domingo, 10 de enero de 2021

Misa - Bautismo del Señor

 

Homilía


Queridas hermanas, queridos hermanos:

Como decíamos al comienzo, esta capilla hace parte de la parroquia san Juan Bautista de Río Branco.

San Juan Bautista se distinguió por su predicación fuerte, en la que llamaba a las personas a hacer un profundo cambio de vida, arrepintiéndose de todas sus malas acciones y volviendo su corazón a Dios.
Como un signo de arrepentimiento y de conversión, Juan los hacía entrar en el río Jordán y sumergirse. Era mucha la gente que iba a escucharlo y, posiblemente, el Bautismo se hacía en grupos que entraban al agua y se sumergían cuando el Bautista lo indicaba.

Podemos imaginarnos la escena, que sería bastante llamativa. Pero no se trata de quedarnos en aspectos pintorescos, sino de ver la experiencia humana que está detrás de ese gesto.

Cuando los seres humanos reconocemos que hemos actuado mal, que hemos tenido una conducta equivocada con la que estamos haciendo daño a los demás y nos hacemos daño nosotros mismos, sentimos el deseo de cambiar, de ser mejores, de actuar de una manera más digna, más humana.
Cuando tomamos eso en serio, nos esforzamos por corregir errores, por cumplir con responsabilidad nuestros deberes, por hacer las cosas de mejor manera… pero, muchas veces, pasado el entusiasmo, volvemos a viejas conductas y nos estancamos en la mediocridad de siempre.
¿Por qué? ¿Por qué ese esfuerzo por cambiar no se sostiene? Tal vez porque, más allá de ese impulso, nada nuevo se despertó adentro de nosotros; no nació en nuestro corazón nada realmente apasionante.

Es cierto, la gente que se acercaba a Juan vivía un momento fuerte, una gran sacudida interna, que marcaba con el gesto del bautismo. Pero Juan el Bautista era consciente de que lo que él ofrecía no era definitivo. Él estaba preparando el camino para otro. Por eso Juan decía: “Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

A continuación de esas palabras de Juan, el evangelista Marcos nos dice simplemente que “Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán”.
Sin hacerse problemas, Jesús se mezcló entre aquella gente pecadora que quería convertirse, cambiar su vida, corregir su camino equivocado.
Jesús es el Hijo de Dios. En Él no había pecado ni nada que necesitara ser purificado. Pero Él quería pasar por eso. Quería estar allí, junto a toda esa gente que buscaba el perdón de Dios.
Y es así como sucedieron cosas extraordinarias.
Tal vez, en ese momento, por la forma en que lo cuenta el evangelio, solo Jesús se dio cuenta; solo él pudo percibirlas; pero esos acontecimientos tendrán consecuencias para todos.

Primer acontecimiento: el cielo abierto.
Dice Marcos que, al salir del agua, Jesús “vio que los cielos se abrían”.
No está hablando de un cambio atmosférico, como cuando pasa la lluvia, las nubes se abren y vemos el azul del cielo.
Mucho antes de Jesús los hombres creyentes decían que el Cielo estaba cerrado. Había pasado mucho tiempo sin que Dios se comunicara con su Pueblo.
Al bautizarse Jesús, el Cielo se abrió. Se reabrió la comunicación de Dios con los hombres y se reabrió, precisamente, a través de Jesús, porque Él es el Hijo de Dios, la Palabra del Padre, como veíamos el domingo pasado.

Segundo acontecimiento: bajó el Espíritu Santo.
¿Qué es lo que vio Jesús, con el cielo abierto?
Jesús vio “que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma”.
Juan el Bautista hablaba con un lenguaje amenazante. Hablaba de la ira divina. Por ejemplo, decía que había un hacha clavada en la raíz del árbol, o sea que ése árbol estaba por ser cortado… y ese árbol sería cada persona que no dejara atrás su mala vida.
Pero al abrirse los Cielos, lo que bajó no fue la ira de Dios, sino el Espíritu Santo, el Espíritu de amor, que, como una paloma, se posó pacíficamente sobre Jesús.
La Paloma como signo de la paz no se inventó en el siglo XX; ya estaba en el libro del Génesis.
Lo que bajó del Cielo fue el Amor de Dios.

Tercer acontecimiento: la voz del Padre.
El amor de Dios no se manifestó solo con la venida del Espíritu Santo sobre Jesús, sino también con palabras de profundo afecto.
“una voz dijo desde el cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».”

El mensaje, entonces, es éste: Con Jesús, el Cielo ha quedado abierto; de Dios brota amor y paz… Dios nos invita a acercarnos a Él sin temor, llenos de confianza. El cielo está abierto también para nosotros, a pesar de nuestros errores, a pesar de la chatura y la mediocridad de nuestra vida.
Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros. El Padre nos dice: “Tú eres mi hijo muy querido, tú eres mi hija muy querida”.
La historia de nuestra vida, por más manchada que esté, no puede seguir como una “historia sucia” que necesitamos lavar y purificar constantemente.
La historia de nuestra vida se reescribe cuando nos damos cuenta de que Dios nos regala la dignidad de ser sus hijos e hijas. Esa dignidad es lo que tenemos que cuidar, viviendo como hijos e hijas de Dios con gratitud y alegría.

Al comenzar este año, yo saludé a mucha gente deseándole un año nuevo de Gracia y Paz. Gracia es el amor de Dios que los creyentes reconocemos en muchos momentos de nuestra vida, esos momentos de los que podemos decir “esto ha sido una Gracia”: el nacimiento de un hijo o de un nieto, el encuentro con una persona buena, la experiencia de un amor limpio o de una amistad sincera, la ayuda para superar una situación difícil, la fortaleza en un momento de prueba… En cosas como ésas vemos “el cielo abierto”. A partir de allí comienza algo nuevo en nosotros. Nos sentimos vivos y con ganas de vivir. Sale a luz lo mejor que hay dentro de nuestro corazón. Detrás de esas experiencias está el Padre Dios, entregándonos su Espíritu por medio de Jesús, amándonos como hijos e hijas muy queridos.

En este día del Bautismo de Jesús, recordemos nuestro propio bautismo. Aunque lo hayamos recibido siendo bebés y no tengamos nuestro propio recuerdo de ese momento, sabemos que fuimos bautizados. Démosle todo su valor. Allí fuimos hechos hijos e hijas de Dios. Allí recibimos el Espíritu Santo. Reconozcamos ese gran momento de Gracia en nuestra vida y continuemos o, si es necesario, volvamos a empezar el camino de la fe, siguiendo a Jesús. Así sea.

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