domingo, 1 de octubre de 2023

Santa Teresita del Niño Jesús: fiesta patronal de la parroquia de Juanicó, Canelones.

Homilía

“Si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos”.

Hace apenas unos días, me tocó compartir una experiencia con un grupo de niños. Con motivo del Mes de la Palabra de Dios, en la parroquia de San José de Carrasco se hizo un túnel de la Biblia, un recorrido por toda la Historia de la Salvación, presentada a través de diferentes medios, incluyendo representaciones en vivo.

A mí me impresionó la capacidad de asombro de esos niños y el interés que ponían en cada episodio. Se mostraron muy sensibles frente a una representación del sacrificio de Isaac y, aunque solo escucharon el relato, cuando oyeron que san Pablo fue decapitado…

Me impresionó especialmente el momento en que llegamos a lo que representaba la cueva de Belén y vieron una imagen del niño Jesús en el pesebre. Una linda imagen, muy bien iluminada.

Entonces dijeron: “Es Jesús”, “uau” se oyó a uno, y otras expresiones de alegría y de asombro. Un momento precioso.

Yo salí muy feliz de haber hecho el camino con ellos, porque pude ver todo, no con mi mirada, que seguramente encontraría algún detalle a mejorar o a corregir… En cambio, lo pude ver con los ojos de ellos y así dejarme sorprender también. De alguna forma pude, por un momento “hacerme como niño”.

En este día de fiesta, animémonos también nosotros a entrar como niños, dejándonos asombrar, dejándonos sorprender, en otro túnel, en el túnel de Santa Teresita. Pero este túnel empieza por un ascensor. Vamos a ver.

El evangelio de hoy, esto de hacernos como niños, tiene relación directa con la vocación de santa Teresita y el camino espiritual que ella fue encontrando y siguiendo. ¿Cómo encontró ese camino? Ahí tenemos su mirada asombrada, de niña. Cuenta Teresita:

Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente.

El ascensor. Uno puede imaginar su asombro cuando ve esa caja que sube llevando a la gente sin que ellos tengan que hacer ningún esfuerzo. Y recordando esa experiencia, por ahí empieza a buscar su camino:

Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor (…) y leí estas palabras salidas de la boca de la Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí.

Y ella siguió buscando en la Escritura y encontró otra pista, en el profeta Isaías, donde Dios dice:

Como una madre acaricia a un hijo, así los consolaré yo; los llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas los meceré. (cf. Isaías 66,12-13)

Los llevaré en mis brazos. Escuchando esas palabras de consuelo, llega a esta conclusión:

¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más.

Las carmelitas tenían a Santa Teresa de Jesús, Teresa la Grande, la reformadora del Carmelo, la gran maestra espiritual. Nuestra santa lleva su mismo nombre: Teresa. En francés no hay un diminutivo para Teresa. No existe la forma “Teresita”. Se dice la petite Thérèse, “la pequeña Teresa”. Nuestra lengua nos da la fortuna de poder decir, más dulcemente, “Teresita”. Pero si la Gran Teresa era “Teresa de Jesús”, nuestra Teresita, que quiere ser pequeña y empequeñecerse más y más, elige agregar a su nombre “del Niño Jesús”, “Teresa del Niño Jesús”.

A mí no deja de asombrarme esta jovencita que, queriendo ser cada vez más chiquita, se hizo tan grande.

Murió en 1897, a los 24 años. Una vida muy breve, pero una vida completa; una vida que dejó una gran huella en la Iglesia. 26 años después de su muerte, en 1923, fue beatificada por el Papa Pío XI, que fue también quien la canonizó, apenas dos años más tarde.

En 1929, cuatro años después de la canonización, se colocó la piedra fundamental de esta iglesia, la primera en Uruguay dedicada a Santa Teresita. 

Hoy es Iglesia parroquial, pero comenzó siendo capilla. Y para muchos sigue siendo “capilla”, porque me han dicho que si uno viene en ómnibus a Juanicó tiene que decir “me bajo en la capilla” y si dijera “me bajo en la parroquia” no le entenderían. Escuchando eso desde el Cielo, Santa Teresita debe sonreír con picardía, como diciendo “yo quiero seguir siendo chiquita”.

Para seguir asombrándonos en el túnel de Teresita, tenemos que recordar que la Iglesia no solo la venera como santa, sino que la reconoce como Doctora, Doctora de la Iglesia, igual que santa Teresa de Jesús. 

