Estado de misión
La Iglesia en el Paraguay y en Uruguay entra en la fase central de la Misión Continental.
Dialogamos acerca de sus desafíos con Mons. Adalberto Martínez Flores y con Mons. Heriberto Bodeant, secretarios generales respectivamente de las Conferencias Episcopales Paraguaya (CEP) y Uruguaya (CEU)
por Silvano Malini
Mons. Martínez -Con el proceso que comenzó en la conferencia de Aparecida, la Iglesia Católica en el continente está de misión. ¿En Paraguay. qué características asume la Misión Continental y qué objetivos se pone?
Hemos tomado muy seriamente el desafío de Aparecida. Hace dos años comenzamos con la preparación para que la actitud de la misión entre como un concepto que hace a la naturaleza misma de la Iglesia, con buenos resultados. Naturalmente, siendo un impulso de la Iglesia paraguaya que luego debe ser bajada a la vida de las diócesis, hay diócesis que están más avanzadas y otras menos, en este proceso. Sentimos que el primer desafío de la misión es que nuestra vida coincida con lo que creemos, mediante la vivencia de valores como la honestidad y la comunión. De hecho, el lema que hemos elegido como orientador para este año, es: que la Iglesia sea «casa y escuela de comunión» —como dijo Juan Pablo II. Y nos damos cuenta de que hay no pocas necesidades que superar en este sentido. Cuando nos encontramos, en la CEP, reflexionamos sobre como colaborar más estrechamentre entre nuestras diócesis, entre los sacerdotes y los agentes pastorales, los laicos, etc, enfocándonos particularmente en el aspecto misionero. Hay diocesis que tienen más sacerdotes, y vemos si pueden ayudar a las que tienen menos; buscamos una mayor comunión entre las congregaciones, etc. Hay mucho para crecer, pero ha habido aspectos y retos de la pastoral en la que hemos hecho un frente comun. Otro aspecto fundamental es la familia como objeto y sujeto de la misión. Los desafíos en este campo son grandes. Se percibe una importante necesidad de restauración de la unidad familiar, que está siendo amenazada por la migración, los problemas económicos, por el relativismos moral. Por ejemplo, hay muchas madres solteras. Un gran número de familias se está alejando de la práctica sacramental. Y, por supuesto, los jóvenes han sido y son una opción preferencial en la misión. Y tambien las Comunidades Eclesiales de Base. En muchas de nuestras comunidades tenemos esta forma de “hacer Iglesia” en pequeñas comunidades de oración, de ayuda mutua, reflexión. Son comunidades que hacen más viva a la Iglesia, en el entorno parroquial, por supuesto.
-¿Qué papel tienen los sacerdotes en la misión, en la que se exhorta más bien a los laicos a ser discípulos misioneros en el anuncio de la fe?
Son protagonistas en la mision. Estamos entrando en una etapa donde es vital animar y dinamizar el ir a buscar al que está perdido, o aquellos que han dado la espalda a la Iglesia, o muchos de nuestros católicos que han sido bautizados pero que no han tenido un seguimiento adecuado para una formación cristiana, que son miembros de la Iglesia pero al mismo tiempo destinatarios de la misión. El dinamizador por excelencia es el sacerdote, el párroco. Naturalmente codo a codo con los laicos —muchos de los cuales son pilares de las comunidades cristianas y son una ayuda efectiva y afectiva a lo sacerdotes. Pero para que puedan ser los que deben ser, es necesario que los sacerdotes reciban una formación más adecuada y permanente en relación a su ministerio. En el mes de junio tendremos una formación permanente para todos los sacerdotes del país, incluso por edades. Y la comunión, para los sacerdotes, es siempre una meta a alcanzar, aunque creo que entre ellos ya hay una deseo de construirla y una gran solidaridad. Otro aspecto es el de las vocaciones. Ha habido una notable disminución. Aunque cuando estamos en contacto con los jóvenes, sobre todo en el interior, se siente que todavía hay una gran sensibilidad para entregar su vida al sacerdocio, aún hay un gran potencial. Pero tenemos que trabajar con una mayor calidad metódicamente, con constancia, para encontrar jóvenes con los cuales podamos ir pensando una Iglesia fresca, cercana a las necesidades de hoy. Precisamos santos pastores, que puedan fomentar una renovación de la Iglesia en su interior, que realmente se preocupen por el rebaño.
