Homilía del Obispo de Canelones
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Estamos reunidos ante el altar para celebrar al Señor, que se hace presente en medio de nosotros y, en ese marco, recibir al nuevo párroco de Canelones.
El P. Renzo llega desde Sauce para guiar y acompañar esta comunidad parroquial que tiene como patrona a Nuestra Señora de Guadalupe.
Estamos celebrando el primer domingo de Cuaresma. Nuevo tiempo litúrgico, nueva etapa de esta comunidad; siempre bajo el amparo de María. Con ella, primera discípula misionera, nos sentimos llamados a seguir a Jesús y nos dejamos llevar por ese camino de la mano de su Madre.
Es un camino en el que encontramos, en la vida familiar y laboral, en la vida de nuestra sociedad y en el mundo de hoy, pruebas y tentaciones que, a veces, logran apartarnos de Jesús o, al menos, enlentecen o entorpecen nuestros pasos. Frente a esas dificultades, quienes venimos a esta iglesia catedral, tenemos presentes las palabras de consuelo que encontramos al entrar, junto a la imagen de María: “¿Por qué te acongojas, hijo? ¿Acaso no soy tu Madre?”.
Es en la vida parroquial, en la comunidad, donde encontramos luces y fuerzas. No porque aquí estemos los más buenos, sino porque aquí está el que ha venido a buscar, a sanar y a salvar a los pecadores.
Aquí está Jesús, en medio de nosotros, hablándonos desde su Palabra, que aclamamos como “Palabra del Señor”. Aquí está María que nos dice “Hagan lo que Él les diga”.
Aquí esta Jesús, en medio de nosotros, dándose como alimento en el Pan de Vida.
Los sacerdotes hemos sido llamados, principalmente, para hacer presente a Jesús en la Eucaristía y para comunicar su perdón a través del sacramento de la reconciliación. Para eso está el Padre Renzo; para eso estuvo aquí el Padre Luis Eduardo, así como quienes los precedieron y quienes vendrán después. La Eucaristía y la Reconciliación están en el centro de nuestra misión sacerdotal, porque en estos dos sacramentos se hace presente el mismo Jesús para perdonar, iluminar y alimentar a su pueblo.
La Iglesia, el Pueblo de Dios, la comunidad eclesial, no la forman solo los ministros ordenados, sino todos los bautizados. Los ministros, más bien, estamos al servicio del Pueblo de Dios; cada uno de nosotros dedicado en forma especial a la comunidad que le ha sido confiada.
En este tiempo, el Papa Francisco nos ha invitado a reflexionar sobre algo que hace a la vida del Pueblo de Dios: nuestro caminar juntos. Hablamos de sínodo, sinodalidad, Iglesia sinodal. “Sínodo” significa “caminar juntos”. El modelo del caminar juntos lo encontramos en el libro del Éxodo, que presenta al Pueblo de Dios caminando durante 40 años, en el desierto, hacia la tierra prometida.
Nosotros, nuevo Pueblo de Dios, peregrinamos en esta vida hacia la Casa del Padre, hacia la Patria celestial.
Caminar juntos significa no dejar a nadie atrás; saber esperar a los que van más despacio, ayudar a quienes tienen menos fuerzas. Caminar juntos significa dejar también que algunos se adelanten, que con la ayuda del Espíritu Santo exploren lo que está por venir, pero sin separarse al punto de perder contacto con el gran grupo de los que van a una marcha moderada y pareja.
Los pastores hacemos también parte de esa marcha. Como guías, en nombre de Jesús, pero también como parte del Pueblo fiel al que queremos escuchar y del que queremos aprender.
En el evangelio hemos escuchado el relato de las tentaciones de Jesús.
Las tres tentaciones tienen el mismo fin: apartar a Jesús de su misión, romper su comunión con el Padre. Las tres son, por supuesto, engañosas. Pero hay una de ellas que me parece la más terrible de todas, aunque, al mismo tiempo, podríamos decir que es aquella en la que el tentador “se saca la careta”, es decir, él mismo se desenmascara, mostrando la mayor y peor de sus pretensiones: tomar el lugar de Dios.
