Homilía
En la Arquidiócesis de Padenborn, Alemania.
Queridos hermanos y hermanas:
Ante todo, agradezco a los integrantes de la Pastoral de lengua española que me invitaron a presidir esta celebración y al P. Jorge Blanco, que recibió muy bien esa propuesta y que, con muchos colaboradores ha trabajado para preparar todo esto.
Y todos tenemos que agradecer a Mons. Hans-Joseph Becker, arzobispo de Paderborn, la arquidiócesis a la que pertenece Dortmund, por su amabilidad de permitirme celebrar con Uds. hoy, nada menos que el día de Pentecostés, el sacramento de la Confirmación.
Subrayo este agradecimiento a Mons. Hans-Joseph, porque, aunque los Obispos podemos delegar a un sacerdote para que celebre este sacramento, normalmente es el Obispo propio quien lo celebra. Se hace así porque, de esa manera, tomamos conciencia de que pertenecemos no solo a la Iglesia Católica que guía el papa Francisco ni solamente a una parroquia o a un grupo, sino que también pertenecemos y formamos parte de una Iglesia Diocesana. Por eso, en la Misa, cuando el sacerdote reza por la Iglesia, dice “por nuestro papa Francisco y nuestro obispo Hans-Joseph”.
Si yo preguntara ahora a los que se van a confirmar qué es lo que nos da el Espíritu Santo, seguramente más de uno mencionaría los siete dones: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza y temor de Dios.
Nuestra relación con Dios Trino.
Vamos a hablar un poco de eso, pero, antes, me gustaría decirles que lo primero que nos trae el Espíritu Santo es una nueva relación con Dios.
¿Qué quiero decir con eso?
Nosotros conocemos a Dios y creemos en Él como un solo Dios en tres personas, la Santísima Trinidad: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Con cada uno de ellos establecemos una relación distinta:
Hijos del Padre
Si pensamos en Dios como Padre, un Padre que tiene también un corazón de madre, no es difícil entender cuál es esa relación. El Padre nos ha creado. Somos sus hijos e hijas.
Cuando creemos que Dios es nuestro Padre Creador, es bonito que sintamos por él el cariño que tiene un buen hijo por su Padre. Pero, además, es importante que nos demos cuenta de que no nos hemos creado a nosotros mismos. La vida que tenemos es el primer regalo, el primer don que el Padre nos da. El Padre quiere vernos felices, pero nos ofrece un camino de felicidad eterna que solo podemos alcanzar si vivimos de verdad como hijos e hijas suyos.
Hermanos del Hijo y miembros de su Cuerpo
Si pensamos en el Hijo, tenemos para él un rostro… el Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo uno de nosotros: es Jesús, Jesucristo. Se hizo nuestro hermano y dio su vida por nosotros para redimirnos, para rescatarnos del mal y de la muerte. Esa es nuestra relación con Él. Unidos a Él es como llegamos a ser Hijos de Dios. Unidos a Él formamos su cuerpo que es la Iglesia… La unión con Él no es solo un sentimiento. Es más bien un seguimiento: caminar siguiendo a Jesús, buscando vivir su Palabra cada día.
Templos del Espíritu Santo
Y llegamos al Espíritu Santo. Si nuestra relación con el Padre es ser hijos, si nuestra relación con el Hijo es ser sus hermanos… ¿qué queda para el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo viene a habitar, a hacer su casa, en cada uno de nuestros corazones. Por eso, podemos decir que somos templos del Espíritu Santo.
El templo es la casa de Dios. Cuando el Espíritu Santo entra en nosotros, entra en nuestra vida, nuestro cuerpo se hace templo del Espíritu Santo.
Nuestro cuerpo no es una cosa, no está separado de nuestra alma, como si fuera un envase descartable. Jesucristo resucitó con su cuerpo. No revivió, resucitó, entró con su cuerpo humano en una nueva forma de vida, por la acción del Espíritu Santo. Si creemos que el Espíritu Santo está en cada persona (aunque la otra persona no se dé cuenta o no crea en eso) entendemos porqué tenemos que tratar con respeto nuestro propio cuerpo y el cuerpo de los demás.
Dejemos que el Espíritu nos santifique en alma y cuerpo.
Hijos del Padre, hermanos del Hijo, templos del Espíritu Santo. Esa es nuestra relación con Dios.
Los Siete Dones
Vamos ahora a referirnos a los dones del Espíritu Santo.
Venimos atravesando un tiempo difícil, complejo, en estos dos años de una pandemia que va mermando, pero que todavía no ha terminado.
En este tiempo, el Espíritu Santo ha estado presente, ayudándonos a seguir caminando en la fe de muchas maneras.
Hoy, desde esa experiencia, podemos pensar en los siete dones y en la forma en que podemos pedirlos.
Sabiduría
Vamos a empezar por el don de la sabiduría. La sabiduría no es lo que tiene el que sabe muchas cosas. El sabio es el que sabe lo que realmente importa. En la pandemia, muchos se dieron cuenta -nos dimos cuenta- de que algunas cosas por las que trabajábamos con mucho esfuerzo no eran realmente tan importantes; en cambio, otras, sobre todo muchas personas, sí valían mucho, significaban mucho en nuestra vida. Que el Espíritu Santo nos ayude a seguir dándonos cuenta en nuestra vida de lo que realmente tiene valor, de lo que realmente vale la pena. Y lo que tiene realmente valor es lo colabora o participa del proyecto de salvación de Dios.
