viernes, 25 de diciembre de 2009

Feliz Navidad


Queridos amigos de este blog:
¡Que tengan Uds. una muy Feliz y Santa Navidad!

De los Sermones de san León Magno, papa

Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy;

alegrémonos.

No puede haber, en efecto,
lugar para la tristeza,
cuando nace aquella vida que viene a destruir
el temor de la muerte y a darnos la esperanza
de una eternidad dichosa.

Que nadie se considere
excluido de esta alegría,

pues el motivo de este gozo es común para todos;
nuestro Señor, en efecto,
vencedor del pecado y de la muerte,
así como no encontró a nadie libre de culpa,
así ha venido para salvarnos a todos.

Alégrese, pues, el justo,
porque se acerca a la recompensa;
regocíjese el pecador,
porque se le brinda el perdón;
anímese el pagano,
porque es llamado a la vida.

Al llegar el momento dispuesto de antemano por los
impenetrables designios divinos, el Hijo de Dios quiso
asumir la naturaleza humana para reconciliarla con su
Creador; así el diablo, autor de la muerte, sería vencido
mediante aquella misma naturaleza sobre la cual él mis-
mo había reportado su victoria.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo:

Gloria a Dios en el cielo,

y proclaman:

y en la tierra paz
a los hombres
que ama el Señor.

Ellos Ven, en efecto,
que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de
todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de
alegrarse la pequenez humana ante esta obra inenarrable
de la misericordia divina,
cuando incluso los coros sublimes de los ángeles
encontraban en ella un gozo tan intenso?

Demos, por tanto, amadísimos hermanos, gracias a
Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo,
pues, por la inmensa misericordia con que nos amó, ha
tenido piedad de nosotros y, cuando estábamos muertos
por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo, para que
fuésemos en él una nueva creatura, una nueva obra de
sus manos. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo y
de sus acciones y, habiendo sido admitidos a participar
del nacimiento de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, oh cristiano,
tu dignidad

y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina,
no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada.
Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro.
Ten presente que has sido arrancado
del dominio de las tinieblas
y transportado al reino y a la claridad de Dios.

Por el sacramento del bautismo
te has convertido en
templo del Espíritu Santo;
no ahuyentes, pues, con acciones pecaminosas
un huésped tan excelso, ni te entregues otra vez
como esclavo del demonio, pues

el precio con que has sido comprado
es la sangre de Cristo.


Natividad del Señor, Oficio de Lecturas, Segunda lectura.

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