lunes, 12 de agosto de 2024

12 de agosto: Santa Juana Francisca Fremyot de Chantal.

 


Homilía de Mons. Heriberto en la Misa celebrada en el Monasterio de la Visitación, Progreso, Canelones.

Ayer, 11 de agosto, fue el día de Santa Clara de Asís, pero, como cayó en domingo, en las parroquias se celebró la Misa dominical. No fue así en los monasterios de las Clarisas, donde esa memoria se celebra como solemnidad.

Santa Clara es una de esas vocaciones donde aparece, desde el comienzo, un llamado a una total consagración, a dejarlo todo para unirse a Jesús. 

Hoy, lunes 12, recordamos a Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal. 

Hay muchas cosas en la vida de estas dos santas que podemos poner en paralelo, y a eso nos invita también el hecho de que aquí, en Canelones, tenemos a las hijas de una y otra, es decir, tanto a las clarisas como a las salesas.

Las dos fueron fundadoras y, en ese hecho, estuvo presente la amistad espiritual con un Francisco.

Para Santa Clara, de familia noble, fue decisivo escuchar la predicación de San Francisco de Asís, unos once años mayor que ella, a comienzos del siglo XIII, en la península italiana. 

En aquel mundo donde se iban extendiendo las ciudades, se desarrollaba el comercio y el dinero sustituía a la posesión de tierras como forma de riqueza, Clara, como Francisco, se sintió llamada a vivir en radicalidad la pobreza evangélica, dejándolo todo para seguir a Jesucristo Pobre.

Cuatrocientos años después… se dice rápido, cuatrocientos años… a comienzos del siglo XVII, para Santa Juana Francisca, perteneciente también a la nobleza, fue decisivo escuchar la predicación de San Francisco de Sales. Pero Juana no era ya una jovencita, sino una mujer en su treintena. Por su parte, el Obispo de Ginebra era poco mayor que ella. 

Aquel era ya otro mundo, en el que se iban formando algunos estados nacionales, marcado por la extensión de la reforma protestante y, dentro de la Iglesia Católica, el surgimiento de movimientos como el Jansenismo, que parecían olvidar la Misericordia de Dios, proponiendo itinerarios espirituales de mucho rigor. Por otra parte, en aquella Francia, la extensión de la pobreza era un verdadero escándalo, que interpelaba la conciencia de muchos cristianos.

Si Clara consagró desde el comienzo su virginidad a Dios, Juana, en cambio, vivió su fe y su búsqueda espiritual en su primera vocación de esposa y madre, tempranamente viuda. Ahí podemos compararla a otras santas que también recorrieron ese camino… pienso, por ejemplo, en la catalana Joaquina, fundadora de las Hermanas de la Caridad de Vedruna, que tienen una comunidad en Melo.

Juana fue una niña que creció en una familia católica, pero sin la presencia de su madre, que falleció antes de que ella cumpliera dos años. Quedó bajo la tutela de su padre y su abuelo materno y fue educada por su hermana mayor. Su padre participó en la lucha contra los protestantes, incluso en las guerras de religión. Juana vivió en un ambiente en el que la oración y la vida de fe estaban presentes y se destacó por su vida piadosa.

A los 21 años, muy enamorada, se casó con el barón de Chantal, con quien tuvo seis hijos, dos de los cuales murieron durante la infancia. Su esposo, como antes su padre, participó en las guerras de religión; pero no fue allí donde perdió la vida, sino en un accidente de cacería. 

Juana enviudó con apenas ocho años de matrimonio. Sufrió y le costó aceptar la voluntad de Dios; pero tenía cuatro hijos pequeños que se aferraban a su madre. Su suegro, hombre muy mayor, le exigió que vivieran con él; una convivencia que sería difícil pero que Juana supo sobrellevar con paciencia.

Por ese tiempo, Juana tuvo un director espiritual que le imponía rigurosas penitencias, que ella cumplía, pero sin encontrar consuelo ni paz.

En la Cuaresma de 1604, Juana visitó a su padre, en la ciudad de Dijon, y escuchó predicar a Francisco de Sales. Don Benigno, el padre de Juana, invitaba con frecuencia a Francisco a cenar en su casa. Así, el obispo y la viuda llegaron a conocerse mejor. Francisco la ayudó a encontrar el camino para vivir su vida cristiana sin tantas mortificaciones y con más caridad hacia su familia: a responder al llamado de Dios, viviendo cristianamente su misión de madre, de hija y de nuera: es decir, no solo cuidando de sus hijos, de su padre y de su suegro, sino también preocupándose por la vida de fe de todos ellos.

