Fundación Elena Sapio, Nápoles
¿Qué dolor más grande puede haber para unos padres que perder un hijo, más aún, perderlo en la flor de la vida? El 1º de enero de 1989, una joven de 21 años llamada Elena Sapio, falleció sorpresivamente de lo que parecía un vulgar resfrío.
Veintiún años después, Aldo y Nietta, los padres de Elena, con la ayuda de varios benefactores y con un adecuado marco institucional, han ayudado y siguen ayudando a realizar numerosos proyectos en India, Zambia, Filipinas, Indonesia, Perú, Congo... y Uruguay. Actualmente se construye en Melo un internado y taller que se suma a la obra de la AUG en Villa Betania.
Hasta su casa en Nápoles llegamos hoy, a mediodía, sorteando los no pequeños riesgos del tráfico napolitano y sin dejar de admirar en el camino el majestuoso Vesubio. Aldo y Nietta son dos personas sencillas y afectuosas, que reciben con alegría las noticias de la marcha de los proyectos en Melo.
Luego del rico almuerzo, los dejamos sintiéndonos tocados por el espíritu de la Pascua, que transforma el dolor y la muerte en vida y alegría.
Emprendemos ahora el camino a San Giovanni Rotondo, al encuentro del Padre Pío.
¿Qué dolor más grande puede haber para unos padres que perder un hijo, más aún, perderlo en la flor de la vida? El 1º de enero de 1989, una joven de 21 años llamada Elena Sapio, falleció sorpresivamente de lo que parecía un vulgar resfrío.
"La muerte de una persona joven es desestabilizante", escribe la madre de Elena. "Recuerdo las veces que he compartido el dolor de otras familias en similares circunstancias y me he preguntado cómo es posible reaccionar y retomar la vida cotidiana. El momento preciso de la muerte de Elena ha generado la convicción de un corte neto entre pasado, presente y futuro. Insólitamente, el futuro se hace presente y el futuro pasado, pero de ahora en más este pasado no puede ser la continuación de un pasado que se ha vuelto remoto. Comienza una nueva era en nuestra vida: para siempre la presencia tangible de Elena. Elena, una vida vivida como don, con la alegría grande y espontánea de dar, de anteponer la felicidad de los otros a la propia.
Veintiún años vividos con amor, gastando la propia vida día a día, valen más que cien años vividos encerrado sobre sí mismo. ¿Y ahora? Ahora hay que seguir una huella, deseando que lo que esté en mi corazón no sea mi destrucción, sino una pequeña y gentil hada que indica un camino. Y también, con el convencimiento de que cada ser humano es nada, si no se siente parte de una humanidad que alternativamente sufre y goza, aunque para muchos sólo parecen estar reservados fatigas y sufrimientos. El dolor se lo vive siempre en primera persona: es mi dolor. ¿Y el dolor de una mamá que ve morir a su propio hijo porque no tiene nada para darle de comer? ¿Debe ser sólo su dolor? Elena, con sus ideales, nos indica un camino: no olvidar que hemos vivido con ella un sueño hermoso, en una realidad concreta. ¿Cómo no ser agradecidos por este don de amor?
(...) Así comenzó un desafío que se llama Fondazione Elena Sapio. (...)
La Providencia ha dado vuelta nuestros proyectos. A la familia y a los amigos de Elena se han unido tantos otros, especialmente jóvenes, quienes, con entusiasmo, han involucrado a sus familias, sus amigos y los amigos de sus amigos. La alegría de los primeros proyectos realizados, la certeza de que todas las ofrendas son enteramente entregadas a los fines indicados han hecho crecer aún más el número de quienes sostienen la obra.
(...) Hoy en Ruteng, Indonesia (a pedido de las Hermanas) la fotografía de Elena recibe son su sonrisa a los niños del orfanato. Ciertamente, no me encontraré más con estos niños, pero como Elena, ellos existen y como Elena, ellos están en mi corazón.”
Veintiún años después, Aldo y Nietta, los padres de Elena, con la ayuda de varios benefactores y con un adecuado marco institucional, han ayudado y siguen ayudando a realizar numerosos proyectos en India, Zambia, Filipinas, Indonesia, Perú, Congo... y Uruguay. Actualmente se construye en Melo un internado y taller que se suma a la obra de la AUG en Villa Betania.
Hasta su casa en Nápoles llegamos hoy, a mediodía, sorteando los no pequeños riesgos del tráfico napolitano y sin dejar de admirar en el camino el majestuoso Vesubio. Aldo y Nietta son dos personas sencillas y afectuosas, que reciben con alegría las noticias de la marcha de los proyectos en Melo.
Luego del rico almuerzo, los dejamos sintiéndonos tocados por el espíritu de la Pascua, que transforma el dolor y la muerte en vida y alegría.
Emprendemos ahora el camino a San Giovanni Rotondo, al encuentro del Padre Pío.
+ Heriberto
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