Hermanita Silvana |
Es para mí una gran alegría acompañarlos hoy en esta celebración tan significativa para todos los que estamos aquí reunidos.
Ante todo, porque estamos en la arquidiócesis de Medellín, quiero tener presente a su pastor, Mons. Ricardo Tobón, con quien nos conocemos desde hace años y nos tenemos mutua estima. Es a él a quien, en primer lugar, le correspondería estar aquí y por eso quiero expresar mi respeto y comunión con él.
En los últimos días, en la Misa diaria, venimos oyendo en la primera lectura pasajes del primer libro de Samuel. Es un libro hermoso, que incluye el relato de la vocación del joven Samuel, a quien Dios llama por su nombre y quien, con la orientación del sacerdote, puede finalmente responder “habla, Yahvé, que tu siervo escucha”. Ese pasaje se leyó hoy en la ceremonia para la entrada al noviciado de las hermanitas Cindy e Indurfay.
Hoy, en el evangelio, escuchamos de María otra respuesta, similar en su disponibilidad:
“Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” y en la carta a los Hebreos, escuchamos la palabra que resume la vida de Jesús: “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Las dos hermanitas que ingresan hoy al noviciado y las hermanitas Hasley y Silvana, que harán en el marco de esta Eucaristía sus primeros votos, pueden sentirse muy confortadas para estos grandes pasos en sus vidas por esas respuestas del profeta Samuel, de la Santísima Virgen y del mismísimo Señor Jesús ante el Padre.
Sin embargo, yo quiero volver al comienzo del libro de Samuel y traer a la memoria otro personaje, que bien puede representar a muchas personas que están hoy aquí, familiares de las nuevas profesas y novicias. Pienso en cuatro mamás y dos papás, en hermanos y hermanas, así como en otros familiares; algunos presentes físicamente, otros presentes con el corazón y la oración, acompañando a estas jóvenes.
Ana fue una mujer que sufrió mucho. Después de estar casada por algunos años, no había podido tener hijos y esa era la razón de su dolor.
En su desesperación, ella entró a un santuario a orar. Un santuario, como el lugar en el que nos encontramos hoy.
Se nos cuenta que “con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente”. Oró y lloró.
También hizo una promesa: “Señor, si miras la miseria de tu servidora y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu servidora y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor para toda su vida”.
Sin embargo, es también una historia de hoy, que sigue tocando el corazón de quienes la leemos. Toca el corazón de toda mujer que, como Ana, desea intensamente tener un hijo y no puede.
Pero, también, me hace pensar en algunos pueblos de la tierra, y el Uruguay se cuenta entre ellos, en los que cada vez son menos los niños que nacen. Y me dicen que aquí, en Colombia, poco a poco va pasando lo mismo. Menos nacimientos.
Me hace pensar en la Iglesia Madre, que tiene el deseo de darle a Dios hijos por medio del bautismo, que en algunas comunidades ya no es un pedido tan frecuente; no solo porque nacen menos niños, sino porque se ha enfriado o abandonado la fe.
Me hace pensar en las diócesis escasas de sacerdotes y en las comunidades de vida consagrada que sienten la falta de vocaciones.
Podemos pensar también en la oración de Madre Berenice en los comienzos de las Hermanitas: no tanto para pedir nuevas vocaciones, que sí se presentaban, sino implorando por un pesebre, por una casa cuna, donde esas jóvenes pudieran nacer a la vida consagrada a la que Dios las llamaba. Seguimos contando, hoy más que nunca, con su intercesión para que haya jóvenes que sigan naciendo a la vida de hermanitas de la Anunciación y de las otras congregaciones que ella fundó.
Tres milenios después de aquella oración de Ana, seguimos recordando la fe con que ella oró entre lágrimas, y su testimonio nos anima a seguir cumpliendo el mandato de Jesús: “rueguen al dueño del campo que envíe obreros para la cosecha”; oren por las vocaciones.
Por todas las vocaciones. Y no hay que olvidar que esa oración de Ana fue escuchada. Dios le dio el hijo que había pedido y ella entregó a Dios lo que Dios le dio. Entregar sus hijos a Dios, es lo que están haciendo hoy las mamás y los papás.
Y Dios seguirá dando hijos a los esposos que se abren a la vida y seguirá dando hijos a la Iglesia y seguirá dando personas que se consagrarán a él. Dios escuchó a Ana. Ana, que había llorado de dolor, volvió a llorar, pero de alegría. Nuestro Señor escucha y escuchará la oración confiada de las familias, de las comunidades y de toda la Iglesia. Y nosotros nos alegrarnos con el “Sí” de las que han sido llamadas. Hoy podemos llorar de alegría.
Seguiremos orando por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; pero recuerdo también lo que decía un viejo párroco a sus fieles empeñados en un lindo proyecto para la comunidad. Él los invitaba a rezar pero también les decía: “Dios ayuda a los que rezan… y trabajan”. Rezar siempre, y ante todo; pero también trabajar.
