viernes, 5 de febrero de 2021

“Curó a muchos enfermos de diversos males” (Job 7,1-4.6-7 - Marcos 1,29-39). V durante el año.

“Hay que tener la paciencia de un Job”, decía gente de antes, cuando se encontraba en una situación penosa en la que lo único que se podía hacer era esperar.
La paciencia es la capacidad de esperar algo que se desea pero que no se puede tener todavía; es también la aptitud para hacer cosas pesadas o que exigen un trabajo minucioso; pero es, sobre todo, la virtud de soportar o padecer cosas sin alterarse.

La primera lectura de este domingo nos presenta un pasaje del libro de Job, ese hombre que es un modelo de paciencia frente a grandes dolores y sufrimientos que se le presentaron en la vida.
Ese modelo está tomado de una parte del libro, una especie de cuento popular con que el libro comienza y termina.
Entre el principio y el final de esa historia, aparecen, a veces en forma poética, preguntas y reflexiones sobre la vida humana. Preguntas como éstas que encontramos en la lectura de hoy:

¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?
¿No son sus jornadas las de un asalariado?
(Primera lectura Job 7, 1-4. 6-7)
El cuento de Job -cuando digo “cuento” no le estoy quitando su valor como palabra de Dios, sino solo indicando su estilo literario- el cuento de Job comienza con la presentación del personaje, un hombre creyente y justo, que tiene una gran familia y muchos bienes.
A continuación, nos vamos junto al trono de Dios, a donde llega Satán, de visita.
Ante el Diablo, Dios hace el elogio de Job:
“¿Te has fijado en mi servidor Job? ¡No hay nadie como él en la tierra…!” (Job 1,8)
Y Dios enumera sus virtudes.
Entonces Satán desafía a Dios, diciendo que es fácil para Job ser así, porque tiene todo… Pero ¿qué pasaría si perdiera lo que tiene? ¿Acaso no maldeciría a Dios en la cara?
Dios (no olvidemos que esto es un cuento) Dios le da permiso a Satán para quitarle todo a Job, pero sin tocar su persona.
Así, en un solo día, Job pierde todos sus bienes y mueren todos sus hijos.
Enterado de estos terribles acontecimientos, Job hace luto y dice:
“Desnudo salí del vientre de mi madre / y desnudo allá retornaré. / Yahveh dio. Yahveh quitó: / ¡Sea bendito el nombre de Yahveh!” (Job 1,21)
Job ha pasado por la prueba terrible y se ha mantenido en su fe y en su rectitud.
Pero Satán no se da por vencido y le dice ahora a Dios: “toca sus huesos y su carne y verás si no te maldice en la cara”.
Con el permiso de Dios, Satán le provoca a Job una terrible enfermedad, una especie de lepra. Job se aparta de todo, pero su mujer va a buscarlo… no para consolarlo o ayudarlo, sino para decirle
“¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!” (Job 2,9)
Pero Job la reprende y responde:
“Si aceptamos de Dios los bienes ¿por qué no aceptaremos los males?” (Job 2,10)
Y aquí el libro interrumpe esta narración popular y deja paso a una extensa sección de reflexión, a través del diálogo de Job con amigos que lo visitan y con el mismo Dios.
Al final del libro concluye el cuento. Job recupera su salud y sus bienes; vuelve a tener hijos: siete hijos y tres hermosas hijas, a las que hace herederas a la par de los varones, lo que no era la costumbre.

Es de esta historia de donde se toma a Job como modelo de paciencia. Sin embargo, el resto del libro nos pone ante un hombre que se interroga e interroga a Dios acerca de su situación. De esa parte está tomado el pasaje que leemos hoy.

Más que a una desgracia puntual, como una enfermedad, un accidente o la pérdida de un bien valioso, este pasaje se refiere al tedio, al cansancio de una vida llena de penas. Es el lamento por la miseria que nos rodea, por todo lo que nos quita la alegría de vivir.

Para expresar esto, el autor recurre a tres imágenes que evocan esa carga de la vida:
¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?
¿No son sus jornadas las de un asalariado?
Como un esclavo que suspira por la sombra,
como un asalariado que espera su jornal,
así me han tocado en herencia meses vacíos,
me han sido asignadas noches de dolor.
(Primera lectura Job 7, 1-4. 6-7)
La servidumbre se refiere aquí al servicio militar obligatorio.
Cuando Israel pidió un rey, Dios le advirtió por boca del profeta Samuel:
El rey tomará sus hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y jefes de cincuenta; les hará … fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. (1 Samuel 8,12)
Pero aquí se trata de una servidumbre para todos los días de la vida…

La segunda imagen es la del asalariado, trabajando en los campos por un jornal:
hemos aguantado el peso del día y el calor (Mateo 20,12)
era la queja de los trabajadores contratados a primera hora del día por el dueño de la viña.

