jueves, 31 de julio de 2025

Palabra de Vida: Valorizar lo viejo y lo nuevo. Mateo 13,44-46.


Jueves 31 de julio de 2025, San Ignacio de Loyola.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

miércoles, 30 de julio de 2025

¿... como juez entre ustedes? Lucas 12,13-21. Domingo XVIII durante el año.

Cuando se comienza a conocer los libros que componen la Biblia, no deja de llamarnos la atención el nombre de algunos de ellos. “Deuteronomio” es, tal vez, el más extraño… pero no deja de ser un poco intrigante el título del libro de los Jueces.

Desde el momento en que un pueblo comienza a organizarse y las relaciones interpersonales se multiplican, pronto surge la necesidad de que haya alguien con autoridad para resolver los inevitables conflictos. Es allí donde aparecen los jueces de Israel.

El libro del Éxodo nos cuenta que, durante la marcha del Pueblo de Dios en el desierto, Moisés pasaba la mayor parte de la jornada atendiendo a la gente, como el mismo lo explica:

«Esa gente acude a mí para consultar a Dios. Cuando tienen un pleito, acuden a mí. Entonces yo decido quién tiene razón, y les doy a conocer las disposiciones y las instrucciones de Dios». (Éxodo 18,15-16)

Siguiendo el consejo de su suegro, Moisés instituyó algunas personas capaces, para que administraran justicia, que podían recurrir a él en los casos más difíciles.

Los jueces del libro que hemos mencionado tenían esa función, aunque más bien los vemos organizando al pueblo para defenderse de sus enemigos, librándolo de situaciones muy difíciles. Entre esos jueces hubo una mujer que también organizó la defensa del pueblo, pero antes se cuenta de ella lo siguiente:

En aquel tiempo, juzgaba a Israel una profetisa llamada Débora, esposa de Lapidot.
Ella se sentaba debajo de la palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraím, y los israelitas acudían a ella para resolver sus litigios. (Jueces 4,4-5)

Entre los reyes, que siguieron al período de los jueces, es bien conocido el juicio de Salomón, donde el rey dio muestras de la sabiduría que lo hizo famoso.

Hace quince días escuchamos el episodio de Marta y María, donde la primera le pide a Jesús: “dile a mi hermana que me ayude”. Ahora nos encontramos con un hombre que interrumpe una enseñanza de Jesús para pedirle, también con tono imperativo:

«Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia» (Lucas 12,13)

La herencia se repartía entre los hijos varones, aunque no en partes iguales. Al primogénito le tocaban dos partes (Deuteronomio 21,17). Solo si no había un hijo varón las hijas recibían una parte (Números 27,8). El primogénito debía cuidar de su madre viuda y de sus hermanas.

En todo caso, la herencia de un difunto debe ser dividida entre los herederos; sin embargo, son éstos quienes se dividen entre sí y se enfrentan disputándose esos bienes. Los bienes han quedado a disposición de otros porque su dueño murió. Una realidad que llama a pensar en lo pasajero de la vida y en que no podremos llevarnos nada de lo que acumulemos aquí… pero no siempre se pone atención a ese aviso y la mirada se fija en lo que ha quedado con el deseo de recibirlo.

Al hombre que le ha hecho el pedido de hablar con su hermano, Jesús le responde:

«Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» (Lucas 12,14)

Una respuesta un poco desconcertante. Se recurría a Jesús como alguien con sentido de justicia, amigo del pobre, con autoridad respetada… y, sin embargo, Jesús se niega a asumir ese rol, tan importante para el pueblo. Como sucedió cuando Marta le pidió que hablara con María, la respuesta de Jesús va más allá de la situación inmediata e invita a mirar con los ojos de Dios. Así, dirigiéndose a la multitud, dijo:

«Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». (Lucas 12,15)

A continuación, Jesús narra la parábola del hombre que tuvo una extraordinaria cosecha, tan abundante, que no cabía en sus graneros; de modo que pensó lo siguiente:

"Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida". (Lucas 12,18-19)

El hombre ve ante sí muchos bienes, muchos años y muchos placeres… sin embargo, Dios le dice:

"Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?" (Lucas 12,20)

En lugar de disfrutar la vida, tendrá que entregarla; y no será después de muchos años, sino “esta noche” y todos los bienes acumulados, en los que había puesto su confianza, ya no serán suyos sino de otros, desconocidos, porque este hombre parece no haber vivido sino para sí mismo y para nadie más.

Las cosas materiales son necesarias: son bienes; pero son un medio para vivir honestamente y también para compartir, para ayudar a quienes estén necesitados.

Jesús, sí, es juez. Así lo creemos y así lo proclamamos al rezar el Credo: “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”.

Hoy, Jesús, el juez, nos advierte que las riquezas de las que pretendemos ser dueños, pueden adueñarse de nosotros y hacernos olvidar el verdadero tesoro, que está en el Cielo. De eso nos habla también san Pablo, en la segunda lectura:

Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. (Colosenses 3,1-2)

Buscar los bienes del Cielo no significa alejarse de la realidad, sino buscar las cosas que tienen verdadero valor, todo aquello que ya está realizado en Jesucristo: justicia y misericordia, solidaridad y acogida, amor al prójimo en el servicio y en el don de sí mismo; amor a Dios con todo nuestro ser.

Gracias, amigas y amigos, por su atención: que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Palabra de Vida: Descubrir el tesoro. Mateo 13,44-46


30 de julio de 2025, miércoles de la XVII semana durante el año.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

martes, 29 de julio de 2025

Santos Marta, María y Lázaro. “Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros” (1 Juan 4,7-16)


Palabra de Vida, martes 29 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

lunes, 28 de julio de 2025

sábado, 26 de julio de 2025

San Joaquín y Santa Ana. Vivir la esperanza en el amor por las personas mayores. Eclesiástico 44,1.10-15

 


Palabra de Vida.
26 de julio de 2025.
Reflexión extractada de Papa Francisco, Mensaje III día Mundial de los abuelos y de los mayores, 23 de julio de 2023
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 25 de julio de 2025

Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza. León XIV. V Jornada Mundial de abuelos y ancianos.

Texto integral del mensaje del Papa León XIV, leído por voz humana. Domingo 27 de julio de 2025.

Santiago Apóstol: “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes” (Mateo 20,20-28)


Palabra de Vida.
25 de julio de 2025. Santiago Apóstol.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

jueves, 24 de julio de 2025

“Cuando oren digan: Padre” (Lucas 11,1-13). Domingo XVII durante el año.

La oración está presente en todas las religiones. Los creyentes, con variadas palabras y gestos, hacen sus peticiones, cantan alabanzas o se recogen en silencio orante…

Los discípulos veían a Jesús rezar frecuentemente, como aparece al comienzo del evangelio de este domingo:

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». (Lucas 11,1)

El evangelio de Lucas es el que más pone de relieve la oración de Jesús. A veces, la mención de esa oración es lo que lo diferencia del relato de los otros evangelistas sobre las mismas escenas, como sucede en el bautismo: 

Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. 
Y mientras estaba orando, se abrió el cielo. (Lucas 3,21)

Lucas anota también que Jesús “se retiraba a lugares desiertos para orar” (5,16), se pone en oración antes de la elección de sus discípulos (6,12), también antes de preguntarles quién creen que es Él (9,18), en la Transfiguración (9,29), en Getsemaní (22,41-46); al ser clavado en la cruz: 

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (23,34) 

y en su entrega final: 

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (23,46). 

