Murillo: Curaciòn de un leproso
"Si los milagros realizados entre Uds. se hubieran hecho en Tiro y Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza” (Mt 11,21).
Duro pasaje del Evangelio. Duro por lo que significa para Jesús, que sufre una gran decepción ante la frialdad de aquellos que han tenido una atención privilegiada en su ministerio. Duro para esas ciudades, a las que maldice y amenaza del modo más fuerte: “te hundirás en el abismo”. Duro, por cierto, también para nosotros, hoy, en la medida en que tomemos en serio el mensaje del Evangelio, aún de este pasaje que, a primera vista, no parece ser “buena noticia”…
Sorprende un poco la decepción de Jesús. ¿Por qué espera tantos frutos de los milagros? Hoy se dice que para quien tiene fe, los milagros no son necesarios, y para quien no tiene fe, no son suficientes… Pero Jesús espera mucho. La conversión que espera no es el progreso de quien ya está en camino, el paso a una entrega mayor… Las alusiones a Tiro y a Sidón, a Sodoma, son alusiones a pecados graves, y los signos de la conversión son actitudes fuertes de penitencia, signo de arrepentimiento y pedido de perdón: cenizas, silicio…
Por otra parte, los milagros no pretenden imponer la fe. Son parte de la autocomunicación de Dios al hombre, comunicación que es siempre una llamada a su respuesta libre.
Si pensamos los milagros como “signos” (término que usa el Evangelio de Juan), podemos ir más allá de una definición de milagro del tipo “hecho sobrenatural”. ¿De qué es signo el milagro?
El milagro puede ser entendido como signo del poder de Dios, una manifestación del todopoderoso, del omnipotente.
¿Es esa manifestación de poder la que mueve a la conversión? El poder puede mover al temor, y el temor puede ponernos en ese camino, aunque ciertamente habrá que descubrir mucho más acerca de Dios para llegar a una verdadera conversión.
Pero el temor también puede despertar en el hombre la ilusoria ambición de participar de ese poder, de adquirirlo, utilizarlo, manipularlo. Negociar con el poder de Dios. ¿Qué le puedo dar para que me dé lo que yo quiero? ¿Qué tengo que hacer para que Él haga lo que yo quiero?
El milagro puede ser entendido también, y este es un mejor camino, como signo del Amor de Dios. Amor gratuito, amor que es Gracia, que es don, no el resultado de una negociación, de un intercambio, o de la recompensa por un mérito.
… Cencini señala que a los jóvenes de hoy les cuesta reconocer la gratuidad, reconocer el valor de lo que reciben en cuanto don. Reciben esos dones como si pensaran que es algo a lo que tienen una especie de derecho natural, algo que, simplemente, les corresponde. Eso puede suceder tanto en la relación con sus padres como en la relación con Dios. Si no se percibe que lo recibido es un verdadero don, no se lo agradece. El no reconocimiento de la gratuidad lleva a la ingratitud.
¿Qué significa todo esto para nosotros hoy? ¿Por dónde pasa nuestra conversión? Podemos recordar los momentos de conversión de nuestra vida. En ellos, ¿qué es lo que ha movido nuestro corazón reorientándolo hacia Dios?
Yo no creo que pueda ser otra cosa que descubrir o redescubrir, una y otra vez, los signos del amor de Dios, los regalos que nos hace cada día.
Incluso saber recibir como un regalo la posibilidad de unirse, a través del dolor y el sufrimiento, a la Pasión del Señor. La escuela de San Francisco sabe bien de eso. Los estigmas son un regalo, y así los reciben Francisco de Asís y Pío de Pietrelcina; pero no son un adorno. Son heridas. Algunos tienen la gracia de llevarlos, o de conocer otras formas de sufrimiento en profunda unión con Jesús, ofreciéndose con Él por la salvación del mundo.
Con estigmas o sin estigmas, con milagros o sin milagros, el Señor nos sigue manifestando y regalando cada día su amor.
