domingo, 14 de noviembre de 2010

Homilía de Mons. Raúl Scarrone en la Peregrinación Nacional a la Virgen de los Treinta y Tres


Convocados por la Conferencia Episcopal, que en el presente año ha sido particularmente bendecida con el nombramiento que el Papa Benedicto XVI ha hecho de tres nuevos Obispos aquí presentes: Mons. Milton Tróccoli, Obispo Auxiliar de Montevideo, Mons. Alberto Sanguinetti, Obispo de Canelones y Mons. Jaime Fuentes, Obispo Electo de Minas, hemos peregrinado una vez más, en este mes de noviembre, desde los más remotos y diversos puntos de nuestro país hasta este Santuario donde veneramos a la Patrona del Uruguay, la Virgen de los Treinta y Tres, la Madre de la Patria.
 

Todos, pero especialmente los pequeños y los pobres sabemos que María siempre nos sale al encuentro para darnos una cordial bienvenida. Y de nuestra parte hemos salido a su encuentro para expresarle nuestro amor aclamándola:
 
“Bendita tu María porque has creído” y junto con todas las generaciones te aclamamos: "¡Dichosa, Bienaventurada!”

A todos de corazón les deseo: ¡sean muy bienvenidos a Florida, la ciudad mariana por excelencia! ¡Que junto a la Madre celebremos un hermoso día de fiesta en su honor! Con el lema propuesto para esta jornada: "Madre contigo y ante ti gestamos la libertad".

Bienvenidos todos a venerarla y estar junto a ella en este día en su honor. Su imagen coronada expresa todo el misterio de María que nos invita a contemplar y oír, hablar y amar. Bien sabemos, esta imagen de María es totalmente especial para los uruguayos. No es una imagen más de las tantas que encontramos en el camino de nuestra vida de fe para nuestra devoción; así lo proclamó el Venerable siervo de Dios el Papa Juan Pablo IIº aquí mismo en nuestra ciudad el 8 de mayo de 1988: “Esta imagen nos pone en conexión ininterrumpida con las generaciones de nuestro pueblo uruguayo que han ensalzado a María, que han acudido a su protección, que se han dejado guiar por su ejemplo. Esta imagen es una llamada y a la vez un signo de la presencia de la Madre de Dios desde los orígenes de nuestra nación y gracias a Ella ¡Cuántas familias han mantenido la unión y el amor! ¡Cuántos jóvenes han encontrado su camino vocacional! ¡Cuántas personas han recuperado la fe y la serenidad!

Ahora esta imagen es “un memorial de nuestra historia, de cada uno de nosotros, de cada familia y de todo el Uruguay. La historia de nuestra Patria está ligada a esta santa imagen, bajo cuya mirada llegamos a ser libres e independientes”. Con toda verdad podemos expresarle: ¡Madre, contigo y ante ti gestamos aquí en Florida nuestra libertad!

Ya que hoy hemos venido a honrarla es importante, tal como lo hemos proclamado en el Evangelio de hoy, cantar con María el Magnificat, esa gran poesía que brotó de sus labios y de su corazón inspirada por el Espíritu Santo. María comienza su canto con estas palabras:¨ Mi alma engrandece al Señor ¨, anunciando de esta manera que Dios es grande, y que María desea que Dios sea grande en el mundo, grande en su vida, grande en nuestra vida y que esté siempre presente en todos nosotros.

No tiene miedo que Dios, con su grandeza, nos pueda quitar la libertad, ni nuestro espacio vital para vivir digna y decorosamente. El hombre de hoy, a menudo, vive, actúa, se organiza, se divierte y proyecta su futuro prescindiendo de Dios, muchas veces no lo niega explícitamente pero se contenta con marginarlo en la propia vida.

Fue precisamente a los pies de esta santa imagen que los héroes que nos dieron esta patria libre e independiente se pusieron bajo su amparo.

