Viernes 10 de enero de 2025. Tiempo de Navidad.
Los textos propuestos en esta semana son los que se utilizan en los países donde la Epifanía se celebra en domingo, como es el caso de Brasil. Por eso difieren de los que leemos en Uruguay y Argentina, donde celebramos la Epifanía el 6 de enero.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
jueves, 9 de enero de 2025
Palabra de Vida: Querer y buscar la purificación (Lucas 5,12-16)
miércoles, 8 de enero de 2025
Palabra de Vida: “El que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Juan 4,19-5,4)
Jueves 9 de enero de 2025. Tiempo de Navidad.
Los textos propuestos en esta semana son los que se utilizan en los países donde la Epifanía se celebra en domingo, como es el caso de Brasil. Por eso difieren de los que leemos en Uruguay y Argentina, donde celebramos la Epifanía el 6 de enero.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
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Bautismo del Señor. «Tú eres mi Hijo muy querido» (Lucas 3,15-16.21-22)
Este domingo concluye el tiempo de Navidad y se inicia lo que llamamos el tiempo durante el año, o tiempo ordinario, para diferenciarlo de los tiempos extraordinarios, tiempos fuertes, como son el adviento, el tiempo de navidad, la cuaresma y el tiempo pascual. A partir de hoy vamos a ir encontrándonos, domingo a domingo, con diferentes acontecimientos de la vida de Jesús, siguiendo el evangelio según san Lucas, que es el que corresponde en este año.
El acontecimiento que cierra el tiempo de Navidad y abre este tiempo nuevo, es el bautismo de Jesús. El evangelista Lucas lo relata de manera muy breve, pero que, a la vez, dice mucho. Primero nos ubica en un contexto:
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. (Lucas 3,21)
¿Cómo hacía Juan su bautismo?
Hoy, la forma más común de bautizar es verter agua sobre la cabeza de quien se bautiza, sea un bebé, un niño o un joven o un adulto. Es la más común, pero sigue siendo válida la forma más antigua, que es el bautismo por inmersión. Esto se hacía en un baptisterio que era como una pequeña piscina -a veces no tan pequeña- en la que podía sumergirse por entero la persona. Llegamos a la forma actual del bautismo entendiendo que la cabeza, sobre la que se vierte el agua, expresa significativamente la totalidad del cuerpo.
Juan bautizaba en el río Jordán. Al parecer, la gente se sumergía a una indicación del bautista. Si es así, Jesús se bautizó entre el pueblo. Recordemos también que el bautismo de Juan era “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lucas 3,3). Jesús entró al agua junto al pueblo que quería mostrar su conversión y recibir el perdón de sus pecados.
¿Por qué Jesús pasó por este bautismo si Él no tenía ninguna necesidad de recibirlo? (En los evangelios de Mateo y Marcos se nos cuenta que Juan se resistió a que Jesús se bautizara).
Una primera razón es la que se expresa en ese versículo: Jesús se bautizó con todo el pueblo, en solidaridad con todos aquellos que habían escuchado la prédica de Juan.
Pero, inmediatamente, dos cosas van a marcar la diferencia. La primera:
Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. (Lucas 3,21-22)
El Espíritu Santo descendió sobre Jesús. San Lucas es el evangelista que más menciona la intervención del Espíritu en la obra de salvación. Es el mismo Lucas quien nos dice cómo fue concebido Jesús. Cuando María preguntó cómo sucedería eso, el ángel le dijo:
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1,35)
El Espíritu Santo ya estaba presente en la concepción de Jesús. Como Hijo de Dios, él ya tenía la plenitud del Espíritu. El descendimiento del Espíritu hace visible esa realidad ya presente.
Pero hay una segunda manifestación que marca lo especial del Bautismo de Jesús:
Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.» (Lucas 3,22)
La voz del Padre se suma a la presencia del Espíritu. La Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo está aquí presente, manifestándose.
