domingo, 7 de febrero de 2021

Misa - V Domingo durante el año.

 

Homilía

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Nuestra escucha de la Palabra de Dios este domingo se abrió con una lectura del libro de Job. La historia de este hombre está profundamente marcada por el sufrimiento. A partir de acontecimientos muy dolorosos que él ha vivido, Job reflexiona sobre la condición humana y se pregunta:
“¿Acaso no es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?” Job se compara, él mismo, a un asalariado, más aún, a un esclavo… Para él, la vida es lo más parecido a un trabajo forzado, a una condena…
Con esos pensamientos, las noches se le hacen interminables y, en cambio, los días corren veloces…
Job está hablando con Dios, es decir, Job está en oración, presentándole sus padecimientos.
Este pasaje termina con una súplica angustiada:
“Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la felicidad”.

Palabras muy duras. Pero, como siempre, esta primera lectura nos prepara para escuchar el Evangelio.
Jesús es la respuesta de Dios al clamor de Job:
Jesús ha venido a traer a los hombres el Reino de Dios, la Vida de Dios.
El domingo pasado veíamos como Jesús enseñaba con autoridad, presentando lo verdaderamente nuevo, el evangelio, la buena noticia; al mismo tiempo, lo vimos actuar liberando a un endemoniado.

Acompañando a Jesús, salimos de la sinagoga y nos vamos a una escena doméstica, en la casa de Simón y Andrés:
“La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.”
Puede que esta escena no parezca tan impresionante como la curación de un leproso o de un paralítico. Al fin y al cabo, parece una simple gripe. Pero Jesús no actúa pensando en como lo va a ver la gente, si a la gente le va a parecer importante o no lo que él hace.
A él, lo que le importa son las personas, especialmente las personas que sufren.
Su gesto es muy sencillo: “la tomó de la mano y la hizo levantar”; sencillo, pero, eficaz. No se necesita montar un espectáculo.
 
Ya curada, la mujer se puso a servirlos.
No es un detalle menor. Jesús ha dicho que Él no ha venido a ser servido sino a servir.
Entonces ¿por qué se deja servir por ella?
Para Job, el servicio del hombre en la tierra era una pesada carga… ahora que ha sido curada ¿no se impone una carga para esta mujer?

El servicio de la suegra de Pedro es su respuesta al don que ha recibido: “no tuvo más fiebre y se puso a servirlos”. Ella es una nueva discípula, que sigue a Jesús y lo imita en su servicio, en la forma que ella conoce mejor. Para ella el servicio no es una carga pesada, sino un acto de amor, que ella realiza libremente. Su actitud es la que deberíamos tener los discípulos de Jesús, siguiendo al Maestro.

Toda la Iglesia, como comunidad de discípulos de Jesús, está llamada a ser una Iglesia servidora, a través de todos sus miembros. Al terminar el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI, san Pablo VI decía: “toda esta riqueza doctrinal del Concilio va en una dirección: servir al hombre. El hombre, en cada una de sus condiciones, enfermedades y necesidades. La Iglesia casi se ha declarado servidora de la humanidad” .

Todo bautizado, todo miembro de la Iglesia está llamado a tomar parte en ese servicio. Cada gesto de amor hacia hermanos y hermanas necesitados está participando del servicio de la Iglesia y del servicio de Cristo.
Algunas personas, en la Iglesia, reciben diferentes ministerios. No es una distinción: es un llamado a servir. La única respuesta válida a ese llamado solo puede darse con libertad, con alegría y, sobre todo, con amor.
 
Recientemente el Papa Francisco abrió para las mujeres dos ministerios que hasta ahora solo podían recibir los varones: los ministerios de lector y acólito.
Nos puede llamar la atención esto de las lectoras, porque frecuentemente las vemos proclamar la Palabra en la celebración de la Eucaristía. Sin embargo, no es lo mismo este servicio de lectura que se le pide a una persona u otra, varón o mujer, según la necesidad del momento… no es lo mismo que el ministerio de lector, que entrega el Obispo en una celebración especial y que la persona va a ejercer por un tiempo determinado. Lo mismo sucede con el ministerio del acólito, servidor del altar. Se le puede pedir a alguien que haga eso en un momento dado; pero también una persona puede recibir ese ministerio en una celebración que preside el Obispo. En nuestra diócesis, hay algunas parroquias que cuentan con lectores y acólitos que han recibido de esa manera su ministerio; en otras, eso funciona espontáneamente.

Ministros instituidos por el Obispo o fieles que colaboran ocasionalmente: lo que importa es el espíritu con el que se asume ese servicio. Como decíamos: con libertad, no como un trabajo forzado; con alegría, recibido como un don, no como un derecho o un privilegio; con amor, porque si no, no tiene sentido y se vacía de su significado. También recordando lo que decía Pablo VI: el servicio de la Iglesia es un servicio al ser humano, especialmente en sus situaciones de sufrimiento.

La Iglesia, sin embargo, no es una ONG, una organización de la sociedad civil o un club de servicio, todas instituciones respetables. Las comunidades y los miembros de la Iglesia hacen presente a Cristo en el mundo. Frente a las personas que sufren como Job, la Iglesia está llamada a hacer presente a Cristo misericordioso, a través de cada uno de sus miembros. Por eso su servicio hace siempre parte de su misión: evangelizar. Así dice san Pablo en la primera lectura: anunciar el Evangelio “es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”
Y poniéndose en la actitud de servicio de la que hablábamos, agrega: “siendo libre, me hice esclavo de todos… me hice débil con los débiles… Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio”.

Hermanas y hermanos: recordemos que cada uno de nosotros, como la suegra de Pedro, de alguna forma hemos sido sanados por Jesús. Hagamos lo mismo que hizo ella: levantarnos y servir. Así sea.

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