La tercera imagen es la del esclavo “que suspira por la sombra”. Ni siquiera tendrá su jornal: apenas puede esperar el momento de descanso, libre del calor del sol. Así era la vida de los hebreos en tiempos de su esclavitud en Egipto:
… les amargaron la vida con rudos trabajos de arcilla y ladrillos, con toda suerte de labores del campo y toda clase de servidumbre que les imponían por crueldad. (Éxodo 1,14)
En esa vida que se hace toda carga, fatiga, sufrimiento, la noche no trae descanso ni alivio.
Sigue diciendo Job:
Al acostarme, pienso: «¿Cuándo me levantaré?»
Pero la noche se hace muy larga
y soy presa de la inquietud hasta la aurora.
(Primera lectura Job 7, 1-4. 6-7)
Pero si la noche se hace larga, la cuenta de los días se hace breve:
Mis días corrieron más veloces que una lanzadera:
al terminarse el hilo, llegaron a su fin.
(Primera lectura Job 7, 1-4. 6-7)
La lanzadera es un instrumento del telar en el que va el carrete de hilo, que se va pasando de un lado al otro de la trama, cruzando por arriba y por debajo los hilos de la urdimbre, para formar el tejido. Una hábil tejedora de telar mueve rápidamente la lanzadera, pero en algún momento se termina el hilo y el rápido movimiento se detiene.

Por eso, no es extraña la súplica angustiada con la que termina Job:
Recuerda que mi vida es un soplo
y que mis ojos no verán más la felicidad.
(Primera lectura Job 7, 1-4. 6-7)
Esta primera lectura concluye así: con un sabor amargo, con una conclusión desesperanzada. Sin embargo, expresa los sentimientos de muchas personas que hoy viven situaciones semejantes.
Pero para no quedarnos con una imagen tan pesimista, recordemos que el libro de Job tiene también una de las más hermosas expresiones de fe que encontramos en el libro de la Primera Alianza o Antiguo Testamento:
Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo.
Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios.
Yo, sí, yo mismo lo veré, mis ojos lo mirarán, no ningún otro. (Job 19,25-27)
Ahora bien, nuestro pasaje es la primera lectura de este domingo, que, como se ha dicho aquí muchas veces, es como el telón de fondo para el evangelio.

En el Evangelio de hoy, San Marcos nos presenta a Jesús curando enfermos, comenzando por la suegra de Pedro:
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
(Evangelio: Marcos 1,29-39)
Pero eso fue solo el comienzo:
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.
(Evangelio: Marcos 1,29-39)
La jornada termina muy cargada: todos los enfermos y endemoniados, la ciudad entera a su puerta… Jesús cura enfermos, expulsa demonios. Ante la gente de Cafarnaúm, que ya había observado la autoridad con la que Jesús enseñaba y expulsaba demonios, Jesús aparece ahora como un gran sanador, un taumaturgo.
Pero al día siguiente…
antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
(Evangelio: Marcos 1,29-39)
Finalmente, Simón y sus compañeros lo encuentran y le dicen que todos lo andan buscando.
Pero Jesús les responde:
«Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».
(Evangelio: Marcos 1,29-39)
Esa respuesta de Jesús surge de su oración, de su diálogo con el Padre. Jesús salió a anunciar el Evangelio, la buena noticia de la salvación, la llegada del Reino de Dios. Las curaciones y las expulsiones de demonios son signos del Reino. Jesús ve que algunas personas pueden quedarse en esas señales y no ir más allá. La salvación que Jesús ofrece abarca a toda la persona, todo el ser humano: su cuerpo y su mente, su relación con los demás y con la creación, su relación con Dios. Por eso tiene que salir, tiene que moverse; tiene que seguir comunicando a otros su buena noticia, porque sabe, además, que también sus días en la tierra, como decía Job, correrán más veloces que una lanzadera y el hilo de su vida entre nosotros llegará a su fin.

La misma urgencia encontraremos después en San Pablo, que en la segunda lectura exclama:
Si anuncio el Evangelio, … es para mí una necesidad imperiosa.
¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
(Segunda lectura: 1 Corintios 9, 16-19. 22-23)
Empezamos por la paciencia de Job y terminamos con la urgencia de Jesús y de Pablo… Paciencia y urgencia no se contradicen, cuando la paciencia es de quien tiene que esperar y la urgencia de quien tiene que actuar. La acción de Jesús responde a los interrogantes de Job, siempre presentes en cada ser humano. La urgencia de Jesús no siempre es responder a las situaciones que se van presentando, tal y como vienen, sino ir a la raíz, al corazón, buscando que cada curación sea un verdadero encuentro y una sanación profunda de la persona y de la comunidad.

Amigas y amigos… toda la humanidad está viviendo hoy una situación que pone a prueba nuestra paciencia… realmente necesitamos la paciencia de Job en muchos momentos, a la vez que esperamos que algunas cosas, especialmente necesarias, como la vacunación, puedan realizarse con toda urgencia.
Sin embargo, miremos siempre más allá. Que todo lo que estamos pasando pueda ser vivido como una verdadera oportunidad para crecer en humanidad. Eso es posible si reconocemos nuestra fragilidad, pero, al mismo tiempo, la dignidad de cada persona humana y el llamado que esta crisis nos hace a pasar del individualismo a la solidaridad.
Gracias por su atención. Por favor, cuídense mucho; cuidémonos unos a otros. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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