Luego de las fuertes palabras de Jesús que escuchamos los dos últimos domingos, exhortándonos a vivir las bienaventuranzas y el amor a los enemigos, el evangelista Lucas recoge aquí una serie de dichos de Jesús, que tienen cierta relación entre ellos. El título de esta reflexión está tomado del final del pasaje evangélico:
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lucas 6,45)
El pasaje del libro del Eclesiástico que escuchamos en la primera lectura, se centra sobre lo que se puede sacar en limpio de las palabras de una persona. Las palabras de Jesús van en línea con esta enseñanza:
El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra expresa la índole de cada uno. (Eclesiástico 27,4-7)
Puede llamarnos la atención la importancia dada a la palabra. En nuestro mundo, en el que nos encontramos bombardeados por mensajes de todo tipo, podemos irnos a los extremos: desde la desconfianza ante todo lo que se dice, hasta la ingenuidad con la que a veces damos por cierto lo que queremos creer, lo que confirma lo que ya pensamos, sin hacer un verdadero discernimiento en uno y otro caso.
Si se nos preguntara qué es lo que nos muestra la calidad de una persona, lo que hace de ella buena o mala, sí, es posible que nos fijemos en sus palabras, pero mucho más en sus obras, en su manera de actuar.
Sin embargo, ¿qué sucede si aplicamos a alguien esas palabras, “de la abundancia del corazón habla la boca”? ¿Qué tal si las aplicamos al mismo Jesús?
Los cuatro evangelios nos ofrecen muchísimas palabras de Jesús: discursos, parábolas, colecciones de dichos breves, diálogos con otras personas, oraciones al Padre… Todo eso nos habla del corazón de Jesús, del tesoro que hay en Él. Sin embargo, junto a las palabras de Jesús aparecen sus obras. En Jesús, palabras y obras son inseparables. Muchas veces, sus palabras explican el sentido de sus acciones. El anuncio del Reino de Dios va acompañado de obras, de signos que lo hacen también presente.
Pensamos más en las obras que en las palabras, porque las palabras pueden quedarse en meras declaraciones, expresiones de buenos deseos que no se llevan a la práctica. ¿Qué sucedió con el samaritano de la parábola al encontrar en su camino al hombre herido?
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. (Lucas 10,33)
“Se conmovió”. En ese instante se juega todo lo que sigue. Conmovido, el samaritano podría haber dicho -y haberlo dicho con mucho sentimiento- “¡qué barbaridad! ¡Cómo han dejado a este hombre! ¡Cuánta maldad!” y, un poco más calmado, o tal vez con miedo a la inseguridad del entorno, podría haber tomado la decisión de seguir su camino. Pero sabemos lo que sucedió después:
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. (Lucas 10,34).
Dicho todo esto, volvamos a las palabras… las palabras también son obras. Las palabras actúan. Pueden construir o destruir. Pensemos en los comentarios que tan fácilmente se publican en las redes sociales. Pero las palabras son más fuertes cuando se dicen cara a cara, frente a frente. En una situación difícil deseamos recibir palabras de aliento, que nos reconstruyan y nos animen y no palabras negativas, demoledoras… Sí, es en esas situaciones donde las palabras reflejan lo que está en el corazón de cada uno.
Leamos otras palabras de Jesús, en este mismo evangelio:
¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? (Lucas 6,39)
Jesús está hablando a sus apóstoles, llamados y enviados a ser guías de la comunidad. Si van a conducir a los demás por el camino de Jesús, tienen que conocer y reconocer el camino. También tienen que ser capaces de ver sus propios defectos y de reconocer sus fragilidades, para comprender y acompañar a quienes también experimentan debilidad:
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? (Lucas 6,41)
Como maestro, Jesús pregunta, invitando a sus oyentes a reflexionar y responderse a sí mismos.
Otras veces, sus palabras son imperativas, son mandamientos, incluso muy exigentes, como vimos el domingo pasado.
Ante las exigencias de Jesús, conviene recordar que él tiene presente cuál es nuestro punto de partida:
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro. (Lucas 6,40)
La exigencia de Jesús a sus discípulos de ayer y de hoy -sí, de hoy, a nosotros- es una exigencia que viene de su amor. Un amor que quiere nuestro crecimiento en humanidad, en espiritualidad… un crecimiento que nos prepare a compartir lo que Él ha venido a ofrecernos: participar en la vida misma de Dios, como lo expresara San Ireneo de Lyon:
"El Verbo de Dios [...] ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre" (Adversus haereses, 3,20,2). (Catecismo de la Iglesia Católica, 53)
Las palabras de Jesús, tanto las de consuelo como las de exigencia, son siempre expresión de amor. Que así sean también nuestras palabras… y nuestras obras.
Comienzo de la Cuaresma
El 5 de marzo es miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma, un tiempo siempre propicio, especialmente en este Año Jubilar, para una profunda revisión de vida y reconciliación con Dios.
Colecta para el Seminario
El próximo fin de semana, en las parroquias de nuestra diócesis, se realizará la colecta del Fondo Común Diocesano destinada al Seminario. Gracias a todos por su colaboración para la formación de los futuros sacerdotes.
Gracias, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.