viernes, 11 de marzo de 2022

“Este es mi Hijo, el elegido, escúchenlo” (Lucas 9, 28b-36). II Domingo de Cuaresma.

Avanzamos en la Cuaresma y el evangelio nos presenta hoy el episodio conocido como la “transfiguración”. Es una palabra extraña, que nos llega desde el evangelio. Aunque se puede aplicar a otra realidad, no es fácil entenderla sin referencia a este pasaje bíblico.
El relato de Lucas tiene muchas resonancias de otros pasajes de la Palabra de Dios y también de su propio evangelio. Vamos a leerlo de a poco.

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
Pedro, Santiago y Juan son los tres discípulos que se asombraron por la pesca milagrosa, al comienzo del evangelio (Lucas 5,10).
Junto con Andrés, ellos hacen parte de los cuatro primeros llamados.
Pedro, Santiago y Juan serán los únicos que entren con Jesús a la casa de Jairo, cuya hija acaba de morir. Ellos verán a Jesús devolverle la vida (Lucas 8,51).
En el evangelio de Mateo, son ellos tres quienes acompañarán a Jesús más de cerca en su oración en el Huerto de los Olivos (Mateo 26,37)
Ahora (9,28) son ellos tres los que lleva Jesús a la montaña, lugar privilegiado para vivir una experiencia de Dios.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.
Ese cambio de aspecto es la transfiguración. En su camino hacia la Pasión, este momento es como un remanso, en el que estos discípulos, especialmente cercanos a Jesús, vislumbran la realidad profunda de su Maestro. Es una imagen anticipada del resucitado que les hace asomarse al misterio de Dios presente en su Hijo.
Dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Moisés y Elías representan, respectivamente, la Ley y los Profetas, es decir, la Palabra de Dios tal como la conocían los israelitas. Hablan de la partida de Jesús: se refieren a su muerte y resurrección. La Ley y los Profetas, el conjunto que llamamos Antiguo Testamento prepara la venida de Jesús. Al final del evangelio de Lucas es el mismo Jesús quien hace notar esas referencias a los discípulos de Emaús:
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. (Lucas 24,27)
¿Cómo vivieron esta experiencia los discípulos? Llama la atención que “tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos”. Sucede a veces que el sueño nos invade en momentos de oración o de adoración ante el Santísimo. Tal vez sucede porque el cansancio normal que podamos tener se junta con un momento de distensión, de corte de las actividades que nos mantienen atentos y en movimiento. Los discípulos superan la prueba. Se mantienen despiertos y ven a Moisés y Elías revestidos de gloria; pero, más importante aún, vieron a Jesús participando también de la gloria de Dios, que es lo que expresa la transfiguración. Los discípulos quieren prolongar ese momento y Pedro propone armar tiendas para Jesús y los dos hombres. “El no sabía lo que decía”. Lo que acaba de ver supera su entendimiento.
Inmediatamente, hay un cambio de escenario:
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
El temor, aquí, es el profundo respeto ante lo sagrado. La nube es signo de la presencia de Dios. En el libro del Éxodo la nube aparece muchas veces como señal de Dios que va guiando a su pueblo. Pero Dios también ha puesto a un hombre, Moisés, al frente de su pueblo. Y para reforzar la confianza del pueblo en él, Dios le dice a Moisés:
«Yo vendré a encontrarme contigo en medio de una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo te hable. Así tendrá en ti una confianza a toda prueba». (Éxodo 19,9)
Ahora es otra vez, en medio de la nube, que Dios se hace oír. Y éstas son sus palabras:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.»
Ya no se trata de Moisés ni de Elías. Jesús no es uno más de los antiguos profetas: es el Hijo de Dios. Así lo manifiesta el Padre. Es a Jesús a quien hay que escuchar ahora: “escúchenlo”.
Al final del relato, queda Jesús solo. Ya no importan la montaña, la nube, ni siquiera la Ley y los Profetas: Jesús trae la palabra definitiva del Padre.
“en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo… Él es el resplandor de su gloria” (Hebreos 1,2-3)
Dos mil años de fe cristiana han producido un enorme patrimonio de historias, experiencias, imágenes, signos, ritos. Los sacramentos, las oraciones, las distintas corrientes de espiritualidad, las advocaciones y apariciones marianas, las vidas de santos y santas… podemos encontrar de todo y para todos los gustos; pero toda esa riqueza solo tiene sentido y cumple su finalidad si nos conduce al encuentro de Jesucristo. Sin Él, todo queda vacío. Con Él, todo se llena de su presencia.
Recemos juntos:
Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado,
alimenta nuestro espíritu con tu Palabra,
para que, después de haber purificado nuestra mirada interior,
podamos contemplar gozosos la gloria de su rostro.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Sábado 19 de marzo: San José

El próximo sábado celebraremos la solemnidad de San José, copatrono de la parroquia Santa María de los Ángeles y de una de las capillas de Progreso.
Nos dice el Papa Francisco: “José aparece como el custodio de Jesús y de María… con su vida, parece querer decirnos que siempre estamos llamados a sentirnos custodios de nuestros hermanos, custodios de quien se nos ha puesto al lado, de quien el Señor nos encomienda a través de muchas circunstancias de la vida.”

La formación de nuestros seminaristas

Nuestra diócesis cuenta con tres seminaristas, que muchos de ustedes conocen: Néstor, Sergio y Tomás. Su formación la hacen en el Seminario Interdiocesano Cristo Rey, en Montevideo, por donde hemos pasado casi todos los sacerdotes del clero secular del Uruguay.
El sábado 19 y domingo 20 se hará una colecta del Fondo Común Diocesano destinada, precisamente, a los gastos del Seminario.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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