Homilía de Mons. Heriberto
Queridas hermanas, queridos hermanos,
Con este primer domingo de adviento comenzamos un nuevo año litúrgico y comienza una nueva etapa en la parroquia San Francisco de Asís.
El P. Alberto Hernández Beltrán, Franciscano de María, asume hoy esta comunidad como su nuevo párroco.
Mucho ha cambiado esta zona, que yo conocí en los ochenta, cuando estaba aquí el Padre Luis Dri y aún, más recientemente las Hermanas vicentinas de Gysegem, con la querida hermana Dione. Hubo otros sacerdotes y religiosas que algunos recordarán, pero ellos dos son los que llegué a conocer personalmente.
En el momento presente, deja esta comunidad la familia de los Misioneros y Misioneras Servidores de la Palabra: las Hermanas, que estuvieron aquí animando la misión y la vida de la comunidad; los Padres que celebraron aquí la Eucaristía y los Sacramentos y los laicos y laicas misioneros que hacen parte de la familia y han colaborado muy activamente. A todos ellos expresamos nuestra gratitud por todo este tiempo de generosa siembra.
Corresponde agradecer también, pero, ante todo, dar la bienvenida a los Franciscanos de María: a su fundador, el P. Santiago Martín, que nos acompaña hoy, nuestra gratitud por su disposición a enviar aquí a dos sacerdotes. Esperamos que pronto el P. Alberto pueda contar con su compañero de misión.
Los Franciscanos de María tienen como carisma el agradecimiento, la gratitud. La gratitud, bien entendida, surge de haber experimentado la gratuidad, es decir, cuando hemos recibido un regalo, algo que no nos hemos ganado, sino que se nos da en forma verdaderamente gratuita, que se nos da por Gracia. La mayor gratuidad es la de Dios, que se nos da Él mismo, enviándonos a su Hijo Jesucristo. Precisamente este tiempo de Adviento, donde el Señor nos invita a estar atentos, estamos llamados a reconocerlo y a recibirlo en cada persona y en cada acontecimiento, por medio de los cuales nos llega su amor y su Gracia.
Si estamos atentos, reconoceremos los muchos regalos de Dios en nuestra vida; dones, regalos que no merecemos. Que nos llegan por pura gratuidad.
Por eso, habiendo experimentado la gratuidad del amor de Dios, el sentimiento de gratitud nos mueve a responder al don que hemos recibido. Ser agradecidos de verdad se traduce en la generosidad. Jesús mismo nos exhorta a vivirlo así: “lo que recibieron gratuitamente, denlo también gratuitamente”. No basta con dar las gracias si no correspondemos, tan generosamente como podamos, a lo que hemos recibido. En la misión de la Iglesia, todos estamos llamados a participar y todos podemos contribuir: sea con nuestra oración como con la donación de nuestro tiempo; sea poniendo al servicio de la comunidad nuestros talentos, como con nuestra colaboración económica.
El P. Alberto lleva ya un año en Uruguay, donde ha ejercido su ministerio en la ciudad de Rocha. Ya nos conoce un poco. Sabe que aquí la tierra puede ser muy dura para la semilla de la Palabra, pero que cuando la semilla encuentra tierra buena, aunque no dé frutos muy abundantes, sí da frutos buenos. El clero de Canelones recibe también a este hermano y al que vendrá para ir caminando juntos al servicio del reino en esta tierra canaria.
La parroquia San Francisco está en una zona que, como decíamos al principio, ha cambiado mucho en los últimos años. El empalme, como tal, sigue siendo un gran nudo de rutas, que ha crecido en importancia por diferentes conexiones. Pero aquello que fue en otro tiempo puro campo, hoy está en gran parte urbanizado, con aspectos contrastantes, donde colindan extremos de la escala social. La parroquia, con sus capillas Nuestra Señora de la Esperanza, Nuestra Señora del Camino y Rosa Mística está llamada a ser lugar de encuentro para todos los que comparten la misma fe, más allá de las diferencias. Porque el mensaje de Misericordia de Jesucristo es para todos. Él, como dice san Pablo, “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Corintios 8, 9). Haciéndose uno de nosotros, tomando nuestra carne, el Hijo de Dios obró nuestra salvación allí donde estuvo nuestra ruina.
Se compadeció de nuestra fragilidad, se hizo semejante en todo a nosotros, menos en el pecado, asumió la condición de servidor, para, desde allí, conducirnos a su Reino. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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