martes, 20 de agosto de 2024

¡Ánimo, levántate! Él Te llama. Día Nacional de la Catequesis. Homilía de Mons. Heriberto


“Ánimo, levántate, Él te llama” (Marcos 10,46-52)

Este es el lema que nos ha convocado hoy en el Uruguay, en el Día de la Catequesis.

Es el lema del año vocacional que, también, estamos viviendo en nuestra Iglesia que peregrina en Uruguay.

Al rezar y trabajar por las vocaciones -rezar y trabajar, porque como decía un viejo párroco: “Dios ayuda a los que rezan… y trabajan”. 

Al rezar y trabajar por las vocaciones, siempre pensamos en todas las vocaciones cristianas: la vocación bautismal, que es el fundamento; la vocación laical, en el mundo y en la Iglesia. En la transformación del mundo según el plan de Dios y en diferentes servicios y ministerios eclesiales. La vocación al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio… 

Este año pusimos un especial énfasis en el sacerdocio y la vida consagrada, porque sentimos muy especialmente la necesidad de ministros ordenados y de personas que quieran consagrar a Dios su vida en uno de los muchos carismas que el Espíritu ha entregado a la Iglesia.

Pero hoy estamos celebrando el día de la catequesis y, entonces, vamos a leer este lema como catequistas.

“Él te llama”. Es Jesús el que llama. Estamos aquí hoy y estamos todos los días en nuestras comunidades, en la delicada tarea de transmitir la fe, de acompañar a nuestros catequizandos: niños, adolescentes, jóvenes y adultos en un camino de fe, en un itinerario que lleva a iniciar y practicar una vida cristiana, una vida según el Evangelio.

Jesús es el que llama por medio de la Iglesia y nos llama desde dentro de la comunidad de la que formamos parte, de la comunidad en la que participamos de la Eucaristía.

Dicho de manera personal, que puede valer para cada uno: no estoy aquí porque se me ocurrió ni porque me sentí la persona más calificada, más preparada; estoy aquí porque Él me llamó, Jesús me llamó, y ese llamado me llegó a través de otra catequista, o del diácono, o del párroco o de todos ellos. Y aquí estoy.

Las primeras palabras de esta frase del evangelio de Marcos (10,49) son “ánimo, levántate”. Esto se le dijo al ciego Bartimeo, que estaba sentado al costado del camino y que se puso a gritar «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Su súplica llegó hasta Jesús y ese llamado fue la respuesta a su oración.

El llamado tiene un primer momento, como ése; pero el llamado continúa a lo largo de nuestra vida, y muchas veces, a veces cada día, necesitamos oír de nuevo esa palabra “ánimo, levántate”.

Quienes ya tenemos unos cuantos años, seguramente hemos pasado por algunas decepciones. Comenzamos con ilusión nuestro caminar en la fe, nuestra vida en la comunidad, nuestro servicio como catequistas y, más de una vez, hemos encontrado lo contrario de lo que esperábamos. Y no necesito poner ejemplos. Creo que todos podemos encontrar, sin pensarlo mucho, más de una experiencia dolorosa. Esas cosas suceden.

Pero también tengo que tener conciencia de que, así como otras personas me han desilusionado por sus actitudes, también yo puedo haber sido motivo de decepción para otros. Es la realidad de la fragilidad humana. Todos somos pecadores.

Ahora bien, una cosa es atravesar esos momentos tristes, y otra cosa es dejarlos entrar en nuestro corazón y así tener adentro una fuente que está permanentemente soltando amargura y manando desesperanza. Como dice el papa Francisco, no dejarnos convertir “en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (Evangelii Gaudium, 85)

¡No, nada de eso! En esos momentos difíciles, recordar “Él te llama” y mantener los ojos fijos en Jesús

“iniciador y consumador de nuestra fe … que soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12,2).

“Ánimo, levántate”. A veces, cada uno de nosotros se tiene que repetir esa palabra, recordando que nos llega desde Jesús.

Pero aquí viene algo especialmente interesante para nosotros, como catequistas. La palabra dice “Ánimo, levántate: Él te llama”. Nos llega desde Jesús, pero no es Jesús quien la dice: 

Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». 
Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! Él te llama».

¿Quién llama al ciego, quién llama a Bartimeo? 

Jesús iba “acompañado de sus discípulos y de una gran multitud”.

Marcos no nos cuenta si lo dijeron los discípulos, si lo dijo alguna gente de entre la gran multitud… lo interesante es que Jesús no va directamente él a llamar al ciego, sino que pone intermediarios. Tal vez esos mismos que, unos minutos antes, al escuchar los gritos del ciego “lo reprendían para que se callara”.

Y entre esos intermediarios, hoy, estamos los catequistas. Así como nos hemos reunido porque Jesús nos ha llamado, así como hemos recibido la palabra de ánimo, también nosotros somos enviados a ayudar a otros a levantarse y caminar al encuentro de Jesús.

Me decía una catequista: “mi mayor deseo es que los niños descubran a Jesús como su mejor amigo”. Eso solo lo puedo desear si Jesús es mi mejor amigo. El amigo al que quiero acercar a los demás. Es desde esa amistad con Jesús, vivida en la oración, en los sacramentos, en la participación en la comunidad; es desde esa amistad con Él que puedo anunciar a mis catequizandos: Jesucristo te ama. Jesucristo dio su vida para salvarte. Jesucristo está vivo. Jesucristo camina a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte (cf. Evangelii Nuntiandi, 164).

Es desde la amistad con Jesús, la amistad con aquel que escucha mi súplica; con el amigo exigente, exigente porque me ama; con el que me llama y me da fuerzas para levantarme de mi fragilidad, con el amigo misericordioso que me sana y me perdona… 

Es desde esa amistad con Jesús, desde donde puedo llenar con mi vida esas palabras que escuché, que guardé en mi corazón y que quiero transmitir: “Ánimo, levántate, Él te llama”. 

Que María, Nuestra Señora de Guadalupe, estrella de la evangelización, nos ayude a vivir ese amor por su Hijo y a responderle con fe generosa y nuestro compromiso de anunciar la alegría del Evangelio, la alegría de encontrar a Jesús. Así sea.

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