El bautismo de Jesús se convierte así en una epifanía, es decir, una manifestación divina, que, en ese sentido, está en relación con la adoración de los Magos (Mateo 2,1-12) y el milagro de las bodas de Caná, “el primero de los signos de Jesús” (Juan 2,1-11), evangelio del próximo domingo. Esto lo marca hermosamente la liturgia de las horas del 6 de enero. En Laudes, la oración de la mañana, se reza en cierto momento:
“Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque, en el Jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino” (antífona al Benedictus)
En la oración de la tarde, las Vísperas, vuelve el mismo tema. Notemos la insistencia en el hoy, como indicando que esos tres acontecimientos, distantes en el tiempo en las narraciones evangélicas, se hacen presentes hoy para nosotros:
“Veneremos este día santo honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos” (antífona al Magníficat).
El Bautismo de Jesús nos invita a considerar el sentido de nuestro propio bautismo. Quienes fuimos bautizados siendo muy pequeños, no tenemos recuerdo propio de ese día; como tampoco lo tenemos de nuestro nacimiento. En el día de nuestro bautismo, no importa a que edad lo recibimos, nacimos de nuevo.
No entendemos el significado de nuestro bautismo sin ver su profunda relación con el Bautismo de Cristo. Con su bautismo, Cristo santificó las aguas, para que por ellas seamos santificados los bautizados. El cielo se abrió para mostrar la apertura de un camino de salvación, que nosotros podemos recorrer en Cristo. Cristo fue proclamado por el Padre como “mi hijo muy querido”, para que nosotros lleguemos a ser también sus hijos e hijas, en unión con el Hijo, en unión con Cristo.
Por el bautismo nos unimos a Cristo en su Pascua: muerte y resurrección. Dice san Pablo:
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. (Romanos 6,3-4)
Notemos como se expresa Pablo: nos hemos sumergido en la muerte de Cristo, fuimos sepultados con Él, para participar de su resurrección, comenzando por una vida nueva aquí y ahora. Vida nueva: vida en Cristo, vida de discípulo que va creciendo al conocer y practicar las enseñanzas de Jesús y recibiéndolo en los sacramentos, especialmente la comunión.
Por el bautismo somos incorporados a la Iglesia, cuerpo de Cristo. Somos hechos hijos de Dios. Hijos e hijas en el Hijo. Esa es nuestra identidad, la identidad que tenemos que asumir o reasumir, si la hemos olvidado, tomando conciencia de nuestra misión de cristianos y del compromiso que supone comportarnos como testigos del Reino de Dios.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
martes, 7 de enero de 2025
Palabra de Vida: “El que permanece en el amor permanece en Dios” (1 Juan 4,11-18)
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lunes, 6 de enero de 2025
Palabra de Vida: “Denles de comer ustedes mismos” (Marcos 6,34-44)
Ilustración: "Milagro de los panes y los peces" (Giovanni Lanfranco). Galería Nacional de Irlanda.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
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viernes, 3 de enero de 2025
Al principio existía la Palabra (Juan 1,1-18). II Domingo después de Navidad.
Amigas y amigos: hoy es “la noche de Reyes”, la noche que tanto esperábamos de niños y que muchos niños siguen esperando, como lo hicimos los mayores, muchos años atrás… Para la iglesia, el 6 de enero es la fiesta de la “Epifanía” del Señor. Epifanía significa “manifestación” y los reyes magos son esos tres hombres que, siguiendo una estrella, llegaron a Belén desde países lejanos, para adorar al Niño Jesús. Esos tres hombres representan a todos aquellos que, aún desde distintas creencias, tienen un profundo sentimiento religioso y buscan la salvación.
El evangelio los llama “magos”, pero el profeta Isaías anunció la venida de “reyes” y así, juntando los dos nombres, tenemos “los reyes magos”.
Este relato, que escucharemos mañana, cierra un ciclo de historias en relación con la Navidad, que comienza con el anuncio del nacimiento del Bautista y sigue con la anunciación a María, la visitación de María a Isabel, el sueño de José, el viaje a Belén, el nacimiento, los ángeles, los pastores, la llegada de los Magos, la huida a Egipto y la matanza de los inocentes.
