viernes, 22 de abril de 2011

Viernes Santo - Celebración de la muerte del Señor: "Entregado por nosotros"





Entregado por nosotros...

Entregado por Judas a los Sumos Sacerdotes

"¿Cuánto me dan, si se lo entrego?" preguntó Judas a los sumos sacerdotes, y ellos le ofrecieron treinta monedas de plata (Mt 26,15). Ya en la presentación de los Doce, al mencionar a "Judas el Iscariote", Mateo nos dice que ése era "el mismo que lo entregó" (10,4). Jesús mismo anuncia "uno de ustedes me entregará" (Mt 26,21) y, ante la pregunta de Judas "¿Soy yo acaso, Rabbí?", lo confirma: "tú lo has dicho" (Mt 26,25).
Jesús aparece así, entregado por Judas. Un beso es la señal (Mt 26,48), lo que hace aún más repugnante la traición. Lucas lo pone de manifiesto, con estas palabras de Jesús: "¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!" (Lc 22,48).
Tenemos aquí, pues, una primera entrega de Jesús: entregado por uno de sus amigos.
Él mismo lo había anunciado tres veces: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres..." (Mt 17,22; 20,18; 26,2).

Entregado por los Sumos Sacerdotes a Poncio Pilato

En el segundo de los anuncios de su pasión, Jesús avanza en detalles: "...el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarlo y crucificarlo" (Mt 20,18-19).
Efectivamente, más adelante nos narra Mateo: "Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Y después de atarlo, lo llevaron y lo entregaron al procurador Pilato" (27,1-2).
Segunda entrega. Jesús va pasando de mano en mano...

Entregado por Pilato para que sea crucificado

Después de un intento de liberar a Jesús, de acuerdo a la costumbre de dejar libre a un prisionero con motivo de la Pascua, y con una reclamación de inocencia con respecto a la sangre que va a ser derramada, Pilato "lo entregó para que sea crucificado" (Mt 27,26). Tercera entrega. Son los soldados romanos quienes se hacen ahora cargo de Jesús, para cumplir la pena decretada.

Entregado por nosotros

Jesús es entregado. Al menos, eso es lo que aparece en la superficie. Pero eso no es todo, ni es lo más importante. Es Jesús mismo quien se entrega. El evangelista Juan marca la voluntad de Jesús de dar la vida. En su evangelio eso aparece tempranamente anticipado por las palabras de Jesús: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida (...) Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente (...)" (Jn 10,17-18).
Pero la más clara anticipación de esta entrega y de su sentido está en las palabras de la última cena, de acuerdo a la tradición recogida por Pablo y Lucas:
"Este es mi cuerpo, que es entregado por ustedes" (Lc 22,19; 1Co 11,24).
Jesús hace participar sacramentalmente a sus discípulos de su sacrificio, de la entrega que está a punto de realizar.

Entregado para revelar el amor del Padre

Volvemos nuevamente a San Juan: "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (3,16). Jesús entrega su vida, haciendo la voluntad del Padre. Es el Padre quien, en su amor por los hombres, ha entregado su Hijo. "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,8).

La entrega de Jesús por nosotros es, en definitiva, voluntad del Padre que Jesús hace suya. Jesús, que todo ha recibido de su Padre, todo lo devuelve a Él. La dinámica de la Trinidad, en la que el Padre, desde la eternidad con amor engendra al Hijo y el Hijo, con amor agradecido, entrega al Padre todo lo que ha recibido de Él, para volverlo a recibir y volverlo a entregar, eternamente, ha entrado en la historia de los hombres. Jesús, el Hijo de Dios, el Enviado del Padre, se entrega, se pone en las manos del Padre. Entrega su vida y la recibirá de nuevo, resucitado. Así, ambos serán glorificados, es decir, se manifestará la más profunda verdad: la del amor de Dios que se nos ofrece desde la Cruz, para que, a través de la entrega de Jesús, a nosotros nos sea ofrecida la plenitud de Vida.

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