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Serafino y Chiara me llevan a Verona, donde está previsto que lleguemos a las tres de la tarde.
En el viaje, encontraremos todavía dos obras de Don Pierino. La primera está en construcción desde hace cuatro años: el Hospital Laudato Sì’ (Alabado sea). Se trata de un hospital oncológico, con capacidad de 120 camas, que apunta a cubrir todos los servicios: diagnóstico, tratamiento ambulatorio, intervenciones quirúrgicas, internación y aún el hospice para cuidados paliativos finales. Se va construyendo por etapas, en los tiempos que va marcando la Providencia. Lo visitamos guiados por uno de los miembros de la Comunidad del Cenáculo, una de las asociaciones de fieles creadas por Don Pierino. Nuestro guía nos cuenta que la obra nunca estuvo detenida. A veces parecía que no se llegaba a reunir el dinero para completar la etapa en curso, pero finalmente aparecía. En su relato van surgiendo algunos aspectos de la espiritualidad y la práctica del Sacerdote fundador: su confianza en la Providencia (en la tradición de los santos Don Orione, Don Calabria, Don Cottolengo). Una frase a menudo repetida: “no busquen dinero, conquisten personas”: era su traducción práctica de la palabra del Evangelio: “busquen primero el Reino de Dios y lo demás les será dado en añadidura”.
Desde allí hacemos una rápida visita a una comunidad de las Franciscanas del Verbo Encarnado, presente en un dispensario, que forma también parte de la obra.
Todavía nos queda una visita a otro hogar de discapacitados. En realidad son dos pequeñas comunidades, en un edificio en forma de “U”, del que comparten el tramo horizontal. En medio del patio, una encina hace alusión a la Comunidad de Mambré, responsable de ambas casas. Bajo la encina de Mambré Abraham recibe la visita de Dios, que le anuncia el cercano cumplimiento de la promesa de un hijo. Mambré es símbolo de acogida al Señor que viene en cada hermano. Ése es el espíritu de la casa. Los discapacitados no sólo son allí recibidos, sino que quienes llegan, visitantes como nosotros, rápidamente nos sentimos acogidos por ellos, que nos muestran con alegría su casa, sus habitaciones, sus lugares comunes.
A las tres de la tarde, como estaba previsto, llegamos a Verona, a la Parroquia Santa María Magdalena. Allí me despido de Chiara y Serafino y encuentro al P. Giovanni Barlottini, que estuvo muchos años en la Diócesis de Salto, y al P. Tito, de la Diócesis de Salto, que está estudiando en Milán y tiene en la parroquia, donde ha sido fraternalmente recibido, su cable a tierra.
Los amigos veroneses me han preparado un nutrido programa, que me llevará a ocupar buena parte del tiempo en preparar la homilía para el sábado y domingo.
+ Heriberto
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