jueves, 31 de agosto de 2023

“¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mateo 16,21-27). XXII domingo durante el año.

El domingo pasado abríamos nuestra reflexión con esta frase: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Esa fue la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús: «Y ustedes ¿quién dicen que soy?».

Ese domingo, en la tarde, volví a escuchar esas palabras de Pedro en boca de un joven llamado Jerónimo. En la Misa en acción de gracias por los 40 años de la fundación de la Fazenda de la Esperanza, este joven dio un emotivo testimonio al haber completado su tiempo de internación en la comunidad y dijo esto:

“El Dios vivo: eso es lo que encontré acá. Porque cuando entré, lo que yo menos tenía era vida. Ahora sé que tengo vida, ahora sé que estoy vivo y doy gracias a Dios”.

Para eso nos acercamos a Dios: para tener vida. Nuestra súplica se hace intensa -en el buen sentido de la palabra- cuando vemos nuestra vida amenazada por un fuerte quebranto de salud o un peligro de muerte; pero también cuando las situaciones más duras que sufrimos, con culpa o sin ella, nos hacen sentir “esto no es vida”.

Jesús, presentándose como Buen Pastor, declara:

“Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).

Sin embargo, la propuesta de Jesús para que tengamos vida, tal como nos la presenta el evangelio de este domingo, es extraña, es… paradójica:

El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. (Mateo 16,21-27)

El camino que propone Jesús es aceptar “perder la vida” para encontrar la Vida.
¿Cuál es la vida que Jesús nos proponer perder?
¿Cuál es la vida que encontraremos?
Porque aunque se use la misma palabra, vida, no está hablando de lo mismo.
Todos los seres humanos conocemos una vida: la vida que tenemos hoy. La vida que nos ha tocado y que vamos construyendo con nuestros aciertos y errores. 
La vida que, lo sabemos bien, tiene un fin que más temprano o más tarde, llegará. 
Se la suele llamar nuestra “vida terrena”, nuestra vida aquí en la tierra.
Pero los cristianos creemos que hay otra vida.
Cuando profesamos nuestra fe, recitando el Credo apostólico, el Credo corto, concluimos así:
[Creo en] la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
Y con el Credo Niceno-Constantinopolitano, el largo:
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.

Resurrección y vida están presentes en las dos profesiones de fe: participar de la resurrección de Cristo, gozar de la vida eterna.

Esa es la Vida con mayúscula, la vida que está en la promesa de Jesús: yo he venido para que tengan vida en abundancia: vida sin medida, vida eterna.

Esa vida está en nosotros desde nuestro bautismo, como una semilla. Es el don de Dios, es la Gracia que hemos recibido… pero esa vida eterna empieza a hacerse realidad en nosotros, desde ahora, en el seguimiento de Jesús.

Seguir a Jesús es creer en Él y poner en práctica su Palabra, caminando con nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia, comunidad de discípulos de Jesús. Encontrándonos con él en la oración, en la celebración de los sacramentos y, de nuevo, en la escucha y la puesta en práctica de su Palabra.

Jerónimo, el joven del que hablábamos al principio, encontró en la Fazenda la manera de vivir cada día la Palabra de Dios. Y la vivió, y con la ayuda de Dios la seguirá viviendo, en actos de amor muy concretos.

La segunda lectura de hoy nos previene de muchas cosas que nos pueden llevar por caminos de muerte. San Pablo nos dice:

No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. (Romanos 12,1-2)

No tomen como modelo a este mundo. No es que en el mundo falten personas buenas y honestas, pero no siempre son las que aparecen como “modelo”. Más bien, a veces se les hace aparecer como “perdedores”, frente a los “ganadores”. Pero, a propósito de esos aparentes “triunfadores”, se pregunta (y nos pregunta) Jesús:

“¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mateo 16,21-27)

Ese hombre poderoso que murió hace poco en lo que pareció un accidente de avión -pero que nadie cree que haya sido un accidente- perdió su vida… pero todo parece indicar que su vida ya estaba perdida. Alguien la definió como “una vida entregada al mal”. Sus triunfos: “pobres triunfos pasajeros”, como dice el tango… 

A sus discípulos, Jesús no les anuncia nada que parezca un triunfo, aunque hable de resucitar. Él les dijo:

Que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. (Mateo 16,21-27)

Es el anuncio de una terrible derrota. Jesús contradice todas las expectativas que en su tiempo se tenían sobre el Mesías. Es incomprensible para los discípulos y por eso no puede extrañarnos la reprensión de Pedro:

«Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». (Mateo 16,21-27)

Pero eso fue, precisamente, lo que sucedió. Y la entrega de Jesús, su más grande acto de amor, revertió ese fracaso y lo levantó, resucitado, desde el fondo del abismo.

San Pablo, que predicó a Jesús crucificado, nos exhorta a unirnos a Él ofreciéndonos nosotros mismos 

como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. (Romanos 12,1-2)

Perdiendo cada día nuestra vida de esa forma, haciendo de ella una ofrenda de amor, nos uniremos a Jesús en su muerte para participar de su resurrección: no sólo al término de esta vida terrena, sino, ya, desde ahora, creciendo en nuestro corazón.

Tiempo de la Creación

"Que la justicia y la paz fluyan" es el lema propuesto por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, para el “Tiempo de la Creación”, de este año, desde el 1 de septiembre hasta el 4 de octubre. El Papa Francisco nos invita a

Que en este Tiempo de la Creación, como seguidores de Cristo en nuestro común camino sinodal, vivamos, trabajemos y oremos para que nuestra casa común esté llena nuevamente de vida. Que el Espíritu Santo siga aleteando sobre las aguas y nos guíe a la “renovación de la superficie de la tierra” (cf. Sal 104,30).

En esta semana

  • Hoy, la parroquia Santa Rosa de Lima de El Pinar, celebra su fiesta patronal. 
  • También este domingo, la Pastoral Juvenil diocesana celebra en Villa Guadalupe la Jornada Nacional de la Juventud.
  • Del lunes 4 al viernes 8, el clero diocesano y algunos religiosos tendremos nuestros Ejercicios Espirituales en Villa Guadalupe.
  • El martes 5 recordamos a Santa Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad.
  • El sábado 9 celebra sus Bodas de Oro sacerdotales el P. Lucio Escolar, que hace 50 años fue ordenado sacerdote en Los Cerrillos, la parroquia a la que volvió en estos últimos años, después de pasar por Paso Carrasco, Suárez, La Paz y Solymar.
  • Domingo 10: día de la Educación Católica. Un día para tener presente a todos los que se esfuerzan en transmitir la fe dentro de las instituciones católicas de educación formal y no formal.

Y esto es todo por hoy. Amigas y amigos, gracias por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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