Entendimiento
Tomemos ahora el don del entendimiento. Es parecido. Entender es saber el porqué de las cosas y descubrir por dónde pasa la voluntad de Dios, qué es lo que Dios realmente quiere en cada momento. A veces pensamos que algo sucede o nos sucede porque es voluntad de Dios… pero la voluntad de Dios es siempre vida y salvación. El entendimiento nos ayuda a entrar en el misterio del plan de Dios, a comprenderlo y vivirlo siempre un poco más.
Ciencia
El don de la ciencia: la ciencia más perfecta es el amor. No hay otra. Esa es la ciencia que describe san Pablo en su himno de la caridad: es amor es comprensivo, el amor es servicial, nunca se irrita, no es descortés… (1 Co 12,31—13,13). Es la ciencia de Dios, que nos amó siendo nosotros pecadores, como dice Pablo (Rom 5,8).
Una vez, reunido con una pareja que se preparaba para su casamiento, la novia me dijo: “amar es aprender a convivir con lo imperfecto”. Su novio estaba allí, al lado de ella. Podríamos haber pensado que “lo imperfecto” era él… pero no, él la miró y los dos se rieron. Tenían la ciencia del amor, que conoce y reconoce al otro y lo quiere como es. Así nos conoce y nos ama Dios, amándonos, aunque seamos pecadores, porque quiere llevarnos a la perfección.
Consejo
Todos apreciamos una persona que sabe dar buenos consejos. Escuchándolos y recibiéndolos, aprendemos también a darlos. Conocí una señora joven que apreciaba mucho a su suegro, que hombre que sabía dar buenos consejos. Pasaron algunos años y ese afecto siempre se mantuvo. Cuando su suegro murió, ella dijo “ahora quedamos nosotros”, es decir, quedaba su generación, la generación siguiente… pero ella se sentía preparada por todo lo que había recibido. Que no nos falte el don del consejo. El don de darlos y el don de recibirlos para discernir los caminos de Dios en nuestra vida. El Espíritu Santo es el primer consejero.
Piedad
Don de Piedad. La palabra “piedad” se puede entender de muchas maneras. Cuando decimos “Señor, ten piedad”, estamos pidiendo misericordia. En la antigua Roma se entendía tanto como el buen sentimiento de los hijos hacia los padres, la piedad filial, como el espíritu religioso, el respeto a Dios (o a los dioses, porque los romanos creían en muchos dioses).
Creo que nos podemos quedar de manera especial con el sentido religioso, que vamos a unir con el temor de Dios. Rezar con piedad, participar en la Misa piadosamente, significa hacer bien esas cosas, hacerlas como a Dios le agradan, o sea de corazón. No de manera superficial, con una prolijidad vacía o posturas corporales exageradas. Ante todo, tiene que estar un profundo sentimiento de que pertenecemos a Dios y lo que hacemos, lo hacemos para él.
Fortaleza
Don de fortaleza. No se trata de la fortaleza de los fuertes de este mundo. Es la fuerza de los que se reconocen frágiles, porque su fuerza, es la fuerza de Dios. San Pablo vivió profundamente esa experiencia. Sintiéndose débil, invocó a Dios y Dios le respondió: “te basta mi gracia: mi fuerza actúa en la debilidad” (2 Co 12,9). La fuerza de Dios es la que sostuvo a hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, firmes en la fe hasta dar la vida en el martirio. Pidamos este don para perseverar siempre en nuestra fe.
Temor de Dios
Finalmente, el santo temor de Dios. No es el miedo. No deja fuera el amor. Es respeto. Podemos sentir a Dios muy cerca, porque él ha querido acercarse a nosotros. Nosotros no somos capaces de acercarnos a él. Cuando decimos de corazón: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”, cuando lo decimos de verdad, dándonos cuenta de lo que estamos diciendo, estamos expresando ese temor de Dios. Estamos manifestando nuestro respeto y amor hacia ese Ser que nos ha creado, que nos ha redimido y que nos santifica, porque quiere compartir su vida eterna con nosotros, darnos la felicidad para siempre.
Todo eso pedimos para todos los que hoy estamos reunidos aquí, sintiendo a Jesús en medio de nosotros, sintiendo que su Madre reza con todos nosotros. Vamos ahora a invocar al Espíritu Santo sobre estos hijos e hijas de Dios, sobre estos hermanos y hermanas nuestros que van a recibir el sacramento de la Confirmación.
1 comentario:
Mil gracias Señor Obispo. Fue más que una alergia, una gran bendición tenerlo en nuestra "comunidad"
El Señor lo bendiga y le conceda muchos años y mucho corazón para seguir siguiendo , cuidando y orientando este rebaño hambriento de Fé vy de unión Cristiana.
Mil gracias y hasta otra oportunidad. No olvide que aquí dejó semillas que van a dar fruto y necesitarán de su cuidado. Dios le pague y lo bendiga. Saludos al pueblo Uruguayo
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