domingo, 9 de julio de 2023

Reflexiones al paso: El objeto de la Iglesia.

Por causa de un trámite

El martes pasado concurrí a la Dirección Nacional de Migración por un trámite para un misionero, un religioso, que viene a nuestra diócesis.

Para certificar que yo representaba a la Diócesis de Canelones, se había enviado un certificado notarial en el que constaba que yo era el Obispo y, por ello, titular de esta Iglesia local.

Todo estaba bien, salvo que el certificado había sido observado por el departamento jurídico porque no constaba “el objeto de la institución”, es decir, la finalidad de la Iglesia y se nos pedía que se rehiciera el documento y se lo enviara nuevamente.

En muchas oportunidades se ha presentado ese tipo de certificado ante diversos organismos del Estado, sin que se nos hiciera esa observación.

De regreso a Canelones, en el ómnibus, fui pensando algunas cosas.

¿Por qué me lo preguntan?

Puede ser, simplemente, porque eso es lo que se pide a toda institución y en nuestra certificación no aparecía en forma explícita. Los funcionarios de Migraciones tal vez perciben a la Iglesia como una institución más, entre muchas otras, aunque su personería jurídica es reconocida por la Constitución de la República y no como resultado de un trámite ante el Ministerio de Educación y Cultura, como sucede con tantas otras.

¿Cuánta gente lo sabe?

Pero, por otra parte ¿cuánta gente sabe cual es “el objeto de la Iglesia”, para qué está, cuál es su finalidad? Hace ya muchas décadas, Mons. Miguel Balaguer, que fue Obispo de Tacuarembó, decía que en Uruguay existe una “ignorancia religiosa obligatoria”, como resultado de la educación laica. Con el paso del tiempo, ese desconocimiento ha ido creciendo. Muchos jóvenes no tienen ningún contacto con la Iglesia y ¡ojo! no pensemos solo en la Iglesia Católica. Cuando comencé a frecuentar una comunidad de recuperación de adictos, hablando con los jóvenes descubrí que nunca habían pisado un templo ni católico ni evangélico y nunca habían tenido una charla ni con un sacerdote ni con un pastor.

Si tradicionalmente hemos considerado a Uruguay como un país muy secularizado, hoy estamos en otra oleada de ese proceso. Estamos en un mundo cada vez más plural, donde la Iglesia Católica pierde visibilidad entre una multiplicidad de ofertas que entrarían en la categoría de religiosas o espirituales. 

No para ser vistos, pero que los vean

En muchas comunidades parroquiales hay esfuerzos e iniciativas que merecerían ser dados a conocer; pero tal vez nos hemos quedado con aquellas palabras de Jesús que nos dicen “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (Mateo 6,3), sin recordar que dice también “que los hombres vean sus buenas obras” (Mateo 5,16). No se trata de una contradicción. Lo primero es una advertencia: no hagan las cosas “delante de los hombres para ser vistos por ellos” (Mateo 6,1), es decir, buscando ser premiados y reconocidos. Lo que pide Jesús es que actuemos de tal manera que los hombres, viendo nuestras obras “glorifiquen al Padre que está en los Cielos” (Mateo 5,16).

Con el salmista, podríamos decir: 

“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la Gloria” (Salmo 113B-115). 

Dar testimonio de nuestra fe con nuestra manera de actuar; no solo con obras institucionales sino también y sobre todo, con una conducta coherente con el Evangelio de Jesucristo, a lo que estamos llamados desde el Bautismo.

¿Cuál es nuestra misión?

Finalmente, me quedé pensando si todos los miembros de la Iglesia tenemos claro nuestro propósito, la misión de la Iglesia. Cuando digo todos los miembros de la Iglesia no estoy hablando de obispos, sacerdotes, diáconos y personas consagradas, sino de todo el Pueblo de Dios, todos los bautizados ¿sabemos para qué existe la Iglesia? ¿sabemos cuál es su misión? Y si lo sabemos, lo más importante: ¿participamos en esa misión, estamos dispuestos a participar en ella?

La respuesta de san Pablo VI

Si me preguntan sobre la misión de la Iglesia, vuelvo siempre a un documento del papa San Pablo VI, la exhortación sobre el anuncio del Evangelio, Evangelii Nuntiandi. Allí hay una respuesta: la Iglesia existe para evangelizar. Leo algunas frases de ese número 14:

La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia. 

Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. 

Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa. (Evangelii Nuntiandi, 14)

Ese es “el objeto de la Iglesia”, esa es su razón de ser. No es ningún descubrimiento reciente: esa es la misión que Jesús entregó a sus discípulos:

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Marcos 16,15)

El Papa Francisco nos ha recordado eso con su exhortación Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio y, hace pocos años, escribiendo a los cristianos de Alemania señala que 

La evangelización debe ser nuestro criterio-guía por excelencia sobre el cual discernir todos los movimientos que estamos llamados a dar como comunidad eclesial. (*)

Es un criterio a tener siempre presente en cuenta en cualquier planificación y programación, desde lo que pueda ser un plan pastoral quinquenal nacional o diocesano, a la fiesta patronal de una parroquia: ¿de qué forma, a través de esto que estamos programando, tratamos de cumplir la misión que Jesús nos ha dado, de anunciar el Evangelio a toda la creación?

Muchas cosas pueden preocuparnos hoy en la vida de una comunidad eclesial, desde la falta de sacerdotes hasta el techo del templo que se llueve. Muchas de ellas pueden ser urgentes e importantes, y pueden convertirse en un motivo de desvelo para todos sus miembros. Pero muchas de esas cosas suceden en cualquier institución; si ellas son nuestra prioridad, corremos el riesgo de convertirnos en una organización humana más, que se confía a sus propias fuerzas y que termina viendo que no puede resolver sus problemas y a veces solo consigue agravarlos.

Para la Iglesia, el primero y principal desvelo ha de ser el cumplimiento de su misión: anunciar el Evangelio, dar a conocer a Jesucristo, ofrecer nuestro testimonio. Eso supone una conversión, un proceso de conversión. Es compartiendo nuestra fe como encontraremos la Gracia y la Misericordia de Dios y creceremos en la fe que alimenta y da sentido a nuestra vida.

Y ustedes ¿qué piensan?

Gracias por su atención. Bendiciones. Hasta la próxima.

(*) Carta del Santo Padre Francisco al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, 29 de junio de 2019

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