Estas historias son muy vívidas, con personajes bien definidos, a los que escuchamos expresarse y a los que vemos actuar.
Todo eso contrasta con el evangelio que encontramos hoy. En este domingo leemos el prólogo del evangelio según san Juan.
El prólogo está en el comienzo de este evangelio, en el primer capítulo; pero no tenemos que pensar que fue lo primero que el evangelista escribió; tal vez haya sido lo último, como una especie de síntesis que sirva de introducción a todo su evangelio.
El prólogo contrasta con los relatos de Navidad por su forma de expresarse que podríamos llamar “abstracta”, pero que también se hace poética. No es una lectura fácil; no porque no se pueda leer de un tirón, sino porque hay que ir deteniéndose en cada versículo y aún en cada palabra para poder sacar provecho del texto.
El primer versículo del prólogo nos dice:
Al principio existía la Palabra
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. (Juan 1,1)
Para el lector que conoce la Escritura, la expresión “al principio” lo lleva a otro libro, el primero de la Biblia, el Génesis, cuyo primer versículo dice:
Al principio Dios creó el cielo y la tierra. (Génesis 1,1)
Poco más adelante, en el versículo 3, leemos: “Entonces Dios dijo”; es decir, hizo uso de la Palabra. Seguimos leyendo y vemos que esa expresión “Dios dijo” se va repitiendo. Cada vez que Dios dice su Palabra, algo nuevo es creado. Volvamos ahora al prólogo de san Juan:
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. (Juan 1,3)
A través de estas primeras líneas, Juan quiere hacernos ver que la Palabra no es simplemente la facultad o capacidad de hablar que tiene Dios. Al decirnos que la Palabra está junto a Dios, que la Palabra es Dios, está personificando la Palabra. La Palabra no es simplemente algo que Dios dice, sino que es Alguien que hace realidad lo que Dios dispone.
Volvamos al Génesis. ¿Cuál es la primer obra que aparece a partir de la Palabra?
Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.
Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; (Génesis 1,3-4)
La luz… Juan sigue hablándonos de la Palabra y nos dice:
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron. (Juan 1,4-5)
El Génesis nos habla de la luz física, la luz que hace posible que veamos todo lo que nos rodea. Juan nos habla de la vida presente en la Palabra y nos dice que esa vida es la luz de los hombres. Más adelante lo dice aún más claramente:
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre. (Juan 1,9)
Esta “luz verdadera” de la Palabra ilumina interiormente, ilumina el espíritu. Como luz verdadera, la Palabra hace conocer al hombre la verdad más profunda sobre Dios y, en consecuencia, sobre sí mismo. Esa luz no fue aceptada por todos. Algunos no la conocieron; otros no quisieron recibirla.
Si seguimos estas reflexiones, podríamos pensar que la Palabra, que es luz, que es vida, es solo espíritu y que de alguna forma nuestro espíritu se conecta con ella. Está presente en el mundo, “ilumina todo hombre”… pero ¿de qué manera?