Y en medio de las turbulencias, cuando se fraguó la Patria Oriental, aquí estuvieron los representantes de la Patria Vieja a los pies de esta bendita imagen.

María sabe que si Dios es grande, también nosotros seremos grandes y libres. Nuestro Dios no oprime nuestra vida, no nos esclaviza, al contrario: eleva y hace grande la vida, la hace grande con su propio resplandor.

Cuando Dios desaparece de nuestra vida y de la vida social perdemos la dignidad divina.
El hombre es grande si Dios es grande: “ Mi alma engrandece al Señor”.
Es un error alejarnos de Él y es sumamente importante que Dios sea grande entre nosotros en la vida pública y privada. Nada de lo que somos, de lo que tenemos ni de lo que hacemos nos pertenece, todo es un don gratuito de Dios, es Ella que nos invita a engrandecer a Dios en la vida familiar y social porque si Él entra en nuestra vida, toda nuestra vida se hará más grande, más hermosa y más digna. Ben Sirá, el autor del libro del Eclesiástico, después de cantar un himno a las maravillas de la creación manifestando la grandeza del Creador, exclama: “sea pues el broche de nuestras palabras decir solamente: ¡Él lo es Todo!”, y lo mejor es pues, con María, alabar y bendecir al Señor por todos sus dones y por su gran amor.

Hemos venido aquí porque consideramos, como lo han dicho los Obispos de América y el Caribe en el mes de mayo del 2007, reunidos en al Santuario de Nuestra Señora Aparecida en Brasil, “que María Santísima es la presencia maternal indispensable y decisiva en la gestación de un pueblo de hijos y hermanos, de discípulos y misioneros de su Hijo y al detener nuestra mirada en Ella, reconocemos en María una imagen de discípula misionera. Pues Ella nos exhorta a hacer lo que Jesús nos diga, para que Él pueda derramar vida abundante en nuestra Patria…”

Junto a Ella queremos estar atentos una vez más a la escucha del Maestro y en torno a Ella volver a recibir con estremecimiento el mandato misionero de Jesús: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos”.

Ella, una vez más, nos invita hoy a dar un nuevo impulso a las Orientaciones que los Obispos, que hace hoy precisamente un año propusimos, aquí en Florida, a los pies de la Virgen de los Treinta y Tres con el anhelo de poner a nuestra Iglesia en estado de misión permanente: cultivando fundamentalmente la actitud de ir al encuentro de las personas, familias, los ambientes, dispuestos a descubrir y valorar lo que hay de acción de Dios en ellos…

Salir, decíamos, más que quedarse en nuestros templos, esperando a los que vengan, para hacer que la Iglesia se manifieste como madre que sale al encuentro, siendo una casa acogedora y una escuela permanente de comunión misionera. Lo cual supone cambios profundos en nuestra manera de vivir la fe, de organizar la pastoral, de servir al mundo… dejando de lado todo lo que condiciona y obstaculiza nuestro caminar evangelizador.

La Iglesia tiene que afrontar hoy enormes desafíos que ponen a prueba la confianza y el entusiasmo de los que hemos de anunciar su mensaje, pero ante la necesidad que tiene toda persona de Cristo, nos sentimos llamados con urgencia a no sólo hablar de Él, sino también a hacerlo ver con el anuncio de la Palabra que salva y con el testimonio audaz de la fe, en un renovado empuje misionero.

Recordemos una vez más al Papa Juan Pablo IIº que en la Redemptoris Missio (Nº 90) nos decía “La llamada a la misión está unida a la santidad, como presupuesto fundamental e insustituible” y reclama “una pedagogía de la santidad” que debe distinguirse por “dar la primacía a la persona de Jesucristo, a la escucha y anuncio de su Palabra, a la participación plena y activa en los sacramentos y al cultivo de la oración como encuentro personal con el Señor”.

