lunes, 14 de noviembre de 2022

Vuelve al amor del comienzo. Lunes de la XXXIII semana durante el año.


Iniciamos ayer la penúltima semana del año litúrgico. En estas dos semanas, la primera lectura de los días feriales está tomada del libro del Apocalipsis. El pasaje que corresponde al sábado 26 se cierra con la promesa “volveré pronto”, como formando una bisagra con la primera parte del Adviento.

Pero hoy escuchamos el comienzo del libro y la primera de las cartas a las siete iglesias, la dirigida a la Iglesia de Éfeso. A esa comunidad se dirigen algunas palabras de reconocimiento y un reproche. Entre otras cosas, dos veces se reconoce su constancia, incluso sufriendo por el Nombre de Jesucristo; pero se le reprocha que haya dejado enfriar el amor que tenía al comienzo.

La constancia me hace pensar en las palabras de Jesús en la última cena, en el relato de Lucas, cuando dice a los discípulos: “Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas” (Lucas 22,28). Es casi una bienaventuranza, una de las palabras más hermosas que puede escuchar un discípulo. La que uno quisiera escuchar a la hora final.

Sin embargo, pensando en el momento en que fueron pronunciadas, uno no puede menos que estremecerse pensando en que todavía falta la última gran prueba de Jesús y de ellos.

Y ahí aparecerán las dificultades: el sueño que los vence durante la oración en Getsemaní y la dispersión cuando el maestro es llevado.

Pero aunque en su momento Tomás dijo «Vayamos también nosotros a morir con él» (Juan 11,16) y Pedro declaró “Yo daré mi vida por ti” (Juan 13,37), el permanecer con Jesús no puede incluir todavía el seguirlo a la cruz. De haber sido así, tal vez no sabríamos cómo hubiera continuado la historia. Permanecer con Jesús en medio de las pruebas, ser constantes, aun sufriendo por su Nombre, nos pone, como a los discípulos, ante nuestra fragilidad. Pero no tenemos otra fortaleza que la que viene de Él. 

La otra gran palabra que encontramos sobre el permanecer, en el capítulo 15 de Juan, la vid y los sarmientos, nos da la nota fundamental sobre la constancia: “en mi amor”. “Permanezcan en mi amor”. No se trata de resistir, de atrincherarse, de cerrarse al mundo construyendo una ciudadela o un bunker, como los davidianos de Waco, hace casi 30 años. Se trata de permanecer en el amor de Jesús.

Y precisamente ése es el reproche a la Iglesia de Éfeso: haber dejado enfriar el amor del comienzo. Encender de nuevo el amor: el amor al Señor, el amor fraterno entre los miembros de su Cuerpo, el amor al mundo por el que Dios “entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Juan 3,16).

Podemos buscar y encontrar nuevas formas de expresar y nuevos métodos de comunicar el evangelio, pero lo más importante de aquel programa de evangelización nueva que nos dejó san Juan Pablo II sigue siendo “evangelización nueva en su ardor”. No el ardor de los fanáticos, sino el ardor renovado por el encuentro con el Señor, día a día, en su Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos, para seguir anunciando el evangelio y ofreciendo los sacramentos de salvación.

Que el Venerable Jacinto Vera, padre de nuestra Iglesia peregrina en el Uruguay, que esperamos pueda ser pronto reconocido como beato, interceda por nosotros para que renovemos y sostengamos día a día en nuestros corazones el ardor que despertó en nosotros el encuentro con el Señor. Y así, como hizo en su tiempo el primer obispo, sigamos trabajando con amor en el campo de servicio y misión que nos ha sido confiado. Así sea.

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