viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo
en la
Catedral de Melo


Comentario a la lectura de la Pasión según San Juan de Mons. Bodeant

Muy brevemente, vamos a recordar algunas de las palabras de Jesús en este relato de la pasión que acabamos de escuchar. Meditemos en estas palabras, dirigidas a nosotros hoy.

“¿A quién buscan?”
Al comienzo del Evangelio, hay una pregunta parecida, que Jesús hace a dos futuros discípulos que lo siguen: “¿Qué buscan?”
Jesús interpela nuestra fe. ¿Lo estamos buscando a Él? Nos está llamando a buscarlo de corazón, y a buscarlo en la verdad. No podemos buscar a un Jesús hecho a nuestro gusto, a nuestra medida. ¡Un Jesús sin cruz o un Jesús sin Resurrección! Un Jesús solamente humano, un Jesús solamente divino. Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Verdadero Dios, verdadero hombre. El crucificado y el Resucitado. Siempre cercano, con un amor misericordioso y exigente.

“Tú lo dices. Yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido a mundo, para dar testimonio de la verdad”.
Curiosa declaración de un hombre apresado y maniatado, a punto de ser condenado a muerte… Jesús es el Rey servidor, y su servicio es dar la vida en rescate por la multitud.
Unidos a Jesús, somos hechos Pueblo de Reyes, como expresa ese hermoso himno que cantamos a la entrada de la misa crismal: “Pueblo de Reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, Pueblo de Dios”. Pueblo de Reyes, Pueblo de Dios, para servir en Cristo a nuestros hermanos.

“El que es de la verdad, escucha mi voz”.
Jesús ya había usado esta expresión, al presentarse como el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas: mis ovejas escuchan mi voz y me siguen. No seguirán a un extraño, porque no reconocen su voz.
Acompañando hoy a Jesús, en su camino de cruz y a la hora de su muerte, manifestamos que queremos ser de los suyos, de los que quieren seguirlo en la verdad.

“No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te hubiera sido dada desde lo alto”.
Desde lo alto: desde el Padre. Jesús no se somete a una autoridad humana arbitraria, que pretende tener poder para liberarlo o para condenarlo. Jesús se somete, con su más profunda libertad, al proyecto de amor del Padre, que es el único que puede realmente salvarlo y salvar a los hombres.
Discípulos de Jesús, nos confiamos al Padre, que es quien dispone todas las cosas para bien de los que Él ama.

“Mujer, ahí tienes a tu hijo”
“Ahí tienes a tu madre”.

¿Qué más decir? Nos está señalando a nosotros, nos está señalando a María.
Los discípulos de Jesús la tenemos como nuestra madre, intercediendo por nosotros, cuidándonos, guiándonos hacia su Hijo, indicándonos “hagan lo que Él les diga”.

“Tengo sed”
Un día dijo Jesús a la mujer samaritana: “Dame de beber”.
San Agustín explica poéticamente, y la liturgia lo recoge en un prefacio de Cuaresma:
“Él mismo, cuando pedía a la Samaritana que le diera de beber, ya había infundido en ella el don de la fe; y si quiso tener sed de la fe de esa mujer, fue para encender en ella el fuego de su amor divino”.
Jesús tiene sed de nuestra fe, para encender en nosotros el fuego de su amor.

“Todo está cumplido”
La vida de Jesús ha culminado. Desde la Encarnación, hasta su último suspiro, toda su vida ha sido una continua entrega en las manos del Padre.
“Hágase tu voluntad”, nos enseñó Jesús a decirle al Padre.
Con Él, nos ponemos en las manos del Padre, pidiendo que se cumpla su voluntad en nuestras vidas.
Así sea.

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