San Carlos de Foucauld, el hermanito Carlos, que vivió como ermitaño en el desierto del Sáhara, nos dejó unas líneas conocidas como “oración de abandono”, que comienzan diciendo: “Padre mío, me abandono a ti” y que son más bien una meditación, como un eco de la oración de Jesús en la cruz: una expresión de total entrega, entrega confiada en las manos del Padre. Introduciendo esas líneas, anota el Hermanito:

“Esta es la última oración de nuestro Maestro, de nuestro muy amado… que pueda ser la nuestra, y que sea no solo la de nuestro último instante, sino la de todos nuestros instantes”. (San Carlos de Foucauld).

Vivir poniendo la propia vida permanentemente en las manos del Padre… vivir ese abandono, esa entrega confiada a Él… así vivía Jesús y ése es el espíritu en que Él hace su oración cada día. Quienes conocemos la oración de abandono de Carlos de Foucauld sabemos bien que no es fácil rezarla. ¡Es muy exigente! 

“Padre mío me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco…” (San Carlos de Foucauld).

En un retiro, hablando con el predicador, que conocía la espiritualidad del Hermanito Carlos, le dije que la oración de abandono me parecía muy difícil de rezar. Me respondió que si rezaba el Padrenuestro, prestando verdadera atención a cada petición, a cada palabra, me iba a resultar tanto o más difícil.

A la petición de los discípulos “enséñanos a orar”, Jesús responde:

«Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquellos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación». (Lucas 11,2-4)

Aquí estamos en el evangelio de Lucas, no lo olvidemos. La forma en que actualmente rezamos la oración del Señor es la que aparece en el evangelio según san Mateo, más larga.

¿Qué es el Padrenuestro? Fácilmente respondemos “es la oración que Jesús nos enseñó”.

Es una oración y es mucho más: es un resumen de la fe y de la vida cristiana. En el Ritual para la Iniciación Cristiana de Adultos el Padrenuestro se entrega a los catecúmenos junto con el Credo, marcando cómo vivir esa fe. Podemos meditar en las palabras del Padrenuestro y encontrar allí cómo actuar si queremos vivir cristianamente. La oración de Carlos de Foucauld, a partir de las palabras de Jesús en la cruz, también propone una manera de vivir en Cristo a cada instante de la vida. Y por eso, ambas oraciones son difíciles de rezar, si las tomamos, como debe ser, completamente en serio, porque al rezarlas nos estamos confrontando con la vida misma de Jesús, que nos interpela desde su entrega de amor al Padre.

Pero sí, el Padrenuestro es también una oración. Con ella, Jesús nos enseñó a dirigirnos a Dios llamándolo “Padre” (en Lucas no aparece el “nuestro”, que encontramos en Mateo).

«Cuando oren, digan: Padre… ». (Lucas 11,2)

No creemos en un ente. Creemos en un Dios que es persona. Un solo Dios, tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Hijo encontramos a nuestro maestro, hermano, amigo, que nos mueve a dirigirnos, como Él, al Padre, a unirnos a Él en su entrega. Y también a invocar la presencia del Espíritu cada vez que necesitamos que esté a nuestro lado para defender nuestra fe.

Rezar a Dios como Padre es ubicarnos ante Él como hijos e hijas, entrar en diálogo con Él. Lo que pedimos en el Padrenuestro, todo eso que resume la vida cristiana, ya está realizado en Jesús, el Hijo único: su relación con Dios como Padre, la santificación del nombre de Dios, la venida del Reino en la misma persona de Jesús; el don del pan, en Jesús, pan de vida; el perdón y la liberación del mal.

Luego de una breve parábola, conocida como “el amigo inoportuno”, Jesús llama a ser constantes en la oración:

«También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá». (Lucas 11,9-10)

No pensemos, sin embargo, que la oración es una especie de ticket para conseguir de Dios lo que yo quiero. La mayor parte de las veces, lo que tiene que suceder, sucederá, coincidiendo o no con lo que deseábamos y pedíamos. Pero aunque todo siga igual en el mundo, la oración produce cambios en nuestro interior. Después de una oración filial y confiada, nuestra mente y nuestro corazón ya no pueden ser los mismos. Si a partir de la oración nuestros ojos pueden ver los acontecimientos y las personas como Dios mismo los ve, entonces nuestra oración ha sido escuchada y encontramos fortaleza y paz. Junto a los apóstoles, pidamos nosotros también: ¡Señor, enséñanos a orar!

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Palabra de Vida: Abrirnos a la Palabra. Mateo 13,10-17.


23 de julio de 2025, jueves de la XVI semana durante el año.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

martes, 22 de julio de 2025

22 de julio: Santa María Magdalena. Testimoniar la vida viviendo la Palabra. Juan 20,12.11-18.


Martes 22 de julio de 2025.
Fiesta de Santa María Magdalena.
Palabra de Vida: Testimoniar la vida viviendo la Palabra. Juan 20,12.11-18.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
Ilustración: ícono creado digitalmente por la artista Kelly Latimore.

lunes, 21 de julio de 2025

“Queremos ver un signo” (Mateo 12,38-42)


Lunes de la XVI semana del tiempo durante el año, 21 de julio de 2025.
Lectura y breve comentario del Evangelio de hoy.

sábado, 19 de julio de 2025

Palabra de Vida: Anunciar la Esperanza a todos. Mateo 12,14-21.

  

19 de julio de 2025, sábado de la XV semana durante el año.
Reflexión tomada del Papa Francisco, Mensaje para el XCVIII Día Mundial de las Misiones, 20 de octubre de 2024.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 18 de julio de 2025

Marta lo recibió en su casa (Lucas 10,38-42). Domingo XVI durante el año.

Muchos son los lugares que se mencionan en el evangelio en los que estuvo Jesús. Seguramente, todos recordamos más de uno: Belén, donde nació; Nazaret, donde vivió y trabajó; Jerusalén donde fue tantas veces hasta sufrir la pasión y la cruz; Cafarnaúm, junto al mar de Galilea, donde llamó a sus primeros discípulos; Caná, donde cambió el agua en vino…

Al final de los evangelios va apareciendo Betania como un lugar importante. Es un pueblo muy cerca de Jerusalén, al otro lado del monte de los Olivos. Ya cerca de su pasión, Jesús pasaba el día en el templo, subía a rezar al monte de los Olivos y bajaba a pasar la noche en Betania, donde tenía al menos dos casas conocidas: la de Simón el leproso, de la que nos hablan Mateo y Marcos y la de Marta, María y Lázaro, que conocemos por Lucas y Juan.

