolcan y Mons. Sanguinetti.

Del nuevo gobierno participaron el Presidente Yamandú Orsi, el Pro secretario de presidencia y el ministro de Relaciones Exteriores, así como otros ministros y algunos legisladores.

En el centro de la oración estuvo la lectura de la Palabra de Dios, tomada del primer libro de los Reyes 3,5-15, en el cual aparece la oración del joven rey Salomón pidiendo el don de la sabiduría para poder gobernar a su pueblo.

A continuación de la lectura, hubo tres intervenciones: el rabino, el pastor y Mons. Heriberto.

Como gesto, se invitó al Presidente a encender una vela, como signo de esperanza y búsqueda de la luz.

La celebración finalizó con la bendición que se encuentra en el libro de los Números 6.24-26, que fue impartida por los cinco religiosos, con sus manos extendidas sobre la asamblea.

Transcribimos las palabras de Mons. Heriberto

En la lectura que hemos escuchado, el joven Salomón pide el don de la sabiduría para poder gobernar adecuadamente a su pueblo. Pide, fundamentalmente, el don de “discernir entre el bien y el mal” para ser “capaz de juzgar a un pueblo tan grande” (en realidad, menos numeroso que el nuestro). Salomón es un creyente y reconoce en el Creador la fuente de todo bien. A él le pide la sabiduría para realizar el bien.

El bien, el bien común, aquello que deseamos que todas y cada una de las personas puedan alcanzar y realizar, tiene en nuestro tiempo el nombre de desarrollo.

Desde la tradición católica, sin perjuicio de que otros puedan compartir la misma convicción, creemos que la vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Por eso entendemos el desarrollo como el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas, en un proceso de crecimiento, de ascensión.

Crecemos en humanidad, entre otras cosas, cuando se asegura para todos una buena atención de salud, oportunidades para acceder a vivienda y trabajo dignos, defensa ante la amenaza de la inseguridad y la violencia, así como protección de la vida humana en su etapa de gestación y acompañamiento y cuidado en sus momentos de sufrimiento, hasta su final natural.

El horizonte de nuestra vida no se cierra en el poseer. Nos desarrollamos en humanidad desde lo profundo del corazón, revirtiendo el egoísmo que nos mutila, abriéndonos al prójimo, al vecino, y construyendo nuevos vínculos sociales basados en el servicio mutuo, la cooperación en el bien común y la voluntad de paz, atendiendo particularmente a los más frágiles y vulnerables, para que nadie sea dejado atrás.

Y ese desarrollo, ese pasaje a condiciones de vida aún más humanas se hace más completo cuando se integra la dimensión espiritual, cuando nos abrimos a la trascendencia, reconociendo los valores supremos y, para quienes somos creyentes, a Dios mismo, fuente y fin de todos los valores.

Hacemos votos para que nuestro pueblo, en su pluralidad, con el concurso de nuestro presidente y de todos los demás que han sido elegidos o designados para desempeñar cargos de gobierno, busque y encuentre los caminos de concordia para avanzar en su desarrollo pleno, su desarrollo integral. Así sea.