viernes, 12 de febrero de 2021

«Si quieres, puedes purificarme» (Marcos 1,40-45). VI Domingo durante el año.

 

Decisión

“Usted tiene que tomar una decisión: si va a salir de ese sitio, este es el momento de hacerlo; si decide quedarse, tiene que saber que ya no podrá salir de allí”.
Ese fue el planteo que le hizo su superior al Padre Damián.
¿Qué sitio era aquel? Se trataba de la colonia de leprosos de Molokai, una de las islas del archipiélago de las Hawái, en medio del océano Pacífico.
¿Quién era el Padre Damián? Era un misionero belga, de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Había entrado al leprosario en 1873. Su decisión fue quedarse allí, donde murió el 15 de abril de 1889, a los 49 años de edad.
San Damián de Molokai fue canonizado por el papa Benedicto XVI, quien resumió así su entrega de vida:
Su actividad misionera, que le dio tanta alegría, llegó a su cima en la caridad. No sin miedo ni repugnancia, eligió ir a la isla de Molokai al servicio de los leprosos que allí se encontraban, abandonados de todos; así se expuso a la enfermedad que padecían. Con ellos se sintió en casa. El servidor de la Palabra se convirtió de esta forma en un servidor sufriente, leproso con los leprosos, durante los últimos cuatro años de su vida.

Lepra

La lepra o mal de Hansen es una terrible enfermedad infecciosa que hoy puede ser tratada, pero que fue causante de muchos padecimientos a lo largo de la historia de la humanidad. Es una enfermedad crónica, que progresivamente va afectando la piel y los nervios superficiales. Provoca pérdida de sensibilidad, deformaciones y aún discapacidades, hasta producir finalmente la muerte tras muchos años de sufrimiento. A ese proceso que afecta el cuerpo, se agregaba la exclusión familiar y social. El aspecto repugnante que va tomando el enfermo y la amenaza que los demás veían en su condición, llevó durante siglos al aislamiento y la marginación del leproso.

Las lecturas de este domingo nos presentan una particular manera de interpretar esta enfermedad y, en contraste, la actitud de Jesús ante el enfermo y su situación en aquel mundo.

Recapitulando

Estamos en el VI Domingo durante el año. La semana que viene se inicia el tiempo de Cuaresma. Luego vendrá el tiempo Pascual, Santísima Trinidad, Corpus Christi… recién en junio retomaremos los domingos del tiempo ordinario. Por eso, es bueno empezar recordando el camino que venimos recorriendo con el evangelio de Marcos, que nos va desplegando distintos aspectos del ministerio de Jesús. 
Recordemos:
Con la fiesta del Bautismo de Jesús cerramos el tiempo de Navidad y abrimos el tiempo durante el año.
II y III domingo
En los dos domingos siguientes vimos como Jesús comenzó a formar el grupo de los Doce.
IV domingo
Asistimos luego a la liberación de un endemoniado.
V domingo
El domingo pasado acompañamos a Jesús en una jornada que se abrió con la curación de la suegra de Pedro, siguió con la curación de enfermos y la expulsión de demonios.
Después de un tiempo de oración, Jesús decide continuar predicando en otros lugares.
VI domingo
Así llegamos al VI domingo, con este leproso que se presenta ante Jesús. A primera vista podríamos pensar que es una curación más; sin embargo, en este pasaje del evangelio hay algo nuevo a lo que Jesús se enfrenta por primera vez y, también, Marcos nos abre una ventana al corazón de Jesús.
Si estas lecturas no se interrumpieran con la cuaresma, veríamos en el VII domingo otra acción de Jesús: el perdón de los pecados y el comienzo de sus controversias con los fariseos.

¡Impuro!

¿Qué es lo nuevo que nos aporta la curación del leproso? Como decíamos, se podría pensar que su situación es como la de tantos enfermos, que se acercan a Jesús, le piden ser curados y obtienen la sanación.
Sin embargo, la situación en la que vive el leproso es diferente con respecto a otros enfermos.
Eso nos lo explica la primera lectura, del libro del Levítico:
La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.

Impuro. Esa es la situación del leproso. No es simplemente un enfermo: es un impuro, una persona en estado de impureza permanente… Pero ¿qué es, aquí, la pureza? En muchas religiones antiguas, la pureza es la disposición requerida para acercarse a las cosas sagradas.
No se puede entrar a un espacio sagrado, no se puede rezar, no se puede celebrar un sacrificio, sin antes purificarse. Esa purificación se alcanza a través de determinados ritos que hoy veríamos como simples actos de higiene.
 El jesuita Anthony de Mello, nacido en la India, contaba que una vez, estando en casa de una familia pobre donde cada mañana se iba a buscar el agua para que todos pudieran lavarse antes de empezar la jornada, les dijo que él iba a rezar antes de que llegara el agua, porque ese día tenía que salir más temprano. Todos lo miraron azorados y le dijeron: “pero, Padre ¿cómo vas a rezar sin lavarte antes?”. Para ellos, el lavado no era un simple acto de higiene: era una purificación. Una vez que se tenía el agua, era un acto muy sencillo.

