Comentando el pasaje del evangelio de este domingo, se preguntaba una seguidora de este programa: “Entonces ¿éste sería el décimo primer mandamiento?”
Entiendo que cabe la pregunta, porque Jesús dice:
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. (Juan 15, 9-17)
Jesús habla claramente de un mandamiento, de un mandamiento suyo: “mi mandamiento”. Y le da una importancia especial: no dice “uno de mis mandamientos”, sino “mi mandamiento”. Le da un lugar central.
Vamos a recordar de dónde viene lo de los diez mandamientos. En la primera alianza encontramos el Decálogo, es decir “las diez palabras”, lo que solemos llamar “los diez mandamientos”. Los encontramos dos veces: en el libro del Éxodo (20,1-17) y en el del Deuteronomio (5,6-22).
En los cinco primeros libros de la Biblia, conocidos en conjunto como la Torá, es decir “la Ley”, hay muchos otros preceptos, en hebreo “mitzvot”, que, incluidos los diez, llegan a 613.
Sin embargo, los diez mandamientos se diferencian de los demás. Dios los reveló a su pueblo en la montaña santa y son el testimonio de la Alianza de Dios con su Pueblo. Dice el libro del Éxodo:
Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios. (Éxodo 31,18)
Escritas por el dedo de Dios. Los otros preceptos se atribuyen a Moisés. Se reconoce en ellos la inspiración divina; pero aquí se subraya que “las diez palabras” vienen directamente de Dios mismo. Tienen una autoridad diferente, mayor, a la de los otros preceptos.
Tras esa primera alianza, tantas veces quebrantada por el Pueblo, Jesús llega para proponer una nueva y eterna alianza, para todos los pueblos de la tierra. En el marco de esa alianza, la antigua Ley será llevada a su plenitud, es decir a su sentido más profundo. Eso aparece claramente en el evangelio de San Mateo, donde Jesús dice:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. (Mateo 5,17)
A continuación, Jesús va comentando algunos de los mandamientos y mostrando como deben ser cumplidos no solo exteriormente, a la letra, sino, sobre todo, también con el corazón, en profundidad.
Asimismo tenemos que recordar la pregunta que se le hace a Jesús sobre cuál es el mandamiento más importante de la Ley (Mateo 22,36). Jesús recuerda dos preceptos.
El amor a Dios:
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. (Deuteronomio 6,5)
Y el amor al prójimo:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Levítico 19,18).
Pero Jesús une los dos mandamientos: “el segundo es semejante al primero”. Por eso, el Decálogo tiene que ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento del amor, que lleva a la plenitud la Ley. Así sentencia san Pablo:
El amor es la plenitud de la Ley (Romanos 13,10)
Muchos más podríamos agregar, ¡el amor a los enemigos…! Pero volvamos al evangelio de este domingo. Vuelve aquí un verbo que ya comentamos el domingo pasado: “permanecer”. Dice Jesús:
«Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.» (Juan 15,9-17).
Esto nos da un contexto para entender que, aunque Jesús está hablando de “mandamiento”, esto es algo diferente… por eso no hablamos de un “mandamiento once”.
Es diferente, porque la fuerza de ese amor que Jesús nos llama a vivir, no viene de nosotros, viene de Él mismo, viene de su amor. Y su amor viene del Padre. Cuando Jesús dice “como el Padre me amó”, no está haciendo una comparación, como para que podamos seguir un ejemplo. Está diciendo “de la misma manera que el Padre me amó”, “con el mismo amor con que el Padre me amó”, así yo los he amado a ustedes. Y nos llama, ante todo, a permanecer en ese amor que viene del Padre a través de Él.
Y aquí viene lo de los mandamientos: si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor. Permaneceremos en el amor de Jesús en la medida en que amemos como Él mismo nos amó. Ahí está el mandamiento.
Pero el amor sobre el que va a insistir Jesús es el amor recíproco, el amor mutuo, porque está hablando a sus discípulos:
«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. (…) Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17)
El amor recíproco tiene una paradoja. Por un lado, tiene algo de contrato, de pacto, de alianza: el hombre y la mujer que se unen en el sacramento del matrimonio prometen amarse mutuamente: “amarse y respetarse durante todos los días de su vida”.
En algunas comunidades y movimientos católicos se ingresa haciendo ese pacto de amor recíproco con los demás miembros.
Pero, en uno u otro caso, la paradoja está en que el amor que se da no está condicionado. Quien hace el pacto no puede pensar “yo prometo amarte si tú me amas… y si no cumples tu parte, entonces yo tampoco cumplo la mía”. Al hacer Alianza con su pueblo, Dios no condicionó su amor. Dios amó primero. Amarse unos a otros funciona si estoy dispuesto a amar primero, y no a esperar que el otro me ame. Leemos en la primera carta de Juan:
Nosotros amamos porque Dios nos amó primero. (1 Juan 4,19)
Pero ¿qué pasa si no encontramos amor? “Como el Padre me amó a mí, yo los he amado a Ustedes…” Dios nos ha amado primero. Si lo recordamos, si lo sentimos, si nos damos cuenta de esa realidad, podemos también nosotros amar primero.
Es la célebre frase de san Juan de la Cruz, en una de sus cartas:
“Adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...”
(Carta a la M. María de la Encarnación, OCD, en Segovia, Madrid, 6 julio 1591)
Noticias
Hoy, Domingo 5, en la parroquia de San Jacinto, celebraremos en forma anticipada la memoria del beato Jacinto Vera, en la Misa de las 9 horas. A partir del martes 7 se iniciará la visita de la reliquia del beato en las diferentes capillas de la parroquia.
La reliquia ha estado visitando las comunidades de la parroquia de Canelones. Mañana, lunes 6, en la Catedral, celebraremos por primera vez la memoria de Jacinto Vera, que coincide con el primer aniversario de su beatificación. La Misa será a las 18:30. Los esperamos.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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