sábado, 25 de junio de 2011

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en Melo









Las cinco parroquias de la ciudad de Melo se unieron hoy para celebrar la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. La celebración se inició con la Misa en la Catedral, a las 15:30, presidida por nuestro Obispo, Mons. Heriberto y con la participación del Clero de la ciudad y la presencia de numerosos fieles. Al concluir la Eucaristía, se inició la Procesión con el Santísimo Sacramento por calle Aparicio Saravia, hasta la parroquia Nuestra Señora del Carmen, donde el Obispo impartió la bendición  con el Santísimo.

Homilía de Mons. Heriberto

Celebrar esta solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos invita a contemplar y adorar a Cristo hecho para nosotros Pan de Vida y Bebida de Salvación.
Cuando nos acercamos a comulgar, a recibir ese Santísimo cuerpo de Cristo nos unimos a Él de una forma muy especial. Lo recibimos en nosotros mismos, en nuestro interior. Sabemos que no es un alimento común, aunque tenga el gusto de la harina de trigo con que fue preparado. Cuando comemos un alimento común, nuestro organismo lo asimila. Eso sucede con el pan de nuestra mesa, los vegetales, la carne: son transformados en nuestro organismo en lo que somos nosotros, en todo lo que compone nuestro cuerpo: huesos, músculos, nervios... Eso es la asimilación.
Pero cuando recibimos a Jesús, Pan de Vida, "comida verdadera" sucede algo distinto, porque es Él quien nos asimila. Nosotros lo comemos, pero no lo transformamos en lo que somos nosotros. Es Él quien nos transforma en lo que Él es, es decir nos asimila. Recibir el Santísimo Cuerpo de Cristo nos une a Él para transformarnos en el mismo Cristo.
Esa inmensa fuerza transformadora, que es la Gracia, el Amor de Dios, que no merecemos y que recibimos como regalo, nos es entregada de distintas formas, algunas muy misteriosas, que sólo Dios conoce. Pero sabemos que hay un camino seguro para recibirla, y es cada vez que recibimos el Cuerpo de Cristo. Por eso necesitamos recibir la Eucaristía y por eso necesitamos también recibirla adecuadamente preparados. La primera vez a través de una catequesis adecuada, que forme nuestra fe. Y luego, no sólo con el Sacramento de la Reconciliación, la confesión, sino también con la oración que prepara el corazón para el encuentro.
Esa unión tan personal, tan íntima, que es ofrecida a cada uno de nosotros tiene otra dimensión que está expresada en la palabra “comunión”: común – unión. Al recibir la Eucaristía, al unirme a Cristo, me uno en Él a todos los hermanos y hermanas que lo reciben. Él nos asimila a todos, nos hace parte suya, nos hace miembros de su Cuerpo. Como lo expresa San Pablo: "aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, por que todos comemos del mismo pan".
Hace quince días celebramos el acontecimiento de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente. El domingo pasado celebramos el gran misterio de la Santísima Trinidad. Ahora celebramos el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Esas tres solemnidades están profundamente relacionadas. Con la venida del Espíritu Santo nos asomamos al misterio de Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por eso pasamos de Pentecostés a la Santísima Trinidad. Contemplamos a la Trinidad, eterna comunión de amor de las tres personas divinas… y hoy, contemplamos el Cuerpo de Cristo, con el que nos hacemos uno para entrar en esa comunión eterna de la Santísima Trinidad.
Es que para comprender y vivir la comunión, tenemos que entrar en el corazón de la unión de Jesús con el Padre. “El Padre y yo somos uno”, dice Jesús. Y eso no expresa solamente sentimientos. El amor que une al Padre y al Hijo, que no es otro que el espíritu de amor, el mismísimo Espíritu Santo no es únicamente un sentimiento, humanamente hablando. El Padre ama al Hijo dándole la vida; el Hijo ama al Padre dándose totalmente a Él, poniendo su vida en sus manos. En la vida terrena del Hijo, en la vida de Jesús, esa entrega del Hijo al Padre se da cada día, desde su encarnación, hasta que culmina en la cruz. A cada momento Jesús está recibiendo la vida del Padre y entregándole su vida. Cada uno de los grandes o pequeños gestos de Jesús está lleno de su amor y su entrega al Padre, que se hace entrega a la humanidad… curando, sanando, perdonando, consolando e incluso reprendiendo y corrigiendo, Jesús entrega su vida al Padre. La Cruz es el momento en que esa entrega de toda la vida se hace total.
En la última cena, Jesús anticipa esa entrega de su cuerpo, que va a ser crucificado, de su sangre, que va a ser derramada, dándose a sus discípulos bajo la forma del pan y del vino, para que ellos participen desde ese momento de su entrega y de todo lo que la Pascua de Jesús va a significar.
Así nosotros estamos llamados a vivir nuestra unión con Jesús: unidos con Él al Padre, en el Espíritu Santo. Unidos, no sólo por un sentimiento, sino por un Amor que se hace obra, que se hace acción. Convertidos, como discípulos de Jesús, en miembros de su cuerpo, para ser su boca, que sigue predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; para ser sus manos, que siguen multiplicando el pan para los hambrientos, sanando las heridas de los heridos del camino, perdonando las ofensas, bendiciendo aún a quienes nos persigan; para ser sus pies, que siguen recorriendo tras Él los caminos de la misión; para ser, en definitiva, su corazón, que sigue amando, que sigue dándose al Padre y a los hermanos.
Vamos a continuar nuestra Misa; vamos a recibir a Jesús y vamos luego a salir, llevándolo por las calles de Melo, adorándolo, alabándolo, caminando junto a Él, expresando la alegría de saber que siempre, cada día, también Él camina con nosotros.
Que este caminar juntos, siguiendo a Jesús sacramentado sea expresión de nuestra unión con Él, de nuestra unión en Él, de nuestro camino de comunión como Iglesia diocesana, comunión misionera. Así sea.

No hay comentarios: