domingo, 20 de diciembre de 2009

Ordenación diaconal de Wilson Zapata (2) Homilía de Mons. Heriberto






Luego de la proclamación del Evangelio, cantado por uno de los diáconos presentes, Wilson es llamado y presentado por el párroco de Nuestra Señora de las Victorias, P. Fernando Palacio.
El P. Fernando lee la evaluación de Wilson realizada por el Consejo de Presbiterio de Melo, recomendando al Obispo la ordenación de Wilson.
El P. Álvaro Mejía, formador y testigo del camino vocacional de Wilson da también su testimonio favorable.
Mons. Heriberto se dirige entonces a la asamblea y en particular al ordenando en estos términos.

Homilía de Mons. Heriberto Bodeant,
obispo de Melo,
en la ordenación diaconal de
Wilson Zapata

Queridas hermanas, queridos hermanos,

Ante todo quiero expresar mi agradecimiento a Mons. Alberto Giraldo Jaramillo, arzobispo de Medellín, por permitirme realizar esta ordenación diaconal en su Iglesia diocesana. Agradezco también al P. Fernando Palacio, párroco de Nuestra Señora de las Victorias, por abrirnos las puertas de su templo parroquial para que un hijo de esta comunidad reciba esa ordenación. Mi gratitud también al maestro de ceremonias, P. Diego Uribe, delegado para la liturgia de la Arquidiócesis de Medellín, por su delicada y cuidadosa preparación de esta ceremonia. Agradezco muy especialmente al P. Álvaro Mejía, testigo de la vocación y activo protagonista de la formación del futuro diácono.

El acontecimiento que estamos viviendo me trae el inmediato recuerdo de estas palabras del libro del Génesis:

“Deja tu casa... anda a la tierra que Yo te mostraré... te bendeciré... y tú serás una bendición” (Génesis 12,1-2).

Esa promesa de Dios, recibida con fe por Abraham, abre la historia de los creyentes en el único Dios. Creyendo en la promesa de Dios, Abraham se hace padre de los creyentes.
Estamos en el Adviento, el tiempo en que recordamos las promesas del Señor y, sobre todo, celebramos su cumplimiento en la Encarnación y el Nacimiento de su Hijo, hecho hombre para salvarnos.

Así, en el primer versículo de la primera lectura del primer domingo de este Adviento, el Señor nos declaró, por boca del profeta Jeremías: “Llegarán los días […] en que yo cumpliré la promesa que pronuncié”.

En el último versículo de la última lectura de este último domingo de Adviento, el último versículo del Evangelio que se acaba de proclamar, escuchamos a Isabel, quien llena del Espíritu Santo proclama a la Santísima Virgen feliz “por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

Así, este Adviento nos ha llevado, a través de estos cuatro domingos, desde el anuncio del cumplimiento de una promesa del Señor, a la verificación de que esa promesa se ha cumplido.
Esto nos dice algo muy importante: ¡Dios es fiel! ¡El Señor cumple sus promesas!

¡La venida de Jesucristo fue anunciada por los profetas y Jesucristo vino! Su segunda venida es anunciada por el Señor: ¡Jesucristo vendrá! Como lo afirmamos en el Credo: “de nuevo vendrá con Gloria / para juzgar a los vivos y a los muertos / y su Reino no tendrá fin”.

Entre esa primera y esa última, definitiva venida, Jesucristo “viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” [Prefacio de Adviento II].

Si creemos esto, podemos leer desde la fe el significado de este acontecimiento en el que un hombre joven se pone a entera disposición del Señor, para servirlo sirviendo a sus hermanos como diácono.

Wilson, lo mismo que Abraham, escuchó el llamado y la promesa del Señor, y salió de su casa, rumbo a una tierra desconocida. El Uruguay lo esperaba, y dentro de él, los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres: la diócesis de Melo.

Esos nombres un poco extraños comenzaron a hacérsele familiares. El Cerro resultó por cierto largo, pero no muy alto, en esta tierra donde las alturas mayores rondan apenas los 500 m.
Los Treinta y Tres resultaron treinta y tres hombres que, en 1825, se jugaron por la causa de la independencia del Uruguay. Los mismos que pusieron bajo la protección de una pequeña y hermosa imagen de la Virgen la patria naciente, imagen que desde entonces fue conocida como “la Virgen de los Treinta y Tres” y es la patrona del Uruguay.

Lo mismo que a Abraham, le tocó a Wilson deambular por esa tierra que le había sido prometida. Recaló así en otro Cerro, no Largo sino Chato, en el más lejano rincón de la diócesis. Allí se ganó el respeto y cariño de todos por su sencillez y su cercanía, relacionándose, en la actitud de Jesús Buen Pastor, con los niños, con los jóvenes, con los mayores, con las familias de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús.

De esa parroquia de pueblo fue llamado luego a Nuestra Señora del Carmen, en la ciudad de Melo, donde se movió entre el centro y los barrios, cumpliendo satisfactoriamente los servicios pastorales que se le confiaron.

El Consejo de Presbiterio evaluó positivamente el camino recorrido por Wilson, y junto con el Obispo se decidió abrirle la posibilidad de que pidiera ser ordenado diácono. Nada demoró Wilson en presentar su pedido, y aquí estamos, en esta tierra y en esta comunidad de las que salió un día, para realizar y celebrar este paso decisivo en su vida.

La promesa de Dios a Abraham no era únicamente la de una nueva tierra donde vivir. Dios le dijo también: “te bendeciré... y tú serás una bendición”.

Al recibir el Sacramento del Orden en el grado de Diácono, Wilson comienza a experimentar esa segunda parte de la promesa. El Señor lo bendice, lo consagra, lo hace suyo, para hacerlo bendición. Bendición para un pueblo que necesita de la presencia de los Ministros del Señor: servidores que anuncien su Palabra, que lo entreguen en sus Sacramentos, que animen la comunión y la misión.

Querido Wilson: el Señor te ha llamado, tú has respondido. El Señor te ha dado su promesa, tú has creído en ella. Unido a Jesús desde tu bautismo, puedes decir ahora con Él: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Y esto, has de decirlo y repetirlo siempre con Él, siempre unido a Jesús, porque sin Él, nada podemos hacer. Unidos a Él, en cambio, frente a todas nuestras debilidades, frente a nuestras insuficiencias y aún frente a nuestras infidelidades, su amor nos sostendrá. Wilson, como dice el salmista: “Confía en el Señor, sé valiente. Ten ánimo, confía en el Señor” [Salmo 26].

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