viernes, 26 de febrero de 2021

“Toma a tu hijo único… y ofrécelo en holocausto” (Génesis 22,1-18). II Domingo de Cuaresma.

 

Sacrificarse por los hijos


¿Qué madre no estaría dispuesta a sacrificarse por su hijo? Más allá de algunas excepciones, suele ser verdad… también puede decirse de muchos papás y, aún de padre y madre, juntos, en un esfuerzo común.

El amor a los hijos llevado hasta el extremo atraviesa la historia de la humanidad. Encontramos de esto testimonios muy antiguos, no solamente en los relatos bíblicos.

También vemos como muchas veces ese amor se mezcla con intenciones que lo ensombrecen… padres que proyectan en sus hijos sus deseos y ambiciones y que “se sacrifican por sus hijos” pero, en el fondo, están buscando a través de ellos sus propias metas.
También ocurre que los sacrificios verdaderamente generosos de los padres no siempre son reconocidos ni valorados por los hijos: “yo no te pedí que hicieras eso por mí”.

Aún con todas estas contradicciones, tan propias de la fragilidad humana, el amor busca abrirse camino en la vida familiar y muchos lo encuentran: lo dan, lo reciben y lo transmiten.

Sacrificar a un hijo


En este segundo domingo de cuaresma encontramos en la primera lectura un texto bíblico muy chocante. Aquí no se trata de un padre que se sacrifica por su hijo, sino de un padre que está dispuesto a sacrificar a su hijo. Y lo peor es que Dios está en el medio: es Dios quien pide ese sacrificio. Así dice Dios a Abraham:

«Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré.»
Los sacrificios humanos han estado presentes en muchas de las religiones de la antigüedad, incluso en varias culturas precolombinas; notoriamente entre los mexicas o aztecas, que ofrecían periódicamente la vida de prisioneros en la creencia de que eso aseguraba que el sol no se extinguiera.

El mayor extremo alcanzado por la práctica de los sacrificios humanos es el sacrificio de los propios hijos.
Lo practicaban pueblos vecinos a Israel que rendían culto al dios Baal. Ese culto fue una permanente tentación para los israelitas. A veces cayeron en ella los reyes, otras veces todo el pueblo.
Algunos pasajes bíblicos (2 Reyes 16,3; 17,17; 21,6; Jeremías 7,31; 19,5; Ezequiel 23,37) registran esos momentos de infidelidad en los que los israelitas llegaron a “pasar por el fuego” a sus propios hijos; es decir, a ofrecerlos a Baal en holocausto, sacrificio en que la víctima era totalmente quemada, para que el humo subiera hasta la divinidad.

El profeta Ezequiel transmite la acusación de Dios a su pueblo:
… están ensangrentadas sus manos, han cometido adulterio con sus basuras [es decir, sus ídolos] y hasta a sus hijos … los han hecho pasar por el fuego como alimento para ellas.
… después de haber inmolado sus hijos a sus basuras, el mismo día, han entrado en mi santuario para profanarlo. (Ezequiel 23,37.39)

Nuestra idea de Dios


Teniendo en cuenta todo esto, nuestra primera lectura de hoy se nos hace incomprensible… ¿está Dios pidiendo lo mismo que los falsos dioses? ¿quiere Dios aparecer ante Abraham como uno de esos dioses que piden sangre? Esto no se corresponde con el Padre de Jesucristo, el Dios misericordioso. Sin embargo, este no es el único pasaje del Libro de la Primera Alianza o Antiguo Testamento donde aparece esa imagen de un Dios cruel.
Cuidado: no tenemos que oponer la Antigua y la Nueva Alianza. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no hay ruptura, sino continuidad. La misericordia de Dios se manifiesta a través de toda la Biblia; pero eso lo vamos descubriendo de a poco. Dios se va revelando progresivamente y esa revelación culmina con Jesucristo.
Así dice el comienzo de la Carta a los Hebreos:

Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo… (Hebreos 1,1-2)
Dios tiene un plan de salvación que se va desarrollando en la historia. Los hombres conocen a Dios porque Dios ha querido darse a conocer, ha querido revelarse. Sin embargo, los hombres, aún reconociendo la voz de Dios, no siempre lo entendemos. Lo interpretamos desde nuestra manera de pensar, desde nuestras categorías… Cuando leemos los relatos de la mitología griega, vemos a esos dioses inmortales, que habitaban en el Olimpo, con personalidades muy “humanas”, es decir, con nuestras mismas virtudes y defectos; con celos e impulsos de violencia y venganza.
La fe de Abraham, la fe que lo hace “padre de los creyentes” es una fe en la que está presente una enorme confianza en ese Dios que se le ha revelado y le ha hecho una promesa; pero, al mismo tiempo, es una fe que necesita ir siendo purificada.
Esa es una de las claves de lectura del relato del sacrificio de Isaac.
En su libro “Palabras duras de la Biblia” dice Anselm Grün:
“No es Dios quien exige de Abraham el sacrificio de su único hijo, sino la idea que Abraham se ha hecho de Dios y que lo lleva, en consecuencia, a sacrificar a su propio hijo en el ara de su perfeccionismo y de sus ideas religiosas. Dicho con otras palabras: Abraham está a punto de sacrificar a su hijo a un ídolo.”
El teólogo Bernard Sesboüé completa esta explicación:
El relato del sacrificio de Isaac "es el testimonio de esta proyección primitiva (y todavía demasiado actual) sobre Dios de la pulsión de muerte que anida en el hombre. Traduce la experiencia dolorosa de Abraham, que pasó de esta imagen pagana de Dios a la concepción convertida de un Dios único, totalmente diferente del hombre, lleno de ternura y de amor."

La prueba


De todas formas, el relato del Génesis presenta este episodio como una prueba. Así se anuncia al comienzo:

Dios puso a prueba a Abraham
Lo que está puesto a prueba es la fe de Abraham, su total confianza en Dios. Isaac era “el hijo de la promesa”. Abraham y su esposa Sara, ya ancianos, habían tenido ese hijo en el cual se cumpliría la promesa de Dios a Abraham:
Yo haré de ti una nación grande y te bendeciré. (Génesis 12,2)
Esa fue la primera expresión de la promesa de Dios.
Pero Dios se toma su tiempo, entonces, más adelante, Abraham, todavía con el nombre de Abram, se interroga e interroga a Dios:
Dijo Abram:
«Mi Señor, Yahveh, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos...? He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar».
Mas la palabra de Yahveh le dijo:
«No te heredará ése, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas».
Y sacándole afuera, le dijo:
«Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Así será tu descendencia».
Y creyó él en Yahveh, el cual se lo reputó por justicia. (Génesis 15,2-6)
A su tiempo se cumplió la promesa de Dios y nació Isaac, el hijo de Abraham y Sara.
Pero entonces ¿cómo entender el pasaje del sacrificio de Isaac? Aún si lo entendemos como una prueba, como el mismo texto dice, la imagen de Dios sigue apareciendo cruel ¿qué padre sometería a su hijo a una prueba como esa?

El holocausto


Con esos interrogantes nuestros, observamos lo que hace Abraham. Vamos a leer el relato completo, que en la liturgia encontramos abreviado:

Se levantó Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a dos servidores y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios.
Al tercer día levantó Abraham los ojos y vio el lugar desde lejos.
Entonces Abraham dijo a sus servidores: «Quédense aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allí, haremos adoración y volveremos con ustedes».
Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.
Dijo Isaac a su padre Abraham: «¡Padre!» Respondió: «¿qué hay, hijo?»
- «Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?»
Dijo Abraham: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío».
Y siguieron andando los dos juntos.
Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. (Génesis 22,3-10)
Abraham no actúa precipitadamente. Sigue las instrucciones de Dios y hace sus propios preparativos. Si nos metemos dentro del relato, sea que nos pongamos en el papel de Abraham que no puede decirle ni a sus servidores ni a Isaac lo que realmente piensa hacer; o si nos ponemos en el papel de Isaac, que carga con la leña y que pregunta con inocencia dónde está el cordero, no podemos menos que sobrecogernos. Se nos eriza la piel. Estamos a punto de presenciar algo terrible. Un padre está a punto de dar muerte a su hijo.
A pesar del contexto religioso, bíblico, vienen a la mente esas noticias trágicas, horribles de un hombre que mata a sus hijos y a su expareja y luego se suicida…

Dios proveyó


La intervención de Dios llega en el momento preciso. Muchos artistas han interpretado en sus obras este instante dramático.

Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!»
«Aquí estoy», respondió él.
Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único.»
Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El “Ángel del Señor” es aquí Dios mismo. La verdad última de este relato es que Dios no quiere la muerte del hombre, sino su vida.
Más aún, Isaac, el hijo de la promesa, tiene un papel importante a jugar en la historia de la salvación, al igual que su hijo Jacob. “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” será la forma en que Dios se presentará a Moisés antes de enviarlo a rescatar a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
Escuchemos la conclusión del relato:
Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz.» (Génesis 22,14-18)
Abraham ha superado la prueba.
La Carta a los Hebreos nos da una interpretación de este pasaje que resalta la fe de Abraham y pone en relación el sacrificio de Isaac con el sacrificio de Cristo.
Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia.
Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos.
Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura. (Hebreos 11,17-19)
Este último versículo tiene dos afirmaciones importantes: la anticipación de la resurrección de Cristo por el poder de Dios y la indicación de que Isaac fuera figura. ¿Figura de qué? Figura del sacrificio de Cristo, de su muerte (cuando Abraham está a punto de inmolarlo) y de su resurrección (cuando Dios detiene la mano de Abraham).