Miremos antes las otras dos tentaciones.
Cuando el demonio le propone a Jesús transformar una piedra en pan, le está sugiriendo algo que Jesús podría hacer por él mismo, tal como más adelante cambiará el agua en vino o multiplicará panes y peces.
Cuando le dice de tirarse de lo alto del templo y ser recogido por los ángeles, el tentador está dejando lugar a la acción de Dios.
Pero cuando Satanás le ofrece a Jesús el poder y los reinos de la tierra, le pide algo francamente alevoso:
«Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos (…) si tú te postras delante de mí…»
La respuesta de Jesús es contundente:
«Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Postrarse… postrarse es un acto de una gran intensidad, que involucra toda la persona, todo su cuerpo, su mente, su alma. Es tenderse en el suelo, boca abajo, y permanecer allí durante cierto tiempo. Es expresión de humildad. Es el mayor gesto corporal de adoración.
La postración forma parte del sacramento del orden: se postra el que va a ser ordenado diácono, presbítero u obispo. Mientras el ordenando está postrado se cantan las letanías, invocando a los santos y santas como intercesores por el nuevo ministro y por todo el pueblo de Dios.
La postración es también parte del ritual del Viernes Santo y la realiza el celebrante frente al altar, después de entrar a la celebración caminando en silencio.
«Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Luego de la lectura de su nombramiento y de la firma del acta correspondiente, el Padre Renzo va a renovar sus promesas sacerdotales, las promesas que hizo en su ordenación. Es su compromiso con el Señor que lo eligió y lo llamó para servir a Dios y a sus hermanos. Es un acto de libertad y, al mismo tiempo, es ponerse nuevamente confiado en las manos del Padre Dios que lo llamó a este ministerio por medio de su Hijo y de la Iglesia.
Hagamos ahora un momento de silencio y oremos por el Padre Renzo y por la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Que este tiempo de Cuaresma que la comunidad y el párroco están iniciando juntos los ayude a todos a acercarse al Señor cada día más como verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad. Así sea.
Estamos reunidos ante el altar para celebrar al Señor, que se hace presente en medio de nosotros y, en ese marco, recibir al nuevo párroco de Canelones.
El P. Renzo llega desde Sauce para guiar y acompañar esta comunidad parroquial que tiene como patrona a Nuestra Señora de Guadalupe.
Estamos celebrando el primer domingo de Cuaresma. Nuevo tiempo litúrgico, nueva etapa de esta comunidad; siempre bajo el amparo de María. Con ella, primera discípula misionera, nos sentimos llamados a seguir a Jesús y nos dejamos llevar por ese camino de la mano de su Madre.
Es un camino en el que encontramos, en la vida familiar y laboral, en la vida de nuestra sociedad y en el mundo de hoy, pruebas y tentaciones que, a veces, logran apartarnos de Jesús o, al menos, enlentecen o entorpecen nuestros pasos. Frente a esas dificultades, quienes venimos a esta iglesia catedral, tenemos presentes las palabras de consuelo que encontramos al entrar, junto a la imagen de María: “¿Por qué te acongojas, hijo? ¿Acaso no soy tu Madre?”.
Es en la vida parroquial, en la comunidad, donde encontramos luces y fuerzas. No porque aquí estemos los más buenos, sino porque aquí está el que ha venido a buscar, a sanar y a salvar a los pecadores.
Aquí está Jesús, en medio de nosotros, hablándonos desde su Palabra, que aclamamos como “Palabra del Señor”. Aquí está María que nos dice “Hagan lo que Él les diga”.
Aquí esta Jesús, en medio de nosotros, dándose como alimento en el Pan de Vida.
Los sacerdotes hemos sido llamados, principalmente, para hacer presente a Jesús en la Eucaristía y para comunicar su perdón a través del sacramento de la reconciliación. Para eso está el Padre Renzo; para eso estuvo aquí el Padre Luis Eduardo, así como quienes los precedieron y quienes vendrán después. La Eucaristía y la Reconciliación están en el centro de nuestra misión sacerdotal, porque en estos dos sacramentos se hace presente el mismo Jesús para perdonar, iluminar y alimentar a su pueblo.
