domingo, 11 de agosto de 2024

11 de agosto: Santa Clara de Asís.


Homilía de Mons. Heriberto en la Misa solemne celebrada en el Monasterio Santa Clara de Asís, Ciudad de la Costa, Canelones.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo 11 de agosto nos reúne en la Eucaristía, en la acción de gracias por excelencia.

Damos gracias por todos los bienes que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo derraman y siguen derramando cada día sobre nosotros, en la creación, la redención y la santificación.

Gracias, en especial en este día, por la obra de Dios en la vida de Santa Clara de Asís, en este monasterio a ella dedicado y con esta comunidad de sus hijas clarisas.

Evoquemos la vida de nuestra santa. Vayamos hasta la primera mitad del siglo XIII, tiempo en el que se desarrolló su vida y su vocación.

Tiempos de cambio social en Europa. Se estaba transformando el mundo feudal, de castillos y señores, de siervos trabajando la tierra y comenzaban a surgir las ciudades. Se comenzaba a pasar de una economía donde la riqueza estaba en la tierra y el comercio se realizaba por medio del trueque, a otra, con nuevas formas de producción, y donde la riqueza pasó a estar en el dinero.

Crecían las ciudades, como la misma Asís, con industriales y trabajadores, comerciantes y funcionarios y desarrollo del comercio. El padre de san Francisco, Pietro Bernardone, comerciante de telas, es uno de esos hombres enriquecidos en este nuevo sistema.

En ese mundo en cambio seguían tristemente presentes la violencia y el enfrentamiento entre los poderes. Y ahí tenemos a un joven y despreocupado Francisco marchando a la guerra, combatiendo, cayendo prisionero. Ya liberado, de regreso a su ciudad, sus amigos ven que algo le está sucediendo. Ya no está disponible para fiestas y correrías y, en cambio, pasa tiempo en soledad, en misteriosas meditaciones. Dios estaba haciendo en él su obra.

Así, en aquella sociedad se levantaban grandes ambiciones de riqueza y poder y formas nuevas de vida, que ponían interrogantes a la vida de fe. En ese marco nació el movimiento espiritual iniciado por San Francisco, movimiento por el que Clara se sintió atraída, porque encontraba en él la forma de vivir su fe, en una total consagración a Cristo.

En ese mundo donde muchos se afanaban por acrecentar sus bienes, Francisco dijo a sus amigos que había encontrado a la que sería su esposa: la Dama Pobreza. Escuchando predicar a Francisco, Clara, de familia noble y pudiente, se sintió llamada a dejarlo todo para unirse a Jesús, junto con otras mujeres que compartían el mismo profundo deseo. Así se iniciaron las Damas Pobres, que pasaron luego a ser llamadas Clarisas. Clara redactó una regla, la primera redactada por una mujer para la vida religiosa femenina. En ella introdujo, como un especial privilegio concedido por el Papa, algo que cambiaba profundamente lo que hasta entonces no aparecía en la vida consagrada femenina: vivir en “santísima pobreza”, renunciando a toda posibilidad de posesión.

Pobreza, castidad y obediencia son los tres votos por los que se ingresa a la vida consagrada. Los tres suponen un gran desprendimiento, un profundo desapego de realidades humanas que todos apreciamos: la posesión de bienes, el amor conyugal y la maternidad y el libre disponer de la propia vida. Pero el sentido de ese desprendimiento y ese desapego no es un fin en sí mismo. El fin es llegar a la más profunda comunión con Dios, a la entrega sin límites ni postergaciones y, como consecuencia de ello, crecer también en el amor a los hermanos.

La fidelidad de Clara a sus votos se planta ante nosotros como una bandera, como un estandarte, llamándonos a examinar nuestra propia vida; aún a aquellos que siguen la vocación de la vida laical y que, por tanto, tienen propiedades, se han casado y formado una familia y no tienen una autoridad inmediata sobre su cabeza.

En definitiva, nos llama seguir el criterio que Pablo indica en su primera carta a los corintios:

“los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera.” (1 Corintios 7,29-31)

Este mundo pasa, pero vivimos en él, y para eso, necesitamos de nuestros bienes y de nuestra vida social, con todas sus formas de relaciones, llevando todo en forma honesta y ordenada. Pero el desapego de Francisco y de Clara frente a la riqueza nos está recordando que ésta no es la realidad definitiva, y que los bienes que a veces obtenemos con tanto afán no dejan de ser perecederos. Con su radicalidad ellos nos llaman a buscar, también en este mundo, la forma de seguir a  Jesucristo pobre. A Jesucristo 

“que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza”. (2 Corintios 8,9)

La vida y el testimonio de San Francisco y santa Clara de Asís nos ayudan a comprender las palabras de Jesús:

“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.” (Mateo 6,19-21)

Nos confiamos a la intercesión de Santa Clara para que nos ayude a conocer, apreciar e incorporar a nuestra vida, cada día más, esos tesoros del Cielo. Así sea.

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