La historia del encuentro de Marta y María con Jesús es muy conocida. Es muy breve y se encuentra únicamente en el Evangelio de Lucas. Sin embargo, como suele suceder con las cosas aparentemente sencillas, cuando empezamos a examinar los detalles y las conexiones, empiezan a surgir aspectos interesantes. Vamos al comienzo:

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. (Lucas 10,38)

Lo primero que puede llamarnos la atención, si leemos desde el comienzo el capítulo diez de Lucas (lo que hemos hecho en los dos pasados domingos) es que Jesús venía con sus discípulos y, de pronto, no se los menciona más. “Jesús entró a un pueblo”, pero sólo él, sin sus discípulos. Ese pueblo es Betania.

El detalle que puede no parecernos extraño es que “Marta lo recibió en su casa”. Era la casa de ella. En el censo, Marta sería registrada como “jefa de hogar” y eso hoy no nos parece raro… sin embargo, si esta situación es histórica, parece algo excepcional: lo normal en aquella sociedad era que la mujer estuviera casada y que el esposo fuera el jefe de hogar. Es cierto que Lucas, en los Hechos de los Apóstoles nos presenta a una mujer como Lidia, que también actúa como “jefa de hogar”; y más aún, como emprendedora y con capacidad de liderazgo. Ella llegó a ser una gran colaboradora de san Pablo.

Tenía una hermana llamada María (Lucas 10,39)

Si Marta es la dueña de casa, presentada primero, esta María que aparece en segundo lugar sería la hermana menor.

Por el evangelio de Juan, sabemos que había también un hermano llamado Lázaro. Pero, entonces, si hay un hombre en la casa, en el marco de aquella época ¿por qué Marta es la jefa de hogar? ¿Qué nos dice de Lázaro el evangelio de Juan?

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania (Juan 11,1)

“Un hombre enfermo”. Podemos preguntarnos si esa enfermedad no era la condición de Lázaro, es decir, que podía ser un enfermo crónico. Marta y María le avisan a Jesús de la enfermedad de su hermano; si la enfermedad era crónica, tal vez Lázaro se había agravado y su vida estaba en riesgo, como, efectivamente, estaba sucediendo en aquel momento.

Podemos imaginarnos así esta familia de dos hermanas y un hermano enfermo que ellas tienen bajo su cuidado. Pero solo Juan habla de Lázaro, y aquí tenemos solo a las dos hermanas. ¿Qué está haciendo María?

... sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. (Lucas 10,39)

Otra vez, el detalle se nos puede pasar por alto. Lo importante parece ser que María escuchaba la Palabra de Jesús. Sin embargo, importa también esa posición, sentada a sus pies. ¿Qué significa eso?

En su otra obra, Hechos de los Apóstoles, Lucas recoge un relato de Pablo donde el apóstol cuenta que fue

... instruido a los pies de Gamaliel (Hechos 22,3)

Gamaliel fue un gran maestro de la Ley. Indicando que estuvo a sus pies, Pablo manifiesta que fue su discípulo. María, sentada a los pies de Jesús, está en la posición de discípula. No está allí entreteniéndose con el invitado, sino que está a la escucha del maestro y de su Palabra.

En esto, Jesús ha introducido un cambio muy grande en su tiempo: había un grupo de mujeres que iba con él y con sus discípulos. Dice Lucas:

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades (…) que los ayudaban con sus bienes. (Lucas 8,1-2)

Volviendo a nuestro pasaje, vemos a Marta totalmente absorbida por las tareas de la casa. De mala forma ella coloca a Jesús en medio de ella y su hermana, señalándole:

«Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». (Lucas 10,40)

La respuesta de Jesús a Marta muestra una alta valoración de la posición de María:

«Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada» (Lucas 10,41-42)

Jesús le habla a Marta repitiendo su nombre: “Marta, Marta”. Si bien así está introduciendo cierto reproche, esa repetición es también característica del llamado de Dios: “Samuel, Samuel”, “Saulo, Saulo”… llamado a un cambio de actitud; muchas veces, una verdadera conversión. Ese es el llamado para Marta.

Cada uno puede recoger en forma personal el mensaje de este pasaje del evangelio y pensar que “la mejor parte” es, sin duda, la escucha de la Palabra de Jesús y sentirnos también llamados a imitar a María y buscar en la Palabra luz para nuestra vida.

Sin embargo, este episodio puede ser leído en otra clave: la clave de una comunidad, que es también una familia, pero una familia de hermanos y hermanas. Lo que define a una comunidad cristiana es tener a Jesús en medio. Dijimos antes que Marta había puesto a Jesús en medio de las dos, pero de mala forma; es decir, para la oposición; no para la unidad.

El episodio de Marta y María nos muestra a un Jesús que viene a nosotros, que quiere estar en medio de nuestras familias y en medio de nuestras comunidades. Su presencia no es manipulable y nos equivocamos si pretendemos que él resuelva nuestros pleitos, sobre todo poniéndose a favor nuestro… 

Él nos ha prometido:

«Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mateo 18,20)

La reunión en su Nombre nos hace abandonar nuestros “yos”, hace la unidad entre nosotros, nos pone en el seguimiento de Jesús. En Él, en su Palabra, las tareas de Marta dejan de ser inquietud y agitación y se convierten en servicio de amor. Abramos nuestro corazones, nuestras familias, nuestras comunidades a la Palabra de Jesús, para que Él se haga presente en medio de nosotros y podamos cada día más, hacernos uno en Él.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Palabra de Vida: “Yo quiero misericordia y no sacrificios”. Mateo 12,1-8.


18 de julio de 2025, viernes de la XV semana durante el año.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

jueves, 17 de julio de 2025

Palabra de Vida: Aprender a ser paciente y humilde. Mateo 11,28-30.


17 de julio de 2025, jueves de la XV semana durante el año.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

miércoles, 16 de julio de 2025

Nuestra Señora del Carmen. Hacer la voluntad del Padre. Mateo 12,46-50.


Palabra de Vida: Hacer la voluntad del Padre. Mateo 12,46-50.
Nuestra Señora del Carmen, 16 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

martes, 15 de julio de 2025

Palabra de Vida: Vivir la conversión. Mateo 11,20-24.


 

Martes de la XV semana durante el año, 15 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

lunes, 14 de julio de 2025

“No vine a traer la paz, sino la espada” (Mateo 10,34 - 11,1)

  

Lunes de la XV semana durante el año, 14 de julio de 2025. 
Extractado de una reflexión de Benedicto XVI, Ángelus, Domingo 19 de agosto de 2007.

sábado, 12 de julio de 2025

Palabra de Vida: Cristo es nuestra Esperanza. Mateo 10,24-33.


Sábado de la XIV semana durante el año, 12 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 11 de julio de 2025

“Lo vio y se conmovió” (Lucas 10,25-37). XV Domingo durante el año.


¿No lo ves? ¿No lo estás viendo? ¿No está delante de tus ojos?
Sí, hay alguien frente a mí… pero mis ojos no ven más allá de lo que aparece ante ellos. Como suele decirse, “vemos caras, no vemos corazones”. Aunque alguna expresión permita suponerlos o adivinarlos, no percibimos los sentimientos de la persona, 
Más aún, nuestra mirada ve en forma distorsionada, porque tenemos delante un cristal de color; y todo se ve según el color del cristal con que se mire.