Pero una vocación no es un producto. Cada vocación es un misterio. Un llamado de Dios que llega a través de una mediación: una familia abierta a la voluntad de Dios para sus hijos e hijas; una comunidad parroquial en la que se vive la fe en la celebración, el anuncio y el servicio; una comunidad religiosa que vive en fidelidad a su carisma…
Allí está el trabajo; no solo el de una buena promotora vocacional, sino también el de la comunidad y el de la familia en la que se hace posible que una joven pueda preguntarse qué llamado tiene Dios para ella y sentir la libertad para poder responder por sí misma.
Solamente la persona que es llamada puede responder al Señor.
Solo Samuel podía decir “habla, Señor, que tu siervo escucha”. Nadie podía responder por él, aunque él mismo estuviera presente.
Solo María podía decir “yo soy la servidora del Señor…”. Nadie podía responder por ella, sino ella misma.
Solo Jesús podía decirle al Padre “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Ese “sí”, expresado de diferentes maneras; ese “sí” libre, no se puede dar superficialmente, o en un momento de entusiasmo y exaltación. Ese “sí” se da de corazón, con toda el alma, con la disposición de seguir al Señor por donde Su Voluntad quiera llevarnos. Ese “Sí” se da con plena conciencia de la propia fragilidad, y se da confiando en la fidelidad del Señor que llama. Es su amor lo que sostiene a todos los que ponemos nuestra confianza en Él.
Con esa libertad y esa confianza dio su “Sí” Madre Berenice. Como Santa Teresa de Calcuta y otras santas fundadoras, ella sintió “la llamada dentro de la llamada”, una vocación dentro de su vocación a la vida religiosa, un “Sí” que se hizo cada día más profundo.
Pero no es necesario hacerse fundadora para profundizar el “Sí” que Silvana y Hasley van a dar hoy. Cada hermanita, empezando por las que han vivido más años, les podrá decir a ellas dos y a las que sigan viniendo, cómo volvieron a decir “Sí” cada día de su vida.
Indurfay y Cindy, hace un momento, antes de la Misa, ustedes manifestaron estar dispuestas, con la gracia de Dios, a experimentar la vida religiosa, siguiendo a Cristo Crucificado en la pobreza, la obediencia y la castidad, al servicio de la Iglesia y del anuncio del evangelio, en el carisma de las Hermanitas de la Anunciación.
Hasley y Silvana, al terminar esta homilía, me corresponderá preguntarles sobre su disposición de entregarse sin reservas a Dios, por la profesión religiosa en las Hermanitas de la Anunciación. Luego, las confiaremos a la intercesión de la Virgen Santísima y de todos los santos, para finalmente escuchar sus votos temporales de castidad, pobreza y obediencia según las Constituciones de las Hermanitas.
Y Madre Berenice nos sigue dando el testimonio de su fidelidad y confianza, con María, en el Sagrado Corazón de Jesús. Fidelidad y confianza que no se quebró ni en las horas más oscuras de dolor e incomprensión, cuando fue alejada de la obra que apenas se iniciaba; luego, cuando fue apartada de la obra que Dios había consolidado con ella como privilegiado instrumento y en los años finales, haciéndose cada día más pequeñita físicamente, más “hermanita” y a la vez más grande como Madre que bendecía y sigue bendiciendo a sus hijas.
Indurfay y Cindy, Hasley y Silvana: que el Señor, que las llamó y comenzó en ustedes su obra, él mismo la siga llevando a cabo, transformándolas cada día más en Hostias Vivas. Y que ustedes, siguiendo a Jesús por el camino de Madre Berenice, encuentren su felicidad en conocer y realizar la Voluntad de Dios. Así sea.
5 comentarios:
Qué así sea ❤️🙏!
Que Dios las bendiga en su entrega total a su amor y servicio de sus semejantes.
Hermana Silvana querida uruguaya, un fuerte abrazo de luz.
Hta Jeidy Johana Ruidiaz Barandica
Mis htas felicidades por dar un paso más en la vida religiosa que el señor continúe caminando con ustedes en su perseverancia y fidelidad y que ese si que dieron sea para toda la vida
Desde Uruguay,y mas especificamente desde Parroquia Ntra.Sra.del Perpetuo Socorro de la Ciudad de Barros Blancos,envio un muy afectuoso saludo,Bendiciones y Felicitaciones,a Silvanita que la conocimos cuando fue presentada a la Comunidad como aspirante ala Comunidad Religiosa de las Hermanitas de la Anunciacion,en la Capilla San Alfonso.Siempre estuviste presente en mis oraciones🙏.Que gran Alegria verte hoy haciendo tus primerosvotos.QUE EL SEÑOR TE COLME DE SUS GRACIAS YMARIA NUESTRA BUENA MADRE TE CUBRA CON SU MANTO 🙏Esther
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