A María, la Virgen de los Treinta y Tres, que hace pocos días acaba de regresar nuevamente a su casa en Florida, en este Santuario, después de un largo recorrido misionero donde fue aclamada y venerada por la hermana Diócesis de Tacuarembó y Rivera en la celebración de sus Bodas de Oro, le pedimos fervientemente a Ella, la gran misionera, la peregrina de amor, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros nos ayude en esta tarea. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo y trajo el Evangelio a nuestra América, Ella que se ha hecho parte del caminar de nuestros pueblos y entrado, a partir de nuestra independencia en el tejido de nuestra historia nos ayude a llevar adelante la Misión.

Hagamos vida en nosotros y en nuestras comunidades lo que cantamos en el Himno de la Misión: "Recomenzar desde Emaús, camino para encontrar a Dios en rostro humano. Discípulos que se hacen misioneros. ¿Cómo callar lo que hemos escuchado? ¡Partir! sí, partir siempre es la Misión Continental: para que en Cristo nuestro pueblo tenga vida plena! Que la Virgen que guió a los Treinta y Tres bendiga nuestro andar y nos inspire".

María Santísima, la Virgen pura y sin mancha, sea para todos nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y la tierra. Es llamativo que el Papa, haya dicho, palabras textuales: “Benedicto XVI vino a Aparecida con viva alegría para decirnos en primer lugar: que permanezcamos en la escuela de María. Inspirándonos en sus enseñanzas. Procurando acoger y guardar dentro del corazón las luces que Ella, por mandato divino, les envía desde el cielo”.

Recordando que “ser cristiano no es una carga sino un don, porque conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona, haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida y darlo conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”.

Aclamemos, festejemos, celebremos y oremos con fe ante esta imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, que ella no nos sea indiferente, pues debe ser para todos nosotros un memorial, un recuerdo invalorable de fe y patriotismo, porque es un pedazo de nuestra historia que define nuestra vida. Es como una voz que nos viene del pasado, pero que en el presente nos recuerda nuestro futuro: pues al hablarnos de nuestros héroes y de nuestra patria nos recuerda nuestro destino futuro: la Patria del cielo.

Jesús nos conceda que al contemplarla la amemos y al amarla amemos a nuestra tierra, a nuestras tradiciones, a nuestros héroes, a nuestra Iglesia y a nuestra misión de discípulos-misioneros: “Vayan y anuncien lo que han visto y oído”, queriendo ser para todos una Iglesia siempre abierta, hogar de comunión, fogón de hermanos. Que logremos proclamar el evangelio de la familia, promover la cultura de la vida, trabajar para que los derechos de la familia sean reconocidos y respetados, como discípulos y misioneros, enamorados de Cristo, proclamando la presencia del amor humano y divino de Jesús Eucaristía.

Finalmente, comprometámonos hoy, en este Santuario de María a ser testigos de la Misericordia en este nuestro querido país, pidámosle la gracia de comprometernos poder obtener una legislación y una educación que transmitan el valor de cada vida humana desde la concepción hasta la muerte, porque mucho nos duele que se aprueben leyes que demuestran que la vida para tantos compatriotas valga tan poco, “golpeando de esta manera la cultura de la vida e impidiendo el bienestar de nuestro pueblo que requiere hijos e hijas que alegren los hogares, colmen las aulas y los espacios educativos o de esparcimiento”. Para esto digamos con fe en este día, como lo hacían nuestros mayores:

¡Coronada Virgen de los Treinta y Tres, Reina y Señora de la Patria, Capitana y Guía, bendice, bendice a nuestro Uruguay, pues en él queremos a Dios en nuestras leyes, en la educación, en nuestros hogares y en nuestras familias! Pues solamente de esta manera, contigo y ante ti Madre gestaremos y tendremos una Patria grande, no en sus dimensiones, pero si grande en el corazón de sus hijos e hijas porque siendo verdaderamente libres, construiremos solidariamente un mundo más justo y fraterno que ofrezca a todos por igual su porción de pan y trabajo, de libertad, justicia y amor, de paz y felicidad.

+ Raúl Scarrone, obispo emérito de Florida

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