jueves, 7 de enero de 2021

Los cielos se abrieron (Marcos 1,7-11). Fiesta del Bautismo del Señor.

“A partir de mañana…”, como decía la canción de Alberto Cortez. Así comenzamos muchas veces a expresar nuestros buenos propósitos. A partir de mañana me cuidaré más en las comidas (propósito muy frecuente). A partir de mañana voy a tratar de ser más amable con la gente. A partir de mañana pondré más atención a lo que me dice mi familia. A partir de mañana intentaré hacer mejor mi trabajo. A partir de mañana…
Y a veces comenzamos a hacerlo. Y lo hacemos bien. Sin embargo, pasa el primero impulso, perdemos el empuje y volvemos a caer en conductas que queríamos abandonar… conductas a veces muy malas, dañinas para las demás y / o para nosotros mismos, o a veces, simplemente conductas que dejan nuestra vida sumida en la mediocridad, en la chatura…
¿Por qué ese esfuerzo por cambiar no se sostiene? Tal vez porque, más allá de esa inquietud inicial, nada nuevo se despertó dentro de nosotros; no nació en nuestro corazón nada realmente apasionante… tal vez, tampoco tengamos las fuerzas necesarias.

Un día apareció Juan el Bautista en el desierto cercano a Jerusalén. Con su predicación llamaba a las personas a hacer un profundo cambio de vida, arrepintiéndose de todas sus malas acciones y volviendo su corazón a Dios.
Como un signo de arrepentimiento y conversión, Juan los hacía entrar en el río Jordán y bautizarse. Era mucha la gente que iba a escucharlo y, posiblemente, el bautismo se hacía en grupos que entraban al agua y se sumergían cuando el Bautista lo indicaba.
La gente vivía un momento fuerte, una gran sacudida interna, que marcaba con el gesto del bautismo. Pero Juan era consciente de que lo que él ofrecía no era definitivo.
Él estaba preparando el camino para otro. Por eso Juan decía: 

“Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
Después de darnos cuenta de esta actividad de Juan, el evangelista Marcos nos dice que 

“Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán”.
Jesús, según nuestra fe, es el Hijo de Dios. En Él no había pecado ni nada que necesitara ser purificado. Pero Él quería pasar por eso. Sin hacerse problemas, Jesús se mezcló con aquella gente pecadora que quería convertirse, cambiar de vida, corregir sus caminos equivocados.
Jesús quería estar con esa gente que buscaba el perdón de Dios, el perdón que Él venía a traer.

Y es así como sucedieron cosas extraordinarias.
Por la forma en que lo cuenta el evangelio, tal vez solo Jesús se dio cuenta, en ese momento, de lo que estaba pasando. Solo Él pudo percibirlos; pero esos acontecimientos tuvieron consecuencias para todos, que llegan hasta hoy.

Primer acontecimiento: el cielo abierto.

Dice Marcos que, al salir del agua, Jesús “vio que los cielos se abrían”.
Marcos no está hablando de un cambio atmosférico, como cuando pasa la lluvia, las nubes se abren y vemos el azul del cielo.
Mucho antes de Jesús los hombres creyentes decían que el Cielo estaba cerrado. Había pasado mucho tiempo sin que Dios se comunicara con su Pueblo. Muchos repetían el ruego del Profeta Isaías: 

“Si rasgaras los Cielos y descendieras…” (Isaías 64,1)
Al bautizarse Jesús, el Cielo se abrió. Se reabrió la comunicación de Dios con los hombres y se reabrió, precisamente, a través de Jesús, porque Él es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, como nos dice el prólogo del Evangelio según san Juan.

Segundo acontecimiento: bajó el Espíritu Santo.

¿Qué es lo que vio Jesús, con el cielo abierto?
Jesús vio 

“que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma”.
Juan el Bautista hablaba con un lenguaje amenazador. Hablaba de la ira divina. Decía que el hacha estaba clavada en la raíz del árbol, o sea que ése árbol iba a ser cortado… y ese árbol sería cada persona que no dejara atrás su mala vida.
Pero al abrirse los Cielos, lo que bajó no fue la ira de Dios, sino el Espíritu Santo, el Espíritu de amor, que, como una paloma, se posó pacíficamente sobre Jesús.
La Paloma como signo de la paz no se inventó en el siglo XX; ya estaba en el libro del Génesis.
Lo que bajó del Cielo fue el Amor de Dios.

Tercer acontecimiento: la voz del Padre.

El amor de Dios no se manifestó solamente con la venida del Espíritu Santo sobre Jesús, sino también con palabras de profundo afecto.

“una voz dijo desde el cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».”
El mensaje, entonces, es éste: Con Jesús, el Cielo ha quedado abierto; de Dios brota amor y paz… Dios nos invita a acercarnos a Él sin temor, llenos de confianza. El cielo se abrió también para nosotros, a pesar de nuestros errores, a pesar de la chatura y la mediocridad de nuestra vida.
Las palabras que oye Jesús las podemos escuchar también nosotros. El Padre nos dice: “Tú eres mi hijo muy querido, tú eres mi hija muy querida”.
La historia de nuestra vida, por más manchada que esté, no puede seguir como una “historia sucia” que necesitamos lavar y purificar constantemente.
La historia de nuestra vida se reescribe cuando nos damos cuenta de que Dios nos regala la dignidad de ser sus hijos e hijas. Esa dignidad es lo que tenemos que cuidar, viviendo como hijos e hijas de Dios con gratitud y alegría, haciendo el bien.

Cuidar nuestra dignidad de hijos de Dios, vivir como hijos de Dios, no es algo que dependa únicamente de nuestro esfuerzo. Hay que dejar actuar al Espíritu Santo. Hay que reconocer los signos de la Gracia.
Gracia es el amor de Dios que los creyentes reconocemos en muchos momentos de nuestra vida, esos momentos de los que podemos decir “esto ha sido una Gracia”: el nacimiento de un hijo o de un nieto, el encuentro con una persona buena, la experiencia de un amor limpio o de una amistad sincera, la ayuda para superar una situación difícil, la fortaleza en un momento de prueba… En cosas como ésas vemos “el cielo abierto”. A partir de allí comienza algo nuevo en nosotros. Nos sentimos vivos y con ganas de vivir. Sale a luz lo mejor que hay dentro de nuestro corazón. Detrás de esas experiencias está el Padre Dios, dándonos su Espíritu por medio de Jesús, amándonos como hijos e hijas muy queridos.

Amigas y amigos, en este día del Bautismo de Jesús, recordemos nuestro propio bautismo. Aunque lo hayamos recibido siendo bebés y no tengamos nuestro propio recuerdo de ese momento, sabemos que fuimos bautizados. Démosle todo su valor. Allí fuimos hechos hijos e hijas de Dios. Allí recibimos el Espíritu Santo. Reconozcamos ese gran momento de Gracia en nuestra vida y continuemos o, si es necesario, volvamos a empezar el camino de la fe, siguiendo a Jesús.
Gracias por su atención. Sigamos cuidándonos y cuidando unos de otros. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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