sábado, 17 de octubre de 2009

Fiesta Diocesana (3) La Misa




Homilía de Mons. Heriberto Bodeant

Queridas hermanas, queridos hermanos,
aquí presentes, o participando de esta celebración a través de Radio María:

En esta fiesta diocesana, quiero darles en primer lugar el saludo de nuestro segundo Obispo emérito, Mons. Luis del Castillo, que los recuerda con cariño. Mons. Luis con su salud muy recuperada está trabajando activamente al servicio de la Conferencia Episcopal y atendiendo los fines de semana una parroquia de Maldonado.

A nuestro primer Obispo emérito, Mons. Roberto, ¡lo tenemos aquí, entre nosotros!

Tenemos también hoy la presencia de un sacerdote que se está despidiendo del Uruguay. Ha cumplido este año sus 25 años de ordenación sacerdotal. Vuelve ahora a su diócesis, para hacerse cargo de una parroquia y de una radio… y al decir radio, les estoy dando una pista… durante los últimos años, ha sido el director de Radio María Uruguay: el P. Mario Taborda. ¡Muchas gracias, Padre Mario!

Hoy, desde las dos de la tarde, las cinco parroquias de la ciudad de Melo han recibido a las comunidades hermanas del resto de la diócesis. Nos hemos encontrado, hemos compartido vivencias y esperanzas, creciendo en la comunión y en el afecto.

Vinimos después en procesión hasta la plaza de la catedral, portando diferentes imágenes de la Madre de Jesús, porque no sólo venimos a visitar aquí a la Virgen sino que sabemos que ante todo, es ella quien nos visita.

Hemos escuchado testimonios de vida cristiana en nuestra diócesis, testimonios que nos hablan de vida, de transformación, de preocupación y solidaridad con los hermanos, con los heridos del camino en nuestros días: la comunidad de La Charqueada, la Fazenda de la Esperanza, la obra social San Juan de Río Branco.

Todo eso matizado con las canciones de Yanina, el grupo Legados, la murga infantil del Centro Social San Martín. Y el Obispo también estuvo entreverado por ahí.

Y ahora, estamos en la culminación de nuestra fiesta, celebrando la Eucaristía.

El Evangelio nos trae el relato de la Visitación. María, en cuyo seno ha comenzado a gestarse el Hijo de Dios, visita a Isabel, su prima, que ya está en su sexto mes de embarazo, esperando al que será Juan el Bautista. Contemplemos a estas dos mujeres, la visitante y la visitada, y aprendamos de sus actitudes.

Vamos a detenernos, en primer lugar, sobre la que recibe la visita: Isabel.
¿Qué sucede cuando alguien nos visita? ¿Qué es lo que hace que una visita sea realmente grata?
Una visita puede ser esperada o inesperada.
En el mundo de hoy, no parece haber mucho lugar para las sorpresas, para las cosas no planificadas.
Cuando alguien nos anuncia con tiempo su visita, podemos prepararnos a recibirlo en nuestra casa o incluso irlo a esperar a dónde llegue. Podemos disponer nuestra casa de la mejor forma, preparar bien lo que queremos ofrecerle.
Cuando la visita llega sin avisar, o nos avisa con una llamada desde la Terminal, diciendo “vení a buscarme”... nos puede complicar la vida. No dejamos de sentir cierta incomodidad... Tenemos que entrar en gastos imprevistos…
Pero lo que verdaderamente cambia el significado de una visita, lo que la hace realmente grata, no es que sea esperada o inesperada, sino, sobre todo, que sea una visita deseada. Que sea la llegada, anunciada o no, de alguien a quien deseamos recibir, a quien queremos recibir.
Deseamos la visita de alguien, cuando esa persona que viene es especialmente valiosa para nosotros.
Valiosa, porque esperamos mucho de ella, porque es alguien que nos puede trasmitir un saber, o que de un modo u otro siempre nos ayuda, o nos ha ayudado... O, lo mejor de todo, porque simplemente es alguien a quien queremos mucho.
Cuando llega esa visita deseada, es un verdadero acontecimiento.
El hecho de que llegue habiendo avisado o de sorpresa, pasa a un segundo plano.
Se deja todo de lado para recibirla. La alegría de su llegada compensa cualquier inconveniente.

Es muy posible que María haya llegado a la casa de Isabel sin avisar. ¿Cómo podría haberlo hecho? Simplemente, María fue hasta allí.
Las palabras de Isabel al recibirla son de humildad y de sorpresa, como lo expresan esas palabras suyas que hemos cantado “¿Quién soy yo, quién soy yo, que me visita la madre de mi Señor?”

En todo caso, Isabel nos enseña a recibir la visita de María:
- Isabel recibe la visita de María como un verdadero regalo, totalmente inmerecido: “¿Quién soy yo...?
- Con humildad, Isabel se coloca en segundo plano, y da toda su importancia a María.
- Con fe, reconoce a María como la madre del Señor
- Deja que la alegría la invada, la inunde, y se comunique al niño que ella lleva en su seno, al futuro Juan Bautista.

