domingo, 4 de abril de 2010

Vigilia Pascual en la Catedral de Melo

Vigilia Pascual
en la
Catedral de Melo


Homilía de Mons. Bodeant

Permítanme comenzar con dos recuerdos de infancia, que tal vez puedan ayudarnos a comprender lo que estamos celebrando…

Un primer recuerdo es el de un bautismo. No de mi propio bautismo que, como el de la mayoría de los que estamos aquí, fue celebrado siendo yo un bebé y a pedido de mis padres. Un precioso regalo que tuve que ir desenvolviendo a lo largo de mi vida… tan grande, que todavía no lo he terminado de desenvolver… No, mi recuerdo es el de un bautismo de otro bebé. Un chiquito en brazos de sus padres, un matrimonio “de campaña”. Llegaron hasta la parroquia de Young. Hablaron con el párroco a la salida de la misa, le dijeron que traían un niño para bautizar. El los llevó a la casa parroquial, les tomó los datos y allí mismo, en una pequeña piletita que estaba empotrada en una esquina del pequeño hall de entrada, el sacerdote hizo el bautismo. Todo eso en unos pocos minutos…

Un segundo recuerdo es, precisamente de lo que estamos celebrando hoy: la vigilia pascual. Comencé a ir a la vigilia pascual siendo niño, inclusive solo, cuando ya era más grande. Me fascinaba y me siguen fascinando sus signos: el fuego, el cirio encendido que va iluminando la oscuridad del templo. Las lecturas, especialmente el paso del Mar Rojo. La bendición del agua, sumergiendo en ella la base del cirio encendido. Las imágenes que estaban tapadas y se descubrían, como todavía se hace aquí. Todos esos signos me hablaban y me siguen hablando de un cambio profundo: Cristo que pasa de la muerte a la vida.

Sin embargo, fue muchos años después que empecé a entender la relación entre estos dos recuerdos que les he compartido. La vigilia pascual es ¡una liturgia bautismal!
La primera vez que, siendo párroco, recibí a mi Obispo en la parroquia para celebrar la vigilia pascual (algo totalmente excepcional), lo primero que me preguntó, con mucha expectativa, es si había bautismos. Yo, un poco avergonzado al notar su entusiasmo, le dije que no, que no teníamos bautismos. Mons. Daniel Gil me dijo entonces: “si no hay bautismos, la vigilia pascual ya perdió el 99 % de su significado… vamos a ver que hacemos con el resto”. Por eso, es una alegría para mí que esta noche, mi primera vigilia pascual en esta catedral, tengamos cinco bautismos.

Ahora, ¿Por qué me costó llegar a ver la relación entre bautismo y vigilia? Piensen en mi recuerdo del bautismo del bebé. ¿Qué idea puede hacerse uno, así, de la importancia y del significado del bautismo? Lo que yo había visto no era muy diferente de la bendición de una medallita… pero ¡se trataba de un sacramento! ¡El primer sacramento de la iniciación cristiana, la puerta a los otros sacramentos!
No es que el párroco de Young de aquel entonces fuera tan descuidado… Es que la importancia del Bautismo había ido quedando en el tiempo cada vez más escondida.

Para los primeros cristianos, no era así. El Bautismo llegaba como resultado de un camino de conversión y de formación, el catecumenado, de los cuales la comunidad era testigo. Y la vigilia pascual nos vuelve a esos tiempos de fundación de la Iglesia. Las lecturas que escuchamos son como un repaso de la catequesis que los catecúmenos tuvieron en su camino de preparación a su iniciación. Los distintos signos nos ayudan a comprender la vida cristiana. Cristo Luz nos comunica su luz y nosotros nos la vamos comunicando unos a otros.

Y llegamos al signo del agua. Y aquí es donde llegamos al sentido más profundo del Bautismo. Para entenderlo mejor, vayamos a la epístola que hemos escuchado. Dice San Pablo:
“¿No saben que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.”

Bautizados en Cristo, sumergidos en su muerte. Durante mucho tiempo, la Iglesia celebró el bautismo de esa forma: cada persona era sumergida totalmente en el agua. El bautizado vivía, no sólo espiritualmente sino también físicamente el sumergirse en la muerte de Cristo. Era sepultado por el agua. Hoy representamos eso vertiendo agua sobre la cabeza.

Pero, ¿qué era lo que quedaba sepultado? El que comparte. por el bautismo, la muerte de Cristo, muere al pecado. Esa palabra la repite tres veces San Pablo:
“nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejemos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto no debe nada al pecado.”

Al compartir por el bautismo la muerte de Cristo, el nuevo cristiano deja atrás su vida pasada, lo que Pablo llama “el hombre viejo”. El hombre viejo está marcado por el pecado, es decir por todo aquello que lo separa de Dios y de los hermanos. Todo eso queda atrás.

Y con el bautismo empieza una vida nueva. Dice ahora San Pablo: “si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con Él en la Resurrección”.

Con esto, San Pablo, nos está diciendo dos cosas que nos importan.
De una parte, nos está diciendo que el Bautismo, al unirnos a Cristo, nos abre las puertas de la vida eterna, está poniendo la semilla de nuestra Resurrección para la vida eterna.
De otra parte, nos da un mensaje para ahora, para esta vida que hoy tenemos, nuestra vida terrena. El bautizado se ha unido a Cristo, y esa semilla de Resurrección comienza ya, desde ahora, una vida nueva en él. Así lo resume Pablo:
“ustedes considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”

Ahora bien, ustedes, igual que yo, nos encontramos con una realidad: estamos bautizados, pero el pecado sigue presente en nuestra vida. Tarde o temprano aparece. “Mostramos la hilacha”. Nadie que revise sinceramente su vida puede decir “yo no tengo pecado”.

Es que la semilla de la vida nueva del cristiano tiene que ser regada, tiene que crecer. Nuestra fe tiene que ser alimentada, buscando acrecentar siempre nuestra unión con Cristo y los hermanos en la comunidad, dejando que la vida nueva de Cristo en nosotros vaya tomando todo nuestro corazón, vaya matando nuestros egoísmos, nuestros resentimientos y rencores, nuestras falsedades: todo lo que hace a nuestro “hombre viejo”.

En la alegría de la Pascua, dejemos que la luz de Cristo resucitado llegue a todos los rincones de nuestra vida.

Los que ya estamos bautizados, renovemos sinceramente las promesas de nuestro bautismo.

Los que van a ser bautizados, dejen atrás todo lo que los apartó de Dios hasta hoy, y reciban con fe y alegría esta vida nueva que empieza para ustedes con el Bautismo, unidos por medio de él a Jesucristo muerto y resucitado por nosotros.

Todos, entonces, abramos nuestro corazón a Jesucristo, para seguirlo como verdaderos discípulos, de modo que la vida nueva que Él ha puesto en nosotros desde nuestro bautismo, crezca cada día más, como dice San Pablo en otra de sus cartas (Ef 4,13): “hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo”.
Así sea.

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