jueves, 19 de julio de 2012

A tres años de la inauguración de su ministerio pastoral como Obispo de Melo, Mons. Heriberto presidió misa por los enfermos

 Homilía

Pasajes bíblicos de referencia:
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha / y lo salva de sus angustias (Salmo 33)
Le trajeron un paralítico llevado entre cuatro... Tus pecados te son perdonados...  Levántate y anda..." (Mc 2,1-12)

"Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias".
Creemos en un Dios que escucha. Nuestro Dios ve todo lo que sucede, conoce todas nuestras necesidades... pero Él escucha. Y para que Él escuche, tenemos que hablarle, tenemos que invocarlo, tenemos que recurrir a Él. Muchas veces no lo hacemos, y nos encerramos en el pozo de nuestro dolor.
"Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias". Estas palabras del salmista no son simplemente un consejo, como un "hay que rezar". Este salmo es el testimonio de un creyente que comparte lo que ha experimentado. Él estuvo de verdad afligido, como muchos de los que estamos aquí hoy. Y, sobre todo, es la experiencia de un afligido que invocó al Señor y fue escuchado. Este testimonio de fe nos anima para que también nosotros invoquemos hoy al Señor, con la confianza de que seremos escuchados.
Así estamos: afligidos, pero dispuestos a invocar al Señor. Afligidos por lo que le sucede a nuestras personas más queridas: familiares, amigos, vecinos... prójimos; o por lo que nos sucede a nosotros mismos.
Muchos venimos a esta Misa a rezar porque tenemos a alguien enfermo o porque estamos enfermos. Y así le decimos a Jesús: "Señor, tu amigo está enfermo".
Le traemos a Jesús nuestra aflicción por alguien a quien queremos, porque sabemos que es alguien a quien Jesús también quiere.
Si hemos venido con esa intención, a rezar por otros, somos como aquellos cuatro hombres que llevaron a Jesús un paralítico, para que Él lo curara.
Aquellos hombres, por lo que cuenta el Evangelio, no dijeron ninguna palabra. Ellos cargaron con su amigo y lo llevaron ante Jesús y, como no podían entrar, porque la casa estaba llena de gente, sacaron unas tejas del techo y lo bajaron.
Con ese gesto, ellos le dijeron a Jesús: "Señor, tu amigo está enfermo; aquí está, sánalo, que vuelva a caminar".
De esa forma tenemos al paralítico delante de Jesús. Pero lo primero que Jesús le dice no es "levántate y anda" sino "tus pecados te son perdonados".
"Tus pecados te son perdonados". ¿Por qué hace esto Jesús?
Porque Jesus quiere sanar a ese hombre, quiere sanarlo totalmente. Ese hombre no está sólo enfermo en su cuerpo. Todo él está enfermo: su cuerpo, su mente, su espíritu. Jesús comienza a sanarlo desde adentro, desde el alma, porque Él tiene el poder de perdonar los pecados, de reconciliar al hombre con Dios y con el hermano.
Después llegará el momento de decir "levántate y anda".

Hemos venido afligidos, trayendo nuestros enfermos ante Jesús, aquí mismo o en nuestro corazón.
Venimos como los que llevaban al paralítico, diciendo a Jesús: "Señor, tu amigo está enfermo". O somos ese paralítico, ese amigo de Jesús que quiere y necesita ser sanado.
Estamos ahora en la presencia de Jesús. Él vive, y vive en la Iglesia. Estamos aquí como comunidad creyente, reunidos en su nombre y Él, fiel a su promesa, está en medio de nosotros.
Confiados lo invocamos.
Él nos ha dejado, en la Iglesia, dos sacramentos de sanación.
En la Unción de los Enfermos, es el mismo Jesús quien, por medio del sacerdote, nos unge con el aceite de salvación.
En el Sacramento de la Reconciliación, también llamado Penitencia o Confesión, es el mismo Jesús quien nos dice, por medio del sacerdote, "tus pecados te son perdonados".
A través de cada uno de los Sacramentos, Jesús se hace presente para salvarnos, perdonarnos, sanarnos, fortalecernos, ponernos de nuevo al servicio de la comunidad.
Que la Eucaristía de la que hoy estamos participando nos ayude a poder decir que, también nosotros, hemos experimentado lo que nos decía el salmista: "si el afligido invoca al Señor Él lo escucha y lo libra de todas sus angustias".



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