El lunes pasado nos conmovió la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Tal vez intuyendo que su final estaba próximo, el Papa gastó sus últimas fuerzas saludando a la multitud reunida en la plaza de San Pedro y pronunciando su última bendición urbi et orbi, es decir, a la ciudad y al mundo, que tradicionalmente hace el Papa el domingo de Pascua, el día de Navidad y también en su primera salida al público cuando acaba de ser elegido.
Este 27 es nuestro primer domingo sin Francisco. Se preparó su sepelio para el sábado 26 y los cardenales, que tienen la enorme responsabilidad de elegir a su sucesor, van encontrándose en Roma en forma espontánea hasta que comiencen las congregaciones generales, que son reuniones todavía abiertas, que desembocarán en el Cónclave, es decir, la reunión “bajo llave”, sin contacto con el exterior, desde la que saldrá en su momento el humo blanco y el consecuente anuncio habemus papam. Mientras dure este tiempo de “sede vacante”, es decir, mientras esté vacío el sillón de Pedro, en las Misas no rezaremos por el Papa, ya que aún no lo tenemos y en el recuerdo por los difuntos nombraremos con cariños a quien acaba de regresar a la Casa del Padre.
Desde el comienzo, el pontificado de Francisco puso un fuerte acento en la misericordia, algo que marcó profundamente su vida y su vocación. Recordemos su lema, el mismo que tuvo como obispo: Miserando atque eligendo, “con misericordia lo eligió”, en alusión a la vocación de Mateo que, al llamado de Jesús, se levantó de su mesa de publicano y lo siguió.
Los mensajes de Francisco sobre la Misericordia comenzaron muy temprano. En el primer domingo después de su elección, al rezar el Ángelus, habló sobre la misericordia, a propósito de la actitud de Jesús frente a la mujer sorprendida en adulterio, evangelio que comentamos hace tres semanas:
Conmueve la actitud de Jesús: no oímos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solamente palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
(…) El rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia.
(…) «Grande es la misericordia del Señor». (17 de marzo de 2013)
Más adelante aparece su expresión “la misericordia cambia el mundo” que he elegido como título de este programa. La frase es muy fuerte y puede ser recibida con cierto escepticismo… Cambia el mundo, pero… ¿en qué sentido?
Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia... (17 de marzo de 2013)
La misericordia está asociada con la paciencia de Dios. Cambia el mundo, pero no de una vez, de golpe, sino en la medida en que va entrando en nuestra vida, en que recibiendo la misericordia del Padre, nos vamos haciendo misericordiosos.
Habiéndola experimentado en su vida, Jorge Bergoglio se sintió llamado a ser testigo de la misericordia. Así lo hizo en su tiempo de arzobispo de Buenos Aires, con una gran cercanía con los pobres, los “descartados”, como solía decir. Y como Papa, dio un signo en su primera salida de Roma, con su visita, el 8 de julio de 2013, a los inmigrantes africanos que, huyendo de la miseria, llegaban a la isla de Lampedusa.
En el domingo de la misericordia de 2015, Francisco comenta el evangelio que escuchamos hoy:
Jesús vuelve a presentarse en medio de los suyos y se dirige inmediatamente a Tomás, invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado. Va al encuentro de su incredulidad, para que, a través de los signos de la pasión, pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual, es decir la fe en la resurrección de Jesús. (12 de abril de 2015)
Francisco hace ver que las llagas de Jesús son la manifestación de la misericordia de Dios. No podemos entender la pasión de Cristo si no es bajo el signo del amor y de la misericordia de Dios. Jesús lleva a su pleno cumplimiento el anuncio del profeta Isaías acerca de un misterioso “servidor sufriente”:
Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. (Isaías 53,5)
Contemplando las llagas de Jesús, Tomás y, después de él, también nosotros, contemplamos nuestras propias heridas, nuestras llagas, nuestras humillaciones. En la marca de los clavos, en la herida del costado de Jesús, encontramos la prueba decisiva de ser amados, esperados, entendidos… así se manifiesta Jesús misericordioso, lleno de compasión, de ternura, de dulzura. En medio de estas consideraciones, exclama Francisco:
¡Cuántos de nosotros buscamos en lo profundo del corazón encontrar a Jesús, así como es: dulce, misericordioso, tierno! Porque nosotros sabemos, en lo más hondo, que Él es así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente transformado, declara su fe plena y total en Él exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!» (12 de abril de 2015)
Francisco convocó para 2016 el Jubileo de la Misericordia, con la bula Misericordiae Vultus, “el rostro de la misericordia”. La bula comienza con estas dos afirmaciones que no podemos olvidar:
Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. (Misericordiae Vultus, 1)
¿Cómo nombramos a Dios? Muchas de nuestras oraciones hablan del “todopoderoso” y nosotros, débiles y pecadores, nos sentimos empequeñecidos ante la grandeza de Dios… Sin embargo, como recuerda Francisco, Santo Tomás de Aquino decía
«Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia» (Misericordiae Vultus,6)
La omnipotencia de Dios, su realidad de todopoderoso, se manifiesta especialmente en su misericordia. De eso es testigo Jesucristo, rostro de la Misericordia.
Si recibimos la misericordia de Dios, no es para quedarnos con ella como una especie de adorno que guardamos en una vitrina. Encontrar y recibir de veras la misericordia de Dios nos hace misericordiosos. La misericordia no es un mero sentimiento, sino que nos lleva a ponernos en obra. La tradición de la Iglesia nos habla de siete obras de misericordia corporales y otras tantas espirituales que estamos llamados a realizar, a poner en práctica, si de veras creemos en la misericordia del Padre. Estas obras de misericordia serán tales, no solo si llevamos a cabo cada una de esas buenas obras, sino si también las realizamos… con misericordia, es decir, manteniendo en nuestro corazón el sentimiento que nos lleva a hacerlas, sin dejarnos ganar por la rutina o el desencanto. A eso apuntaba el lema de 2016, recordándonos a todos los cristianos que estamos llamados a ser “Misericordiosos como el Padre”.
María, primera discípula y misionera, madre de la Misericordia, es testigo de que la misericordia del hijo de Dios alcanza a todos sin excluir a ninguno. A ella le pedimos, como dice la antigua oración:
“… vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” (Salve)
Gracias, amigas y amigos por su atención. Feliz Pascua y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.