A poco que Francisco fue conociendo a Juana y descubriendo la profunda inquietud espiritual de nuestra santa, con el deseo de una mayor unión con Dios, de una vida más intensa de caridad hacia los pobres e incluso de una consagración, fue compartiendo con ella algo que deseaba crear desde hacía ya un tiempo: una congregación religiosa que visitara a los pobres y les prestara auxilio.

Así se fue abriendo camino, poco a poco, la comunidad de las Visitandinas que, en su primera época, al mismo tiempo que dedicaban en el claustro un importante espacio a la oración y a la contemplación, salían al encuentro de los pobres, llevando ayuda y consuelo.

Sin embargo, después de aquellos, el arzobispo de Lyon, primado de Francia, llamó a Francisco y a Juana a someterse al orden establecido: la vida femenina consagrada no podía salir de la clausura.

De todos modos, la Orden de la visitación siguió creciendo. A la muerte de Santa Juana Francisca, casi veinte años después de la muerte de San Francisco de Sales, la visitación contaba con 86 conventos.

En una ocasión, cuando Francisco de Sales escuchó a su amigo Vicente de Paúl acerca de su proyecto de crear una congregación que visitara a los pobres, le dio el consejo de no encuadrarlas en ninguna de las formas conocidas, para que, efectivamente, ellas puedieran estar en la calle. Se recuerda de San Vicente de Paúl unas palabras que, sin conocer aquel contexto, son difíciles de entender para nosotros. Decía el fundador a las vicentinas: “vuestro claustro será la calle”. Es decir: allí deben estar, alimentando a Cristo, vistiendo a Cristo, lavando a Cristo... en fin, sirviendo a Cristo en cada hermano pobre.

Pero aquí estamos con nuestras hermanas salesas, en su monasterio y en su claustro. Hemos recordado también a las clarisas, de las que tenemos en Canelones dos comunidades. Y tenemos a las benedictinas, de las más antiguas órdenes contemplativas. Y hoy, en el siglo XXI, muchos se preguntan ¿para qué todo esto? ¿para qué estos monasterios que tuvieron en otros tiempos tantas hermanas y hoy apenas un puñadito? ¿Por qué la clausura? ¿Por qué no salen a prestar servicios que tanto se necesitan en la Iglesia y en el mundo?

Si solo podemos ver las cosas desde un punto de vista funcional y práctico, creo que el mismo Jesús nos diría, como a Pedro: “tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. De los hombres de nuestros tiempos modernos, que miden las cosas en términos de eficacia y rendimiento en el plano material. No sabemos por cuánto tiempo seguirán existiendo los cuatro monasterios de Canelones. Demos gracias a Dios por contar hoy con ellas y sigamos apoyándolas, para que ellas también nos sigan sosteniendo con su oración. No sabemos qué pasará después. No importan las estructuras: lo que importa es que la vida contemplativa continúe, tal vez de forma nueva, pero sin perder lo esencial.

El Concilio Vaticano II reconocía la necesidad de estas comunidades, no solo femeninas sino también masculinas, “cuyos miembros se dedican solamente a Dios en la soledad y silencio, en la oración asidua y generosa penitencia” y contribuyen al desarrollo del Pueblo de Dios “con una misteriosa fecundidad”. Recordando esas expresiones del Concilio, san Juan Pablo II decía, en un mensaje a las comunidades contemplativas en América Latina estas palabras, con las que concluyo; un poquito extensas, pero que no quiero ni puedo recortar:

Queridas hermanas: “Una multitud de personas llama a vuestro corazón, y se une espiritualmente a vosotras en los cantos y en las plegarias, que ya no serán sólo vuestros sino de toda la humanidad. Es el clamor de tantos hermanos y hermanas sumergidos en el sufrimiento, en la pobreza y en la marginación. Son muchos los desplazados y refugiados, los que sufren por falta de amor y esperanza; los que han sucumbido al mal y se cierran a toda luz espiritual; los que tienen el corazón lleno de amargura, víctimas de la injusticia y del poder de los más fuertes. Vosotras, en cambio ―inmersas en el misterio de Dios que os da la capacidad moral y la fuerza espiritual que os distingue― con vuestra oración, penitencia y vida escondida podéis hacer brotar del corazón divino el amor que nos une como hermanos, sosiega las pasiones y crea la comunión de los espíritus, produciendo frutos de solidaridad y de caridad evangélica.” (1989).

Santa Juana Francisca Frémyot de Chantal: cuida de tus hijas, intercede para que otras mujeres escuchen el llamado de Dios a esta forma de vida y cuida de todos los que hoy hacemos presente tu memoria.

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