-¿Cómo hablar hoy de Jesucristo a los jóvenes?
Los jóvenes son los más afectados por el avance de una mentalidad que relativiza ciertos valores que hemos tenido tradicionalmente como sociedad, que les llega a menudo a través de los nuevos lenguajes que manejan y de las nuevas tecnologías. A raíz de esto crece la increencia. Ante eso hay una gran necesidad de la Iglesia de aggiornarse, no para cambiar la esencia del mensaje sino para que podamos llegar más a ellos. Pero tenemos una gran esperanza en la acción del Espíritu Santo que ha sido Aparecida, que ha evidenciado un deseo de compartir alegrías y esperanzas, angustias y tristezas de nuestros pueblos que luchan por la justicia, por la estabilidad de la democracia, por la equidad social, y al mismo tiempo la gran necesidad y el deseo de una renovación interior grande, ante los desafíos de la misión de evangelizar. Yo creo que esa es una gran esperaranza, que se nota en nuestra gente. Aparecida ha sido un gran despertar.
Mons. Bodeant
-Para fomentar el cambio de actitud de los fieles hacia el anuncio, los obispos, desde Aparecida, exhortan a pasar “de una pastoral de mantenimiento a una pastoral misionera”. ¿Qué se entiende por “pastoral”? ¿Y por “pastoral misionera”?
La comunidad cristiana debe preocuparse de los que no han recibido el anuncio de la fe, los que no están en el “redil” -utilizando la comparación que Jesús hace del “buen pastor” y de las “ovejas” que vino a reunir. Él también usó la imagen de la de la red, de la pesca: «Síganme, los haré pescadores de hombres». Ocuparse de invitar a quienes aún no están en la Iglesia, eso es misión. La pastoral, estrictamente hablando, es el cuidado de los que están adentro de la comunidad, los del “redil”, guardándolos en unión con Jesús Buen Pastor (Jesús le dice a Pedro: «Apacienta mis ovejas»). Pasar de la pastoral de mantenimiento a una pastoral misionera es no limitarse a vivir la vida cristiana en la comunidad sino darle como finalidad el anuncio de la buena noticia del Evangelio a todos
-En su carta a las comunidades cristianas, los obispos uruguayos escriben que la Misión se trata de «ofrecer una experiencia de encuentro con el Señor» y de «hacer que “la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora” (documento de Aparecida, n.370)». ¿Esto es un concepto para trabajar y aplicar en parroquias, grupos, comunidades, movimientos?
Es lo deseable, y cada diócesis y comunidad recorre su camino para aplicarlo. A nivel nacional, la coordinación pastoral brinda elementos de formación a disposición de las diócesis que luego cada una utiliza según las particularidades propias.
-En la misma carta, subrayan que «es necesario superar el paradigma de la Misión identificada como “conquista”, como imposición, para pasar a un paradigma de servicio al Reino (de Dios), al estilo de Jesús». Y citan a Benedicto XVI en Aparecida: «La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por atracción: como Cristo atrae todos a sí con la fuerza de su amor».