¿Qué veía un judío del tiempo de Jesús en un samaritano? Ante todo, veía un extranjero. Así se refiere el mismo Jesús al leproso samaritano, el único de los diez que, después de haber sido curados, regresó donde estaba Jesús, que exclamó: 

«¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» ἀλλογενὴς (allogenēs) (Lucas 17,18).

Judíos y samaritanos no se trataban, como lo recuerda el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Cuando él le pide agua, ella le responde: 

«¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Juan 4,9). 

Y el evangelista agrega: 

"Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.” (Juan 4,9).

Hablar de “extranjero” nos hace pensar en inmigrantes, personas nacidas en otra tierra, a veces con cultura y lengua muy diferentes… pero aquel leproso, aquella mujer y también el protagonista de la parábola que hoy nos ocupa, habían nacido en la tierra de Jesús. Más aún, llevaban allí siglos… y reclamaban ser descendientes de Abraham, parte de las doce tribus de Jacob. Le dice la samaritana a Jesús: 

«¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob… ?» (Juan 4,12).

El origen remoto de los samaritanos, de los que aún hoy existe una pequeña comunidad en el Israel moderno, es confuso y tiene que ver con la política imperial de Asiria, en el siglo VIII a. C., que consistía en el desplazamiento de poblaciones de acuerdo a los intereses del imperio. Muchos israelitas -no todos- fueron llevados a Babilonia, pero otros pueblos fueron ubicados en las tierras que quedaron en parte despobladas. Esto cuenta el segundo libro de los Reyes:

El rey de Asiria hizo venir gente de Babilonia, de Cut, de Avá, de Jamat y de Sefarvaim, y la estableció en las ciudades de Samaría, en lugar de los israelitas. Ellos tomaron posesión de Samaría y ocuparon sus ciudades. (2 Reyes 17,24) 

Los pueblos llevados por los asirios se mezclaron con algunos de los israelitas que habían quedado y, en aquellos tiempos confusos, sin sacerdotes ni maestros de la Ley, fueron creando su propia versión de la fe de Israel, con sus propios lugares santos, como el monte Garizim, al que se refiere la samaritana en su diálogo con Jesús:

«Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar» (Juan 4,20)

Además de ese lugar santo diferente, los samaritanos fueron estableciendo sus propios ritos y libros sagrados. Para los judíos del tiempo de Jesús, pues, el samaritano era una especie de hereje, alguien que pretendía ser como ellos “hijo de Abraham”, pero que no lo era, ni por la sangre ni por la fe. A ese pueblo despreciado pertenece el protagonista de la parábola que Jesús nos trae este domingo y que comienza así:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.» (Lucas 10,30-31)

El sacerdote del que nos habla Jesús en esta parábola vio al hombre herido… pero siguió de largo ¿qué es lo que vio? Un problema. Un peligro. Una realidad que podría dejarlo impuro y, por tanto, impedido de realizar ese día su servicio en el templo de Jerusalén, si es que llegaba a tiempo tras haberse detenido. Lo vio, pero siguió de largo. Lo mismo sucedió con el levita que pasó después: “lo vio y siguió su camino”.

«Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.» (Lucas 10,33)

¿Qué vio el samaritano? ¿Acaso un compatriota, que por eso merecía toda su ayuda?
No. El samaritano vio al hombre herido. ¿Judío? ¿samaritano? ¿acaso un gentil, de otro pueblo? No lo sabemos. Jesús no lo dice. Se trata de un hombre herido; gravemente herido: “medio muerto”.
El samaritano se conmovió. Dejó que lo que veían sus ojos tocara su corazón y actuó en consecuencia.

«Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".» (Lucas 10,34-35)

“¿Quién es mi prójimo?” fue la pregunta de un doctor de la Ley, que motivó que Jesús narrara esta parábola. La respuesta que podría extraerse es “el hombre herido”; ése es mi prójimo, al que debo amar como a mí mismo. Sin embargo, Jesús cambia la perspectiva:

«¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» (Lucas 10,36)

Eso significa que no soy yo quien define “¿quién es mi prójimo?”, sino que es la persona necesitada quien llama a que yo me haga su prójimo.

En la parábola, actuó como prójimo el samaritano, el extranjero, aquel que pertenecía a un pueblo que creía en Dios, pero “a su manera”… Pero no es por eso que se hizo prójimo. El doctor de la ley responde adecuadamente a la pregunta sobre quién se comportó como prójimo:

«El que tuvo compasión de él» (Lucas 10,37)

Jesús concluye el diálogo diciendo al doctor de la Ley:

«Ve, y procede tú de la misma manera» (Lucas 10,37)

A través de esta parábola, Jesús nos llama a la compasión haciéndonos “prójimo” de aquel que está en necesidad. A la vez,  nos llama a tener una mirada más profunda, una mirada que atraviese nuestros prejuicios, que haga transparentes nuestros cristales, para reconocer la plena humanidad en la compasión manifestada por el samaritano y actuar de la misma manera.

Los padres de la Iglesia vieron en esta parábola al mismo Jesús que pasó haciendo el bien y curando a la humanidad herida por el pecado. Es esa su misión: curar los corazones con el perdón y la misericordia de Dios. Frente a todo aquello que calificamos como “inconsolable”, “incurable”, “irreparable”, Jesús es quien consuela, cura y repara con su Gracia. 

Él sigue acercándose a cada persona sufriente en cuerpo o en espíritu 

“y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio común VIII, Jesús, buen samaritano)

Que, actuando de la misma manera, podamos nosotros hacer presente a Jesús en nuestro mundo necesitado de misericordia.

En esta semana

  • El martes 15 recordamos a San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia, gran teólogo franciscano.
  • El miércoles 16, Nuestra Señora del Carmen. Es la patrona de las parroquias de Migues y de Toledo.
  • El viernes 18, en el calendario civil, recordamos la Jura de la primera Constitución del Uruguay, en 1830.
  • El domingo 20 se cumple un año del fallecimiento del P. Washington Conde, párroco de San Antonio de Padua, barrio Pueblo Nuevo, ciudad de Las Piedras. Lo recordamos con gratitud y oramos por su descanso eterno.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

jueves, 10 de julio de 2025

El Buen Samaritano, meditación del Papa Francisco en "Fratelli Tutti"

El capítulo 2 de la encíclica Fratelli Tutti está dedicado a la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37).

Como una invitación a leer todo el capítulo, leemos en este audio los números 67.68.80.81 (texto íntegro, voz humana).

Para acceder al texto completo de la encíclica, pulsar el siguiente enlace: FRATELLI TUTTI


Palabra de Vida: Amar de modo libre y gratuito. Mateo 10,7-15


Jueves de la XIV semana durante el año, 10 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

miércoles, 9 de julio de 2025

Palabra de Vida: Anunciar el Reino siendo una presencia del bien. Mateo 10,1-7


Palabra de Vida: Anunciar el Reino siendo una presencia del bien. Mateo 10,1-7
Miércoles de la XIV semana durante el año, 9 de julio de 2025.
El dibujo es una creación original de natiilustra.uy (Búscala en Instagram).
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

martes, 8 de julio de 2025

Palabra de Vida: Orar por las vocaciones. Mateo 9,32-38


Martes de la XIV semana durante el año, 8 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

domingo, 6 de julio de 2025

Palabra de Vida – Julio 2025. “Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.” (Lucas 10, 33)

Martine viaja en tren en una gran ciudad europea. Todos los pasajeros están concentrados en su celular. Conectados virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: “¿Es que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?”

Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Sin embargo, el Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 5).

En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf. Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.

Al doctor de la Ley, que conoce bien el mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6,5; Lv 19, 18), Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo: este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca a él y lo cuida.

Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir.

“(…) Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena del amor del Padre. (…) el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo demás, (…) que encuentra su más alta expresión en la misericordia. Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas”[1].

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.

La respuesta final y decisiva se expresa con una clara invitación: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la iniciativa de “tocar” las heridas de las personas con las que nos cruzamos cada día en los caminos de la vida.

Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia, que nos impide ver más allá de nosotros mismos.

Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso hacia el otro y la disponibilidad a escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de estar “perdiendo el tiempo”.

Esa es la experiencia de una joven coreana:

"Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía bien. Sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me sentí ‘curada’ de mis heridas interiores."

Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la categoría de la “cercanía” física y cultural. Desde esta perspectiva es posible ampliar las fronteras del “nosotros” hasta el horizonte del “todos” y recobrar los fundamentos mismos de la vida social.

Letizia Magri y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] LUBICH C., Palabra de Vida de junio de 2002.

sábado, 5 de julio de 2025

Palabra de Vida: Con Jesús en medio, renovar la Esperanza. Mateo 9,14-17.


Sábado de la XIII semana durante el año, 5 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 4 de julio de 2025

Setenta y dos misioneros (Lucas 10,1-12.17-20). Domingo XIV durante el año.

Después de una sucesión de domingos de fiesta, volvemos al tiempo durante el año, el tiempo en el que, siguiendo este año el evangelio de Lucas, vamos acompañando a Jesús y a sus discípulos, atentos a los dichos y hechos del Señor, con el deseo y la disposición de llevar la Palabra a nuestra vida, de ponerla en práctica. Hoy nos encontramos con todo un envío misionero.

Como todos sabemos, desde el comienzo de su misión, Jesús reunió un grupo de doce discípulos “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. El evangelio de hoy comienza contándonos que Jesús agrega a otro grupo, más grande, de discípulos:

El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. (Lucas 10,1)

El número de setenta y dos es como una multiplicación de los doce: seis veces doce. Si el número de doce es fácilmente referible a las 12 tribus de Israel, el número de 72 tiene su correspondencia en el capítulo 10 del libro del Génesis, que es una especie de catálogo de las naciones de la tierra, a partir de los hijos de Noé. Si bien en el evangelio la misión sigue realizándose en la tierra de Jesús, el número 72 está anunciando que esa misión continuará y se extenderá por el mundo, como luego va a contar el mismo Lucas en los Hechos de los Apóstoles.

Jesús los designó; es decir, no solo los llamó, sino que les dio lo que hoy llamaríamos “un nombramiento”, un encargue oficial, formal, de una tarea. Al decir “además de los Doce”, Jesús está marcando una diferencia entre los dos grupos. La designación tiene una clara finalidad: el envío como misioneros. De dos en dos, porque dos testigos dan más credibilidad a lo que se anuncia. Hay también un plan de misión. Jesús los envía a prepararle el camino: van a las ciudades y sitios donde Él va a ir después.

Jesús les da una serie de instrucciones. La primera es la de orar, a partir de una realidad que se impone:

«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.» (Lucas 10,2)

La realidad que se impone no es solo la enormidad de la tarea, sino, sobre todo, la urgencia. La cosecha tiene su tiempo. Cuando llega el momento, se debe cosechar sin demora; de no hacerlo, el fruto se pierde. Jesús está desarrollando su misión pero sabe que su tiempo será breve. Más trabajadores harán posible que su mensaje llegue a más personas.

Esa petición de Jesús ha quedado en la memoria de la Iglesia. Más allá de pequeños cambios en la formulación, todos tenemos presente ese pedido: “rueguen al dueño de los sembrados que envíe obreros a la mies”. Hoy sentimos de forma acuciante la falta de sacerdotes y de otros servidores de la comunidad eclesial, incluso de catequistas. Eso nos motiva a la oración; pero nuestra oración como Iglesia no tiene que limitarse sólo a las necesidades de nuestra parroquia o capilla; tenemos que hacerla con el corazón abierto, pensando en la Iglesia en toda su dimensión: en la diócesis, en el país, en el mundo.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. (Lucas 10,3-6)

“Vayan”: después de la oración, la acción, ponerse en salida, no quedarse quietos. Pero esa salida supone también asumir riesgos, “en medio de lobos”; supone también una actitud de desprendimiento y de confianza en la Providencia; y, finalmente, ir a lo suyo, sin perder tiempo en saludos triviales.

Pero los discípulos sí llevan un saludo, y éste es el de la paz. No es un saludo convencional, de mera cortesía. El saludo que ofrecen los discípulos tiene forma de intercesión: que descienda la paz sobre esta casa es una invocación a Dios, para pedir el don de la paz para esa familia. La paz es un signo de la cercanía del Reino de Dios. Ese don puede ser recibido o rechazado; pero si así sucede, si encuentran rechazo, los discípulos seguirán su camino en paz.

Junto al saludo de la paz, el mensaje de los discípulos se expresa con varias actitudes y con el anuncio del Reino:

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes". (Lucas 10,7-9)

Jesús les dijo que partieran sin llevar nada, confiados en la Providencia. Los misioneros tienen que aceptar lo que la Providencia les ofrece, a través de las personas con las que se encuentran. Primera actitud, entonces, sencillez en la vida y en el trato con la gente; una acción sanadora: “curen a sus enfermos” y un anuncio: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".

La presencia y el anuncio de los discípulos puede ser aceptado o rechazado. El rechazo no debe desesperar a los discípulos. Tienen la libertad para irse, pero tratarán de hacer comprender la responsabilidad que tiene el haber rechazado la Palabra.

La misión, bien vivida, culmina en la alegría:

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». (Lucas 10,17)

No se trata solo de vivir la alegría del momento, la alegría que pasa después de que se ha compartido los logros realizados. Jesús invita a una alegría más profunda y permanente:

«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo» (Lucas 10,18-20)

La alegría interior, la alegría que permanece indestructible, es la que viene de reconocer haber sido llamados por Dios a seguir a su Hijo. La alegría de ser discípulos. Recordemos esa canción que tantas veces cantamos: “Señor, tú me llamas, por mi nombre, desde lejos… por mi nombre, cada día, tú me llamas”. Recuperemos la memoria de nuestro bautismo, el momento en que fuimos llamados por nuestro nombre. Ese nombre quedó escrito en el corazón de Dios Padre. Creceremos en alegría en la medida en que respondamos más y mejor al llamado que el Padre vuelve a hacernos cada día, para seguir a su Hijo como discípulos misioneros.

