Queridas hermanas, queridos hermanos, presentes en este templo o siguiendo esta celebración a través de Radio María:
¡Qué hermoso es ver al Pueblo de Dios de esta diócesis de Melo, que peregrina en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres, colmando su Catedral, junto a su nuevo obispo, acompañado de tantos hermanos y hermanas de otras diócesis que nos visitan esta tarde! A todos ellos: fieles laicos, religiosas, sacerdotes, agradecemos su presencia.
Agradezco al Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Anselmo Pecorari, por hacernos sentir en comunión con el sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI.
Agradezco a los Hermanos Obispos presentes, por hacernos sentir en comunión con las otras diócesis del Uruguay. Saludo especialmente al Presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Carlos Collazzi, obispo de Mercedes, a los demás obispos uruguayos. Agradezco el fraterno gesto de Dom Gilio Felicio, Obispo de Bagé que nos acompaña hoy. Saludo también al obispo de la diócesis donde he nacido, crecido y hasta ahora vivido el ministerio sacerdotal y episcopal como obispo auxiliar: Mons. Pablo Galimberti, obispo de Salto.
En 1997, tanto la Diócesis de Salto como la Diócesis de Melo celebraron el centenario de su creación, por el Papa León XIII, el 14 de abril de 1897, separándolas de Montevideo, que pasó desde entonces a ser Arquidiócesis.
Las circunstancias históricas impidieron que la vida diocesana comenzara realmente hasta 1919, cuando llegó a Salto Mons. Tomás Gregorio Camacho y a Melo Mons. José Marcos Semería. Dentro de diez años, entonces, se cumplirá en ambas diócesis un siglo de la llegada de sus respectivos primeros obispos. Un siglo de vida diocesana.
Al asumir como noveno Obispo de Melo miro con gratitud el legado de mis predecesores, tres de los cuáles aún están entre nosotros: Mons. Luis del Castillo SJ, octavo obispo de Melo, que nos ha hecho llegar su afectuoso saludo y de quien me ha tocado recoger la más inmediata experiencia, información y consejo; Mons. Nicolás Cotugno SDB, nuestro Arzobispo Metropolitano, que no olvida ni ha dejado mitigar su cariño por ésta, su primera diócesis; y el por todos querido Mons. Roberto Cáceres, con quien tenemos la alegría de seguir contando como protagonista y testigo vivo de casi medio siglo de esta historia diocesana.
Agradezco al Administrador Diocesano, P. Freddy Martínez, su buena disposición y su diligente servicio en este tiempo de transición.
Hace casi 23 años, cuando fui ordenado sacerdote, escuché a Mons. Carlos Nicolini rezar sobre mí la oración consecratoria, pidiendo al Señor lo siguiente:
“concede también a mi humilde ministerio esta ayuda, para mi más necesaria, cuanto mayor es mi fragilidad”, refiriéndose a la colaboración de los sacerdotes con el obispo.
Hoy, esas palabras toman un sentido más hondo para mí, al mirar al presbiterio diocesano. Los sacerdotes necesitan al obispo, y el obispo necesita a los sacerdotes, “necesarios colaboradores y consejeros en el ministerio y función de enseñar, de santificar y de apacentar el Pueblo de Dios” (P.O. 7).
Nuestro clero cuenta con la riqueza de una variedad de orígenes. Hay sacerdotes venidos desde lejanos países… Escocia, Francia, Inglaterra, México, Colombia; desde otros rincones del Uruguay y de la propia diócesis, donde ha surgido su vocación.
También contamos con la apreciada presencia de los PP. Salesianos y de un sacerdote Franciscano. Todos juntos, en este año sacerdotal, buscaremos consolidar nuestra fidelidad enraizándola en la fidelidad de Cristo, con el deseo de que nuestro sacerdocio sea, como decía el Santo Cura de Ars, manifestación del amor del Corazón de Jesús.
Esa riqueza de orígenes y carismas de nuestro presbiterio, al mismo tiempo, nos hace percibir un desafío: alentar decididamente la formación de un clero autóctono, junto a los hermanos que han dejado su tierra para servir entre nosotros.
Mirando hacia 2019 quiero invitar a toda la diócesis a compartir un sueño: pedir del Señor el regalo de poder ordenar en torno a ese año a algunos jóvenes arachanes y olimareños que hayan respondido a su llamado.
Estos años de camino hacia el centenario de la llegada del primer obispo, podemos vivirlos procurando:
- profundizar nuestra vocación de “discípulos misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, asumiendo las conclusiones de la Conferencia de Aparecida.
- ahondar en la identidad diocesana, recuperando la memoria agradecida de obispos, sacerdotes, religiosas y fieles laicos que fueron entre nosotros testigos de la fe.
- crecer como Iglesia “casa y escuela de comunión”, viviendo en un mismo espíritu.
- participar en un proyecto pastoral diocesano buscando “los medios necesarios, que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura” (NMI 29)
- avanzar en las prioridades pastorales que se han ido discerniendo, y en las que nos propone en la Bula de nombramiento el Papa Benedicto XVI, en los campos de la P. Juvenil, la P. Vocacional y la P. Familiar.