Sí, en esto, el modelo de referencia son las primeras comunidades cristianas, descriptas en los Hechos de los Apóstoles. La comunidad acude diariamente a las reuniones, la gente ve sus miembros rezando juntos, los ven en su vida de unión fraterna y en su expresión de caridad hacia los demás. Su testimonio suscita admiración y adhesión. Hoy, algunas comunidades parroquiales o grupos teóricamente, en las intenciones, están abiertos; pero en los hechos les cuesta mucho aceptar alguien de afuera si no reúne cierto perfil. Esto necesita una conversión, un cambio. Para la primeras comunidades, la integración de alguien era una alegría, y existía el deseo fuerte de la llegada de otros hermanos. A veces me encuento con comunidades con muchas personas mayores. Ellos mismos manifiestan el deseo de que se integre más gente a la Iglesia y, sin embargo, el corazón no está preparado, porque cuando aparece alguien nuevo no es lo que se espera. Hay muchos condicionamientos y falta apertura. Ahi volvemos otra vez a las primeras comunidades, y a la crisis que significó el ingreso de los paganos en la Iglesia. Porque una cosa era el cristiano que venía del mundo judío -ya sea del tradicional o del de influencia griega- y otra el que venía completamente “de afuera”, que no tenía nada que ver culturalmente con ellos. Se generan dudas. Sobre todo se preguntan: “¿Para poder recibir a estos nuevos, tendremos que hacerlos entrar en nuestra tradición?” (Fundamentalmente el tema era la circuncisión, que constituía el ingreso al pueblo judío). “Si les ponemos condiciones restrictivas van a entrar muy pocos” (como en realidad ya sucedía en el judaísmo). En el fondo la pregunta era: “¿Queremos que entren o no?”. Pero eran concientes de que el mensaje de Jesús es para todo el mundo. No requerir esa condiciones fue la primera gran conversón pastoral de la Iglesia. La Iglesia ahí, en el primer Concilio, el de Jerusalén, hizo un discernimiento: consideró que hay elementos culturales que forman parte de lo que creemos porque vienen de nuestros antepasados, pero no se los tenemos que imponer a los nuevos. De la misma manera, hoy podemos facilitar el acercamiento por acción del testimonio de la vida cristiana de la comunidad, evitar imponer formas que no hacen a la esencia y facilitar la integración mediante una liturgia más amigable, por ejemplo, y mediante la escucha abierta y cercana a las exigencias de las personas.
¿Cómo se puede ayudar a las comunidades a recibir con los brazos abiertos a otras personas? ¿El acercamiento a la fe puede ser gradual?
Creo que hay una cierta gradualidad, que a veces a los fieles les cuesta asumir, sobre todo por el peso muy grande de la tradición. Por eso hoy es tan importante volver al kerygma, o sea centrarnos en el anuncio básico de la fe. La fe católica tiene miles de expresiones “perifericas” o “colaterales” -pensemos en la enorme variedad de devociones- que tiene toda su validez pero que no son el contenido central de la fe. A mucha gente le impresiona la figura del Padre Pío, o alguna advocación de María, o el mismo Jesús Misericordioso, que es Jesús, pero desde un sesgo. El acercamiento de las personas se puede dar a raíz de esas cosas, pero luego hay que llevarlas a lo central de la fe: Jesucristo encarnado, su vida, su Palabra, su muerte y resurrección por nosotros, y la unión con él como el centro de la vida cristiana, alrededor del cual puedo ordenar todas las otras cosas. Aún los más cotidianos episodiso que vivimos los pastores nos ponen frente a la conversión pastoral. Cuando alguien se me acerca puedo tener tres actitudes diferentes. Por ejemplo, si alguien me pide agua bendita, puedo decirle: “Acá no se da agua bendita” -porque tengo la idea que el pedido revela una concepción supersticiosa, superficial, y no la tengo que fomentar- pero así la persona percibe un rechazo. La segunda posibilidad es complacer puntualmente el pedido, y listo. La tercera es satisfacerlo pero abriendo un diálogo, diciendo: “Sí, ¡por supuesto! Pero, ¿para qué la quiere?”. Y a veces eso desencadena cosas impresionante: revela vivencias muy dolorosas, o el deseo de aliviar una enfermedad.... A a menudo la persona la pide para llevarla a otro, y esa es una ocasión misionera. El mensaje que yo le pase es muy importante. Personalmente, recientemente tuve un cambio de actitud frente al pedido que muchas veces me han hecho de bendecir Biblias. “¡¿Cómo voy a bendecir la Palabra de Dios?!” –me decía. Lo que empecé a hacer es buscar un versículo, leérselo a la persona, formular una oración y, a través de ella, bendecir a la persona. Tuve respuestas muy lindas de mi interlocutores, que sintieron que esa Palabra se les abría, y que Jesús la estaba diciendo para ellos. Estas actitudes pueden generar una relación muy distinta con las personas, ayudar al acercamiento, ya que ellas no reciben una respuesta “precocinada”, sino pastoral, que queda –como quedaría también mi respuesta seca, que puede hacer al que se acerca como ignorante y rechazado.
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