En esta semana

El viernes 11 es la fiesta de San Benito, Abad. El monasterio Santa María, Madre de la Iglesia, de las hermanas benedictinas, celebra a su santo patrono. Les recuerdo que el monasterio es uno de los lugares jubilares de nuestra diócesis, donde es posible obtener la indulgencia plenaria, comulgando, confesándose antes o después y rezando por las intenciones del Santo Padre. El 11, a las 16:30, celebraremos la Misa con vísperas.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Palabra de Vida: Jesús en medio, nuestra vocación. Mateo 9,9-13


Viernes de la XIII semana durante el año, 4 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

jueves, 3 de julio de 2025

Santo Tomás, apóstol. Palabra de Vida: Vivir la experiencia de Jesús en medio. Juan 20,24-29.

  

Santo Tomás, apóstol. Jueves 3 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

miércoles, 2 de julio de 2025

Palabra de Vida: Con Jesús en medio expulsar el mal. Mateo 8,28-34.


Miércoles de la XIII semana durante el año, 2 de julio de 2025.
Nuestra Señora del Huerto.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

2 de julio: Nuestra señora del Huerto


El origen de esta advocación mariana, la devoción de San Antonio María Gianelli y el santuario "Hortus Conclusus" en Tierra Santa.

martes, 1 de julio de 2025

Palabra de Vida: Fortalecer la fe en Jesús entre nosotros. Mateo 8,23-27.



Martes de la XIII semana durante el año, 1 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

lunes, 30 de junio de 2025

sábado, 28 de junio de 2025

San Pedro y San Pablo, Apóstoles: “Conservé la fe” (2 Timoteo 4, 6-8.17-18)

“Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo, el insigne maestro que la interpretó;
aquél formó la primera Iglesia con el resto de Israel,
éste la extendió entre los paganos llamados a la fe.”
(Prefacio de la solemnidad de San Pedro y San Pablo)

Así describe el prefacio de la Misa de hoy la doble misión de Pedro y Pablo en la Iglesia. Cada uno de ellos tiene su propia fiesta en el calendario litúrgico: el 25 de enero se celebra “La conversión de San Pablo” y el 22 de febrero “La Cátedra de San Pedro”. Ambas celebraciones tienen la categoría de fiesta; pero aquí en el hemisferio sur, ocurren en pleno verano y a veces no llegan a tener el destaque que merecerían. Sin embargo, San Pedro y San Pablo se celebra como solemnidad, que en la liturgia es la categoría mayor, por encima de la fiesta. La Iglesia ha querido dar más relieve a esa celebración conjunta que a la celebración por separado de cada uno de ellos.

Si buscamos imágenes de los dos apóstoles, veremos que Pablo suele ser representado con una espada entre las manos. Según la tradición, Pablo murió mártir, pero no crucificado, sino decapitado, ya que era ciudadano romano:

El tribuno fue a preguntar a Pablo: «¿Tú eres ciudadano romano?». Y él le respondió: «Sí».
El tribuno prosiguió: «A mí me costó mucho dinero adquirir esa ciudadanía». «En cambio, yo la tengo de nacimiento», dijo Pablo. (Hechos 22,27-28)

Efectivamente, Pablo era natural de la ciudad de Tarso, que había sido incorporada a Roma y por eso quienes nacían en ella tenían derecho a la ciudadanía. La espada en las manos de Pablo hace alusión a su martirio, pero también a su prédica incansable, porque, como dice la carta a los Hebreos 

“la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hebreos 4,12).

La imagen de Pedro es reconocible por otro signo: las llaves. Eso corresponde a las palabras de Jesús:

«Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mateo 16,19)

Ahora bien, cuando buscamos imágenes en las que aparezcan los dos apóstoles, podemos encontrarlos sosteniendo entre los dos el edificio de una iglesia. Si los doce apóstoles son “columnas de la Iglesia”, Pedro y Pablo lo son por excelencia.

Los dos tienen muy diferentes historias de vida antes de conocer a Cristo. El encuentro con el Señor cambiará sus vidas; pero se producirá de manera muy diferente para cada uno.

Pedro era de Galilea, la región judía a mayor distancia del templo de Jerusalén, “Galilea de los gentiles”, con mucha presencia de gente de otras naciones. Allí solían gestarse los alzamientos contra Roma. Una periferia sospechosa. En esa Galilea, en Nazaret, creció Jesús. Pedro es llamado directamente por el maestro y lo sigue, junto con su hermano Andrés, dejándolo todo. Pedro y Jesús hablan arameo, con el mismo acento galileo; pero eso no garantiza que Pedro entienda e interprete bien todo lo que Jesús dice, como vemos repetidamente en el Evangelio. La conversión de Pedro, que significó su adhesión a un Mesías sufriente, fue un largo proceso, que culminó después de la muerte y resurrección de Jesús, cuando éste le preguntó: 

“Pedro ¿me amas más que estos?” (Juan 21,15)

Pablo, como dijimos, había nacido en Tarso, al sur de lo que hoy es Turquía, ciudad ubicada en la encrucijada de importantes rutas y con una tradición cultural en el campo de la filosofía. Sin embargo, a pesar, o tal vez por vivir en ese ambiente cosmopolita, Pablo se aferra de modo fanático a las tradiciones judías de los fariseos. Él se presenta como “fariseo, hijo de fariseos”. Su encuentro con Jesús será ya con el Resucitado… y será fulminante, como lo cuenta él mismo:

En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Le respondí: «¿Quién eres, Señor?», y la voz me dijo: «Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues». (Hechos 22,6-8)

Volvamos al prefacio, para ver el porqué de lo que allí se dice. “Pedro fue el primero en confesar la fe”. Los tres evangelios sinópticos presentan ese importante momento. El relato más completo lo encontramos en Mateo:

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?».
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». (Mateo 16,15-16)

También el evangelio de Juan presenta, en otro contexto, la confesión de fe de Pedro.

Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?».
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». (Juan 6,67-69)

Continúa el prefacio diciendo que Pablo fue el insigne maestro que interpretó la fe. Allí está todo el cuerpo de escritos paulinos, sus epístolas. Aunque están ubicadas después de los evangelios, las cartas de Pablo fueron redactadas antes de que los evangelios recibieran su redacción final. En ese sentido, son los escritos más antiguos del Nuevo Testamento y en ellos, Pablo vuelve una y otra vez sobre el misterio pascual, la muerte y resurrección de Cristo como centro de nuestra fe.

Volviendo a Pedro, el prefacio dice que “formó la primera Iglesia con el resto de Israel”. Allí tenemos que remitirnos al acontecimiento de Pentecostés, nacimiento de la Iglesia, en torno al grupo de los Doce, encabezado por Pedro. Es la primera comunidad, en Jerusalén. 

De Pablo, dice a continuación el prefacio, “extendió [la Iglesia] entre los paganos” y ahí tenemos su infatigable labor como evangelizador. 

Pedro también anunció la fe al mundo pagano, aunque encontraba más dificultades y resistencias interiores que las que podía sentir Pablo, como lo muestran las palabras que dirige al centurión Cornelio, cercano a la fe de Israel, pero de origen pagano.

Ustedes saben que está prohibido a un judío tratar con un extranjero o visitarlo. Pero Dios acaba de mostrarme que no hay que considerar manchado o impuro a ningún hombre. (Hechos 10,28)

La segunda lectura de hoy nos trae un pasaje que escribe Pablo a su discípulo Timoteo, donde el apóstol siente cercano el final su misión y de su vida:

Querido hijo:
Ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
(2 Timoteo 4,6-7)

Ahí está el corazón del apóstol que ha pasado por mil pruebas, que siempre ha encontrado que Dios lo sostuvo en su debilidad y ahora puede decir: “conservé la fe”.