Por otra parte, Isabel no se complica en lo más mínimo. No le escuchamos decir frases como “Ay, justo ahora, que tengo que hacer quietud y no te puedo atender bien” o “Perdoná que la casa esté desarreglada”. Isabel habla. Sus palabras son sencillas, pero el Evangelio nos dice que habla “llena del Espíritu Santo”.

Isabel, pues, no sólo se deja invadir por la alegría, sino que se deja guiar por el Espíritu Santo.
De esta forma, Isabel aparece como un modelo para la Iglesia que recibe.
Isabel, recibiendo a María que llega de visita, es el modelo para toda comunidad que quiera abrir sus puertas, recibir a los hermanos y hermanas y a todo el que llega.

Una comunidad a la que llegan personas, una comunidad que recibe visitas, las recibe cuando es una comunidad que atrae. El Papa Benedicto XVI dijo en Brasil, en el año 2007, que “La Iglesia crece, no por proselitismo, sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”.

La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).
Una Iglesia que atrae, una Iglesia que quiere recibir a los demás, es, ante todo, una comunidad unida, una comunidad que celebra festivamente, una comunidad que vive y profundiza su fe.
Pero es también una comunidad que se prepara para recibir: que tiene, por ejemplo, un Ministerio de la Bienvenida, ministerio del que se siente responsable toda la comunidad. Un grupo o movimiento de Iglesia que atrae está abierto a nuevos miembros, los recibe. Una Comunidad Eclesial de Base que atrae le ofrece un lugar al que llega, le hace sentir que se le esperaba, aunque nadie lo conociera todavía.

La Iglesia que recibe al que llega valora su visita como un regalo de Dios.
La llegada de otros es motivo de alegría.
¡Qué hermoso que nuestras comunidades puedan recibir con alegría, como Isabel, al hermano o la hermana que nos visitan! ¡Qué hermoso que esas personas que se acercan a nuestras comunidades buscando la presencia del Señor, aunque lleguen sin avisar, aunque ese encuentro no esté en la agenda, se sientan recibidas y valoradas!

Vamos ahora a colocarnos en el lugar de la que sale de visita, en el lugar de María.
¿Qué es lo que la lleva a salir de visita?
María ha recibido en su casa un mensaje. El mensaje que ha recibido María es bueno; realmente, muy bueno. Es una buena noticia: lo que en la Biblia se llama Evangelio: la Buena Noticia.
La Buena Noticia es que ella va a ser la madre del Salvador largamente anunciado y esperado.
María recibe ese mensaje, que la compromete, con confianza y total disponibilidad: “He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Junto a ese mensaje, a ese Evangelio que la ha sido anunciado a María, viene otro mensaje; secundario, pero también importante: su prima Isabel, que no podía tener hijos, está en su sexto mes, porque “nada es imposible para Dios”.
Oído esto, María se pone en camino.

María va a visitar a Isabel para compartir el mensaje que ha recibido.
Va a llevarle la buena noticia de Jesús, y a alegrarse con la buena noticia que Isabel ya tiene.
María se pone en camino sin demora, inmediatamente.
Es un camino de montaña, un camino por el que hay que subir, por lo tanto, dificultoso.
Pero el encuentro bien vale el esfuerzo.
Pero María no va solamente “de visita”. Isabel está en su sexto mes, y no es una jovencita. Posiblemente ese embarazo reclame cuidados especiales, reposo, quietud. María, servidora del Señor, va a ponerse al servicio de su prima en esos tres meses que faltan para el nacimiento de Juan Bautista.

De esta forma María, es modelo de una Iglesia misionera, una Iglesia que no sólo espera al que llega, sino que sale al encuentro de los demás, para compartir la Buena Noticia.
Los Obispos latinoamericanos, reunidos en el Santuario de Nossa Senhora Aparecida en el Brasil hace dos años, nos hablaban de la necesidad de una “conversión pastoral” de nuestras comunidades. Así nos decían:

“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (...) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro.

Así vemos a María misionera, modelo de una Iglesia misionera:
Ella es la madre que sale al encuentro de sus hijos, a llevarles la Buena Noticia, a llamarlos, a invitarlos, a reunirlos.
Ella es la servidora del Señor, que se pone al servicio de los hombres con generosidad, con disponibilidad.

¡Qué hermoso que desde nuestras parroquias, nuestros grupos y comunidades, cada día más salgamos al encuentro de nuestros hermanos, llevando esta presencia de María!

¡Qué hermoso que les hagamos presente una Iglesia que no los olvida ni los abandona, precisamente cuando más necesitan esa presencia, en los momentos de enfermedad y de duelo, en los momentos de conflictos familiares, en las situaciones más desesperadas!

¡Qué hermoso que todos los fieles cristianos sintamos que ésa es nuestra misión, que todos somos Iglesia, que todos formamos la Iglesia que atrae y recibe, la Iglesia que sale al encuentro!
Que la Santísima Virgen, aquélla que el Señor nos entregó como madre, a cuyo cuidado nos confió, nos cubra con su manto.

Que su amor de madre nos anime, nos fortalezca, nos ayude a vivir como una verdadera familia de hermanos, una familia que atrae.

Que su presencia de Servidora nos haga disponibles y diligentes para recibir a quienes llegan, y a salir presurosos al encuentro de quienes esperan que alguien les lleve la palabra de Vida, de Amor y de Esperanza. Así sea.

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