Deborah Rodríguez, del equipo celeste en Londres |
“Citius, altius, fortius”: la valiosa frase inscripta junto a los cinco círculos en la bandera del Congreso Olímpico de Paris en 1914, expresa sintéticamente el espíritu Olímpico. “Más veloz, más alto, más fuerte”, quiere decir no estar contento con la mediocridad, quiere decir vivir con ardor. Ambición de no reservar energías ante la agonía, de darlo todo...
En el tiempo de Pablo, los “Juegos Ístmicos” fueron el gran evento de su mundo y posiblemente él vio alguna competencia cuando estuvo en Corinto. Y aunque no sea así, estas grandes justas deportivas, comparables con las mismas Olimpiadas, con muchos espectadores, ofrecían al apóstol las imágenes del atleta para poder ilustrar la vida cristiana a los cristianos de Corinto.
Pero, más allá de las analogías deportivas, osamos decir que toda la actitud mental y espiritual de Pablo respiraba un espíritu agonístico [espíritu de lucha]. Él tomaba la vida y su misión en un sentido “olímpico”. Esto es, que jamás se contentaba con un mero “pasar por la vida”, o elegir lo mínimo... Así, Pablo siempre aspiraba a las cosas más altas: quería ganar más personas a la causa de Cristo, quería predicar en más lugares a más personas, tanto así que estaba dispuesto a posponer (así esto le implicara sufrir un poco más) su encuentro definitivo con el Señor para poder ganar adeptos a la causa de Cristo.
Dice San Juan Crisóstomo que “Pablo muestra de una manera particular qué cosa es el hombre y cuánta es la nobleza de nuestra naturaleza, de cuánta fuerza es capaz este ser pensante. Todos los días subía más alto, todos los días surgía más ardiente y combatía siempre con mayor coraje contra las dificultades que encontraba”. (Hom. 2 de laudibus sancti Pauli: PG 50, 477-480). Pablo asumía esta actitud “Olímpica” cuando decía: “Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Fil 3, 13-14).
Auguramos que las próximas Olimpiadas nos hagan recordar o aprender algunas lecciones válidas para la vida de cada uno de nosotros. Ante la falta de Fe y las dificultades, como los atletas, no podemos rendirnos. No podemos estar contentos (complacidos) con simplemente pasar por la vida. En todo aquello en lo que estamos y afrontamos y empeñamos en nuestra vida, pero sobre todo en el vivir de nuestra Fe, debemos, como San Pablo, pretender ir al encuentro del futuro, hacia nuestra meta, cada día con más fuerza, con las cumbres más altas, con más ardor y así creceremos más en la fuerza de nuestra fe.
(Extractado de un artículo del P. Kevin Lixey, de la Sección Iglesia y deporte,
adscrita al Pontificio Consejo para los laicos.)
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