Homilía del Obispo de Canelones.
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Estamos reunidos esta mañana para recibir al nuevo párroco de Pando. El P. Luis Eduardo Ríos no es para esta comunidad un desconocido, aunque su presencia aquí fue en sus tiempos de seminarista, hace ya unos cuantos años… Fue también en esta iglesia parroquial donde recibió la ordenación sacerdotal el 28 de mayo de 1995. Así pues, dentro de tres años, él espera poder celebrar con ustedes sus 30 años de sacerdocio.
Él viene ahora para guiar y acompañar esta comunidad parroquial que tiene como patrona a María Inmaculada. Y no solo como patrona, sino como vecina pandense: aquí se dice que María fue la primera pobladora de Pando. Ocho años antes de que se formara el pueblo, ya estaba la capillita en honor de la Inmaculada Concepción de María, construida en 1780. El título de la capilla era expresión de la fe del Pueblo de Dios, sostenida por siglos hasta ser reconocida y declarada solemnemente como parte de nuestra fe católica por el Papa Pío Nono, en 1854: “que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción … en atención a los méritos de Cristo-Jesús”. Pocos años después de esa declaración, el 8 de diciembre de 1869 fue inaugurado el templo parroquial que hoy nos alberga.
En esta casa, casa de Jesús, casa de su Madre y Madre nuestra, estamos celebrando el primer domingo de Cuaresma. Nuevo tiempo litúrgico, nueva etapa de esta comunidad; siempre bajo el amparo de María.
Con ella, primera discípula misionera, nos sentimos llamados a seguir a Jesús y nos dejamos llevar por ese camino de la mano de su Madre.
Es un camino en el que encontramos en la vida familiar, laboral y social dificultades y tentaciones que, a veces, logran apartarnos de Jesús o, al menos, enlentecen o entorpecen nuestros pasos.
Es en la vida parroquial, en la comunidad, donde encontramos luces y fuerzas. No porque aquí estemos los más buenos, sino porque aquí está el que ha venido a buscar, a sanar y a salvar a los pecadores. Aquí está Jesús, en medio de nosotros, hablándonos desde su Palabra, que aclamamos como “Palabra del Señor”. Aquí está María que nos dice “Hagan lo que Él les diga”.
Aquí esta Jesús, en medio de nosotros, dándose como alimento en el Pan de Vida.
Para hacer presente a Jesús en la Eucaristía y para comunicar su perdón a través del sacramento de la reconciliación hemos sido llamados los sacerdotes. Para eso está el Padre Luis Eduardo; para eso estuvieron aquí el Padre Williams y el Padre Marcelo, así como quienes los precedieron y quienes vendrán después. La Eucaristía y la Reconciliación están en el centro de nuestra misión sacerdotal, porque en estos dos sacramentos se hace presente el mismo Jesús para perdonar, iluminar y alimentar a su pueblo.
La Iglesia, el Pueblo de Dios, la comunidad eclesial, no la forman solo los ministros ordenados, sino todos los bautizados. Los ministros, más bien, estamos al servicio del Pueblo de Dios, cada uno dedicado en forma especial a la comunidad que le ha sido confiada.
En este tiempo, el Papa Francisco nos ha invitado a reflexionar sobre algo que hace a la vida del Pueblo de Dios: nuestro caminar juntos. Hablamos de sínodo, sinodalidad, Iglesia sinodal. “Sínodo” significa “caminar juntos”. El modelo del caminar juntos lo encontramos en el libro del Éxodo, que presenta al Pueblo de Dios caminando en el desierto hacia la tierra prometida.
Nosotros caminamos como el nuevo Pueblo de Dios que peregrina hacia la Casa del Padre.
Caminar juntos significa no dejar a nadie atrás; saber esperar a los que van más despacio, ayudar a quienes tienen menos fuerzas. Caminar juntos significa dejar también que algunos se adelanten, que con la ayuda del Espíritu Santo exploren lo que está por venir, pero sin separarse al punto de perder contacto con el gran grupo de los que van a una marcha moderada y pareja.
Los pastores hacemos también parte de esa marcha. Como guías, en nombre de Jesús, pero también como parte del Pueblo fiel al que queremos escuchar y del que queremos aprender.
En el evangelio hemos escuchado el relato de las tentaciones de Jesús.
Las tres tentaciones tienen el mismo fin: apartar a Jesús de su misión. Las tres son, por supuesto, engañosas. Pero hay una de ellas que me parece la más terrible de todas, aunque, al mismo tiempo, podríamos decir que es aquella en la que el tentador “se saca la careta”, es decir, él mismo se desenmascara, mostrando la mayor y peor de sus pretensiones: tomar el lugar de Dios.
Miremos antes las otras dos tentaciones.
Cuando el demonio le propone a Jesús transformar una piedra en pan, le está sugiriendo algo que Jesús podría hacer por él mismo, tal como más adelante cambiará el agua en vino o multiplicará panes y peces.
Cuando le dice de tirarse de lo alto del templo y ser recogido por los ángeles, el tentador está dejando lugar a la acción de Dios.
Pero cuando Satanás le ofrece a Jesús el poder y los reinos de la tierra, le pide algo francamente alevoso:
«Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos (…) si tú te postras delante de mí…»
La respuesta de Jesús es contundente:
«Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Postrarse… postrarse es un acto de una gran intensidad, que involucra toda la persona, todo su cuerpo, su mente, su alma. Es tenderse en el suelo, boca abajo, y permanecer allí durante cierto tiempo. Es expresión de humildad. Es el mayor gesto corporal de adoración.
La postración forma parte del sacramento del orden: aquí mismo estuvo postrado, en su momento, el Padre Luis Eduardo. Mientras el ordenando yace se cantan las letanías, invocando a los santos y santas como intercesores por el nuevo ministro y por todo el pueblo de Dios.
La postración es también parte del ritual del Viernes Santo y la realiza el celebrante frente al altar, después de entrar a la celebración en medio del silencio de la asamblea.
«Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Dentro de instantes, el Padre Luis Eduardo va a renovar sus promesas sacerdotales, las promesas que hizo en su ordenación. Es su compromiso con el Señor que lo eligió y lo llamó para servir a Dios y a sus hermanos. Es un acto de libertad y, al mismo tiempo, es ponerse nuevamente confiado en las manos del Padre Dios que lo llamó a este ministerio por medio de su Hijo y de la Iglesia.
Hagamos ahora un momento de silencio y oremos por el Padre Luis Eduardo y por la parroquia de la Inmaculada Concepción de Pando. Que este tiempo de Cuaresma que la comunidad y el párroco están iniciando juntos los ayude a todos a acercarse al Señor cada día más como verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad. Así sea.
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