Homilía de Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo
Querido San Juan Bosco, querido Don Bosco: ¡gracias por venir a visitarnos! Has venido al Uruguay, donde ya en 1877 enviaste a tus hijos, en sus primeras salidas misioneras.
La Diócesis de Melo, el pueblo de Dios que peregrina en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres, te saluda con gratitud.
Aquí, entre nosotros, desde hace ya 93 años está la presencia de tus hijas, primero, en el Colegio María Auxiliadora de Melo [1916] y hoy en el Liceo Nuestra Señora de los Treinta y Tres, en la ciudad de Treinta y Tres.
En Melo, tus hijos llegaron hace precisamente 50 años [1959], para fundar el Liceo Mons. Luis Lasagna que celebra su cincuentenario. En 1994 asumirían la nueva Parroquia Santo Domingo Savio y fundarían después la obra social “Picapiedras”.
Ellas y ellos nos han traído las riquezas de tu carisma. Con los PP. Salesianos, con las Hijas de María Auxiliadora, con los Cooperadores Salesianos, las exalumnas y los exalumnos, con toda esta gran familia espiritual, en la que también se nutren los Voluntarios de la Esperanza, nos alegramos y nos confiamos a tu intercesión.
Te contemplamos en esta imagen que nos ha llegado, en tu recorrida por el mundo, pasando por las diferentes presencias salesianas que ya has visitado en el Uruguay y que seguirás visitando desde aquí.
Esta réplica de tu cuerpo te presenta acostado, yaciente… Cuando te aconsejaban descansar, tú decías “ya descansaremos en el Paraíso”. El 31 de enero de 1888 entraste en ese descanso que anhelabas… Un descanso que no es “el del sueño del que no se despierta”, como a veces decimos, sino el gozo, la plenitud, el contemplar y participar de la Gloria de Dios junto a la Virgen, los ángeles y los santos, contemplando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; recibiendo la sonrisa eterna de la Auxiliadora, mientras conversas con tu inspirador, San Francisco de Sales, con la Madre Mazzarello, con Dominguito Savio, con Laura Vicuña, con Ceferino y cuántos más !!!
Esta imagen que contemplamos, sin embargo, no es una imagen común. Sabemos que dentro de ella hay una reliquia, pequeña una parte de lo que fue tu cuerpo.
Desde los primeros tiempos, la Iglesia venera a sus santos y expresa esa devoción guardando con respeto y cariño sus reliquias, es decir, sus restos. Al principio fueron las de los mártires, luego las de aquéllos y aquéllas que, de diferentes maneras, fueron modelo de vida cristiana, de seguimiento de Jesús.
La porción de tu cuerpo que guarda esta imagen en su interior es parte de los huesos de tu brazo derecho. Ese brazo sacerdotal que tantas veces se movió para marcar con un gesto el énfasis que querías dar a tus palabras. Ese brazo que presentó a los fieles el Pan de Vida. Ese brazo que se movió para bendecir… Ya no lo necesitas para seguir anunciándonos con ardor a Jesús, para señalarnos su presencia en la Eucaristía, ni para seguir bendiciéndonos. Ahora, por medio de él, por medio de esa reliquia, te sentimos cercano. ¡Tan mortal y tan humano como nosotros! pero también ¡tan lleno de la vida eterna que Dios nos promete y nos regala!
Estás aquí, pues, y no queremos que sigas tu camino sin pedirte que ruegues por nosotros. Que ruegues ¿para qué?
Te pedimos que ruegues para que vivamos, como tú, en la alegría de la fe. “Estén siempre alegres en el Señor, se lo repito: estén siempre alegres” nos decía hace un momento San Pablo en su carta a los Filipenses. Enséñanos a encontrar esa alegría que atravesó tu vida y que contagiaste a tus hijos e hijas. Esa alegría profunda, que florece y fructifica aún en medio de las contradicciones, las pruebas y los sufrimientos en los trabajos por el Reino de Dios. Esa alegría que se manifiesta en la paz del corazón que se ha confiado plenamente al Señor.
A ti, que has sido aclamado como “Padre y maestro de la juventud”, te pedimos que ruegues por nuestra diócesis para que podamos mirar, con tus ojos llenos de amor, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, especialmente los indigentes y abandonados, los desorientados, los que no hallan sentido a su vida. Que podamos encontrar los caminos para acercarnos a ellos, escucharlos, recibirlos, acompañarlos y ayudarlos a buscar su camino en la vida, bajo la guía de Jesús y de su Madre.
A ti, educador, que miraste a prevenir antes que corregir, que te propusiste formar buenos cristianos y buenos ciudadanos, te pedimos imitar creativamente tus métodos que abren caminos para el crecimiento y realización integral de los niños y jóvenes.
A ti, que supiste reconocer la obra de María en tu vida, hasta decir “todo lo ha hecho ella”, te pedimos que nos enseñes a confiarnos a la madre de Jesús, a nuestra madre. A poner bajo su amparo, con toda confianza, nuestra diócesis entera: nuestras parroquias, nuestros colegios y centros educativos no formales, nuestros hogares de niños y adolescentes, nuestras obras sociales, repitiendo contigo “María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”.
Finalmente, te recordamos como un soñador… y aquí volvemos a contemplarte dormido, en tu lecho, vencido por el cansancio, por la entrega generosa y sin pausa por amor de Jesús. En esos momentos en que te rendías al descanso, tu corazón se abría a la manifestación de los designios de Dios en tus sueños. Como el José del Antiguo Testamento, el soñador hijo de Jacob, o el José de la Nueva Alianza, el esposo de María, descubrías allí el proyecto de Dios, su voluntad de salvación, su plan amoroso y, sobre todo, tu lugar en él.
San Juan Bosco: ruega para que podamos descubrir cada día el sueño de Dios para nosotros, para que cada día veamos de qué forma nos llama a cooperar en su Plan de Salvación, para que cada día nos entreguemos a su servicio con todas las fuerzas de nuestro corazón.
Así sea.
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