Y para empezar, un tema dedicado a aquellos que nos muestran el rumbo, y recorren con nosotros una parte del camino; aquellos que con amor eligen herirnos con la verdad para evitar que una mentira nos destruya. A ellos les adeudo la ternura y las palabras de aliento y el abrazo los arrebatos del humor, la negligencia, las vanidades los temores y las dudas. Un barco frágil de papel parece a veces la amistad pero jamás puede con él la más violenta tempestad.
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Bautismo del Señor
Con la fiesta del domingo pasado, Bautismo del Señor, termina el ciclo de Navidad. Y se da inicio al tiempo ordinario, en la liturgia, que vuelve a interrumpirse con la Cuaresma.
El Bautismo en el río Jordán, donde recibe la confirmación oficial de su mesianismo es el inicio de la Misión pública de Cristo. Del Jesús recién nacido pasamos al profeta y Maestro que nos ha enviado Dios Padre.
El ciclo de Navidad se cierra con una manifestación más de Jesús: su bautismo. Poco a poco se ha ido delineando el rostro del que será nuestro Salvador, que se nos manifiesta de una manera plena y en todo su esplendor: es el Hijo amado de Dios, ungido por el Espíritu y enviado con una misión muy especial que consiste en manifestar a todos los hombres el amor del Padre.
Tres características que nos ayudan a reconocer a Jesús en su bautismo pero que al mismo tiempo nos hacen comprender la verdadera esencia del cristiano.
Todos somos bautizados en el mismo bautismo de Jesús y nos injertamos en su cuerpo y en su misma misión.
El bautismo de Jesús, es un acto de humildad y solidaridad: es el gesto de Aquel que quiere hacerse en todo uno de nosotros y se pone realmente en fila con los pecadores. Él, que está sin pecado, se deja tratar como pecador para llevar sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad, también de nuestra culpa. Su humildad está dictada por la voluntad de establecer una comunión plena con la humanidad, por el deseo de realizar una verdadera solidaridad con el hombre y con su condición. Con este gesto Jesús se ajusta al designio de amor del Padre y su voluntad. Para ese acto de amor, el Espíritu de Dios se manifiesta, y en ese momento el amor que une a Jesús y al Padre es testimoniado por una voz de lo alto que todos oyen. El Padre nos manifiesta abiertamente la comunión profunda que lo liga al Hijo. Jesús le es obediente en todo y esa obediencia es expresión del amor que les une.
Esto es un anticipo de la victoria de la resurrección. Si nos comportamos como Jesús, complaceremos al Padre.
Dios nos salva en su hijo predilecto y amado y nos hace a todos hijos adoptivos.
"Este es mi Hijo amado, escúchenlo."
Debemos escuchar a Jesús que nos habla hoy en nombre de su Padre. No podemos permitir callarlo o silenciar su palabra, como tampoco podemos silenciar la palabra y el testimonio de sus seguidores. Escucharlo significa creer en él, acogerle y hacerle Señor de nuestra vida y sentido de nuestra felicidad.
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Jornada Mundial de la Paz
- En el mundo se registran diversas formas de limitación, de discriminación y marginación basadas en la religión, llevadas hasta la persecución y la violencia en contra de las minorías religiosas.
- Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos -su fe- para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos.
- El ser humano no puede ser fragmentado, dividido por aquello que cree, porque aquello en lo que cree tiene un impacto sobre su vida y sobre su persona.
- La libertad religiosa es la libertad de las libertades.
- Los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente.
Y es que en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. Por eso agradeció a los Gobiernos el esfuerzo por aliviar los sufrimientos de esos hermanos en humanidad, e invitó a los Católicos a rezar por sus hermanos en la fe, que sufren violencias e intolerancias, y a ser solidarios con ellos.
También exhortó a los hombres y mujeres de buena voluntad a renovar su compromiso por la construcción de un mundo en el que todos puedan profesar libremente su religión o su fe, y vivir su amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente
El derecho a la libertad religiosa se funda en la misma dignidad de la persona humana. Negarlo no solo constituye una ofensa a ésta, sino también a Dios y también se convierte en una amenaza a la seguridad y a la paz, y es impedimento para la realización de un auténtico desarrollo humano integral.
Toda persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. Si no se reconoce su propio ser espiritual, la persona humana no logra encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida, ni conquistar valores y principios éticos duraderos, y tampoco consigue siquiera experimentar una auténtica libertad y desarrollar una sociedad justa.
