viernes, 22 de enero de 2021

«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Marcos 1,14-20). III Domingo durante el año.

El baqueano

Cuando estas tierras del sur apenas contaban con caminos y tan solo algunos cercos de piedra marcaban el límite de extensas propiedades, ningún grupo de viajeros se aventuraba fuera de territorio conocido sin la ayuda de un baqueano.
Roberto Bouton, en sus apuntes sobre la vida rural en el Uruguay, explicaba que el baqueano era un gaucho que conocía bien un territorio. Era práctico en los caminos y en los pasos de ríos y arroyos. De noche se guiaba por las estrellas para mantener el rumbo. Cuando el cielo nocturno estaba entoldado, se valía del tronco de un árbol que forma una arista señalando al este o de un poste de alambrado, buscando el musgo que está del lado del sur. Era un verdadero oficio, cuando el hombre se desempeñaba fiel y eficazmente. Quien tuviera un buen baqueano y lo siguiera, sabía que llegaría a lugar seguro.

Evangelio de San Marcos

Hoy comenzamos a leer el evangelio de Marcos, que nos acompañará en los domingos de este año.
«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
En esas palabras se resume el mensaje de Jesús. Un plazo ha llegado a su término. Una nueva realidad está entrando en la vida de los hombres: el Reino de Dios. Esto trae dos exigencias: convertirse y creer en la Buena Noticia.

Conviértanse. No es solamente arrepentirse de una mala conducta y tratar de encaminar mejor la vida. Es eso, sí, pero, más aún, es un profundo cambio de mentalidad. Dejar de pensar que las cosas tienen que ser como me parece a mí, sin importar las consecuencias, para empezar a buscar cómo quiere Dios que sean las cosas. Buscar la voluntad de Dios y ponerla en práctica. Orientar la vida hacia Dios y hacia los demás, tratándolos como hermanos y hermanas. Ese es el camino para entrar en el Reino de Dios que está llegando.

Crean en la Buena Noticia. Es la segunda exigencia de Jesús. No es solamente creer en algo. No se trata de creer lo que a mí me parece, armarme un Dios y una religión a mi gusto. Es creer en el Evangelio. En definitiva, en la Buena Noticia que es el mismo Jesús.

El llamado

«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»

Así llamó Jesús a cuatro pescadores a la orilla del Mar de Galilea. Simón y Andrés, Santiago y Juan dejaron todo y lo siguieron.
Sorprende la decisión de estos dos pares de hermanos. No pidieron tiempo para pensarlo: dejaron de inmediato sus familias y sus bienes. No preguntaron a dónde iban; en realidad, no preguntaron nada. Sin vueltas, comenzaron a caminar detrás de Jesús.
¿Cómo se explica eso? Podemos pensar que no era la primera vez que se veían con Jesús. Tal vez ya habrían hablado de ese llamado que llegaría… pero ¿cuánta gente hay que parece muy convencida y se echa pa’trás a último momento? Los cuatro estaban decididos a seguir a Jesús. Él sería su guía, su baqueano, el que les mostraría el rumbo a seguir.

El viaje

El viaje que emprenderán los discípulos siguiendo a Jesús los llevará por los caminos de su tierra. A lo largo de tres años irán de pueblo en pueblo por toda Galilea. Jesús predicará en las sinagogas, curará enfermos, expulsará demonios… Cruzarán Samaría, llegarán hasta Judea, a Jerusalén… pero el interés del viaje no estará en los lugares visitados, sino en el encuentro de Jesús con las personas que irán apareciendo en el camino y el encuentro de los discípulos con esas personas y con Jesús, a quien irán conociendo en ese tiempo de aprendizaje. Aunque Jesús conoce o sabe encontrar los caminos para ir a cada lugar, es, en realidad, un baqueano de los caminos de Dios. Son esos los caminos que los discípulos irán descubriendo en el seguimiento de Jesús.

El seguimiento

Por eso, lo más importante es caminar siguiendo a Jesús. Sus dichos, sus parábolas, que hoy encontramos en los evangelios, quedaron grabadas en la memoria de los discípulos que las escucharon una y otra vez en los diferentes lugares donde fueron pasando. Lo mismo sucedió con las acciones de Jesús, de las que fueron testigos privilegiados. Tampoco se les escaparon las diferentes confrontaciones que Jesús fue teniendo con otros maestros: los doctores de la Ley, los fariseos, los saduceos. En todo esto, los discípulos fueron descubriendo lo que significaba la promesa de Jesús: “yo los haré pescadores de hombres”.

En el libro del profeta Jeremías, Dios anuncia:

“envío a muchos pescadores y los pescarán … enviaré a muchos cazadores, y los cazarán” (Jeremías 16,16-18)
Parece lo mismo, pero allí se trataba de atrapar a hombres malvados que huían de Dios y que recibirían doble castigo por sus culpas y pecados. En cambio, Jesús llamó a estos pescadores para anunciar y obrar la misericordia de Dios.

Rescatar

Por eso, no será la pesca que los cuatro hermanos conocían bien, sino todo lo contrario. Los pescadores recogían en sus redes los peces para alimento de los hombres. Sacaban los peces del agua, su medio vital, llevándolos a la muerte. En cambio, los hombres sumergidos en el agua no encuentran la vida, sino la muerte. Se ahogan. “Pescar” al hombre que cae al agua es rescatarlo, salvar su vida.
Pero Jesús no está formando un grupo de guardavidas o de socorristas. La profundidad del mar es un símbolo del mal. Hundirse hasta el abismo es separarse totalmente de Dios, caer en el lugar de los monstruos y de los demonios. Los pescadores de hombres participarán en la misión de Jesús: liberar, rescatar a los hombres del mal.

Tempestades

El Salmo 123 es el testimonio de un pueblo rescatado por Dios de los males simbolizados en aguas amenazantes:

“Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte…
Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes”
No mucho después de haber sido llamados los cuatro pescadores, ya formado el grupo de los Doce, vivieron la experiencia del peligro en el mar:
Se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de modo que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Lo despertaron y le dijeron:

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Marcos 4,37-38)
¿No te importa…? La pregunta de los discípulos expresa miedo, desconfianza, falta de fe. Aquellos que lo siguieron tan decididos en la primera hora tienen que renovar su sí y su confianza. La tormenta no está solo en el mar, sino también en sus corazones.
A nadie le importamos más que a Jesús. Cuando sus discípulos lo llaman, calma la tormenta. Pero también quiere calmar la tormenta interior y los anima a desterrar el miedo y a crecer en la fe.
¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4,41)
Es la pregunta que se quedan haciendo los discípulos. Todavía tienen que seguir caminando detrás de Jesús, creciendo con Él.

Pescadores de hombres

Amigas y amigos: muchas veces encontramos a otros con el agua al cuello… recordemos las palabras de Jesús, que puede hacer de nosotros “pescadores de hombres” capaces de rescatar a sus hermanos y hermanas. Y cuando somos nosotros mismos quienes nos encontramos así, no dejemos que el viento y el oleaje nos atemoricen y mantengamos firme la mirada en Jesús, que vuelve a decirnos 

“¡Ánimo, soy yo, no teman!” (Marcos 6,50).
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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