domingo, 21 de febrero de 2021

Misa - I Domingo de Cuaresma

Celebrada en la Capilla San Ignacio de Antioquía, Río Branco.

Homilía

Queridas hermanas, queridos hermanos:

En tiempos en que el mundo conoció otras pandemias, como la peste negra, allá por el siglo XIV, nació la palabra cuarentena, por los cuarenta días en que debía permanecer aislada la gente que llegaba a Europa en barco, proveniente del Asia. Normalmente esa cuarentena se hacía en el mismo barco, anclado en el puerto. Los pasajeros quedaban esperando que pasara el tiempo y rezando para llegar a desembarcar sanos y salvos.

Ya hace casi un año de la declaración de emergencia sanitaria en Uruguay. Entre tantas cosas que han hecho difícil nuestra vida, muchos han tenido que hacer cuarentena -aunque no por cuarenta días- encerrados en su casa, por haber tenido contacto con un portador del Coronavirus.

El miércoles pasado, miércoles de Ceniza, comenzamos un período de cuarenta días en la vida de la Iglesia que llamamos tiempo de Cuaresma. Desde nuestra fe podríamos pensar que este año que se está cumpliendo ha sido como una cuarentena convertida en una larga Cuaresma; más aún, cuando no pudimos vivir en la forma habitual las celebraciones de Semana Santa y de Navidad.

Como creyentes, queremos y buscamos interpretar los acontecimientos de nuestra vida a la luz de la fe. El centro de nuestra fe cristiana está en la Pascua: Jesús murió y resucitó por nosotros. En Él está nuestra salvación. Los evangelios presentan varios momentos en los que Jesús anuncia a sus discípulos que se dirige a Jerusalén, donde vivirá su pasión, su cruz y su resurrección. Jesús les anuncia todo eso no solo para que ellos lo sepan, sino para que comprendan el sentido profundo de su misión y se asocien a ella; para que participen en la misión de Jesús para la salvación del mundo. Entonces, nosotros hacemos el camino cuaresmal buscando unirnos cada día más con Jesús y participando en su misión.

Hoy nos encontramos con Jesús en el desierto, adonde fue después de su bautismo, conducido por el Espíritu. El desierto es el lugar de las tentaciones. San Marcos no nos da detalles de éstas, como sí lo hacen Mateo y Lucas: solo nos dice que Jesús “fue tentado por Satanás”.

Después de casi un año de atravesar el desierto de la pandemia, después de un tiempo lleno de muchas tentaciones, nos reconforta reencontrar a Jesús en esta experiencia de la que sale vencedor para comunicarnos vida y fortaleza.

Por eso, el tiempo de Cuaresma siempre tiene sentido. Es un tiempo fuerte que nos invita a renovar nuestra fe. Esa es la invitación que nos recuerda el Papa Francisco en su mensaje titulado: “Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.”

Fe, esperanza y caridad son las tres virtudes teologales, es decir, las virtudes que nos disponen a vivir en relación con Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo y que nos hacen capaces de actuar como hijos e hijas suyos y recibir la vida eterna.

En su mensaje, el Papa pone estas tres grandes virtudes en relación con las tres acciones que Jesús nos presentó el miércoles de Ceniza: la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6, 1-18).

Con la ayuda de Francisco, vamos a ver cómo vivir esas tres tareas que Jesús nos propone.

La primera es la limosna. Francisco la explica como la mirada y los gestos de amor hacia las personas heridas. La mirada es lo primero, porque es el reconocimiento del otro. El Papa cita sus propias palabras, de su carta Fratelli tutti: «Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Entonces, no le doy vuelta la cara a quien tengo delante. Lo miro, pidiendo poder verlo como Dios lo mira, con misericordia. Pero no me quedo solo en la mirada, porque después tiene que venir el gesto, la ayuda concreta. Cuando nos mueve la caridad, dice Francisco: “… consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, un amigo, un hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca (...) Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.” Y agrega: “ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.”

La oración es la segunda tarea. Jesús es nuestro modelo de oración y la oración es para él el diálogo del Hijo con su Padre. Jesús sabe encontrar tiempo y lugar para ese diálogo, levantándose temprano y buscando lugares apartados, porque la oración pide recogimiento para “encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura”, como dice el Papa. La oración de Jesús no es una lista de peticiones. Ante todo, Jesús busca en ese diálogo conocer la voluntad del Padre y pide la fuerza para poder realizarla.

La tercera tarea es el ayuno. La Iglesia nos pide en este tiempo dos gestos comunitarios. Comunitarios no porque los hagamos juntos, sino porque se nos pide a todos. Al hacerlos, nos unimos como comunidad creyente en la misma actitud penitencial. Si lo pensamos bien, son gestos bastante mínimos. Uno es la abstinencia de carne en los viernes de Cuaresma. El ayuno propiamente dicho está indicado el miércoles de ceniza y el Viernes Santo. Una vieja norma, que podemos seguir tomando como referencia, indica que solo se haga una comida en el día, pudiendo agregar dos colaciones livianas en otros momentos. Partiendo de esa base, cada uno puede ver qué más quitar.

Pero lo importante es que el privarnos de algunos alimentos y también de otras cosas a las que estemos muy apegados, en fin, todo eso, nos ayude a acercarnos a la realidad de quienes muchas veces no tienen lo necesario para comer o para alimentar a su familia. El ayuno bien hecho, es decir, no solo con el cuerpo sino con el espíritu nos ayuda a poner a los demás en el centro de nuestra atención. Dice Francisco: “Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador”.

Así sea.

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