Sacrificio: Isaac y Cristo


Nosotros leemos este texto desde la fe cristiana. Desde nuestra fe, nos acercamos al libro de la Primera Alianza o Antiguo Testamento con una clave que nos ayuda a comprenderlo. Si nos olvidamos esa clave, no es posible entenderlo. Esa clave es Jesucristo, el Verbo Encarnado, la Palabra eterna del Padre, el Logos hecho carne; hecho uno de nosotros, verdaderamente hombre.

Si entendemos la Primera Alianza como la preparación de la Nueva y definitiva Alianza sellada con la sangre de Cristo, es decir, con su sacrificio, lo que nos presenta el Antiguo Testamento está prefigurando el misterio de Cristo.
Las figuraciones del Antiguo Testamento no cumplen lo que están “figurando”: lo preparan.
Los acontecimientos del Antiguo Testamento presentan a la vez semejanzas y diferencias con una realidad futura que encontrará su cumplimiento pleno en Cristo.
Ese paralelismo que puede mostrarse entre los hechos de la Primera Alianza y los de la Segunda, nos ayudan a ver que esos acontecimientos hacen parte del mismo plan de salvación que Dios va desarrollando en la historia de los hombres.
Los hechos y los personajes de la Primera Alianza nos ayudan a comprender el sentido de algunos aspectos del misterio de Cristo. Al mismo tiempo, esos aspectos del misterio de Cristo arrojan luz sobre las figuras antiguas.

El sacrificio de Isaac prefigura el sacrificio de Cristo. Hay semejanzas y diferencias con lo que se va a cumplir en Cristo.
Una primera alusión, sutil si se quiere, al sacrificio de Isaac, sin mencionarlo, la encontramos en la carta a los Romanos (segunda lectura de este domingo):

[Dios] que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? (Romanos 8,32)
En las distintas traducciones leemos que Dios no escatimó, no eximió, no nos negó, no se guardó a su propio Hijo… en definitiva, Dios entregó a Jesús a la muerte. Abraham hizo lo mismo; pero Dios lo detuvo. En cambio, Dios si dejó que su Hijo se convirtiera en la víctima de un sacrificio totalmente inédito.

El simbolismo más evidente


En los escritos de los primeros siglos del cristianismo encontramos varias veces la relación del sacrificio de Isaac y el de Cristo tanto en sus términos más generales, que es lo más importante, como en sus detalles; aspecto secundario pero interesante.

En términos generales, tenemos el simbolismo más evidente: Isaac, ofrecido en sacrificio por su padre, llevando la leña, prefigura a Cristo ofrecido por el Padre, llevando la cruz.
Tempranamente lo dice la llamada “Carta de Bernabé” (c. 131):

“Cristo debía morir por nuestros pecados para que se cumpliera el acontecimiento figurado en Isaac ofrecido sobre el altar” (Carta de Bernabé VII,3)
Así se expresa Tertuliano (+ 220):
"Isaac, entregado por su padre, llevaba el mismo la leña, anunciaba la muerte de Cristo, entregado como víctima por el Padre y llevando el leño de su Pasión (Tertuliano Adv. Marc. III, 18; Adv Iud., 10)
Y tenemos todavía un texto de San Hilario (+ 367)
“En Isaac se muestra a Cristo, en quien la raza de Isaac es elegida.
En Isaac aparece igualmente la prefiguración de la Pasión cuando es llamado por su padre para ser sacrificado, cuando carga la leña para el sacrificio, cuando se presenta el carnero para que la inmolación sea consumada”
(San Hilario, Tractatus Mysteriorum, I, 17).

El simbolismo en los detalles


Entrando en los detalles de la narración se han establecido otras correspondencias:

Los montes del sacrificio: el monte Moria para Isaac, el Gólgota para Cristo. Algunos autores cristianos llegan a considerar que se trata del mismo monte.

El tercer día:
Orígenes (+ 253) señala que “el tercer día es siempre conveniente para los misterios de la fe: cuando el pueblo salió de Egipto, al tercer día ofreció un sacrificio al Señor y el día de la Resurrección del Señor es el tercer día” (Orígenes, Homilía sobre la inmolación de Isaac, VIII, 4)
También Teodoreto de Ciro (+ 458) presta atención al detalle del tercer día, como otra semejanza entre el relato del sacrificio de Isaac y el de la pasión.