Esta dignidad, entendida como capacidad de trascender la propia materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida como un bien universal, indispensable para la construcción de una sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre. La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino de toda la familia de los pueblos de la tierra. No se agota en la simple dimensión individual, sino que se realiza en la propia comunidad y en la sociedad, donde cada persona sigue siendo única e irrepetible y, al mismo tiempo, se completa y realiza plenamente.
Esa dimensión no constituye una discriminación para los que no participan de la creencia, sino que refuerza la cohesión social, la integración y la solidaridad.
La libertad religiosa es condición para la búsqueda de la verdad. Es una fuerza positiva y promotora de la construcción de la sociedad civil y política. Las grandes religiones pueden constituir un importante factor de unidad y de paz para la familia humana
Los cristianos, por nuestra parte, estamos llamados por la misma fe en Dios, Padre del Señor Jesucristo, a vivir como hermanos que se encuentran en la Iglesia y colaboran en la edificación de un mundo en el que las personas puedan Vivir en el amor y en la verdad.
El año 2011 marca el 25 aniversario de la Jornada mundial de oración por la paz, que fue convocada en Asís por el Venerable Juan Pablo II, en 1986.
El recuerdo de aquella experiencia es un motivo de esperanza en un futuro en el que todos los creyentes no solo nos sintamos sino que seamos auténticos trabajadores de manera que cultivando un sincero diálogo con todos los pueblos podamos luego saborear los frutos de la justicia, la paz. y la concordia
La paz es un don y al mismo tiempo un proyecto que realizar,
Quiera Dios: que todos los hombres y las sociedades, en todos los ámbitos y ángulos de la Tierra, puedan experimentar pronto la libertad religiosa, camino para la paz.
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Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado
Visión cristiana del fenómeno migratorio
El fenómeno de la emigración es uno de los grandes hechos de nuestro tiempo, en el que se ven implicados muchos millones de personas. Muchas veces es fruto de una búsqueda legítima de mejores condiciones de vida para la propia persona y para la familia,
el fenómeno masivo de la emigración, a pesar de las grandes dificultades y problemas que puede acarrear , también nos da la posibilidad de vivir una humanidad cada vez más interrelacionada, capaz de superar fronteras geográficas y culturales y mas allá de la enorme diversidad cultural, relacionarnos como una única familia unida. Para ello debemos todos abrirnos a la acogida fraterna de todos los hombres y mujeres, viendo en ellos hermanos con los que es posible y deseable convivir y, por supuesto, ayudar en lo económico, social y espiritual. Los cristianos de esta hora tenemos mucho que decir y aportar al fenómeno de la emigración. Podemos y debemos aportar la luz de la verdad y del amor que brota del Evangelio,
Nuestro gran aporte como Iglesia consiste en recordar -y hacer posible- que todos los hombres sepan y reconozcan que son hijos del mismo Padre y, por tanto, hermanos entre sí. Es decir, que todos formamos «una sola familia humana», como reza el lema de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que celebramos el próximo 16 de enero.
Esta jornada brinda a toda la Iglesia la oportunidad de reflexionar sobre este fenómeno, de orar para que los corazones se abran a la acogida cristiana y de trabajar para que crezcan en el mundo la justicia y la caridad, columnas para la construcción de una paz auténtica y duradera. “Como yo os he amado, que también os améis unos a otros” es la invitación que el Señor nos dirige con fuerza y nos renueva constantemente: si el Padre nos llama a ser hijos amados en su Hijo predilecto, nos llama también a reconocernos todos como hermanos en Cristo.”
“Una sola familia humana” es el tema elegido por el Papa Benedicto XVI para esta XCVII Jornada Mundial. Una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias.” “El mundo de los emigrantes es vasto y diversificado, Conoce experiencias maravillosas y prometedoras, y, lamentablemente, también muchas otras dramáticas e indignas. Si alguno se pregunta qué puede hacer en este marco, abierto, a la vez, a tantos problemas y esperanzas, podría hacer suyas estas palabras del Mensaje del Santo Padre: «Oremos juntos a Dios, Padre de todos, para que nos ayude a ser, a cada uno en primera persona, hombres y mujeres capaces de relaciones fraternas, y para que en el ámbito social, político e institucional crezcan la comprensión y la estima recíproca entre los pueblos y las culturas».
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