Esto lo hizo san Juan Pablo II en 1997, en el centenario de la partida al Cielo de la santa.

Doctora, aquí, quiere decir, maestra, maestra de vida cristiana, con un alto grado. Alguien que ha dejado enseñanzas que hay que tomar muy en serio.

Otra vez, en apenas 24 años de vida ¿cómo fue posible eso?

Eso fue posible desde un profundo amor a Dios, que la llevó a darse enteramente a él, “como una virgen pura”, como dice San Pablo en la segunda lectura. Ese amor a Dios de Teresita es respuesta al amor de Dios, al inmenso amor con que Dios nos ama, como Padre Creador, como Hijo redentor, como Espíritu Santo santificador. 

Así nos ama Dios. Así nos ama a todos. Nadie está fuera de su amor. 

Sin embargo, hay muchas personas que no llegan a conocer el amor de Dios. No se han sentido amadas por Él, a pesar de que Él nos ama. Teresita tuvo la Gracia de percibir y recibir ese amor. Nunca dudó que fuera amada y nunca dudó en corresponder a ese amor.

Correspondiendo a ese amor, se sentía llamada al martirio, a dar su vida por Jesús de todas las formas posibles; a realizar todas las obras de los santos, a ser misionera, a llevar el Evangelio “al mismo tiempo en las cinco partes del mundo y hasta las islas más remotas”.

Y uno no puede menos que asombrarse que, con todos esos anhelos, ella entrara al Carmelo, es decir, saliera del mundo, de lo que podía ser el terreno de la misión, para dedicarse a la oración, como diríamos, a tiempo completo. Es verdad que las carmelitas francesas ya tenían sus mártires, las 17 carmelitas de Compiègne, que fueron decapitadas -decapitadas como san Pablo, pero en la guillotina- durante la revolución francesa.

Ese anhelo misionero hace que Teresita reciba otro título: con san Francisco Javier, que llevó el evangelio a los extremos del mundo, ella es patrona de las misiones. Por ella, octubre es el mes de las misiones. Pero también vivió su misión desde el Carmelo, como lo cuenta ella misma:

Presiento que mi misión va a comenzar, la misión de hacer amar a Dios como yo lo amo, la de enseñar mi caminito a las almas sencillas. 

Hacer amar a Dios como yo lo amo y enseñar su caminito. Y sigue diciendo:

El caminito de la infancia espiritual, de la confianza y del total abandono. Jesús se complace en enseñarme el único camino que conduce al Amor y este camino es el del abandono del niño que se duerme sin temor en brazos de su Padre.

Pero ese abandono en las manos del Padre no significa no hacer nada y quedarse esperando. Al contrario, dice Teresita:

En el caminito, hay que hacer cuanto esté en nosotros, dar sin medida, renunciarse continuamente. En una palabra, probar nuestro amor por medio de todas las buenas obras que estén en nuestra mano. 

Pero, como al fin, esto es bien poco... después de haber hecho todo lo que debíamos hacer, confesémonos "siervos inútiles", esperando que Dios nos dé, por Amor, todo lo que le pedimos.

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Sigamos a Santa Teresita que, por su caminito, que nos lleva hacia el amor de Dios. 

Vayamos como niños, dispuestos a asombrarnos y a dejarnos sorprender, como ella, con el tesoro de Gracia que Dios tiene para nosotros.

Y recordemos que ese tesoro no es para guardarlo ni esconderlo, sino para compartirlo. Guardándolo y escondiéndolo, lo perdemos. Compartiéndolo, lo acrecentamos. 

Teresita quería “anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo y hasta las islas más remotas”. Nosotros estamos llamados a anunciar el Evangelio aquí y ahora, en nuestro suelo canario, en nuestros campos y caminos, en nuestras chacras, tambos y viñedos, en nuestras playas, ciudades y pueblos. Anunciar el amor de Dios por cada una de sus criaturas, pero especialmente a los pequeños y a los que están heridos y lastimados y no conocen su amor.

“Presiento que mi misión va a comenzar”, escribía Teresita. Comenzó y, ¡vaya si continuó! Para poder acompañarla, como misioneros del Evangelio, retomemos la petición que hicimos al comienzo de esta Misa.  

Señor: ayúdanos a seguir confiadamente
el camino de santa Teresa del Niño Jesús,
para que, con su intercesión,
podamos contemplar tu gloria eterna. Amén. 

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