Que nuestro corazón esté siempre abierto para reconocer sus dones y convertirnos cada vez más a Él.
Duro pasaje del Evangelio. Duro por lo que significa para Jesús, que sufre una gran decepción ante la frialdad de aquellos que han tenido una atención privilegiada en su ministerio. Duro para esas ciudades, a las que maldice y amenaza del modo más fuerte: “te hundirás en el abismo”. Duro, por cierto, también para nosotros, hoy, en la medida en que tomemos en serio el mensaje del Evangelio, aún de este pasaje que, a primera vista, no parece ser “buena noticia”…
Sorprende un poco la decepción de Jesús. ¿Por qué espera tantos frutos de los milagros? Hoy se dice que para quien tiene fe, los milagros no son necesarios, y para quien no tiene fe, no son suficientes… Pero Jesús espera mucho. La conversión que espera no es el progreso de quien ya está en camino, el paso a una entrega mayor… Las alusiones a Tiro y a Sidón, a Sodoma, son alusiones a pecados graves, y los signos de la conversión son actitudes fuertes de penitencia, signo de arrepentimiento y pedido de perdón: cenizas, silicio…
Por otra parte, los milagros no pretenden imponer la fe. Son parte de la autocomunicación de Dios al hombre, comunicación que es siempre una llamada a su respuesta libre.
Si pensamos los milagros como “signos” (término que usa el Evangelio de Juan), podemos ir más allá de una definición de milagro del tipo “hecho sobrenatural”. ¿De qué es signo el milagro?
El milagro puede ser entendido como signo del poder de Dios, una manifestación del todopoderoso, del omnipotente.
¿Es esa manifestación de poder la que mueve a la conversión? El poder puede mover al temor, y el temor puede ponernos en ese camino, aunque ciertamente habrá que descubrir mucho más acerca de Dios para llegar a una verdadera conversión.
Pero el temor también puede despertar en el hombre la ilusoria ambición de participar de ese poder, de adquirirlo, utilizarlo, manipularlo. Negociar con el poder de Dios. ¿Qué le puedo dar para que me dé lo que yo quiero? ¿Qué tengo que hacer para que Él haga lo que yo quiero?
El milagro puede ser entendido también, y este es un mejor camino, como signo del Amor de Dios. Amor gratuito, amor que es Gracia, que es don, no el resultado de una negociación, de un intercambio, o de la recompensa por un mérito.
… Cencini señala que a los jóvenes de hoy les cuesta reconocer la gratuidad, reconocer el valor de lo que reciben en cuanto don. Reciben esos dones como si pensaran que es algo a lo que tienen una especie de derecho natural, algo que, simplemente, les corresponde. Eso puede suceder tanto en la relación con sus padres como en la relación con Dios. Si no se percibe que lo recibido es un verdadero don, no se lo agradece. El no reconocimiento de la gratuidad lleva a la ingratitud.
¿Qué significa todo esto para nosotros hoy? ¿Por dónde pasa nuestra conversión? Podemos recordar los momentos de conversión de nuestra vida. En ellos, ¿qué es lo que ha movido nuestro corazón reorientándolo hacia Dios?
Yo no creo que pueda ser otra cosa que descubrir o redescubrir, una y otra vez, los signos del amor de Dios, los regalos que nos hace cada día.
Incluso saber recibir como un regalo la posibilidad de unirse, a través del dolor y el sufrimiento, a la Pasión del Señor. La escuela de San Francisco sabe bien de eso. Los estigmas son un regalo, y así los reciben Francisco de Asís y Pío de Pietrelcina; pero no son un adorno. Son heridas. Algunos tienen la gracia de llevarlos, o de conocer otras formas de sufrimiento en profunda unión con Jesús, ofreciéndose con Él por la salvación del mundo.
Con estigmas o sin estigmas, con milagros o sin milagros, el Señor nos sigue manifestando y regalando cada día su amor.
Que nuestro corazón esté siempre abierto para reconocer sus dones y convertirnos cada vez más a Él.
+ Heriberto
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