Poco a poco san Juan va haciéndonos ver cómo la Palabra entra en la historia y en la vida de la humanidad. Nos habla así de un hombre enviado por Dios como “testigo de la luz”: Juan el Bautista. Juan da testimonio de la luz “para que todos creyeran por medio de él”. Así, el evangelista nos va preparando, poco a poco, para la gran revelación:
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros. (Juan 1,14)
La Palabra, que estaba junto a Dios, que era Dios, que era vida, que era la luz verdadera, la Palabra se hizo carne: es decir, se hizo hombre, tomó nuestra humanidad y vivió entre nosotros. Más adelante, nos dice el nombre de la Palabra hecha carne:
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. (Juan 1,17)
Jesús, el Cristo, es la Palabra. Pero todavía le falta a Juan completar su revelación, ser más explícito:
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Hijo único,
que está en el seno del Padre. (Juan 1,18)
La Palabra, Jesucristo, es el Hijo único del Padre. Quien se ha hecho carne, quien se ha hecho hombre es el Hijo de Dios. Por eso, Él puede decirnos quién es Dios, y cómo es Dios realmente. Después de este prólogo, el capítulo continúa con la actuación de Juan el Bautista, el bautismo de Jesús y el llamado de los primeros discípulos. Allí va Jesucristo, la Palabra eterna del Padre, el Hijo de Dios, caminando entre nosotros. Su vida, con sus encuentros, sus palabras y sus obras; su pasión, muerte y resurrección; nos hablarán del Padre, de su amor por el mundo que lo lleva a entregar a su Hijo único; del amor del Hijo, que amó a los suyos “hasta el extremo”, hasta dar la vida.
Volviendo a los relatos de Navidad que nos presentan los evangelios de Mateo y Lucas, el comienzo del evangelio de Juan que hemos recorrido en forma salteada, nos invita a contemplar en ese niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” a aquel que es la Palabra eterna del Padre, el Hijo único del Padre, vida y luz de los hombres. Vida y luz nuestra, que estamos llamados a seguir reconociendo y recibiendo cada día de nuestra vida.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Palabra de Vida: Dar testimonio. Juan 1,29-34
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jueves, 2 de enero de 2025
Palabra de Vida: Permanecer en Dios. 1 Juan 2,22-28.
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miércoles, 1 de enero de 2025
«¿Crees esto?» (Jn 11, 26). Palabra de Vida, enero 2025. Movimiento de los Focolares.
Jesús está llegando a Betania, donde Lázaro lleva muerto cuatro días. Informada de ello, su hermana Marta corre esperanzada a su encuentro. Jesús los quería mucho a ella, a su hermana María y a Lázaro, como subraya el Evangelio [1]. Aun en medio del dolor, Marta manifiesta al Señor su confianza en Él, convencida de que si hubiese estado presente antes de morir su hermano, éste seguiría vivo, pero que incluso ahora, cualquier petición que hiciera a Dios sería atendida. «Tu hermano resucitará» (Jn 11, 23), afirma entonces Jesús.
«¿Crees esto?»
Después de haber aclarado que se refiere a la vuelta de Lázaro a la vida física aquí y ahora, y no solo a la que le espera al creyente después de la muerte, Jesús le pide a Marta la adhesión de la fe, y no solo para realizar uno de sus milagros –que el evangelista Juan llama «signos»–, sino para otorgarle a ella, como a todos los creyentes, una vida nueva y la resurrección. «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25), afirma Jesús. Y la fe que le pide es una relación personal con él, una adhesión activa y dinámica. Creer no es como aceptar un contrato que se firma una vez y ya no se vuelve a mirar, sino un hecho que transforma e impregna la vida diaria.
«¿Crees esto?»
Jesús invita a vivir una vida nueva aquí y ahora. Nos invita a experimentarla cada día, sabiendo que, como hemos vuelto a descubrir en Navidad, él mismo nos la ha traído, tomando la iniciativa de venir a buscarnos y viniendo entre nosotros.
¿Cómo responder a su pregunta? Miremos a Marta, la hermana de Lázaro.
En el diálogo con Jesús le brota una profesión de fe plena en él. El original griego la expresa aún con más fuerza. El «yo creo» que ella pronuncia significa «he alcanzado a creer», «creo firmemente» que «tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que iba a venir al mundo» [2], con todas las consecuencias. Es una convicción madurada con el tiempo, puesta a prueba en las diversas circunstancias que ha afrontado en la vida.
El Señor me dirige su pregunta también a mí. También a mí me pide una confianza generosa en él y la adhesión a su estilo de vida, fundado en el amor generoso y concreto a todos. La perseverancia madurará mi fe, que se reforzará al constatar día tras día la verdad de las palabras de Jesús puestas en práctica, y que no dejará de expresarse en mi actuar diario con todos. Para empezar, podemos hacer nuestra la oración de los apóstoles a Jesús: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 5).