Nada era así de sencillo para el leproso. Su estado de impureza era permanente y eso lo excluía de todo: lo apartaba de su familia, del conjunto de la sociedad y de la vida religiosa. Además, si bien la impureza en sí no es una calificación moral, quedaba siempre la sospecha -para algunos, la certeza- de que esa situación era el castigo por algún pecado.
Así, el leproso quedaba totalmente marginado.
No todas las afecciones de la piel eran el mal de Hansen, de modo que algunas se curaban; pero la curación debía ser certificada por los sacerdotes y debía hacerse un sacrificio de purificación, luego del cual la persona podía reintegrarse a la vida comunitaria.

Conmovido

Teniendo en cuenta todo esto, lo primero que nos dice el Evangelio, que podría parecernos completamente normal, no lo es para nada:
Se le acercó un leproso para pedirle ayuda.
Como vimos, el leproso no podía acercarse a las personas y, además, debía ir gritando “impuro, impuro” para que los demás no se acercaran a él.

El pedido de ayuda se expresa con un gesto y una palabra:
cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme»
Notemos que el leproso no dice “puedes curarme”, sino “puedes purificarme” o “puedes limpiarme” según otras traducciones. La situación de impureza se superpone a la de la enfermedad y la hace más grave, por toda la exclusión que conlleva.
“Si quieres…” es una cortesía; “puedes” es la palabra que expresa la fe de este hombre enfermo y marginado.
¿Cómo reacciona Jesús?
“Conmovido”
Hasta ahora hemos visto a Jesús curando enfermos y expulsando demonios. Su acción es inmediata y llena de autoridad, como bien observa la gente: “Cállate y sal de este hombre” le dice al demonio y el demonio se va. En este pasaje aparece algo nuevo: el leproso despierta en Jesús una intensa compasión, algo que lo mueve profundamente en su interior frente a esa situación de enfermedad-impureza-exclusión.

Tocando

A partir de ese sentimiento, Jesús actúa. Otra vez: lo que hace Jesús puede parecernos normal, pero no lo es:
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
“Extendió la mano y lo tocó”. Si al leproso le estaba prohibido acercarse, a la gente le estaba prohibido tocarlo, porque eso significaba quedar también impuro. No necesariamente contagiado, lo que también podía pasar… el solo hecho de tocar algo o alguien impuro, ponía a quien lo hacía en situación de impureza.
Sin embargo, no es Jesús quien queda impuro, sino el leproso quien queda purificado, tal como lo ha pedido en su súplica confiada.

La conmoción que ha experimentado Jesús sigue presente cuando le da indicaciones al hombre que ha sido purificado:
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Silencio

La emoción se refleja en la severidad con que le pide que no lo diga a nadie. Ese es el primer mandato, que se relaciona con el llamado “secreto mesiánico”, típico del evangelio de Marcos. Ya hemos visto cómo ha hecho callar a los demonios (1,25 y 1,34) porque éstos reconocen quién es él. Ahora manda callar a este hombre, lo mismo que hará en otros milagros sobresalientes, como la reanimación de la niña (5,43) la curación del sordomudo (7,36) y la del ciego (8,26). No siempre el pedido de Jesús es atendido y ya en esta primera vez será desobedecido, lo que tendrá consecuencias:
apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

El segundo mandato que da Jesús al leproso purificado es que vaya a presentarse a los sacerdotes para que ellos, de acuerdo con la Ley, certifiquen su purificación y para hacer el sacrificio de purificación que estaba prescripto. Jesús se manifiesta aquí como respetuoso de la Ley. Sin embargo, así como se dice que el hombre no cumplió con el pedido de silencio, no se menciona que haya cumplido o dejado de cumplir la indicación de acudir al templo.

Lo que pide Jesús es difícil para el leproso purificado. De hecho, aunque hubiera querido guardar el secreto no hubiera sido posible: la gente lo conocía y ahora lo vería curado. El don que ha recibido de Jesús desborda su capacidad de discreción.
 

Pureza

La purificación del leproso tiene varios aspectos significativos:
-    Va abriendo camino a una fe que ya no mira tanto a lo externo, lo aparente, sino, sobre todo, a lo interior, a lo que está en el corazón.
-    Muestra que Jesús viene a ofrecer a las personas una salvación integral, que va desde la salud del cuerpo hasta la sanación de las relaciones familiares y sociales, combatiendo la exclusión.
-    Nos invita a examinar la pureza de nuestro corazón, es decir, a examinar nuestras intenciones en nuestras relaciones con los demás… Para esto, san Pablo nos ofrece, en la segunda lectura, un criterio:
“háganlo todo para gloria de Dios”

Gloria

El Padre Damián no tenía los medios para curar a los leprosos, pero sí pudo ayudarlos a mejorar sus condiciones de vida y su difícil convivencia, llevando paz y alegría a aquella colonia de abandonados que él amó hasta entregar su vida. Hoy su estatua se encuentra al frente del edificio del Parlamento de Hawái y también, representando a ese estado, en el Capitolio de Estados Unidos. En 2005, los ciudadanos de Bélgica lo eligieron como el más ilustre miembro de su pueblo. San Damián ha sido reconocido en su labor por la humanidad, pero él no vivió buscando su propia gloria, sino que quiso hacer todo para gloria de Dios. Hoy es un intercesor más al que podemos confiarnos en este tiempo de pandemia.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Cuídense mucho, cuidémonos unos a otros. La salud no es sólo la ausencia de enfermedad, la prevención del contagio. Busquemos construir sanas relaciones familiares y sociales. No descuidemos la salud de la mente y del alma.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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