En primer plano, Antonio |
En la mañana del Miércoles de Ceniza tomamos un frugal desayuno con el Sr. Piero y fuimos hasta la parroquia de Borghetto Santo Spirito. Me despedí del P. Francesco y de Piero, y salimos con Marina y Lino hacia la provincia de Brescia. Fuimos bordeando el mar en un día muy soleado. Liguria es una región de montañas que van bajando hasta meterse en el mar, sin llanuras intermedias. A lo lejos, los montes más altos se veían nevados. Los días de mayor frío habían pasado, afortunadamente para mí. En un momento Marina me advierte “ahora dejamos el borde del mar y tomamos una ruta hacia dentro”.
Nuestro destino era Clusane, una pequeña ciudad de la provincia de Brescia, donde me esperaban Serafino y Chiara, un matrimonio al que conocí en Uruguay en diciembre pasado, cuando ellos estaban de vacaciones con su familia. Clara es un poco uruguaya y ambos son veterinarios. Tienen cuatro hijos, y me ofrecieron su casa y su ayuda durante mi visita a Brescia.
Viven en un pueblo llamado Orzivecchi, pero la razón de encontrarnos en Clusane era presentarme una obra verdaderamente extraordinaria. En ese lugar fue párroco un sacerdote llamado Pierino Ferrari, fallecido el año pasado. Don Pierino dejó tras de sí varias obras dedicadas a los discapacitados, la salud y la ancianidad, sostenidas hoy por ocho asociaciones fundadas por él: laicos consagrados, voluntarios, cooperativas. En su obra recibió siempre un muy cercano aliento de la Madre Giovanna Ferrara, fundadora de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado.
En Clusane visito un hogar de ancianos al que puede llamarse con verdad hogar, de pequeñas dimensiones, cercanía y familiaridad. Después de un cuaresmal almuerzo, con Don Dario, sacerdote diocesano sucesor de Don Pierino y otros miembros de la obra, pasamos a un hogar para discapacitados, donde conozco a Antonio, inspirador de la obra de Don Pierino.
En una foto de fines de los 70 veo a un joven sacerdote, vestido para la Misa, sosteniendo en sus brazos ante el altar a un niño delgadito que parece dormido. Son Don Pierino y Antonio. Antonio tiene una discapacidad profunda. Los médicos han dicho que no vivirá más que unos meses. Sus padres lo han entregado al sacerdote.
Pero ahora no se trata de una foto. Frente a mí está Antonio, en su silla de ruedas especial. Uno de sus cuidadores, un verdadero Ángel de la Guarda, me dice: “Antonio tiene dos expresiones: sonríe si está contento, llora si algo está mal: si tiene hambre o necesita atención” (como un bebé, pienso yo). El Ángel prosigue: “Antonio vive porque se siente amado, y amarlo es la razón por la que estamos aquí: él nos enseña a amar”.
Chiara y Serafino con colaboradores de la obra de Don Pierino. Él bautizó a una de sus hijas. Todavía me harán conocer algo más, pero eso será el próximo viernes.
De Clusane comenzamos a subir montaña arriba, por rutas empinadas y de muchas curvas (de alguna manera me sirve el entrenamiento adquirido en la Ruta 8, aunque la pendiente no sea tanta). Llegamos hasta un pueblito de la montaña, donde es párroco Don Saverio Mori, para los melenses, el Padre Javier, que fue párroco de la Catedral de Melo.
Llegamos cinco minutos antes del comienzo de la Misa de Miércoles de Ceniza. Con la advertencia habitual (“necesito leer todo lo que tenga que decir”) acepto presidir la Eucaristía. La pequeña Iglesia está llena. Nos acompañan numerosos monaguillos. Muchas niñas están sentadas en los primeros bancos (me parece que casi todos los niños están con nosotros, como monaguillos). Hay gente de todas las edades, inclusive matrimonios jóvenes.
Yo me había encontrado con el P. Javier en mi anterior visita a Brescia, en agosto de 2010. Allí, él todavía no había asumido esta parroquia y estaba recuperándose de una enfermedad.
No es precisamente un jovencito, pero me encontré con un hombre lleno de energía. La pequeña comunidad parece llena de vida. Él hace la homilía, presentando al visitante y yendo luego al espíritu del tiempo de Cuaresma que estábamos iniciando. Invita a participar en las diferentes actividades que ofrecerá la parroquia en el tiempo y luego traduce mis breves palabras de saludo.
Conversamos un rato después de la Misa y lo veo realmente animado. Recorremos a pie los alrededores de la parroquia y nos vamos antes de que el frío nos agarre.
Chiara y Serafino me conducen hasta su casa en Orzivecchi. Viven en las afueras del pueblo. Serafino tiene un criadero de cerdos. Al llegar destaca una fila de silos, en el primero de los cuales se leen las primeras palabras del Ave María. Más abajo, una imagen de la Virgen. La casa es grande, dividida en dos, y en una parte viven los padres de Serafino. Con ellos han quedado los niños: Domenico, … Cecilia, que reciben a sus padres con mucho cariño. A las 19 de nuevo presido la Misa, ahora en la gran Iglesia de Orzivecchi. Con Don Franco, el párroco, imponemos las cenizas a numerosos feligreses. En los avisos para el día siguiente, oigo varias veces la palabra “disciplina” y pienso “aquí la Cuaresma va en serio”.
Después del encuentro con la familia llega el descanso reparador… y necesario, porque el día empezará temprano.
+ Heriberto
Con Don Franco imponiendo las Cenizas |
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