«¿Crees esto?»
«Una de mis hijas había perdido el trabajo a la vez que todos sus compañeros, ya que el gobierno había cerrado la agencia pública donde trabajaban –cuenta Patricia, de Latinoamérica–. Como forma de protesta, habían organizado una acampada ante la sede. Yo procuraba apoyarlos participando en algunas de sus actividades, llevándoles comida o simplemente parándome a hablar con ellos.
El Jueves Santo, un grupo de sacerdotes que los acompañaba decidió celebrar una ceremonia en la que se ofrecían también espacios de escucha, se leyó el Evangelio y se llevó a cabo el gesto del lavatorio de pies en recuerdo de lo que había hecho Jesús. La mayor parte de los presentes no eran personas religiosas; sin embargo, fue un momento de profunda unión, fraternidad y esperanza. Se sintieron abrazados, y, emocionados, daban las gracias a aquellos sacerdotes que los acompañaban en medio de la incertidumbre y el sufrimiento».
Esta palabra de Jesús ha sido elegida como lema para la Semana de oración por la unidad de los cristianos de 2025. Así pues, recemos y apliquémonos para que nuestra creencia común nos mueva a buscar la fraternidad con todos: esta es la propuesta y el deseo de Dios para la humanidad, pero requiere nuestra adhesión. La oración y la acción serán eficaces si nacen de esta confianza en Dios y de nuestro actuar en consecuencia.
Silvano Malini y el equipo de la Palabra de vida
[1] Jn 11,5.
[2] Cf. Jn 11,27.
Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz. Mensaje del Papa Francisco. 58a. Jornada Mundial de la Paz.
MENSAJE
DE SU SANTIDAD
FRANCISCO
PARA LA LVIII
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2025
Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz
I. Escuchando el grito de la humanidad amenazada
1. Al inicio de este nuevo año que nos da el Padre celestial, tiempo jubilar dedicado a la esperanza, dirijo mi más sincero deseo de paz a toda mujer y hombre, en particular a quien se siente postrado por su propia condición existencial, condenado por sus propios errores, aplastado por el juicio de los otros, y ya no logra divisar ninguna perspectiva para su propia vida. A todos ustedes, esperanza y paz, porque este es un Año de gracia que proviene del Corazón del Redentor.
2. En el 2025 la Iglesia católica celebra el Jubileo, evento que colma los corazones de esperanza. El “jubileo” se remonta a una antigua tradición judía, cuando el sonido de un cuerno de carnero —en hebreo yobel— anunciaba, cada cuarenta y nueve años, uno de clemencia y liberación para todo el pueblo (cf. Lv 25,10). Este solemne llamamiento debía resonar idealmente en todo el mundo (cf. Lv 25,9), para restablecer la justicia de Dios en distintos ámbitos de la vida: en el uso de la tierra, en la posesión de los bienes, en la relación con el prójimo, sobre todo respecto a los más pobres y a quienes habían caído en desgracia. El sonido del cuerno recordaba a todo el pueblo —al que era rico y al que se había empobrecido— que ninguna persona viene al mundo para ser oprimida; somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre, nacidos para ser libres según la voluntad del Señor (cf. Lv 25,17.25.43.46.55).
3. También hoy, el Jubileo es un evento que nos impulsa a buscar la justicia liberadora de Dios sobre toda la tierra. Al comienzo de este Año de gracia, en lugar del cuerno nosotros quisiéramos ponernos a la escucha del «grito desesperado de auxilio» [1] que, como la voz de la sangre de Abel el justo, se eleva desde muchas partes de la tierra (cf. Gn 4,10), y que Dios nunca deja de escuchar. También nosotros nos sentimos llamados a ser voz de tantas situaciones de explotación de la tierra y de opresión del prójimo [2]. Dichas injusticias asumen a menudo la forma de lo que san Juan Pablo II definió como «estructuras de pecado» [3], porque no se deben sólo a la iniquidad de algunos, sino que se han consolidado —por así decirlo— y se sostienen en una complicidad extendida.