La leña y el leño:
"Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac…"
A pesar de que el texto dice que Abraham cargó la leña sobre su hijo, es decir, que no es Isaac quien dice “yo llevo la leña” y a pesar de que en el versículo siguiente Isaac preguntará dónde está el cordero para el holocausto, tanto en el judaísmo como en el cristianismo antiguo se interpreta que Isaac, al cargar la leña, está ofreciéndose a sí mismo en sacrificio, en obediencia a la voluntad de Dios manifestada a Abraham.
Así, por ejemplo, dice Tertuliano:

"El mismo Isaac llevaba la leña para el sacrificio, puesto que Dios le había señalado que él mismo debía ofrecerse como víctima" (Tertuliano Adv. Iud., 13)
La misma interpretación hace San Cipriano (+ 258), que agrega además el rasgo de la paciencia de Isaac. La paciencia hay que entenderla aquí como la espera pasiva y disponible de quien está a punto de ser sacrificado. Recordemos la imagen de nuestro “Señor de la Paciencia”: Cristo flagelado y coronado de espinas, esperando el momento de iniciar el camino hacia el Calvario (Iglesia San Francisco, Montevideo).
“Isaac prefigura la víctima dominical;
cuando él se ofrece para ser inmolado por su padre, se muestra paciente”
(San Cipriano, De bono patientiae, X PL IV, 629 A)

¿Dónde está el cordero?
Dijo Abraham: «Dios proveerá el cordero para el holocausto…» (Génesis 22,8)
La respuesta de Abraham, señala Orígenes, no se refiere solo al presente, sino también al futuro. “En efecto, Dios mismo proveerá una víctima en Cristo, porque Él mismo descendió hasta la muerte” (Orígenes, Homilía… VIII, 6).
El cordero, en realidad un carnero, finalmente, aparece:
"Levantó Abraham los ojos, miró y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos". (Génesis 22,13)
Aquí Tertuliano interpreta que el carnero está suspendido por los cuernos (en latín cornibus), del mismo modo que Jesús estará suspendido de los extremos del madero horizontal de la cruz, extremos que en latín se llaman también cornibus. Tertuliano juega con las palabras: de los cornibus del carnero a los cornibus de la cruz.
En la iconografía del sacrificio de Isaac aparece a veces el carnero suspendido, como en este bajorrelieve de la Catedral medieval armenia de Akdamar y en esta ilustración de un manuscrito del siglo XIV.
Tertuliano ve todavía otra similitud entre el relato del Génesis y la pasión de Cristo: la zarza, donde están trabados los cuernos y, por lo tanto, la cabeza del carnero y la corona de espinas que rodea la cabeza de Jesús.
Lo mismo ve san Agustín (+ 430):

“¿Quién es el que figura allí, sino Jesús, antes de ser inmolado, coronado de espinas?”
(San Agustín Civ. Dei, XVI, 32).

El sacrificio espiritual


Entre la primera palabra de Dios, que pide que Isaac le sea ofrecido en sacrificio por Abraham y la última palabra, que detiene la mano de Abraham antes de que baje el cuchillo, hay un camino interior, un camino espiritual de nuestro padre en la fe.
En definitiva, es el pasaje de una concepción peligrosa y ambigua del sacrificio a una concepción totalmente espiritual.
Abraham ha expresado la prioridad absoluta de su amor por Dios por encima del amor que él tiene a su hijo.
Ese es el verdadero sacrificio:
“ahora sé que tienes temor de Dios, ya que no me has negado tu único hijo” (Génesis 22,12)
Este sacrificio no necesita de la inmolación. Es el don que viene de la libertad del corazón; es la respuesta de amor a Dios que ha dado todo.

Amigas y amigos: Abraham, y nosotros con él, somos invitados a pasar de la idea del sacrificio sangriento al sacrificio espiritual vivido en nuestra existencia.
San Pablo lo expresa con claridad:
hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Éste es el verdadero culto que deben ofrecer. (Romanos 12,1).

Como ya hemos dicho, solo podemos entender el sacrificio de Isaac a la luz del misterio de Cristo, que da vuelta todo.
No es un hombre quien ofrece su hijo en sacrificio a Dios, sino Dios que entrega a su propio hijo en sacrificio por los hombres. Dios no escatimó a su propio Hijo. Nada ni nadie lo sustituirá e irá hasta el final, hasta la consumación. Dios hará, por amor al hombre, lo que no ha querido pedir al hombre. Por amor estuvo Abraham dispuesto a entregar a su hijo; por amor Dios entregó el suyo.

Ha sido un largo recorrido sobre este texto difícil. Les agradezco que hayan llegado hasta aquí. Espero que, al menos, en algunos de los comentarios, hayan encontrado algo útil para su vida espiritual. Buena Cuaresma. Cuídense mucho. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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