Recorriendo la diócesis en este mes que ha transcurrido desde mi llegada, he podido apreciar la colaboración de los Diáconos Permanentes que, entre nosotros, nos hacen presente “la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos” (San Policarpo, citado en LG 29).
Me he encontrado con Religiosas de diversas familias y carismas, activas en diferentes campos de la misión de la Iglesia. Aquéllos y aquéllas que se han consagrado a Dios, siguiendo los consejos evangélicos, son entre nosotros testigos “de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo” (LG 44).
He podido saludar a muchísimos fieles laicos y laicas. Entre ellos, algunos colaboradores muy cercanos, como el Ecónomo Diocesano, los integrantes de la Vicaría Pastoral y del Oficio Catequístico.
Varios de ellos me han hablado con alegría y expectativa de sus Comunidades Eclesiales de Base, de los Ministerios Laicales, de sus grupos de catequesis familiar, de sus grupos de adolescentes y jóvenes, de sus movimientos o asociaciones de fieles como la Legión de María, los Cursillos de Cristiandad, el Encuentro Matrimonial, los Scouts, los Voluntarios de la Esperanza, los Focolares.
He podido ver que muchos de estos hermanos y hermanas no sólo participan con entusiasmo al interior de la comunidad cristiana, sino que se esfuerzan por vivir en el mundo de acuerdo a su vocación bautismal de “fermento en la masa”, en la educación, la salud, la comunicación social, la seguridad pública, buscando “el reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales” (LG 31).
La Pastoral Social, una de las prioridades de nuestro actual Plan Pastoral Diocesano, ofrece también a los fieles laicos un lugar de trabajo por el desarrollo humano integral y de expresión del amor preferencial de Jesús por los más pobres.
La familia, también prioridad en el Plan Pastoral, junto a la Pastoral de adolescentes y jóvenes, están muy dentro del corazón de este Obispo.
La Fazenda de la Esperanza, cuya inauguración celebraremos en Cerro Chato el 1º de agosto, ofrecerá un ambiente de fe, esperanza y amor, a jóvenes que buscan el sentido de sus vidas para levantarse del flagelo de la droga.
Deseo pronto continuar visitando los diferentes centros de Educación Católica, para animar el compromiso educativo de anunciar y enseñar a dar testimonio del Señor Jesús, en la justicia, en la solidaridad y en la esperanza.
Me he asomado apenas a algunas de las capillas del medio rural, pero siento el profundo deseo de llegar a todas esas comunidades a veces postergadas o poco atendidas por nuestras carencias.
He ido conociendo diferentes vínculos de nuestra diócesis con otras iglesias particulares: en Colombia, Medellín; en los Estados Unidos, Harrisburg; en Francia, Dijon; en Italia, Albenga, Brescia y Lamezia Terme, de la cual nos acompaña hoy el P. Giusseppe Montano y su hermano, trayéndonos los saludos de su Obispo y del P. Mimmo Baldo, fundador de los Voluntarios de la Esperanza. También me he alegrado de conocer la rica experiencia de intercambio misionero con el Vicariato Apostólico de Camiri en Bolivia. Mantengamos y profundicemos estos lazos fraternos.
El primer día que celebré en esta catedral, apenas nombrado Obispo fue el día del nacimiento de Artigas. Hoy es el aniversario de la Jura de la Constitución de la república. Estas dos fechas patrias, providencialmente, nos recuerdan que los cristianos no somos ajenos a la sociedad de la que formamos parte. Por el contrario, desde nuestra identidad y animados por el Evangelio, estamos llamados a ejercer nuestra ciudadanía colaborando con las autoridades y las organizaciones de la sociedad civil de Cerro Largo y Treinta y Tres en la construcción de un mundo más humano y más justo para todos.
Tengamos en cuenta la enseñanza reciente de Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate: “El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien (cf. Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.” (CiV 9).
“Qué lindo es tener querencia / llego y quisiera quedarme
es caracú de mi ausencia / el ansia de aquerenciarme”.
Esta estrofa de Víctor Lima expresa el anhelo profundo del hombre de encontrar su casa, su morada, su patria definitiva, expresada en esa hermosa palabra nuestra: “querencia”.
En la Morada del Padre, hacia la que todos peregrinamos, Jesús nos ofrece nuestra Querencia definitiva. En el camino, sin apegarnos a lo que es pasajero, es bueno y es necesario para cada persona humana encontrar su lugar en este mundo, su querencia en la tierra.
Al Señor que me ha dicho como a Abraham, “Deja tu casa... anda a la tierra que Yo te mostraré... te bendeciré... y tú serás una bendición” (Génesis 12,1-2) le pido que viviendo entre ustedes, pueda yo decir, al igual que el poeta salteño: “un día encontré querencia lejos del Salto Oriental”. Que Cerro Largo y Treinta y Tres sean, desde ahora, mi querencia, donde pueda, con el amor del Corazón de Jesús “amar y querer bien” a todos ustedes.
Mons. Heriberto A. Bodeant, Obispo de Melo
Catedral de Melo, 18 de julio de 2009
1 comentario:
Tu "querencia" en el Corazón de Jesús, se que será SIEMPRE tu querencia y por eso me uno de corazón, esta tu "oración" u homilia de inicio en la Misión. Que María, siga guardando en tu corazón, todo lo que Jesús te dice. Un abrazo con mucho cariño BETEL
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