La parábola de los viñadores (Mt 20,1-16) nos habla de un lugar donde los jornaleros esperan a ser contratados, a donde acude el propietario de la viña.
Un lugar así se encuentra en la esquina de Arrow y Grove, en la ciudad californiana que lleva el pintoresco nombre de Rancho Cucamonga (180.000 habitantes, 28% "hispanos").
En esa esquina, trabajadores mexicanos, centroamericanos y de algún otro país de América Latina van todos los días con la esperanza de conseguir un trabajo. Algunos, simplemente para limpiar un terreno. Otros, que conocen algún oficio, hacen reparaciones eléctricas o sanitarias. Algunos llegan a ser conocidos por la gente que viene directamente a contratarlos. A veces se abusa de ellos. Ha sucedido que han llevado un grupo a limpiar un predio en un lugar alejado y desolado y, cuando terminan, nadie aparece para pagarles el trabajo y volverlos a la ciudad. También ha sido denunciado intentos de prostituirlos.
Los vecinos no siempre ven con benevolencia esa presencia. Uno de ellos llegó a cortar un árbol que les daba sombra. Algunos, aún más hostiles, han manifestado frente a ellos intimándolos a no volver por allí. Se les ha denunciado por trabajar "en negro". Sin embargo, allí siguen, en la lucha y la esperanza por abrirse un camino para sí y para sus familias en este país rico en oportunidades.
Hasta esa esquina llegué acompañando al Obispo auxiliar de San Bernardino, Mons. Rutilio del Riego, un Cooperador diocesano español que hace ya varias décadas vive en los EE.UU. Mons. Rutilio viene a presidir una oración en memoria de un jornalero chileno muerto hace poco, que se distinguió por su solidaridad y preocupación por la situación de todos. Un hombre que dejó su familia en Chile, pero que, antes de morir, tuvo la satisfacción de ver a su hija menor graduada en la Universidad. Tanto el Obispo como los jornaleros tuvieron palabras muy cálidas en memoria de ese buen compañero y amigo.
+ Heriberto
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