La Iglesia, el Pueblo de Dios, la comunidad eclesial, no la forman solo los ministros ordenados, sino todos los bautizados. Los ministros, más bien, estamos al servicio del Pueblo de Dios; cada uno de nosotros dedicado en forma especial a la comunidad que le ha sido confiada.
En este tiempo, el Papa Francisco nos ha invitado a reflexionar sobre algo que hace a la vida del Pueblo de Dios: nuestro caminar juntos. Hablamos de sínodo, sinodalidad, Iglesia sinodal. “Sínodo” significa “caminar juntos”. El modelo del caminar juntos lo encontramos en el libro del Éxodo, que presenta al Pueblo de Dios caminando durante 40 años, en el desierto, hacia la tierra prometida.
Nosotros, nuevo Pueblo de Dios, peregrinamos en esta vida hacia la Casa del Padre, hacia la Patria celestial.
Caminar juntos significa no dejar a nadie atrás; saber esperar a los que van más despacio, ayudar a quienes tienen menos fuerzas. Caminar juntos significa dejar también que algunos se adelanten, que con la ayuda del Espíritu Santo exploren lo que está por venir, pero sin separarse al punto de perder contacto con el gran grupo de los que van a una marcha moderada y pareja.
Los pastores hacemos también parte de esa marcha. Como guías, en nombre de Jesús, pero también como parte del Pueblo fiel al que queremos escuchar y del que queremos aprender.
En el evangelio hemos escuchado el relato de las tentaciones de Jesús.
Las tres tentaciones tienen el mismo fin: apartar a Jesús de su misión, romper su comunión con el Padre. Las tres son, por supuesto, engañosas. Pero hay una de ellas que me parece la más terrible de todas, aunque, al mismo tiempo, podríamos decir que es aquella en la que el tentador “se saca la careta”, es decir, él mismo se desenmascara, mostrando la mayor y peor de sus pretensiones: tomar el lugar de Dios.
Miremos antes las otras dos tentaciones.
Cuando el demonio le propone a Jesús transformar una piedra en pan, le está sugiriendo algo que Jesús podría hacer por él mismo, tal como más adelante cambiará el agua en vino o multiplicará panes y peces.
Cuando le dice de tirarse de lo alto del templo y ser recogido por los ángeles, el tentador está dejando lugar a la acción de Dios.
Pero cuando Satanás le ofrece a Jesús el poder y los reinos de la tierra, le pide algo francamente alevoso:
«Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos (…) si tú te postras delante de mí…»
La respuesta de Jesús es contundente:
«Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Postrarse… postrarse es un acto de una gran intensidad, que involucra toda la persona, todo su cuerpo, su mente, su alma. Es tenderse en el suelo, boca abajo, y permanecer allí durante cierto tiempo. Es expresión de humildad. Es el mayor gesto corporal de adoración.
La postración forma parte del sacramento del orden: se postra el que va a ser ordenado diácono, presbítero u obispo. Mientras el ordenando está postrado se cantan las letanías, invocando a los santos y santas como intercesores por el nuevo ministro y por todo el pueblo de Dios.
La postración es también parte del ritual del Viernes Santo y la realiza el celebrante frente al altar, después de entrar a la celebración caminando en silencio.
«Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Luego de la lectura de su nombramiento y de la firma del acta correspondiente, el Padre Renzo va a renovar sus promesas sacerdotales, las promesas que hizo en su ordenación. Es su compromiso con el Señor que lo eligió y lo llamó para servir a Dios y a sus hermanos. Es un acto de libertad y, al mismo tiempo, es ponerse nuevamente confiado en las manos del Padre Dios que lo llamó a este ministerio por medio de su Hijo y de la Iglesia.
Hagamos ahora un momento de silencio y oremos por el Padre Renzo y por la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Que este tiempo de Cuaresma que la comunidad y el párroco están iniciando juntos los ayude a todos a acercarse al Señor cada día más como verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad. Así sea.
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