4. Cada uno de nosotros debe sentirse responsable de algún modo por la devastación a la que está sometida nuestra casa común, empezando por esas acciones que, aunque sólo sea indirectamente, alimentan los conflictos que están azotando la humanidad. Así se fomentan y se entrelazan desafíos sistémicos, distintos pero interconectados, que asolan nuestro planeta [4]. Me refiero, en particular, a las disparidades de todo tipo, al trato deshumano que se da a las personas migrantes, a la degradación ambiental, a la confusión generada culpablemente por la desinformación, al rechazo de toda forma de diálogo, a las grandes inversiones en la industria militar. Son todos factores de una amenaza concreta para la existencia de la humanidad en su conjunto. Por tanto, al comienzo de este año queremos ponernos a la escucha de este grito de la humanidad para que todos, juntos y personalmente, nos sintamos llamados a romper las cadenas de la injusticia y, así, proclamar la justicia de Dios. Hacer algún acto de filantropía esporádico no es suficiente. Se necesitan, por el contrario, cambios culturales y estructurales, de modo que también se efectúe un cambio duradero [5].
II. Un cambio cultural: todos somos deudores
5. El evento jubilar nos invita a emprender diversos cambios, para afrontar la actual condición de injusticia y desigualdad, recordándonos que los bienes de la tierra no están destinados sólo a algunos privilegiados, sino a todos [6]. Puede ser útil recordar lo que escribía san Basilio de Cesarea: «¿Qué cosa, dime, te pertenece? ¿De dónde la has tomado para ponerla en tu vida? […] ¿Acaso no saliste desnudo del vientre de tu madre?, ¿no tornarás desnudo nuevamente a la tierra? Los bienes presentes, ¿de dónde te vienen? Si dices del azar, eres impío, porque no reconoces al Creador, ni das gracias al que te ha dado» [7]. Cuando falta la gratitud, el hombre deja de reconocer los dones de Dios. Sin embargo, el Señor, en su misericordia infinita, no abandona a los hombres que pecan contra Él; confirma más bien el don de la vida con el perdón de la salvación, ofrecido a todos mediante Jesucristo. Por eso, enseñándonos el “Padre nuestro”, Jesús nos invita a pedir: «Perdona nuestras ofensas» ( Mt 6,12).
6. Cuando una persona ignora el propio vínculo con el Padre, comienza a albergar la idea de que las relaciones con los demás puedan ser gobernadas por una lógica de explotación, donde el más fuerte pretende tener el derecho de abusar del más débil [8]. Como las élites en el tiempo de Jesús, que se aprovechaban de los sufrimientos de los más pobres, así hoy en la aldea global interconectada [9], el sistema internacional, si no se alimenta de lógicas de solidaridad y de interdependencia, genera injusticias, exacerbadas por la corrupción, que atrapan a los países más pobres. La lógica de la explotación del deudor también describe sintéticamente la actual “crisis de la deuda” que afecta a diversos países, sobre todo del sur del mundo.
7. No me canso de repetir que la deuda externa se ha convertido en un instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e instituciones financieras privadas de los países más ricos no tienen escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más pobres, a fin de satisfacer las exigencias de los propios mercados [10]. A esto se agrega que diversas poblaciones, más abrumadas por la deuda internacional, también se ven obligadas a cargar con el peso de la deuda ecológica de los países más desarrollados [11]. La deuda ecológica y la deuda externa son dos caras de una misma moneda de esta lógica de explotación que culmina en la crisis de la deuda [12]. Pensando en este Año jubilar, invito a la comunidad internacional a emprender acciones de remisión de la deuda externa, reconociendo la existencia de una deuda ecológica entre el norte y el sur del mundo. Es un llamamiento a la solidaridad, pero sobre todo a la justicia [13].