Que en este día renovemos, también nosotros, nuestra fe en Jesucristo muerto y resucitado; esa fe que Pedro fue el primero en confesar y que Pablo interpretó como maestro; esa fe por la cual ellos llegaron a dar la vida por Cristo y que hace que hoy, con alegría, les rindamos, juntos, la misma veneración.

Óbolo de San Pedro.

No olvidemos que este fin de semana, en todo el mundo se realiza la colecta del óbolo de San Pedro, nuestra forma de participar en la misión del Papa, tanto en sus obras de caridad como en la labor evangelizadora.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Feliz fiesta de San Pedro y San Pablo. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Inmaculado Corazón de María. Vivir la Esperanza siendo Familia. Lucas 2,41-51.


Palabra de Vida, sábado 28 de junio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 27 de junio de 2025

Consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Misa en el Monasterio de la Visitación de Santa María, Progreso Canelones.


Homilía de Mons. Heriberto

Queridos hermanos y hermanas:

Esta celebración de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús tiene este año una significación especial, por varios motivos. 
  • Estamos en el Año Jubilar 2025, convocado bajo el lema “La esperanza no defrauda”. 
  • Culmina hoy, en Paray-le-Monial, el Jubileo por los 350 años de las apariciones de Jesús a Santa Margarita María Alacoque; un año y medio que nos ha llamado cada día a la reparación al Corazón de Jesús con la consigna “Devolver amor por amor”.
  • En el bicentenario de aquellas apariciones, nuestro beato Jacinto Vera celebró la consagración de Uruguay al Corazón de Jesús. A 150 años de aquel acto de amor, queremos hoy renovar esa consagración en nuestra Iglesia diocesana.
  • También en este día se celebra la jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, establecida hace 30 años por san Juan Pablo II.
“Devolver amor por amor” expresa, con palabras sencillas, pero que hay que entender en toda su profundidad, la manera de ofrecer nuestra reparación al Corazón de Cristo.

Dios toma la iniciativa en el amor. Él nos amó primero: 
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Juan 3,16). 
Él nos amó hasta el fin: 
“… sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Juan 13,1). 
Él nos amó conociendo nuestra debilidad y nuestro pecado: 
“… la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5,8 - segunda lectura).
El mensaje de Jesús a santa Margarita María nos muestra que ese amor no ha cesado; más aún, que sigue encendido, y no como un rescoldo entre cenizas, sino como una llama viva, inextinguible:
«Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros, que te descubro».
A la vez, Jesús presenta su reclamo. Ese amor apasionado no es correspondido. 
“Tengo sed, ardo por el deseo de ser amado”; 
“No recibo más que ingratitud e indiferencia”.
De este desencuentro entre el amor divino y nuestra ingratitud, surge la necesidad de un amor reparador: “devolver amor por amor”.

Ahora bien: ¿necesita el corazón de Cristo ser reparado? ¿no es acaso Cristo el resucitado, sentado a la derecha del Padre? Decía el papa Pío XI: 
“¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos?”
Por otra parte: ¿no está la humanidad atravesada por innumerables heridas, muchas de ellas que no dudaríamos de calificar en “irreparables”, en la vida personal, familiar, social…? Las guerras, con todas sus secuelas de muerte, violencia, destrucción de familias y de bienes, odios y resentimientos… y aquí, cerca de nosotros, el rostro infantil de la pobreza, las personas en situación de calle, los graves problemas de salud mental, las personas y familias destrozadas por las adicciones, la situación tantas veces denigrante de los privados de libertad, las injusticias y violencias de todo tipo… 
Entonces ¿Por qué pensar en reparar al corazón de Cristo? ¿No será todo esto una distracción, una sensiblería, una religiosidad individualista? ¿No deberíamos volver la mirada al prójimo y poner allí todo nuestro esfuerzo para reparar, curar, sanar tantas almas y cuerpos desgarrados?

No, hermanos y hermanas. Precisamente, allí, en cada corazón humano herido, sigue presente, doliente y dolorosa la herida del corazón de Cristo… ¿es posible reparar lo irreparable? Solo Cristo puede llevar a término la más honda reparación del corazón humano.

Las lecturas de hoy nos anuncian a Jesús, buen pastor, que sale a buscar la oveja perdida, hace volver a la descarriada, venda a la que está herida y cura a la enferma y que, conduciéndonos a sus praderas y a sus aguadas, repara nuestras fuerzas.

La reparación al corazón de Cristo es el camino para nuestra reparación, la reparación de nuestro corazón. Así como Dios no necesita de nuestra alabanza, tampoco necesita de nuestros actos de reparación; pero Él inspira en nosotros que lo alabemos, que le demos gracias y nos pide que lo hagamos; Él inspira también esos actos de reparación y nos los pide, ¿para qué? para que 
“nos ayuden en el camino de la salvación” (cf. Prefacio común IV).
El corazón que ha amado tanto y que solo ha recibido ingratitud pide ser amado, reclama nuestro amor, no para que nos olvidemos de la humanidad sufriente, sino para que seamos dentro de ella testigos de su amor reparador, viviendo en profundidad el amor al prójimo, ya que no puede  
“amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve” (1 Juan 4,20).
Respondiendo al amor del Corazón de Jesús, vamos hoy a ofrecerle nuestra consagración, tanto personal como comunitaria. Cada uno rezará la oración; pero lo haremos todos juntos. Cada uno buscará la forma personal de realizar la reparación al Corazón traspasado de Jesús. Pero también, como comunidad, buscaremos la forma de hacer juntos esos actos de amor, la forma de vivir y obrar juntos la Caridad. 

Obrar la Caridad: no solamente ayudar económicamente, dar un plato de comida caliente, una frazada, la visita a un enfermo o a un encarcelado o, más aún, sostener o realizar obras educativas, de promoción de la persona humana, anunciar el evangelio, educar en la fe… todo eso, y muchas otras buenas acciones que realicemos personal o comunitariamente están bien, son un bien… ¿qué agrega a esto la consagración al Corazón de Jesús?

La respuesta es “mucho”. Pero no es algo que se agrega en el mismo plano, algo así como una especie de “charla motivacional”. Si vivimos en profundidad esta consagración, cada una de nuestras acciones podrá hacerse una verdadera ofrenda espiritual, que se una a la ofrenda de Cristo al Padre. A eso nos exhorta san Pablo: a ofrecernos nosotros mismos 
“como una víctima viva, santa y agradable a Dios” (Romanos 12,1).
Nos consagramos al Corazón de Jesús para unirnos más a Él, para unirnos más aún a su pasión, a su amor hasta el fin, porque la ofrenda de nuestra vida solo tiene valor si está unida a su ofrenda en la cruz, de la que viene nuestra salvación. 

Esta consagración nos hace conscientes de nuestro tiempo “perdido”… perdido, por no haber amado. Perdido, por no haber respondido al amor de Dios. 

