viernes, 3 de junio de 2022

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo (Hechos 2,1-11). Solemnidad de Pentecostés.

La vida cotidiana nos ofrece muchos motivos para celebrar, para hacer fiesta. Nacimientos y cumpleaños, pasos importantes de la vida personal y familiar, inauguración de obras, logros deportivos, en fin… Junto a todo eso, para los creyentes, también hay fiestas relacionadas con nuestra fe. Algunas de ellas, como la Navidad, se celebran en todas partes, no siempre recordando su verdadero significado, es decir, el nacimiento de Jesús, el Salvador.
El Pueblo de Israel, el pueblo que hizo la primera alianza con Dios, tenía varias fiestas en el año. En hebreo la palabra “fiesta” es “hag” que significaba, en un principio, “danza”. Esto nos habla de un pueblo que festejaba alegremente, donde incluso el rey David bailó ante Dios frente a todo su pueblo (2 Samuel 6,14).
Las tres fiestas principales eran PESAH. la Pascua; SUCOT, la fiesta de las chozas o de los tabernáculos y SHAVUOT, en griego “Pentecostés”. En esta fiesta, al igual que en otras, los judíos, muchos de ellos dispersos en países vecinos, acudían en peregrinación a Jerusalén.
Ese es el marco del acontecimiento que da origen a nuestro Pentecostés, el que celebramos hoy.

Vamos a detenernos un poco en la historia de la fiesta judía, porque nos ayudará a comprender el relato que nos hace Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
¿Qué celebraban los judíos en el Shavuot, que significa “semanas”? El origen lejano es una fiesta de agricultores, relacionada con el momento en que comienza la cosecha. Para fijar la fecha de esta fiesta, así indica el libro del Deuteronomio: 

Cuenta siete semanas a partir del momento en que empieces a cosechar (Deuteronomio 16,9)
Siete semanas suman 49 días. El 7 es un número que expresa la perfección: 49 es siete veces siete. Pero Pentecostés, palabra griega, significa 50; es decir, que a esos 49 días se les agrega un día más. Pero ese “uno” no es irrelevante: al contrario; el UNO nos habla del Dios único, el eterno Dios que con su presencia completa, conforma la plenitud total.

Con el tiempo, la fiesta de las semanas se fue convirtiendo en una conmemoración del momento en que Moisés recibió las tablas de la Ley, en el monte Sinaí, en medio de una manifestación de Dios. Así cuenta el libro del Éxodo:
Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. (…) La montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. (…) El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y el Señor le respondía con el fragor del trueno. (ver Éxodo 19,16-20)
Retengamos esos detalles: Dios que baja en el fuego, el sonido fuerte, la tierra que tiembla.
Vamos ahora al acontecimiento cristiano, ocurrido durante la fiesta de Pentecostés. Dice el libro de los Hechos:
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.
El relato de Lucas, aunque presenta algunos aspectos llamativos, no muestra una escena tan impresionante como la del Éxodo, pero tiene elementos que son como un eco de esa narración: el ruido y, sobre todo, Dios que baja en el fuego.
Hay muchas diferencias, por supuesto, pero me parece importante anotar esta: es Moisés quien recibe la Ley y después la entrega al Pueblo, que ha quedado en el campamento.
En cambio, el día de Pentecostés todos los discípulos estaban reunidos en el mismo lugar. No se trata únicamente de los Doce: Lucas dice “todos”. Allí está la primera comunidad cristiana, la Iglesia naciente, en la que estaba presente la Madre de Jesús junto con otras mujeres (Hechos 1,14). “Todos” vuelve a repetirse en la afirmación más importante de este relato:
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Cada uno de los presentes recibió el Espíritu y, a partir de allí comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.

Un gran número de los peregrinos que se encontraban en Jerusalén se acercó, atraído por el gran ruido. Hombres venidos de distintos lugares del mundo se asombraron de oír a los discípulos hablar en diferentes lenguas, proclamando las maravillas de Dios.

El evangelio que escuchamos este domingo concluye allí, pero el relato de Pentecostés continúa. Pedro toma la palabra y anuncia a los oyentes lo sucedido con Jesús:
“… ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte” (Hechos 2,23-24)
La predicación de Pedro y la acción del Espíritu Santo en los oyentes mueve los corazones. Profundamente conmovidos, los peregrinos preguntan qué deben hacer. Pedro responde:
«Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo» (Hechos 2,38)
Y aquí viene otro dato importante, que vuelve a poner en relación el relato de los Hechos con la narración del libro del Éxodo:
Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar;
y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil. (Hechos 2, 41)
Ese número es significativo. El relato del Éxodo tiene una continuación… poco feliz. como dijimos, mientras Moisés subió al monte Sinaí para recibir las tablas de la Ley, el pueblo permaneció en el campamento. El encuentro de Moisés con Dios se prolonga. El pueblo se impacienta y le dice a Aarón, el hermano de Moisés:
«Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto» (Éxodo 32,1).
Cuando por fin desciende Moisés, con las tablas de la Ley, se enfurece con el pueblo que ha sido infiel a Dios. Llama entonces a quienes habían permanecido fieles y manda matar a los que habían pecado ¿y cuántos murieron?
Cayeron aquel día unos tres mil hombres del pueblo. (Éxodo 32,28)
Entonces, los tres mil bautizados, los tres mil convertidos que empezaron una vida nueva están puestos en contraste con los tres mil que murieron en castigo de su infidelidad. Pentecostés es así manifestación de la misericordia de Dios para quienes respondieron al llamado de Pedro: “conviértanse y háganse bautizar”.

¿Qué ha sucedido? ¿Cómo podemos resumir el acontecimiento de Pentecostés?
Dios bajó al monte Sinaí en el fuego para entregar sus mandamientos; ahora baja al monte Sión, como lenguas de fuego y los discípulos quedan llenos del Espíritu Santo.
Es Dios mismo quien baja y nos llena, nos completa, añade lo que nos falta para que seamos “perfectos”, para dejarnos llenar de esa gracia total de Dios.
Esa es la misteriosa vocación del hombre: llegar a ser habitado por Dios.
Pero Dios no es solo Espíritu Santo. Dios es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo…
Pero eso ya es la fiesta de la Santísima Trinidad, que celebraremos el próximo domingo.

En esta solemnidad de Pentecostés, reunidos como la primera comunidad cristiana, invoquemos al Espíritu de Dios. Pidamos su luz, su consuelo, su ayuda, su fortaleza, sus siete dones sagrados.

Gracias, amigas y amigos por su atención. El jueves 9, recordemos la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
 

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