8. El cambio cultural y estructural para superar esta crisis se realizará cuando finalmente nos reconozcamos todos hijos del Padre y, ante Él, nos confesemos todos deudores, pero también todos necesarios, necesitados unos de otros, según una lógica de responsabilidad compartida y diversificada. Podremos descubrir «definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros» [14].
III. Un camino de esperanza: tres acciones posibles
9. Si nos dejamos tocar el corazón por estos cambios necesarios, el Año de gracia del jubileo podrá reabrir la vía de la esperanza para cada uno de nosotros. La esperanza nace de la experiencia de la misericordia de Dios, que es siempre ilimitada [15].
Dios, que no debe nada a nadie, continúa otorgando sin cesar gracia y misericordia a todos los hombres. Isaac de Nínive, un Padre de la Iglesia oriental del siglo VII, escribía: «Tu amor es más grande que mis ofensas. Insignificantes son las olas del mar respecto al número de mis pecados; pero, si pesamos mis pecados, respecto a tu amor, se esfuman como la nada» [16]. Dios no calcula el mal cometido por el hombre, sino que es inmensamente «rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó» ( Ef 2,4). Al mismo tiempo, escucha el grito de los pobres y de la tierra. Bastaría detenerse un momento, al inicio de este año, y pensar en la gracia con la que cada vez perdona nuestros pecados y condona todas nuestras deudas, para que nuestro corazón se inunde de esperanza y de paz.
10. Por eso Jesús, en la oración del “Padre nuestro”, establece una afirmación muy exigente: «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», después de que hemos pedido al Padre la remisión de nuestras ofensas (cf. Mt 6,12). Para perdonar una ofensa a los demás y darles esperanza es necesario, en efecto, que la propia vida esté llena de esa misma esperanza que llega de la misericordia de Dios. La esperanza es sobreabundante en la generosidad, no calcula, no exige cuentas a los deudores, no se preocupa de la propia ganancia, sino que tiene como punto de mira un sólo fin: levantar al que está caído, vendar los corazones heridos, liberar de toda forma de esclavitud.
11. Al inicio de este Año de gracia, quisiera, por tanto, sugerir tres acciones que puedan restaurar la dignidad en la vida de poblaciones enteras y volver a ponerlas en camino sobre la vía de la esperanza, para que se supere la crisis de la deuda y todos puedan volver a reconocerse deudores perdonados.
Sobre todo, retomo el llamamiento lanzado por san Juan Pablo II con ocasión del Jubileo del año 2000, de pensar «en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» [17]. Que, reconociendo la deuda ecológica, los países más ricos se sientan llamados a hacer lo posible para condonar las deudas de esos países que no están en condiciones de devolver lo que deben. Ciertamente, para que no se trate de un acto aislado de beneficencia, que lleve a correr el riesgo de desencadenar nuevamente un círculo vicioso de financiación-deuda, es necesario, al mismo tiempo, el desarrollo de una nueva arquitectura financiera, que lleve a la creación de un Documento financiero global, fundado en la solidaridad y la armonía entre los pueblos.
Además, pido un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro con esperanza, deseando el desarrollo y la felicidad para sí misma y para sus propios hijos. Sin esperanza en la vida, en efecto, es difícil que surja en el corazón de los más jóvenes el deseo de generar otras vidas. Aquí, en particular quisiera invitar una vez más a un gesto concreto que pueda favorecer la cultura de la vida. Me refiero a la eliminación de la pena de muerte en todas las naciones. Esta medida, en efecto, además de comprometer la inviolabilidad de la vida, destruye toda esperanza humana de perdón y de renovación [18].