Realicemos esta consagración, no como un acto puntual, formal, sino como un verdadero acto de amor, renovando nuestra fe, renovando nuestro compromiso bautismal. 

Con nuestro gesto, digámosle al Señor, personalmente, pero también como comunidad: “aquí estoy, aquí estamos, para hacer tu voluntad”; no la mía, no la nuestra, sino la tuya; abiertos a la forma que cada día quieras mostrarnos para “devolver amor por amor” amándote a ti y a nuestro prójimo. Así sea.

León XIV a jóvenes y participantes en el Día Internacional de Lucha contra las Drogas: "El mal se vence juntos... Dios nos creó para estar juntos."


Comencemos con la Señal de la Cruz: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 
¡La paz sea con ustedes! Bienvenidos a todos y espero que el sol no sea demasiado fuerte… 
Pero Dios es grande y nos acompañará. ¡Gracias por su presencia!

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos! 

Agradezco a quienes hicieron posible este encuentro, que de muchas maneras nos lleva al corazón del Jubileo, un año de gracia en el que a cada persona se le reconoce su dignidad, a menudo menoscabada o negada. La esperanza es para ustedes una palabra rica en historia: no es un eslogan, sino la luz redescubierta a través del gran trabajo. Quisiera repetirles, pues, ese saludo que transforma el corazón: ¡La paz sea con ustedes! En la tarde de Pascua, Jesús saludó así a los discípulos encerrados en el cenáculo. Lo habían abandonado, creían haberlo perdido para siempre, tenían miedo y estaban decepcionados; algunos ya se habían ido. Pero es Jesús quien los encuentra, quien viene a buscarlos de nuevo. Entra tras las puertas cerradas, donde están como enterrados vivos. Les trae paz, los recrea con el perdón, les infunde: es decir, infunde el Espíritu Santo, que es el aliento de Dios en nosotros. Cuando falta el aire, cuando no hay horizonte, nuestra dignidad se marchita. ¡No olvidemos que Jesús resucitado sigue viniendo y trayendo su aliento! A menudo lo hace a través de las personas que van más allá de nuestras puertas cerradas y que, a pesar de todo lo sucedido, ven la dignidad que hemos olvidado o que se nos ha negado.

Queridos amigos, su presencia aquí es un testimonio de libertad. Recuerdo que cuando el Papa Francisco entraba en una cárcel, incluso en su último Jueves Santo, siempre se hacía esta pregunta: «¿Por qué ellos y no yo?». Las drogas y las adicciones son una prisión invisible que ustedes, de diferentes maneras, han conocido y combatido, pero todos estamos llamados a la libertad. Al encontrarme con ustedes, pienso en el abismo de mi corazón y de todo corazón humano. Es un salmo, es decir, la Biblia, que llama «abismo» al misterio que habita en nosotros (cf. Salmo 63,7). San Agustín confesó que solo en Cristo la inquietud de su corazón encontró paz. Buscamos la paz y la alegría, tenemos sed de ellas. Y muchas decepciones pueden decepcionarnos e incluso aprisionarnos en esta búsqueda. Miremos a nuestro alrededor, sin embargo. Y leamos en los rostros de los demás una palabra que nunca traiciona: juntos. El mal se vence juntos. La alegría se encuentra juntos. La injusticia se combate juntos. El Dios que nos creó y nos conoce a cada uno de nosotros —y es más íntimo de mí que yo mismo— nos creó para estar juntos. Por supuesto, también hay vínculos que hieren y grupos humanos en los que falta libertad. Sin embargo, incluso estas dificultades solo pueden superarse juntos, confiando en quienes no se benefician a nuestra costa, en quienes podemos encontrarnos y nos brindan una atención desinteresada.

Hoy, hermanos y hermanas, libramos una lucha que no puede abandonarse mientras a nuestro alrededor haya alguien preso en diversas formas de adicción. Nuestra lucha es contra quienes hacen de las drogas y cualquier otra adicción —pensemos en el alcohol o el juego— su inmenso negocio. Existen enormes concentraciones de intereses y organizaciones criminales ramificadas que los Estados tienen el deber de desmantelar. Es más fácil luchar contra sus víctimas. Con demasiada frecuencia, en nombre de la seguridad, se ha librado y se libra una guerra contra los pobres, llenando las cárceles con quienes son solo el último eslabón de una cadena de muerte. Quienes sostienen la cadena, en cambio, logran tener influencia e impunidad. Nuestras ciudades no deben liberarse de los marginados, sino de la marginación; no deben limpiarse de los desesperados, sino de la desesperación. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza malsana e integran a quienes son diferentes, y que hacen de esta integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué hermosas son las ciudades que, incluso en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan y fomentan el reconocimiento del otro! (Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 210).

El Jubileo nos muestra la cultura del encuentro como camino hacia la seguridad, nos invita a restituir y redistribuir la riqueza acumulada injustamente, como camino hacia la reconciliación personal y civil. «En la tierra como en el cielo»: la ciudad de Dios nos compromete a profetizar en la ciudad de los hombres. Y esto —lo sabemos— también puede conducir al martirio hoy. La lucha contra el narcotráfico, el compromiso educativo con los pobres, la defensa de las comunidades indígenas y migrantes, la fidelidad a la doctrina social de la Iglesia se consideran subversivos en muchos lugares.

Queridos jóvenes, no son espectadores de la renovación que nuestra Tierra tanto necesita: son protagonistas. Dios obra grandes cosas con quienes libera del mal. Otro salmo, tan querido por los primeros cristianos, dice: «La piedra desechada por los constructores se ha convertido en piedra angular» (Sal 117,22). Jesús fue rechazado y crucificado a las puertas de su ciudad. Sobre él, piedra angular sobre la que Dios reconstruye el mundo, ustedes también son piedras de gran valor en la construcción de una nueva humanidad. Jesús, el rechazado, los invita a todos, y si se sentían rechazados y acabados, ya no lo están. Los errores, el sufrimiento, pero sobre todo el deseo de vida que traen, los convierten en testigos de que el cambio es posible.

La Iglesia los necesita. La humanidad los necesita. La educación y la política los necesitan. Juntos, por encima de toda dependencia que nos degrade, haremos prevalecer la infinita dignidad impresa en cada uno de nosotros. Esa dignidad, por desgracia, a veces solo brilla cuando se pierde casi por completo. Entonces llega una sacudida y queda claro que levantarse es cuestión de vida o muerte. Pues bien, hoy toda la sociedad necesita esa sacudida, necesita su testimonio y la gran labor que realizan. De hecho, todos tenemos la vocación de ser más libres y humanos, la vocación a la paz. Esta es la vocación más divina. Avancemos juntos, pues, multiplicando los espacios de sanación, encuentro y educación: caminos pastorales y políticas sociales que empiezan en la calle y nunca dan a nadie por perdido. Y recen también para que mi ministerio esté al servicio de la esperanza de las personas y de los pueblos, al servicio de todos. Los encomiendo a la guía maternal de María Santísima. Y los bendigo de corazón. ¡Gracias!

Tomado de: Las palabras del Papa León XIV que todo drogadicto, ex drogadicto y personas que les tratan deben leer | ZENIT - Español. Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.