Me atrevo también a volver a lanzar otro llamamiento, apelándome a san Pablo VI y a Benedicto XVI [19], para las jóvenes generaciones, en este tiempo marcado por las guerras: utilicemos al menos un porcentaje fijo del dinero empleado en los armamentos para la constitución de un Fondo mundial que elimine definitivamente el hambre y facilite en los países más pobres actividades educativas también dirigidas a promover el desarrollo sostenible, contrastando el cambio climático [20]. Debemos buscar que se elimine todo pretexto que pueda impulsar a los jóvenes a imaginar el propio futuro sin esperanza, o bien como una expectativa para vengar la sangre de sus seres queridos. El futuro es un don para superar los errores del pasado, para construir nuevos caminos de paz.
IV. La meta de la paz
12. Aquellos que emprenderán, por medio de los gestos sugeridos, el camino de la esperanza, podrán ver cada vez más cercana la tan anhelada meta de la paz. El salmista nos confirma en esta promesa: cuando «el Amor y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán» ( Sal 85,11). Cuando me despojo del arma del préstamo y restituyo la vía de la esperanza a una hermana o a un hermano, contribuyo al restablecimiento de la justicia de Dios en esta tierra y me encamino con esta persona hacia la meta de la paz. Como decía san Juan XXIII, la verdadera paz sólo podrá nacer de un corazón desarmado de la angustia y el miedo de la guerra [21].
13. Que el 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz real y duradera, que no se detiene en las objeciones de los contratos o en las mesas de compromisos humanos [22]. Busquemos la verdadera paz, que es dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de que toda persona es un bien para este mundo.
14. El desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres. A veces, es suficiente algo sencillo, como «una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito» [23]. Con estos pequeños-grandes gestos, nos acercamos a la meta de la paz y la alcanzaremos más rápido; es más, a lo largo del camino, junto a los hermanos y hermanas reunidos, nos descubriremos ya cambiados respecto a cómo habíamos partido. En efecto, la paz no se alcanza sólo con el final de la guerra, sino con el inicio de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado.
15. ¡Concédenos tu paz, Señor! Esta es la oración que elevo a Dios, mientras envío mis mejores deseos para el año nuevo a los jefes de Estado y de gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los líderes de las diversas religiones, a todas las personas de buena voluntad.
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
y en este círculo de perdón concédenos tu paz,
esa paz que sólo Tú puedes dar
a quien se deja desarmar el corazón,
a quien con esperanza quiere remitir las deudas de los propios hermanos,
a quien sin temor confiesa de ser tu deudor,
a quien no permanece sordo al grito de los más pobres.
Vaticano, 8 de diciembre de 2024
FRANCISCO
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[1] Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 8.
[2] Cf. S. Juan Pablo II, Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 51.
[3] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 36.
[4] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro promovido por las Academias Pontificias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales (16 mayo 2024).
[5] Cf. Exhort. ap. Laudate Deum (4 octubre 2023), 70.
[6] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 16.
[7] Homilia de avaritia, 7: PG 31, 275.
[8] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 123.
[9] Cf. Catequesis (2 septiembre 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 septiembre 2020), p. 12.
[10] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro “Abordando la crisis de deuda en el Sur Global” (5 junio 2024).
[11] Cf. Discurso a la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ― COP 28 (2 diciembre 2023).
[12] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro “Abordando la crisis de deuda en el Sur Global” (5 junio 2024).
[13] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 16.
[14] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 35.
[15] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 23.
[16] Discurso X (Tercera colección), Oración, 100-101: CSCO 638, 115. San Agustín incluso llega a afirmar que Dios no deja de hacerse deudor del hombre: «Porque aunque “tu misericordia es infinita”, tienes a bien hacerte deudor con promesas de aquellos mismos a quienes tú perdonas todas sus deudas» (cf. Confesiones, 5,9,17: PL 32, 714).
[17] Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 51.
[18] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 10.
[19] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 51; Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (9 enero 2006); Íd., Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 90.
[20] Cf. Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 262; Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2024); Discurso a la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ― COP 28 (2 diciembre 2023).
[21] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 113.
[22] Cf. Conmemoración en el décimo aniversario de la “Invocación a la paz en Tierra Santa” (7 junio 2024).
[23] Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 18.